"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

9 de enero de 2015

Viernes después de Epifanía

Marcos 6,45-52.

Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. 

Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar. 


Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. 


Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. 


Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar,  porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". 


Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor,  porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.