En Navidad es fácil dejarse
llevar por las prisas y olvidar lo importante. Para centrarse en la clave de
estas fechas, el Papa ofrece una guía para no perder el norte. Dice que lo
primero es hacer espacio para el Niño que va a nacer.
"Cada familia cristiana,
como hicieron María y José, puede recibir a Jesús, escucharlo, hablar con Él,
estar con Él, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos
espacio en nuestros corazones y en nuestros días al Señor”.
La Navidad es un tiempo para
alegrarse y compartir esta alegría con fiestas, pero las comidas y las cenas no
son lo más importante.
“‘Padre, nosotros organizamos un
festín, todos contentos'. Esto es bonito, un festín está bien pero esta no es
la alegría cristiana de la que hablamos hoy”.
Pero sobre todo, si algo no es la
Navidad es una fiesta del consumismo desmedido. El Papa advierte contra este
peligro en el que es tan fácil caer.
"Que la Santa Navidad no sea
nunca una fiesta del consumismo comercial, de la apariencia, de los regalos
inútiles, o del desperdicio superfluo. Si no que sea una fiesta de la alegría,
de acoger al Señor en el pesebre y en el corazón”.
Y cuando el corazón está
preparado y ha comprendido que la Navidad no es gastar sin sentido, el Papa
explica lo que significa este tiempo del año.
"Esto es la verdadera
Navidad: la fiesta de la pobreza de Dios que se despojó de sí mismo tomando la
naturaleza de esclavo; de Dios que sirve en la mesa; de Dios que se esconde a
los intelectuales y sabios y que se revela a los pequeños, sencillos y pobres”.
Son consejos sencillos que se
olvidan con frecuencia y que ayudarán a muchos a redescubrir el verdadero
sentido de la Navidad.
“Para cambiar el mundo, es
necesario hacer el bien a quien no puede darnos nada a cambio”. Papa Francisco.
La Navidad es una época de
generosidad, de compartir, de salir al encuentro del necesitado. San Josemaría,
en el punto 453 de forja escribió: "Tú, por tu condición de cristiano, no
puedes vivir de espaldas a ninguna inquietud, a ninguna necesidad de tus
hermanos los hombres". Estos días nos ofrecen la oportunidad de vivir cara
a los demás, descubriendo sus necesidades y pensando qué podemos hacer cada uno
para satisfacerlas.
Se acerca la Navidad y muchas
familias montan el portal de belén para conmemorar la venida del Hijo de Dios.
En este vídeo, se presenta las figuras imprescindibles del portal de belén,
ilustrándolas con los textos del Evangelio que relatan cómo fue el Nacimiento
del Niño Jesús: ¡¡Feliz Navidad!!
"Te aconsejo que, en tu
oración, intervengas en los pasajes del Evangelio, como un personaje más.
Primero te imaginas la escena o el misterio, que te servirá para recogerte y
meditar. Después aplicas el entendimiento, para considerar aquel rasgo de la
vida del Maestro". San Josemaría en
Amigos de Dios, 253
El Papa Francisco se reunió en el
Aula Pablo VI con los empleados del Vaticano. Fue recibido con mucho cariño.
El Papa explicó que en su segunda
Navidad en el Vaticano no podía dejar pasar la oportunidad de reunirse con los
empleados de la Curia.
"La ocasión de encontrar a
personas que trabajan sin hacerse ver; que se definen, irónicamente, como los
que "no se hacen notar”, "los invisibles”: los jardineros,
trabajadores de la limpieza, los ujieres, los jefes de oficina, los
ascensoristas, los secretarios pontificios y muchos, muchos, otros”.
Les explicó que forman parte del
cuerpo de la Iglesia y les invitó a cuidar de su vida espiritual, familiar y
laboral. Les pidió que fomenten un buen ambiente de trabajo.
"Sé que algunas veces para
conservar el trabajo se habla mal de algunos para defenderse... Comprendo estas
situaciones pero es un camino que no acaba bien. Al final nos destruirá a
todos, ¿no? No nos sirve. Pedidle al Señor la sabiduría para saber morderse la
lengua a tiempo, ¿eh? Para no decir palabras injuriosas que después dejan la
boca amarga”.
Les dijo que vivan la Navidad
como una fiesta de pobreza y humildad en lugar de una época de consumismo
comercial. Y les dejó un último mensaje que arrancó todos los aplausos.
"No quiero concluir estas
palabras de felicitación sin pediros perdón por las faltas, las mías y las de
mis colaboradores, y también por algunos escándalos que han hecho mucho daño.
Perdonadme”.
Francisco se despidió de ellos deseándoles
una feliz Navidad y, como es habitual, les pidió que recen por él.
