"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

3 de junio de 2024

EL PODER DEL SERVICIO


 EVANGELIO Marcos 12,1-12


En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. 

Les envió otro criado; a éste lo insultaron y lo descalabraron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos los apalearon o los mataron. Le quedaba uno, su hijo querido. Y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían. Pero los labradores se dijeron: "Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia." Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros. ¿No habéis leído aquel texto: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"?»

Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon.


PARA TU RATO DE ORACION 


AL POCO TIEMPO de haber entrado en un borrico a Jerusalén, Jesús cuenta la historia de un hombre que confió su viña a unos trabajadores para que la cuidaran. Llegado el momento oportuno, el dueño envió a varios criados para recibir los frutos que le correspondían. Sin embargo, los viñadores lastimaban e incluso mataban a los siervos que iban apareciendo. Al ver cómo habían ido las cosas, el propietario decidió enviar a su hijo como último recurso, pensando que a él lo respetarían. «Pero aquellos labradores se dijeron: “Este es el heredero. Vamos, lo mataremos y será nuestra la heredad”. Y lo agarraron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña» (Mc 12,7-8).


Con esta parábola, Jesús narra su propia historia y predice lo que está a punto de sucederle. De alguna manera, quiere adelantarse a lo que vivirán internamente sus oyentes dentro de pocos días: a la disyuntiva entre reconocer al verdadero heredero y su reinado, o no hacerlo. De hecho, los escribas y fariseos comienzan rápidamente a asaltarle con preguntas para saber si quien les relataba aquella parábola era el Mesías. A pesar de que nosotros, a la distancia de tantos años, sepamos claramente que aquellas palabras de Jesús se referían a sí mismo, podemos todavía plantearnos el fondo de la cuestión: ¿Qué relevancia tiene Cristo en mi vida? ¿Es el Mesías que me evita cualquier idolatría o, en realidad, quizás inconscientemente tengo otro orden de prioridades que le terminan por echar «fuera de la viña»?


«Si alguno nos pregunta “quién es Jesucristo”, nosotros seguramente diremos lo que hemos aprendido en catequesis, que ha venido a salvar al mundo, diremos la verdadera doctrina de Jesús: es el Salvador del mundo, el Hijo del Padre, Dios, hombre, lo que recitamos en el Credo. (...) Un poco más difícil será responder a la pregunta: “Es verdad, pero para ti, ¿quién es Jesucristo?”»[1].


PUEDE SER QUE el gran error de los viñadores haya sido pretender que el terreno era suyo. Quisieron adueñarse de aquello que el propietario, lleno de confianza, les había entregado para que lo cuidaran. Sin embargo, en sus mentes no cabía trabajar para otro, sino que ambicionaban el dominio de aquello que ya habían empezado a cultivar, codiciaban una total autonomía en lo poco que estaba bajo su custodia. Deseosos de que aquello les perteneciera, no dudaron en emplear la violencia que fuera necesaria para lograr la ansiada posesión.


Aunque en un principio la estrategia parecía conducir al éxito, Jesús anuncia con cierta dureza el final que les esperará: «¿Qué hará, pues, el amo de la viña? Vendrá, exterminará a los labradores y entregará la viña a otros» (Mc 12,9). Además de no llegar a dominar la hacienda, los viñadores perderán algo mucho más importante; perderán, en realidad, aquello que pretendían disfrutar: la propia vida. En un sentido espiritual, su decisión expresa a dónde conduce el deseo envenenado de querer permanecer al margen del hogar de Jesús: nos priva de la fecundidad que proviene de la unión vital con él. «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca» (Jn 15,5-6).


«Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma –decía san Josemaría–, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres. Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir a mi Rey y, por él, a todos los que han sido redimidos con su sangre. ¡Si los cristianos supiésemos servir!»[2]. El servicio no es una negación de nuestros intereses. Si descubrimos su verdadero poder nos daremos cuenta de que Dios, en realidad, quiere que disfrutemos de la viña.


JESÚS señala que el dueño, después de haberse librado de los labradores, «entregará la viña a otros» (Mc 12,9). Dada la mala experiencia, quizá lo más sensato hubiese sido esperar un poco, o bien ocuparse de la gestión él mismo con algunos familiares y amigos cercanos. Sin embargo, sigue confiando en que otras personas podrán cuidar bien de su viña. La traición que sufrió por parte de aquellos viñadores no le hizo perder la esperanza.


Por las palabras de Jesús, comprendemos que Dios actúa de un modo similar. A veces no alcanzamos a tomar las mejores decisiones con la viña que nos ha entregado; y a pesar de todo, él renueva su confianza en nosotros. Aunque podamos ser inestables en los propios deseos y acciones, él siempre es fiel, nos espera día tras día, pase lo que pase: su amor no disminuye. La historia de la Iglesia está llena de santos que, al comienzo de sus vidas, se asemejaban a esos viñadores en algún aspecto. San Pablo, por ejemplo, se dedicaba a perseguir cristianos y estaba convencido de su causa. Pero en cuanto reconoció que Jesús era el auténtico propietario de la hacienda, pasó a ser uno de los apóstoles que difundiría con más fecundidad su evangelio: escogió convertirse en un verdadero trabajador de su viña.


Saber que Dios confía en nosotros da fuerza a nuestra esperanza. Cuando notemos que el pecado pretende hacerse con el control de la viña, podemos refugiarnos en la fidelidad del Señor. Él mantiene siempre su promesa de amor infinito: no «contamos solo con nuestras pobres fuerzas, sino con la fuerza y el poder del Señor»[3]. La Virgen María nos ayudará a unir nuestros afanes al gran proyecto de servir a su Hijo en la viña a la que nos ha llamado.