Esteban fue un hombre
extraordinario, lleno de fe y del Espíritu Santo, amado y estimado por todos
los miembros de la comunidad cristiana. Su predicación tuvo gran aceptación y
las conversiones se multiplicaban. La gente acudía a oírlo, dejaba la sinagoga y
se añadía al grupo de los que creían en Jesús. Esteban, cuyo nombre significa
“coronado”, es conocido como el “protomártir”, al ser el primer hombre que
derramó su sangre por su fe en Jesucristo.
Llegó a ser uno de los hombres en
los que más se pudieron apoyar los apóstoles
para difundir su mensaje. Según podemos ver en los Hechos de los
Apóstoles, la aparición de Esteban y de los otros diáconos en la vida pública
de Jerusalén llegó cuando viudas y pobres que no eran israelitas se quejaron
porque las ayudas eran destinadas a los propios israelitas antes que a los
extranjeros. En ese momento, los apóstoles argumentaron que ellos no podían
hacer frente a esa clase de conflictos porque estarían dejando de lado su
misión de difundir el mensaje divino. Por ello, dieron la oportunidad de elegir
a siete hombres justos que se encargaran de repartir las ayudas entre los
pobres. Los mismos ciudadanos eligieron a los siete hombres justos, entre los
que se encontraba Esteban. Estos hombres fueron presentados a los apóstoles y
ordenados diáconos.
La labor de Esteban empezó a
hacerse patente cuando los judíos venidos de otros países entablaban
conversaciones con él, no pudiendo resistir la sabiduría que salía de sus
palabras, inspiradas por el Espíritu Santo. Los de la sinagoga de los Libertos
le llevaron delante del Sanedrín, presentando testigos falsos y acusándole de
afirmar que Jesucristo iba a destruir el templo y poner fin a las leyes de
Moisés.
Esteban pronunció un discurso
ante el los miembros del Sanedrín en el que fue repasando la historia del
pueblo de Israel, echándoles en cara a los judíos su eterna oposición a los
profetas y enviados de Dios, llegando incluso a matar al más importantes de
todos ellos, el Redentor Jesucristo. Oyendo esto, los miembros del Sanedrín se
enfurecieron. Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo
exclamando: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie a la
derecha de Dios”. En ese momento, los que le escuchaban se taparon los oídos y
se lanzaron contra él.
Lo sacan entre gritos y empujones
fuera de las murallas; los verdugos, tras quitarse sus mantos y dárselos a un
joven llamado Saulo, se disponen a lanzar piedras contra el cuerpo del primer
mártir cristiano.
Esteban se hinca de rodillas y
con los ojos hacia el Monte de los Olivos, donde un año o dos antes subió Jesús
a los cielos, ruega a Él por los que le van a dar muerte, exclamando cuando
siente los primeros golpes: “Domine Iesu, suscipe spiritum meum, Señor Jesús,
recibe mi espíritu”.
Cayó su cuerpo bañado en sangre.
El perdón de los enemigos, la caridad cristiana que abraza a todos los hombres,
el mandato del amor había arraigado bien en el corazón de la Iglesia. El primer
mártir cristiano moría perdonando a sus verdugos, tal y como lo había hecho
Jesucristo en lo alto de la cruz.
Esta mansedumbre y caridad
cristiana es la nota distintiva de la plenitud de San Esteban. Estaba lleno de
gracia, sabiduría y de poder sobrenatural, pero sobre todo estaba lleno de
amor, tenía un corazón formado en la escuela de Cristo.
El odio contra Esteban y Jesús,
recogido en el corazón más grande que allí había presente, el único en que
cabía, se iba a convertir en amor. Saulo, el fariseo, será muy pronto Pablo, el
siervo de Cristo. La mejor corona de Esteban será la conversión de Saulo, que
ahora guarda los vestidos de los verdugos, y que se va a convertir en el
Apóstol, en el medio elegido por Dios para dar a conocer la doctrina de su
Hijo.
Todos ellos los primeros cristianos,
íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres,
de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. Se reunían asiduamente para
escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la
fracción del pan y en las oraciones. La multitud de los creyentes tenía un solo
corazón y una sola alma. (Hechos de los Apóstoles)
Un mismo corazón
Pide a Dios que en la Iglesia
Santa, nuestra Madre, los corazones de todos, como en la primitiva cristiandad,
sean un mismo corazón, para que hasta el final de los siglos se cumplan de
verdad las palabras de la Escritura: “multitudinis autem credentium erat cor
unum et anima una —la multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola
alma.
