"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

7 de enero de 2015

RECONOCER AL MESIAS

Los Magos de Oriente vienen de lejos siguiendo la luz de la estrella que se les ha aparecido. Se dirigen a Jerusalén, llegan a la corte de Herodes. Preguntan: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2).

En la liturgia de la Iglesia la solemnidad de hoy se llama Epifanía del Señor. Epifanía quiere decir manifestación.

Esta expresión nos invita a pensar no sólo en la estrella que apareció a los ojos de los Magos, no sólo en el camino que estos hombres de oriente hacen, siguiendo el signo de la estrella. La Epifanía nos invita a pensar en el camino interior, del que nace el misterioso encuentro del entendimiento y del corazón humano con la luz de Dios mismo.

“La luz... que alumbraba a todo hombre, cuando viene al mundo” (cfr. Jn 1,9).
Los tres personajes de Oriente seguían con certeza esta luz antes aún de que apareciera esta estrella.
Dios les hablaba con la elocuencia de toda la creación: decía que es, que existe; que es Creador y Señor del mundo.

En cierto momento, por encima del velo de las criaturas, los acercó todavía más a Sí mismo. Y a la vez, ha comenzado a confiarles la verdad de su Venida al mundo. De algún modo, los introdujo en el conocimiento del designio divino de la salvación.

---Manifestación del Redentor

Los Magos respondieron con la fe a esa Epifanía interior de Dios.

Esta fe les permitió reconocer el significado de la estrella. Esta fe les mandó también ponerse en camino. Iban a Jerusalén, capital de Israel, donde se transmitía de generación en generación la verdad sobre la venida del Mesías. La habían predicado los profetas y habían escrito de ella los libros santos.
Dios, que habló al corazón de los Magos con la Epifanía interior, había hablado a lo largo de los siglos al Pueblo elegido y les había predicado la misma verdad sobre su venida.

Esta verdad se cumplió la noche del nacimiento de Dios en Belén. Ya esta noche es la Epifanía de Dios, que ha venido: Dios que nació de la Virgen y fue colocado en el pobre pesebre, Dios que ocultó su venida en la pobreza del nacimiento en Belén: he ahí la Epifanía del divino ocultamiento.
Sólo un grupo de pastores se apresuró para ir a su encuentro...

Pero mirad que ahora vienen los Magos. Dios, que se oculta a los ojos de los hombres que viven cerca de Él, se revela a los hombres que vienen de lejos.

---Reconocer al Mesías

Dice el profeta a Jerusalén:
“Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos” (Is 60,3-4).
Los guía la fe. Los guía la fuerza interior de la Epifanía.

De esta fuerza habla así el Concilio:

“Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cfr. Ef 1,9); por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cfr. Col 1,15; 1Tim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cfr. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cfr. Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2).

Los Magos de Oriente llevan en sí esa fuerza interior de la Epifanía. Les permite reconocer al Mesías en el Niño que yace en el pesebre. Esta fuerza les manda postrarse ante Él y ofrecerle los dones: oro, incienso y mirra (cfr. Mt 2,11).

Los Magos son, al mismo tiempo, un anuncio de que la fuerza interior de la Epifanía se difundirá ampliamente entre los pueblos de la tierra.

Dice el Profeta:

“Entonces lo verás, radiante de alegría;/ tu corazón se asombrará, se ensanchará,/ cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar,/ y te traigan las riquezas de los pueblos” (Is 60,5).
Permitid a esta fuerza divina irradiarse en vuestro corazón como en una Jerusalén interior, a la que dice la liturgia de hoy:

“Levántate, brilla,/ que llega tu luz;/ la gloria del Señor amanece sobre ti” (Is 60,1).
Permitid a la fuerza salvífica de la divina Epifanía irradiarse entre los hombres y los pueblos, a los que sois enviados, como testimonio de la verdad y de la misericordia.

Verdaderamente: “Volcarán sobre ti las riquezas de los pueblos” (cfr. Is 60,5).

Y responded al don de la solemnidad de hoy con un incesante, continuo don: ofreced oro, incienso y mirra.


De este modo la abundancia de la Epifanía divina permanecerá en vosotros y se renovará en el camino del servicio apostólico.