El Belén perenne del Sagrario
“Días de Navidad, principios de
1939. Renacer y continuar, comenzar y seguir. En lo material, inercia es no
cambiar: no moverse lo quieto, no detenerse lo que se mueve. Pero en lo espiritual,
seguir y continuar no es nunca inercia.
Volvamos a lo mismo, siempre a lo
mismo: Dios con nosotros, Jesús niño; y nosotros, guiados por los Ángeles,
yendo a adorar al Niño Dios, que nos muestran la Virgen y S. José. Por todos
los siglos, de todos los confines del orbe, cargados y animados por el trabajo
de todas las actividades humanas, irán llegando magos al Belén perenne del
Sagrario. Cuida y trabaja, preparando tu ofrenda
– tu labor, tu deber – para esta
Epifanía de todos los días” [1].
La adoración de los Magos, el
Bautismo del Señor, las bodas de Caná: tres manifestaciones de la divinidad del
Verbo encarnado, tres epifanías que están colocadas en el tiempo pero tienen
sabor de eternidad, porque Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre [2].
En la hermosa carta que encabeza
la cuartilla de Noticias del mes de diciembre de 1938, poco más de diez años
después de la fundación del Opus Dei, nuestro Fundador contempla al Niño Dios
en Belén.
Después de reafirmar la
definición de la vida interior que tantas veces hemos actualizado en nuestro
itinerario de acercamiento al Señor: comenzar y recomenzar, San Josemaría une
el misterio de la adoración de los Magos con nuestro trabajo profesional.
Relaciona el alcance eterno de aquella ofrenda con la dimensión divina que
pueden cobrar nuestras ocupaciones ordinarias.
Nosotros somos también, de algún
modo, aquellos magos que, guiados por la estrella de la vocación, nos acercamos
a Belén en el tiempo presente, desde todos los confines del orbe . Los Magos,
que no son miembros del pueblo hebreo, sino gentiles, anuncian esa gran
convocación que será la Iglesia, Pueblo de Dios. Venían de Oriente, de más allá
del Jordán. Preguntaba Herodes dónde estaba el Rey de los judíos.
Los príncipes de los sacerdotes y
los escribas sabían que el Mesías tenía que nacer en Belén [3], pero no se
molestaron en ir a saludarle. Herodes se inquieta y toda Jerusalén con él [4];
sin embargo, sólo esos extranjeros hacen el viaje. Amar es más que conocer,
saber no basta para llegar a Jesús.
Cuarenta días después del
nacimiento, cuando el divino Niño había sido presentado en el Templo, el viejo
Simeón proclamaba la Salvación de los pueblos y profetizaba a quien iba a ser
luz para iluminar a los gentiles y gloria de Israel [5]. Luz divina para todas
las naciones y, por eso mismo, gloria de Israel.
Los pastores –hebreos– y los
Magos –paganos– son los primeros de una multitud donde ya no habrá diferencia
entre judío y griego, entre esclavo y libre, entre varón y mujer [6]. Con los
Magos, comienza a cumplirse la profecía de Simeón para los gentiles. Nosotros,
siglos después, formamos también parte de ese Pueblo convocado en la Nueva
Alianza. «Un pueblo de entre los judíos y los gentiles que se condensara en
unidad no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo
de Dios»[7]. El pan de las ovejas perdidas de la casa de Israel se hace pan
para todos [8].
Los Magos llevan oro, incienso y
mirra. ¿Qué llevamos nosotros al Niño Jesús? Nos acercamos a Belén cargados y
animados por el trabajo de todas las actividades humanas .
CARGADOS Cargados , porque el
trabajo duro, continuo, exigente, es para nosotros peso. El trabajo, siempre
vocación del hombre, con el pecado se volvió esfuerzo, lucha y dolor. Con la
desobediencia, entró la muerte; muerte que Cristo quiso también padecer.
Nosotros, como los Magos, traemos
mirra. Como Nicodemo, llevaremos una mixtura de mirra y áloe a los pies de la
Cruz, tomaremos su Cuerpo y lo envolveremos en lienzos, con los mejores aromas
que podamos encontrar [9]: mirra de abnegación por amor a Cristo y a las almas,
de amor a la Cruz en el trabajo de cada día, aunque cueste y porque cuesta.
El trabajo nuestro, participación
en los sufrimientos de Cristo, es también bálsamo para curar, para limpiar y
aliviar las tremendas heridas que hemos abierto con nuestros pecados en su
Santísima Humanidad. Nada faltó a la Pasión de Jesús para salvarnos, pero, para
que sus méritos se nos apliquen, debemos completar en nuestra carne lo que
falta a los sufrimientos de Cristo para su cuerpo que es la Iglesia [10].
