"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

17 de octubre de 2014

¡Dios es mi Padre! ¡Abba Pater!

El 16 de octubre de 1931, envuelto en preocupaciones, san Josemaría rezaba en un tranvía de Madrid. Aquella oración –hecha en la calle- le llevó a comprender con especial hondura que era hijo de Dios. “Abba, Padre!”, rezó en voz alta. Hoy en "un rato de oración" te dejamos este tema para que lo hables con Él.

Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. —El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine...
De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna.

Forja, 1

Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.

 Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.

 ¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien! Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos.

Camino, 267

Esta es la sabiduría que Dios espera que ejercitemos en el trato con El. Esa sí que es una manifestación de ciencia matemática: reconocer que somos un cero a la izquierda... Pero nuestro Padre Dios nos ama a cada uno tal como somos; ¡tal como somos! Yo —y no soy más que un pobre hombre— os quiero a cada uno como sois; ¡imaginaos cómo será el Amor de Dios!, con tal  que luchemos, con tal de que nos empeñemos en poner la vida en la línea de nuestra conciencia, bien formada.

Amigos de Dios, 148

En este itinerario por las calles de Madrid, se destacan algunos episodios de la historia de san Josemaría. Concretamente, su sentido de filiación divina, que se manifestaba en la confianza en la providencia divina, la sencillez en el trato con Dios, en un profundo sentido de la dignidad de todo ser humano y de la fraternidad entre los hombres, en un verdadero amor cristiano al mundo y a las realidades creadas por Dios, en la serenidad y el optimismo.

En estos momentos de violencia, de sexualidad brutal, salvaje, hemos de ser rebeldes. Tú y yo somos rebeldes: no nos da la gana dejarnos llevar por la corriente, y ser unas bestias.

 Queremos portarnos como hijos de Dios, como hombres o mujeres que tratan a su Padre, que está en los Cielos y quiere estar muy cerca —¡dentro!— de cada uno de nosotros.

Forja, 15

Hoy, por vez primera, has tenido la sensación de que todo se hace más sencillo, de que se te "descomplica" todo: ves eliminados, por fin, problemas que te preocupaban. Y comprendes que estarán más y mejor resueltos, cuanto más te abandones en los brazos de tu Padre Dios.

 ¿A qué esperas para conducirte siempre —¡éste ha de ser el motivo de tu vivir!— como un hijo de Dios?

Forja, 226

La alegría de un hombre de Dios, de una mujer de Dios, ha de ser desbordante: serena, contagiosa, con gancho...; en pocas palabras, ha de ser tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastre a otros por los caminos cristianos.

Surco, 60

Sereno y equilibrado de carácter, inflexible voluntad, fe profunda y piedad ardiente: características imprescindibles de un hijo de Dios.

Surco, 417

No se puede tratar filialmente a María y pensar sólo en nosotros mismos, en nuestros propios problemas. No se puede tratar a la Virgen y tener egoístas problemas personales. María lleva a Jesús, y Jesús es primogenitus in multis fratribus, primogénito entre muchos hermanos. Conocer a Jesús, por tanto, es darnos cuenta de que nuestra vida no puede vivirse con otro sentido que con el de entregarnos al servicio de los demás. Un cristiano no puede detenerse sólo en problemas personales, ya que ha de vivir de cara a la Iglesia universal, pensando en la salvación de todas las almas.

Es Cristo que pasa, 145

El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima.

 —¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra Señora.

Santo Rosario, Prólogo

Una particular vivencia de la filiación divina en un tranvía

Esta Plaza, conocida popularmente como Glorieta de Atocha, está presidida por una reproducción de la Fuente de la Alcachofa, cuyo original se encuentra en el cercano Parque del Retiro.

En el centro de la Plaza había una entrada de Metro, con una gran farola. Y lo que es ahora entrada al paso subterráneo, en el cercano paseo de la Infanta Isabel, era un apacible bulevar con numerosos árboles.

Cuando la conoció el Fundador esta Plaza tenía un aspecto mucho más tranquilo que en la actualidad.
El 16 de octubre de 1931, san Josemaría, tras comprar un periódico en esta plaza tomó un tranvía de la línea 48 (se dirigía a la calle General Álvarez de Castro), en el que el Señor le concedió una particular vivencia de la filiación divina, que le llevó a exclamar, durante mucho tiempo, lleno de gozo: ¡Abba Pater!

Ese sentido de la filiación divina está en la base del espíritu del Opus Dei y tendría amplia resonancia en la vida del fundador y en su mensaje espiritual.

Escribía en sus Apuntes: Día de Santa Eduvigis 1931: Quise hacer oración, después de la Misa, en la quietud de mi iglesia. No lo conseguí.

