No olvides, amigo mío, que somos niños. La
Señora del dulce nombre, María, está recogida en oración.
Tú eres, en aquella casa, lo que quieras ser:
un amigo, un criado, un curioso, un vecino... —Yo ahora no me atrevo a ser
nada. Me escondo detrás de ti y, pasmado, contemplo la escena:
El Arcángel dice su embajada...
Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? —¿De qué modo se hará esto si
no conozco varón? (Luc., I, 34.)
La voz de nuestra Madre agolpa en
mi memoria, por contraste, todas las impurezas de los hombres..., las mías
también.
Y ¡cómo odio entonces esas bajas
miserias de la tierra!... ¡Qué propósitos!
Fiat mihi secundum verbum tuum.
—Hágase en mí según tu palabra. (Luc., I, 38.) Al encanto de estas palabras virginales
el Verbo se hizo carne. Aún tengo tiempo de decir a mi Dios, antes que mortal
alguno: Jesús, te amo.
Cumplido el tiempo de la
purificación de la Madre, según la Ley de Moisés, es preciso ir con el Niño a
Jerusalén para presentarle al Señor. (Luc., II, 22.)
Y esta vez serás tú, amigo mío,
quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se
somete a la Ley como si estuviera inmunda.
¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a
cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?
¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que
necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un
amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que
encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón.
Un hombre justo y temeroso de
Dios, que movido por el Espíritu Santo ha venido al templo —le había sido
revelado que no moriría antes de ver al Cristo—, toma en sus brazos al Mesías y
le dice: Ahora, Señor, ahora sí que sacas en paz de este mundo a tu siervo,
según tu promesa... porque mis ojos han visto al Salvador. (Luc., II, 25-30.) (Santo Rosario San Josemaría)
Mejorar para servir mejor
No se puede tratar filialmente a
María y pensar sólo en nosotros mismos, en nuestros propios problemas. No se
puede tratar a la Virgen y tener egoístas problemas personales. María lleva a
Jesús, y Jesús es primogenitus in multis fratribus, primogénito entre muchos
hermanos. Conocer a Jesús, por tanto, es darnos cuenta de que nuestra vida no
puede vivirse con otro sentido que con el de entregarnos al servicio de los
demás. Un cristiano no puede detenerse sólo en problemas personales, ya que ha
de vivir de cara a la Iglesia universal, pensando en la salvación de todas las
almas.
De este modo, hasta esas facetas
que podrían considerarse más privadas e íntimas —la preocupación por el propio
mejoramiento interior— no son en realidad personales: puesto que la
santificación forma una sola cosa con el apostolado. Nos hemos de esforzar, por
tanto, en nuestra vida interior y en el desarrollo de las virtudes cristianas,
pensando en el bien de toda la Iglesia, ya que no podríamos hacer el bien y dar
a conocer a Cristo, si en nosotros no hubiera un empeño sincero por hacer
realidad práctica las enseñanzas del Evangelio.
Impregnados de este espíritu,
nuestros rezos, aun cuando comiencen por temas y propósitos en apariencia
personales, acaban siempre discurriendo por los cauces del servicio a los
demás. Y si caminamos de la mano de la Virgen Santísima, Ella hará que nos
sintamos hermanos de todos los hombres: porque todos somos hijos de ese Dios
del que Ella es Hija, Esposa y Madre.- Cristo que pasa, 145
Hacerle notar que es mi madre
Meditemos frecuentemente todo lo
que hemos oído de Nuestra Madre, en una oración sosegada y tranquila. Y, como
poso, se irá grabando en nuestra alma ese compendio, para acudir sin vacilar a
Ella, especialmente cuando no tengamos otro asidero. ¿No es esto interés
personal, por nuestra parte? Ciertamente lo es. Pero ¿acaso las madres ignoran
que los hijos somos de ordinario un poco interesados, y que a menudo nos
dirigimos a ellas como al último remedio? Están convencidas y no les importa:
por eso son madres, y su amor desinteresado percibe —en nuestro aparente
egoísmo— nuestro afecto filial y nuestra confianza segura.
No pretendo —ni para mí, ni para
vosotros— que nuestra devoción a Santa María se limite a estas llamadas
apremiantes. Pienso —sin embargo— que no debe humillarnos, si nos ocurre eso en
algún momento. Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos
les demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra
de amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que
reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que
podremos esperar de Nuestra Madre Santa María.- Amigos de Dios, 280
Yo mismo como regalo
Todavía, por las mañanas y por
las tardes, no un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me
enseñaron mis padres: ¡oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente
a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis
oídos, mi lengua, mi corazón... ¿No es esto —de alguna manera— un principio de
contemplación, demostración evidente de confiado abandono? ¿Qué se cuentan los
que se quieren, cuando se encuentran? ¿Cómo se comportan? Sacrifican cuanto son
y cuanto poseen por la persona que aman. - Amigos de Dios, 296
Todos los días son marianos
En las fiestas de Nuestra Señora
no escatimemos las muestras de cariño; levantemos con más frecuencia el corazón
pidiéndole lo que necesitemos, agradeciéndole su solicitud maternal y
constante, encomendándole las personas que estimamos. Pero, si pretendemos
comportarnos como hijos, todos los días serán ocasión propicia de amor a María,
como lo son todos los días para los que se quieren de verdad
Amigos de Dios, 291