—Te hablo muy seriamente: que por
ti no se lesione esta unidad santa. ¡Llévalo a tu oración!
Forja, 632
"Saludad a todos los santos.
Todos los santos os saludan. A todos los santos que viven en Efeso. A todos los
santos en Cristo Jesús, que están en Filipos." —¿Verdad que es conmovedor
ese apelativo —¡santos!— que empleaban los primeros fieles cristianos para
denominarse entre sí?
—Aprende a tratar a tus hermanos.
Camino, 799
Como los primeros cristianos
Me parece tan bien tu devoción
por los primeros cristianos, que haré lo posible por fomentarla, para que
ejercites —como ellos—, cada día con más entusiasmo, ese Apostolado eficaz de
discreción y de confidencia.
Camino, 971
Como los religiosos observantes
tienen afán por saber de qué manera vivían los primeros de su orden o congregación,
para acomodarse ellos a aquella conducta, así tú —caballero cristiano— procura
conocer e imitar la vida de los discípulos de Jesús, que trataron a Pedro y a
Pablo y a Juan, y casi fueron testigos de la Muerte y Resurrección del Maestro.
Camino, 925
Te está ayudando mucho —me dices—
este pensamiento: desde los primeros cristianos, ¿cuántos comerciantes se
habrán hecho santos?
Y quieres demostrar que también
ahora resulta posible... —El Señor no te abandonará en este empeño.
Surco, 490
Vivir a fondo la vocación
cristiana
Si se quiere buscar alguna
comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida
de los primeros cristianos. Ellos vivían a fondo su vocación cristiana;
buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho,
sencillo y sublime del Bautismo. No se distinguían exteriormente de los demás
ciudadanos. Los socios del Opus Dei son personas comunes; desarrollan un
trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos
que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe.
Conversaciones, 24
Lo que a ti te maravilla a mí me
parece razonable. —¿Que te ha ido a buscar Dios en el ejercicio de tu
profesión?
Así buscó a los primeros: a
Pedro, a Andrés, a Juan y a Santiago, junto a las redes: a Mateo, sentado en el
banco de los recaudadores...
Y, ¡asómbrate!, a Pablo, en su
afán de acabar con la semilla de los cristianos.
Camino, 799
Amar a la Iglesia
Hace falta hoy repetir, en voz
muy alta, aquellas palabras de San Pedro ante los personajes importantes de
Jerusalén: este Jesús es aquella piedra que vosotros desechasteis al edificar,
que ha venido a ser la principal piedra del ángulo; fuera de El no hay que
buscar la salvación en ningún otro: pues no se ha dado a los hombres otro
nombre debajo del cielo, por el cual podamos salvarnos (Act IV, 11-12).
Así hablaba el primer Papa, la
roca sobre la que Cristo edificó su Iglesia, llevado de su filial devoción al
Señor y de su solicitud hacia el pequeño rebaño que le había sido confiado. De
él y de los demás Apóstoles, aprendieron los primeros cristianos a amar
entrañablemente a la Iglesia.
Amar a la Iglesia, 13
Para seguir las huellas de
Cristo, el apóstol de hoy no viene a reformar nada, ni mucho menos a
desentenderse de la realidad histórica que le rodea... —Le basta actuar como
los primeros cristianos, vivificando el ambiente.
Surco, 320
La única arma
En los Hechos de los Apóstoles se
narra una escena que a mí me encanta, porque recoge un ejemplo claro, actual
siempre: "perseveraban todos en la enseñanza de los Apóstoles, y en la
comunicación de la fracción del pan, y en la oración". Es una anotación
insistente, en el relato de la vida de los primeros seguidores de Cristo:
"todos, animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en
oración". Y cuando Pedro es apresado por predicar audazmente la verdad,
deciden rezar. "La Iglesia incesantemente elevaba su petición por
él."
La oración era entonces, como hoy,
la única arma, el medio más poderoso para vencer en las batallas de la lucha
interior: "¿hay entre vosotros alguno que está triste? Que se recoja en
oración." Y San Pablo resume: "orad sin interrupción", no os
canséis nunca de implorar.
Amigos de Dios, 242