Los Magos de Oriente vienen de
lejos siguiendo la luz de la estrella que se les ha aparecido. Se dirigen a
Jerusalén, llegan a la corte de Herodes. Preguntan: “¿Dónde está el Rey de los
judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a
adorarlo” (Mt 2,2).
En la liturgia de la Iglesia la
solemnidad de hoy se llama Epifanía del Señor. Epifanía quiere decir
manifestación.
Esta expresión nos invita a
pensar no sólo en la estrella que apareció a los ojos de los Magos, no sólo en
el camino que estos hombres de oriente hacen, siguiendo el signo de la
estrella. La Epifanía nos invita a pensar en el camino interior, del que nace
el misterioso encuentro del entendimiento y del corazón humano con la luz de
Dios mismo.
“La luz... que alumbraba a todo
hombre, cuando viene al mundo” (cfr. Jn 1,9).
Los tres personajes de Oriente
seguían con certeza esta luz antes aún de que apareciera esta estrella.
Dios les hablaba con la
elocuencia de toda la creación: decía que es, que existe; que es Creador y
Señor del mundo.
En cierto momento, por encima del
velo de las criaturas, los acercó todavía más a Sí mismo. Y a la vez, ha
comenzado a confiarles la verdad de su Venida al mundo. De algún modo, los
introdujo en el conocimiento del designio divino de la salvación.
---Manifestación del Redentor
Los Magos respondieron con la fe
a esa Epifanía interior de Dios.
Esta fe les permitió reconocer el
significado de la estrella. Esta fe les mandó también ponerse en camino. Iban a
Jerusalén, capital de Israel, donde se transmitía de generación en generación
la verdad sobre la venida del Mesías. La habían predicado los profetas y habían
escrito de ella los libros santos.
Dios, que habló al corazón de los
Magos con la Epifanía interior, había hablado a lo largo de los siglos al
Pueblo elegido y les había predicado la misma verdad sobre su venida.
Esta verdad se cumplió la noche
del nacimiento de Dios en Belén. Ya esta noche es la Epifanía de Dios, que ha
venido: Dios que nació de la Virgen y fue colocado en el pobre pesebre, Dios
que ocultó su venida en la pobreza del nacimiento en Belén: he ahí la Epifanía
del divino ocultamiento.
Sólo un grupo de pastores se
apresuró para ir a su encuentro...
Pero mirad que ahora vienen los
Magos. Dios, que se oculta a los ojos de los hombres que viven cerca de Él, se
revela a los hombres que vienen de lejos.
---Reconocer al Mesías
Dice el profeta a Jerusalén:
“Caminarán los pueblos a tu luz;
los reyes al resplandor de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos
ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos” (Is 60,3-4).
Los guía la fe. Los guía la
fuerza interior de la Epifanía.
De esta fuerza habla así el
Concilio:
“Quiso Dios, con su bondad y
sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cfr.
Ef 1,9); por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden
los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cfr.
Col 1,15; 1Tim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cfr. Ex
33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cfr. Bar 3,38) para invitarlos y
recibirlos en su compañía” (Dei Verbum, 2).
Los Magos de Oriente llevan en sí
esa fuerza interior de la Epifanía. Les permite reconocer al Mesías en el Niño
que yace en el pesebre. Esta fuerza les manda postrarse ante Él y ofrecerle los
dones: oro, incienso y mirra (cfr. Mt 2,11).
Los Magos son, al mismo tiempo,
un anuncio de que la fuerza interior de la Epifanía se difundirá ampliamente
entre los pueblos de la tierra.
Dice el Profeta:
“Entonces lo verás, radiante de
alegría;/ tu corazón se asombrará, se ensanchará,/ cuando vuelquen sobre ti los
tesoros del mar,/ y te traigan las riquezas de los pueblos” (Is 60,5).
Permitid a esta fuerza divina
irradiarse en vuestro corazón como en una Jerusalén interior, a la que dice la
liturgia de hoy:
“Levántate, brilla,/ que llega tu
luz;/ la gloria del Señor amanece sobre ti” (Is 60,1).
Permitid a la fuerza salvífica de
la divina Epifanía irradiarse entre los hombres y los pueblos, a los que sois
enviados, como testimonio de la verdad y de la misericordia.
Verdaderamente: “Volcarán sobre
ti las riquezas de los pueblos” (cfr. Is 60,5).
Y responded al don de la
solemnidad de hoy con un incesante, continuo don: ofreced oro, incienso y
mirra.
De este modo la abundancia de la
Epifanía divina permanecerá en vosotros y se renovará en el camino del servicio
apostólico.