El 16 de octubre de 1931, envuelto en preocupaciones, san Josemaría rezaba en un tranvía de Madrid. Aquella oración –hecha en la calle- le llevó a comprender con especial hondura que era hijo de Dios. “Abba, Padre!”, rezó en voz alta. Hoy en "un rato de oración" te dejamos este tema para que lo hables con Él.
Hijos de Dios. —Portadores de la
única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único
fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. —El
Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine...
De nosotros depende que muchos no
permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida
eterna.
Forja, 1
Es preciso convencerse de que
Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera
allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está
siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso —a cada uno de
nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus
hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño
de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más!
—Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida
dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su
corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos
hace para portarse bien! Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que
Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los
cielos.
Camino, 267
Esta es la sabiduría que Dios
espera que ejercitemos en el trato con El. Esa sí que es una manifestación de
ciencia matemática: reconocer que somos un cero a la izquierda... Pero nuestro
Padre Dios nos ama a cada uno tal como somos; ¡tal como somos! Yo —y no soy más
que un pobre hombre— os quiero a cada uno como sois; ¡imaginaos cómo será el
Amor de Dios!, con tal que luchemos, con
tal de que nos empeñemos en poner la vida en la línea de nuestra conciencia,
bien formada.
Amigos de Dios, 148
En este itinerario por las calles
de Madrid, se destacan algunos episodios de la historia de san Josemaría.
Concretamente, su sentido de filiación divina, que se manifestaba en la
confianza en la providencia divina, la sencillez en el trato con Dios, en un
profundo sentido de la dignidad de todo ser humano y de la fraternidad entre
los hombres, en un verdadero amor cristiano al mundo y a las realidades creadas
por Dios, en la serenidad y el optimismo.
En estos momentos de violencia,
de sexualidad brutal, salvaje, hemos de ser rebeldes. Tú y yo somos rebeldes:
no nos da la gana dejarnos llevar por la corriente, y ser unas bestias.
Queremos portarnos como hijos de Dios, como
hombres o mujeres que tratan a su Padre, que está en los Cielos y quiere estar
muy cerca —¡dentro!— de cada uno de nosotros.
Forja, 15
Hoy, por vez primera, has tenido
la sensación de que todo se hace más sencillo, de que se te
"descomplica" todo: ves eliminados, por fin, problemas que te
preocupaban. Y comprendes que estarán más y mejor resueltos, cuanto más te
abandones en los brazos de tu Padre Dios.
¿A qué esperas para conducirte siempre —¡éste
ha de ser el motivo de tu vivir!— como un hijo de Dios?
Forja, 226
La alegría de un hombre de Dios,
de una mujer de Dios, ha de ser desbordante: serena, contagiosa, con gancho...;
en pocas palabras, ha de ser tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que
arrastre a otros por los caminos cristianos.
Surco, 60
Sereno y equilibrado de carácter,
inflexible voluntad, fe profunda y piedad ardiente: características
imprescindibles de un hijo de Dios.
Surco, 417
No se puede tratar filialmente a
María y pensar sólo en nosotros mismos, en nuestros propios problemas. No se
puede tratar a la Virgen y tener egoístas problemas personales. María lleva a
Jesús, y Jesús es primogenitus in multis fratribus, primogénito entre muchos
hermanos. Conocer a Jesús, por tanto, es darnos cuenta de que nuestra vida no
puede vivirse con otro sentido que con el de entregarnos al servicio de los
demás. Un cristiano no puede detenerse sólo en problemas personales, ya que ha
de vivir de cara a la Iglesia universal, pensando en la salvación de todas las
almas.
Es Cristo que pasa, 145
El principio del camino, que
tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María
Santísima.
—¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala!
¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra Señora.
Santo Rosario, Prólogo
Una particular vivencia de la filiación divina en un tranvía
Esta Plaza, conocida popularmente
como Glorieta de Atocha, está presidida por una reproducción de la Fuente de la
Alcachofa, cuyo original se encuentra en el cercano Parque del Retiro.
En el centro de la Plaza había
una entrada de Metro, con una gran farola. Y lo que es ahora entrada al paso
subterráneo, en el cercano paseo de la Infanta Isabel, era un apacible bulevar
con numerosos árboles.
Cuando la conoció el Fundador
esta Plaza tenía un aspecto mucho más tranquilo que en la actualidad.
El 16 de octubre de 1931, san
Josemaría, tras comprar un periódico en esta plaza tomó un tranvía de la línea
48 (se dirigía a la calle General Álvarez de Castro), en el que el Señor le
concedió una particular vivencia de la filiación divina, que le llevó a
exclamar, durante mucho tiempo, lleno de gozo: ¡Abba Pater!
Ese sentido de la filiación
divina está en la base del espíritu del Opus Dei y tendría amplia resonancia en
la vida del fundador y en su mensaje espiritual.