Alegría de participar en los sufrimientos de la Cruz para que Cristo se forme
en cada miembro de su cuerpo místico: afán de almas, amor redentor del
cristiano. Nuestras fatigas sirven para la salvación de muchas almas.
¿Dónde está el Rey de los
judíos?, preguntaba Herodes. ¿A dónde iremos, cargados con nuestro trabajo?
Iremos al Belén perenne del Sagrario. Allí, como fruto de la Misa –trabajo de
Dios–, como fruto de la Cruz, está sustancialmente presente.
El pan de vida, pan bajado del
cielo, pan para la vida del mundo [11], nos está esperando ahora en el Belén
del Sagrario, donde hay más humildad, más anonadamiento que en la cuna y que en
el Calvario. Los Reyes Magos encontraron a Jesús en Bêt-lehem , que significa
casa del pan . El grano de trigo que muriendo dará mucho fruto yace sobre un
poco de paja [12].
Vamos a Belén con el oro del
desprendimiento de los éxitos y de los fracasos, con el incienso de las ganas
de servir y de comprender –caridad, pureza: buen olor de Cristo – y la mirra
del sacrificio de cada día [13].
ANIMADOSVamos animados por el
trabajo , porque el trabajo es para nosotros camino para llegar a Jesús; es, de
algún modo, el camino hacia Belén: allí donde nace el Verbo encarnado, donde
Cielos y tierra se unen, en el seno de María y, después, en aquella humilde
cuna de Belén. Allí vamos nosotros, que tratamos de unir trabajo y oración,
oración y trabajo: el mundo con Dios.
Vamos con buen ánimo, con paso
alegre. El trabajo es, en efecto, y a pesar de las dificultades que siempre
conlleva –y que algunas veces tanto nos hacen sufrir–, vida, tarea, don,
crecimiento, servicio a Dios y a los demás. Por eso tratamos de quererlo,
hacerlo con alegría, con entusiasmo: con pasión profesional. El trabajo es, en
este sentido, motor que impulsa. Es bueno salir de casa con deseos de cumplir
aquella tarea humana que constituye nuestra vocación profesional y, a la vez,
nos ubica en la sociedad.
Él es el artesano, el hijo del
artesano [14], el que trabajó treinta años en Nazaret. Es el Hijo de Dios que
transformó el pan en su Cuerpo. ¡Cuánto le costó el trabajo de la cruz! Abbá ,
no se haga mi voluntad sino la tuya [15]; y ese sometimiento de la voluntad lo
actualizamos cada día cuando el sacerdote, prestando su voz y toda su persona
al Señor, actuando in Persona Christi Capitis , repite las palabras de la
Institución de la Eucaristía: Esto es mi cuerpo entregado por vosotros . Así
vamos, cargados y animados, tras las huellas de quien subió a Jerusalén con el
peso de nuestros pecados, animado por deseos de salvación, por deseos de
entrega.
Quam dilecta tabernacula tua,
Domine virtutum! [16]. Vamos, animados por el trabajo, al Sagrario, al
Tabernáculo, a la casa del Señor de los Ejércitos, fuerza de nuestras luchas de
paz por alcanzar las virtudes. Le ofrecemos esa lucha a Él, porque no hay nada
bueno que hayamos hecho que no venga de Él. ¿Qué tienes que no hayas recibido?,
decía San Pablo [17].
Esas virtudes que hemos tratado
de ejercer en el trabajo son de Dios: la laboriosidad – mi Padre no deja de
trabajar, y yo también trabajo [18]–, la paciencia, la responsabilidad, el
cuidado de las cosas pequeñas, el esfuerzo por acabar, el afán por hacer crecer
a los demás y la humildad para valorar su trabajo, la alegría, el servicio. En
el comenzar y recomenzar está la lucha para adquirir esas virtudes, hábitos
operativos que forjan nuestra personalidad y, poco a poco, nos identifican con
Cristo.
PARA AMAR
Al trabajar nosotros es Él quien
trabaja, quien sufre y se entrega, quien ama. Vamos hacia la casa del Pan,
eterno Belén del Sagrario donde está el Hijo único del Padre, el Verbo eterno
de Dios. En la patena, uniendo nuestra tarea al pan –fruto de la tierra y de
nuestro trabajo–; y en el cáliz, uniendo al vino –fruto de la vid y de nuestro
trabajo [19]– la gota de agua de nuestra vida.