En Atocha, compré un periódico (el A.B.C.) y tomé el tranvía. A estas horas, al escribir esto, no he podido leer más que un párrafo del diario. Sentí afluir la oración de afectos, copiosa y ardiente. Así estuve en el tranvía y hasta mi casa.

¿Me acompañas a visitar a algunos enfermos?

El Centro de Arte Contemporáneo, en la Plaza de Santa Isabel, 52, en la actualidad es un museo que ocupa las salas del antiguo Hospital General. Exhibe una muestra relevante del arte contemporáneo. Un paseo por las salas de este Centro de Arte —de entrada gratuita si el paseante se dirige sólo al jardín o la librería— puede servir para evocar las largas crujías llenas de enfermos, a los que atendió el Fundador del Opus Dei desde el 21 de septiembre de 1931 hasta diciembre de 1934.
“Un día -recuerda Herrero Fontana- me propuso el Padre (San Josemaría):

-¿Por qué no me acompañas a visitar a algunos enfermos?

Acepté, y fuimos una mañana al Hospital General (...).No podré olvidar nunca la impresión que me causó lo que vi allí dentro.

Era casi dantesco: las salas, inmensas, estaban abarrotadas de enfermos que, como no había camas suficientes, se hacinaban por todas partes: junto a las escaleras, en los pasillos, a lo largo de las crujías, sobre colchonetas, en jergones tirados por el suelo... con fiebres tifoideas, con neumonías, con tuberculosis, que era entonces una enfermedad incurable (...).

Durante sus visitas, el Padre, además de confesarles, les prestaba pequeños servicios materiales (...): les lavaba, les cortaba las uñas, les aseaba el cabello, les afeitaba, limpiaba los vasos de noche...

Les pedía a esos hombres y mujeres enfermos, muchas veces desahuciados por los médicos, que ofrecieran sus dolores, su sufrimiento y su soledad por la labor que hacía con la gente joven”.

En este Hospital tuvo lugar el suceso que recordó varias veces san Josemaría en su catequesis: un joven empresario, Luis Gordon, al tener que dedicarse a una tarea molesta para atender a un enfermo —limpiar el vaso de noche—, oraba al Señor pidiéndole que no se expresara en su rostro la repugnancia interior que sentía al hacer aquello. Aludió a este suceso en un punto de

Camino: ¿Verdad, Señor, que te daba consuelo grande aquella «sutileza» del hombrón-niño que, al sentir el desconcierto que produce obedecer en cosa molesta y de suyo repugnante, te decía bajito: ¡Jesús, que haga buena cara!?

Episodio de “Juan el lechero”

Juan el lechero saludaba todos los días al Señor desde las gradas de la iglesia, diciéndole: “Jesús, aquí está Juan el lechero”

Juan el lechero saludaba todos los días al Señor desde las gradas de la iglesia, diciéndole: “Jesús, aquí está Juan el lechero”

Contigua al Convento (que está en el n. 48, bis), se encuentra la iglesia de Santa Isabel, construida en 1565. Este templo albergó numerosas obras de arte. Muchas fueron destruidas en 1936.

Una mañana, después de decir misa, san Josemaría escribió de una sentada Santo Rosario, en la sacristía de Santa Isabel. No sabemos con certeza qué día de la novena; pero sí que la víspera de la fiesta de la Inmaculada, 7 de diciembre, estaba leyendo en Santa Isabel a dos jóvenes el modo de rezar el rosario, pues esa fue la intención con que lo escribió: ayudar a otros a rezarlo.

En las gradas de esta iglesia de Santa Isabel solía saludar todas las mañanas un hombre joven. Era ”Juan, el lechero”, al que san Josemaría evocó en algunos de sus escritos. Este repartidor de leche era un hombre despierto, de gran piedad eucarística, muy querido en el barrio, muy simpático, con una pequeña trabazón a la hora de hablar, que venía desde el Puente de Vallecas y saludaba todos los días al Señor desde este lugar diciéndole: “Jesús, aquí está Juan el lechero”.


Juan venía todos los días desde el Puente de Vallecas, con su mulo cargado con dos cántaras de leche y una manta para la lluvia. Recorría, vendiendo leche a las parroquianas. Terminaba su recorrido bajando por la calle de Santa Isabel. Se acercaba al convento y dejaba una cantarilla pequeña de leche de tres o cuatro litros. De vuelta, saludaba al Señor en el Sagrario, desde la puerta, con sus cántaras vacias, con el estruendo consiguiente, que escuchaba san Josemaría desde el confesonario, que estaba muy cercano a la puerta.