Éste fue el lema que se propuso al comenzar el año 1972. Andrés Vazquez
de Prada comenta en la biografía del fundador del Opus Dei cómo san Josemaría
enfocaba el año nuevo remendando el dicho popular.
San Josemaría Escrivá, comenzó a hablar despacio. Trataba de encerrar en pocas
palabras los sentimientos de aquel año que acababa. Aquel mismo día había
redactado una ficha con sus reflexiones. Había tomado nota de una frase en la
que resumía sus pensamientos. Sacó del bolsillo la agenda y les leyó:
"Éste es nuestro destino en la tierra: luchar por amor hasta el último instante.
Deo gratias!"1.
Había echado una rápida ojeada al año 1971, porque de sobra sabía
cuáles eran los trabajos que venía padeciendo en los últimos años, y también su
causa. De manera que, sin dejarse arrastrar por el desaliento, se decidió a
recomenzar una vida nueva, limpia y entregada en generoso sacrificio al Señor.
No era, propiamente, un cambio de vida. Más bien, una reafirmación de su afán
de servicio. Y no lo hacía por hallarse en el umbral de un nuevo año, sino
porque todos los días son igualmente buenos para servir a Dios. Según les
decía, se pasaba la existencia recomenzando, recomponiendo los rotos de su vida
interior, haciendo actos de contrición, arrojándose, arrepentido, en brazos de
Dios, como el hijo pródigo de retorno a la casa paterna. Porque "la vida
humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre.
Volver mediante la contrición"2.
Ese 31 de diciembre hizo, pues, confesión general y se aprestó a
recomenzar una nueva vida al servicio de la Iglesia. De forma que el “Año
nuevo, vida nueva” lo transformó en el lema para 1972: "Año nuevo, lucha
nueva". Breve espacio era un año para cambiar el estado del mundo. Pero el
Padre no era pesimista. No pensaba tan sólo en la fugacidad del tiempo. La
buena voluntad de mejorar en la vida interior, con la ayuda de la gracia, haría
sobrenaturalmente fecundos esos doce meses: "El tiempo es un tesoro que se
va, que se escapa, que discurre por nuestras manos como el agua por las peñas
altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando. Mañana será pronto otro ayer. La
duración de una vida es muy corta. Pero, ¡cuánto puede realizarse en este
pequeño espacio, por amor de Dios!"3.
La Iglesia necesitaba de hijos fieles, que reparasen por los hijos
desleales. Se dedicó, pues, a la tarea de meter en el alma de quienes trataba
y, lógicamente, de todos sus hijos el amor a la Iglesia y la obligación de
desagraviar por las muchas ofensas que se le hacían. Por ese camino se irían
aproximando a la santidad. Al menos lucharían en el campo ascético por suprimir
defectos y mejorar de vida; ya que, —como explicaba el Padre— "la santidad
está en tener defectos y luchar contra ellos, pero nos moriremos con
defectos"4.
Buscó la colaboración de sus hijas y de sus hijos. Siguió impulsando a
toda la Obra en un decidido empeño de vida interior; y terminó el año
recorriendo ciudades españolas y portuguesas en catequesis multitudinarias.
Amaneció el uno de enero de 1972 y el Padre, dispuesto a dar ya la
batalla, muy de mañana, recitaba en tertulia a sus hijos del Colegio Romano la
nota que la tarde anterior había leído a los del Consejo: "éste es nuestro
destino en la tierra: luchar, por amor, hasta el último instante. Deo gratias!
Y les animaba en la necesidad de recomenzar la lucha interior una vez más, recordándoles
las palabras de la Sagrada Escritura: «la vida del hombre sobre la tierra es
milicia»5. El sacramento de la Confirmación hace a los cristianos milites
Christi. "¡No os avergoncéis de ser soldados de Cristo, personas que
tienen que luchar!6.
Vosotros, hijos míos, lucharéis siempre, y también yo procuraré luchar
siempre, hasta el último momento de mi vida. Si no luchamos, quiere decir que
no vamos bien. En la tierra no podemos tener nunca esa tranquilidad de los
comodones, que se abandonan porque saben que el porvenir es seguro. El porvenir
de todos nosotros es incierto, en el sentido de que podemos ser traidores a
Nuestro Señor, a nuestra vocación y a la fe"7.