Cuida y trabaja , dice san
Josemaría. Un trabajo bien hecho, cuidado, esmerado. El trabajo que corresponde
al pequeño deber de cada momento: Haz lo que debes y está en lo que haces [20].
Cuidado, esmero, preparación de tu ofrenda.
Vamos al Sagrario que se
encuentra en la parroquia, en una iglesia cercana al lugar de trabajo, o de
camino; al Sagrario de algún oratorio. Vamos allí para acortar el tiempo hasta
la próxima Misa, preparando la ofrenda de la jornada con el cuidado y la impaciencia
de los enamorados, con la ilusión de hacer de cada día una Misa, para
encomendar a nuestros familiares y amigos, para sentirnos amados..., ¡y para
amar! [21].
De modo muy especial, a la hora
de las pruebas o cuando hay que dar un nuevo paso, quizá más costoso, hacia un
mayor abandono interior, ha llegado el momento de ir al Sagrario a hablar con
el Señor, que nos muestra sus llagas como credenciales de su amor; y, con fe en
esas llagas que físicamente no contemplamos, descubriremos con los Apóstoles la
necesidad de que Cristo padeciera y así entrara en su gloria ; acogeremos más
claramente la Cruz como un don divino, entendiendo así aquella exhortación de
nuestro Padre: empeñémonos en ver la gloria y la dicha ocultas en el dolor
[22].
El Sagrario es Belén, casa del
pan, siempre demasiado pobre para el Señor. Es Belén porque allí está con su
alma, con su cuerpo, con su sangre y su divinidad [23], porque se ofrece, como
en Belén, a nuestra contemplación y a nuestra adoración. No vamos a Él con las
manos vacías, sino con el trabajo ya hecho y el que queda por hacer.
La Visita al Santísimo Sacramento
es una pausa de adoración: Jesús, aquí está Juan el lechero ; o también: Señor,
aquí está este desgraciado, que no te sabe amar como Juan el lechero [24]. Con
nuestro nombre, le hablamos de la ofrenda que le estamos preparando: soy el
médico, el obrero, el juez, el maestro de escuela..., que vengo a darte lo que
soy y lo que hago; y a pedirte perdón por lo que he dejado de hacer.
Vamos a Él con los ángeles y,
como en Belén, está Santa María y está San José. El padre y la madre de familia
llevan a sus hijos a saludar a Jesús en el Tabernáculo; el profesional al
colega; el estudiante a su amigo, enseñando con el ejemplo cómo la fe mueve a
ir al encuentro del Señor que nos espera.
FE, PUREZA, VOCACIÓN
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que
os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos [25]
. Después de adorar al Padre nuestro del Cielo, invocamos a la Madre de Dios y
Madre nuestra, para que nos enseñe a dar gloria con nuestra vida a la Trinidad.
Ella nos dio el Cuerpo de Jesús;
Ella nos da a Cristo en la Eucaristía. Sus manos recibieron el oro, el incienso
y la mirra que los Magos ofrecieron a Jesús. En sus manos se purifican nuestras
ofrendas y también nuestras miserias. Da brillo al oro de nuestra fe, enciende
con su amor materno el incienso de nuestra pureza y llena de aroma la mirra de
nuestra entrega. Santa María mantiene vivo el fuego de nuestra fidelidad y de
nuestro apostolado. Con ella daremos luz y calor. Seremos lámparas de fe, de
caridad ardiente, luz divina que alumbra el camino hacia Belén.
Vamos hacia esa última y eterna
epifanía divina, la última revelación que describe el último libro del Nuevo
Testamento, escrito cuando, por una parte, parecían crecer las confusiones
doctrinales, amenazando la verdad de los cristianos, y, por otra, se
desencadenaba la primera persecución universal y sistemática contra la Iglesia.
El emperador, una criatura de
barro ebria de gloria humana, pretendía ser adorado como Señor y Dios. Pero las
sombras de gloria vana desaparecerán con el río de agua de la vida, claro como
un cristal, procedente del trono de Dios y del Cordero. Los que verán su rostro
no necesitarán lámparas porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinarán
por los siglos de los siglos [26].
Mientras tanto, el fulgor divino
se propaga como un incendio, de corazón a corazón: fuego apostólico que se
alimenta de la fidelidad diaria, con la humildad que persevera en la fe, con el
Pan que hace más firme la pureza, con la vocación fortalecida en la Palabra, en
la oración.
Oro, incienso y mirra. Fe, pureza
y camino: tres puntos intangibles que cada semana consideramos con el Señor y
que nos gusta comentar cuando queremos acudir a la ayuda de la dirección
espiritual. Así recomenzamos, cada día, cada semana, preparando nuestra ofrenda
para la Epifanía de todos los días .