Assumpta est Maria in coelum: gaudent angeli!—María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran!
Así canta la Iglesia. —Y así, con ese clamor de regocijo, comenzamos la contemplación en esta decena del Santo Rosario:
Se ha dormido la Madre de Dios. —Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles. —Matías sustituyó a Judas.
Y nosotros, por gracia que todos respetan, estamos a su lado también.
Pero Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. —Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. —Tú y yo —niños, al fin— tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla.
La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... —Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es ésta?
"La Virgen Inmaculada,
preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su
vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el
Señor como Reina del universo"Catecismo de la Iglesia Católica, n. 966
En cuerpo y alma ha subido a los
Cielos nuestra Madre. Repítele que, como hijos, no queremos separarnos de
Ella... ¡Te escuchará!
Surco, 898
Más que Ella, sólo Dios
Assumpta est Maria in clum,
gaudent angeli. María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos.
Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo
que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el
alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es
natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la
Trinidad Beatísima (...).
Todos somos sus hijos; ella es
Madre de la humanidad entera. Y ahora, la humanidad conmemora su inefable
Asunción: María sube a los cielos, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo,
esposa de Dios Espíritu Santo. Más que Ella, sólo Dios.
Es Cristo que pasa, 171
Naturalidad. Así vivió María
Si Dios ha querido ensalzar a su
Madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a
María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el
claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en
alabanzas a Jesús exclamando: bienaventurado el vientre que te llevó y los
pechos que te alimentaron, el Señor responde: bienaventurados más bien los que
escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Era el elogio de su Madre,
de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas
consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el
sacrificio escondido y silencioso de cada jornada (...).
Para ser divinos, para
endiosarnos, hemos de empezar siendo muy humanos, viviendo cara a Dios nuestra
condición de hombres corrientes, santificando esa aparente pequeñez. Así vivió
María. La llena de gracia, la que es objeto de las complacencias de Dios, la
que está por encima de los ángeles y de los santos llevó una existencia normal.
María es una criatura como nosotros,
con un corazón como el nuestro, capaz de gozos y de alegrías, de sufrimientos y
de lágrimas. Antes de que Gabriel le comunique el querer de Dios, Nuestra
Señora ignora que había sido escogida desde toda la eternidad para ser Madre
del Mesías. Se considera a sí misma llena de bajeza: por eso reconoce luego,
con profunda humildad, que en Ella ha hecho cosas grandes el que es
Todopoderoso.
Es Cristo que pasa, 172
Servir con alegría
Servid al Señor, con alegría: no
hay otro modo de servirle. Dios ama al que da con alegría, al que se entrega
por entero en un sacrificio gustoso, porque no existe motivo alguno que
justifique el desconsuelo.
Quizá estimaréis que este
optimismo parece excesivo, porque todos los hombres conocen sus insuficiencias
y sus fracasos, experimentan el sufrimiento, el cansancio, la ingratitud, quizá
el odio. Los cristianos, si somos iguales a los demás, ¿cómo podemos estar
exentos de esas constantes de la condición humana? (...)
La fiesta de la Asunción de
Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. Somos aún
peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del
sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos.
Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es auxilio de los
cristianos. Y ante nuestra petición —Monstra te esse Matrem-, no sabe ni quiere
negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal.Es Cristo que pasa, 177
Hoy, en unión con toda la
Iglesia, celebramos el triunfo de la Madre, Hija y Esposa de Dios. (...) Nos
sentimos alegres porque María, después de acompañar a Jesús desde Belén hasta
la Cruz, está junto a El en cuerpo y alma, disfrutando de la gloria por toda la
eternidad.
Es Cristo que pasa, 176