Habían de luchar para no dejarse esclavizar por el pecado y para
obtener la paz, que es consecuencia de la guerra que el cristiano ha de
sostener "contra todo lo que, en su vida, no es de Dios: contra la
soberbia, la sensualidad, el egoísmo, la superficialidad, la estrechez de
corazón"8. Al dirigir una meditación o estar de tertulia con sus hijos, en
la conversación o al dar un consejo espiritual, el Padre pasaba revista a estas
ideas. Pelea les predicaba y pelea les exigía en la vida interior.
Al comienzo de 1972, y a medida que se aproximaba el 9 de enero, fiesta
de su cumpleaños, el Padre porfiaba, bromeando, que estaba a punto de cumplir
“siete años”. La broma era como un recordatorio de la perenne juventud
espiritual del cristiano y del camino de infancia espiritual que había
emprendido tiempo atrás. Entonces, con la conciencia clara que proporciona la
cercanía con Dios, decía: "Josemaría: tantos años, tantos rebuznos"9.
Los del Consejo General le regalaron un pequeño altorrelieve de mármol blanco.
Representaba al Buen Pastor, con la oveja descarriada o maltrecha sobre los
hombros, el perro, el zurrón en bandolera y el cayado. Y, a sus pies, una
dedicatoria en latín, añadida por don Álvaro: «9 de enero de 1972: a nuestro
Padre, en el séptimo decenio de su nacimiento. Con todo cariño»10.
Reencontrar la luz
La vida cristiana es un constante
comenzar y recomenzar, un renovarse cada día. Es Cristo que pasa, 114
Desde nuestra primera decisión
consciente de vivir con integridad la doctrina de Cristo, es seguro que hemos
avanzado mucho por el camino de la fidelidad a su Palabra. Sin embargo, ¿no es
verdad que quedan aún tantas cosas por hacer?, ¿no es verdad que queda, sobre
todo, tanta soberbia? Hace falta, sin duda, una nueva mudanza, una lealtad más
plena, una humildad más profunda, de modo que, disminuyendo nuestro egoísmo,
crezca Cristo en nosotros, ya que illum oportet crescere, me autem minui, hace
falta que El crezca y que yo disminuya. (...)
La conversión es cosa de un
instante; la santificación es tarea para toda la vida. La semilla divina de la
caridad, que Dios ha puesto en nuestras almas, aspira a crecer, a manifestarse
en obras, a dar frutos que respondan en cada momento a lo que es agradable al
Señor. Es indispensable por eso estar dispuestos a recomenzar, a reencontrar
—en las nuevas situaciones de nuestra vida— la luz, el impulso de la primera
conversión. Y ésta es la razón por la que hemos de prepararnos con un examen
hondo, pidiendo ayuda al Señor, para que podamos conocerle mejor y nos
conozcamos mejor a nosotros mismos. No hay otro camino, si hemos de
convertirnos de nuevo. Es Cristo que
pasa, 58
Sin perder la paz
Por experiencia personal os consta
—y me lo habéis oído repetir con frecuencia, para prevenir desánimos— que la
vida interior consiste en comenzar y recomenzar cada día; y advertís en vuestro
corazón, como yo en el mío, que necesitamos luchar con continuidad. Habréis
observado en vuestro examen —a mí me sucede otro tanto: perdonad que haga estas
referencias a mi persona, pero, mientras os hablo, estoy dando vueltas con el
Señor a las necesidades de mi alma—, que sufrís repetidamente pequeños reveses,
y a veces se os antoja que son descomunales, porque revelan una evidente falta
de amor, de entrega, de espíritu de sacrificio, de delicadeza. Fomentad las
ansias de reparación, con una contrición sincera, pero no me perdáis la
paz. Amigos de Dios, 13
Adelante
¡Adelante, pase lo que pase! Bien
cogido del brazo del Señor, considera que Dios no pierde batallas. Si te alejas
de El por cualquier motivo, reacciona con la humildad de comenzar y recomenzar;
de hacer de hijo pródigo todas las jornadas, incluso repetidamente en las
veinticuatro horas del día; de ajustar tu corazón contrito en la Confesión,
verdadero milagro del Amor de Dios. En este Sacramento maravilloso, el Señor
limpia tu alma y te inunda de alegría y de fuerza para no desmayar en tu pelea,
y para retornar sin cansancio a Dios, aun cuando todo te parezca oscuro.
Además, la Madre de Dios, que es también Madre nuestra, te protege con su
solicitud maternal, y te afianza en tus pisadas. Amigos de Dios, 214