Escribía en sus Apuntes: Día de
Santa Eduvigis 1931: Quise hacer oración, después de la Misa, en la quietud de
mi iglesia. No lo conseguí.
En Atocha, compré un periódico
(el A.B.C.) y tomé el tranvía. A estas horas, al escribir esto, no he podido
leer más que un párrafo del diario. Sentí afluir la oración de afectos, copiosa
y ardiente. Así estuve en el tranvía y hasta mi casa.
¿Me acompañas a visitar a algunos
enfermos?
El Centro de Arte Contemporáneo,
en la Plaza de Santa Isabel, 52, en la actualidad es un museo que ocupa las
salas del antiguo Hospital General. Exhibe una muestra relevante del arte
contemporáneo. Un paseo por las salas de este Centro de Arte —de entrada
gratuita si el paseante se dirige sólo al jardín o la librería— puede servir
para evocar las largas crujías llenas de enfermos, a los que atendió el
Fundador del Opus Dei desde el 21 de septiembre de 1931 hasta diciembre de
1934.
“Un día -recuerda Herrero
Fontana- me propuso el Padre (San Josemaría):
-¿Por qué no me acompañas a
visitar a algunos enfermos?
Acepté, y fuimos una mañana al
Hospital General (...).No podré olvidar nunca la impresión que me causó lo que
vi allí dentro.
Era casi dantesco: las salas,
inmensas, estaban abarrotadas de enfermos que, como no había camas suficientes,
se hacinaban por todas partes: junto a las escaleras, en los pasillos, a lo
largo de las crujías, sobre colchonetas, en jergones tirados por el suelo...
con fiebres tifoideas, con neumonías, con tuberculosis, que era entonces una
enfermedad incurable (...).
Durante sus visitas, el Padre,
además de confesarles, les prestaba pequeños servicios materiales (...): les
lavaba, les cortaba las uñas, les aseaba el cabello, les afeitaba, limpiaba los
vasos de noche...
Les pedía a esos hombres y
mujeres enfermos, muchas veces desahuciados por los médicos, que ofrecieran sus
dolores, su sufrimiento y su soledad por la labor que hacía con la gente
joven”.
En este Hospital tuvo lugar el
suceso que recordó varias veces san Josemaría en su catequesis: un joven
empresario, Luis Gordon, al tener que dedicarse a una tarea molesta para
atender a un enfermo —limpiar el vaso de noche—, oraba al Señor pidiéndole que
no se expresara en su rostro la repugnancia interior que sentía al hacer
aquello. Aludió a este suceso en un punto de
Camino: ¿Verdad, Señor, que te
daba consuelo grande aquella «sutileza» del hombrón-niño que, al sentir el
desconcierto que produce obedecer en cosa molesta y de suyo repugnante, te
decía bajito: ¡Jesús, que haga buena cara!?
Episodio de “Juan el lechero”
Juan el lechero saludaba todos
los días al Señor desde las gradas de la iglesia, diciéndole: “Jesús, aquí está
Juan el lechero”
Juan el lechero saludaba todos
los días al Señor desde las gradas de la iglesia, diciéndole: “Jesús, aquí está
Juan el lechero”
Contigua al Convento (que está en
el n. 48, bis), se encuentra la iglesia de Santa Isabel, construida en 1565.
Este templo albergó numerosas obras de arte. Muchas fueron destruidas en 1936.
Una mañana, después de decir
misa, san Josemaría escribió de una sentada Santo Rosario, en la sacristía de
Santa Isabel. No sabemos con certeza qué día de la novena; pero sí que la
víspera de la fiesta de la Inmaculada, 7 de diciembre, estaba leyendo en Santa
Isabel a dos jóvenes el modo de rezar el rosario, pues esa fue la intención con
que lo escribió: ayudar a otros a rezarlo.
En las gradas de esta iglesia de
Santa Isabel solía saludar todas las mañanas un hombre joven. Era ”Juan, el
lechero”, al que san Josemaría evocó en algunos de sus escritos. Este
repartidor de leche era un hombre despierto, de gran piedad eucarística, muy querido
en el barrio, muy simpático, con una pequeña trabazón a la hora de hablar, que
venía desde el Puente de Vallecas y saludaba todos los días al Señor desde este
lugar diciéndole: “Jesús, aquí está Juan el lechero”.
Juan venía todos los días desde
el Puente de Vallecas, con su mulo cargado con dos cántaras de leche y una
manta para la lluvia. Recorría, vendiendo leche a las parroquianas. Terminaba
su recorrido bajando por la calle de Santa Isabel. Se acercaba al convento y
dejaba una cantarilla pequeña de leche de tres o cuatro litros. De vuelta,
saludaba al Señor en el Sagrario, desde la puerta, con sus cántaras vacias, con
el estruendo consiguiente, que escuchaba san Josemaría desde el confesonario,
que estaba muy cercano a la puerta.