"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

10 de enero de 2016

"Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”

“Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”. En el Bautismo, que representa nuestro nacimiento a la vida cristiana, cada uno “vuelve a escuchar la voz que un día resonó a orillas del Jordán: Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco (Lc 3,22); y entiende que ha sido asociado al Hijo predilecto. Se cumple así en la historia de cada uno el designio del Padre: a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29)” (Juan Pablo II).

Saboreemos esta verdad al pensar en nuestro Bautismo y procuremos no olvidarla, sobre todo, cuando la vida presente su cara menos simpática. Quien ha creado todo lo que vemos y no vemos, al que adoran millones y millones de ángeles con enorme respeto y una profunda veneración, quien tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa, es mi Padre. Mi Padre. No un ser lejano que vive el margen de mis temores y esperanzas, sino Alguien a quien puedo acudir con la confianza con la que un pequeño acude a su madre o a su padre en sus apuros.

Desde el día de nuestro Bautismo, el Espíritu Santo que descendió también a nuestro corazón va labrando en él la imagen de Jesús. Pero “no como un artista, dice S. Cirilo de Alejandría, que dibujara en nosotros la divina sustancia como si Él fuera ajeno a ella. No es de esta forma como nos conduce a la semejanza divina; sino que Él mismo, que es Dios y de Dios procede, se imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios”.

Si somos dóciles a esa acción del Espíritu Santo y que se manifiesta en impulsos de una mayor generosidad con Dios y con quienes nos rodean, en una lucha más seria contra nuestras inclinaciones torcidas, iremos poco a poco pareciéndonos cada vez más a Jesucristo, haciéndonos una sola cosa con Él, sin dejar de ser nosotros mismos, como ese hierro que metido en la fragua va progresivamente llenándose de luz y energía. Nuestra vida se convierte entonces, en cierto sentido, en una prolongación de la vida terrena de Jesús, porque Él vive verdaderamente en nosotros como el fuego en el hierro.

S. Francisco de Sales solía decir que entre Jesucristo y los buenos cristianos no existe más diferencia que la que se da entre una partitura y su interpretación por diversos músicos. La partitura es la misma, pero la interpretación suena con una modalidad distinta, personal; y es el Espíritu Santo quien la dirige contando con las distintas maneras de ser de esos instrumentos que somos nosotros. ¡Qué inmenso valor adquiere entonces todo lo que hacemos: el trabajo, las contrariedades diarias bien llevadas, los pequeños y grandes servicios, el dolor! Sí, Dios se complace en nosotros, porque en cada uno ve la imagen de su Hijo preferido.
En el Bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo.

La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra.

¡Haremos que arda el mundo, en las llamas del fuego que viniste a traer a la tierra!... Y la luz de tu verdad, Jesús nuestro, iluminará las inteligencias, en un día sin fin.

Yo te oigo clamar, Rey mío, con voz viva, que aún vibra: "ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?" —Y contesto —todo yo— con mis sentidos y mis potencias: "ecce ego: quia vocasti me!"

El Señor ha puesto en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: eres hijo de Dios.

Niño: ¿no te enciendes en deseos de hacer que todos le amen?  Es Cristo que pasa, n. 128. Apuntes íntimos, n. 1741. Forja, nn .264, 300.
Contemplar el misterio
Por el Bautismo, somos portadores de la palabra de Cristo, que serena, que enciende y aquieta las conciencias heridas. Y para que el Señor actúe en nosotros y por nosotros, hemos de decirle que estamos dispuestos a luchar cada jornada, aunque nos veamos flojos e inútiles, aunque percibamos el peso inmenso de las miserias personales y de la pobre personal debilidad. Hemos de repetirle que confiamos en El, en su asistencia: si es preciso, como Abraham, contra toda esperanza. Así, trabajaremos con renovado empeño, y enseñaremos a la gente a reaccionar con serenidad, libres de odios, de recelos, de ignorancias, de incomprensiones, de pesimismos, porque Dios todo lo puede.
Amigos de Dios, 210.

No hay cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica sólo una versión rebajada del Evangelio: todos hemos recibido el mismo Bautismo y, si bien existe una amplia diversidad de carismas y de situaciones humanas, uno mismo es el Espíritu que distribuye los dones divinos, una misma la fe, una misma la esperanza, una la caridad.
Podemos, por tanto, tomar como dirigida a nosotros la pregunta que formula el Apóstol: ¿no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo mora en vosotros?, y recibirla como una invitación a un trato más personal y directo con Dios.
Es Cristo que pasa, 134.

3. ¿Por qué se bautizó Jesús?
Jesús comienza su vida pública tras hacerse bautizar por san Juan el Bautista en el Jordán y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado".
Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de san Juan donde el Espíritu desciendió sobre Él, y el Padre manifiestó a Jesús como su "Hijo amado".
Con su Muerte y Resurrección, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes de la gracia. Por eso, el bautismo de la Iglesia borra el pecado original y nos hace hijos de Dios.
Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1223, 1224, 1225.

Contemplar el misterio
Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan [...]. Y una voz desde los cielos dijo: —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido (Mt 3, 13.17).
En el Bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo.
La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra.
¡Haremos que arda el mundo, en las llamas del fuego que viniste a traer a la tierra!... Y la luz de tu verdad, Jesús nuestro, iluminará las inteligencias, en un día sin fin.
Yo te oigo clamar, Rey mío, con voz viva, que aún vibra: "ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?" —Y contesto —todo yo— con mis sentidos y mis potencias: "ecce ego: quia vocasti me!"
El Señor ha puesto en tu alma un sello indeleble, por medio del Bautismo: eres hijo de Dios.
Niño: ¿no te enciendes en deseos de hacer que todos le amen?
Santo Rosario, primer misterio de luz.

Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble, si no estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo.
Ilustración del  libro <i> Historia de un Sí </i> que representa el Bautizo de san Josemaría.
Ilustración del libro Historia de un Sí que representa el Bautizo de san Josemaría.
La conciencia de la magnitud de la dignidad humana —de modo eminente, inefable, al ser constituidos por la gracia en hijos de Dios— junto con la humildad, forma en el cristiano una sola cosa, ya que no son nuestras fuerzas las que nos salvan y nos dan la vida, sino el favor divino.
Es Cristo que pasa , 133.
4. ¿Desde cuándo se bautiza en la Iglesia?
Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos [...] y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos. El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El relato de los Hechos de los Apóstoles continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos".
Según el apóstol san Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con Él:
«¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6,3-4)
Los bautizados se han "revestido de Cristo". Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica.
Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1226, 1227.
Contemplar el misterio
Me gustaría que meditaseis en un punto fundamental, que nos enfrenta con la responsabilidad de nuestra conciencia. Nadie puede elegir por nosotros: he aquí el grado supremo de dignidad en los hombres: que por sí mismos, y no por otros, se dirijan hacia el bien. Muchos hemos heredado de nuestros padres la fe católica y, por gracia de Dios, desde que recibimos el Bautismo, apenas nacidos, comenzó en el alma la vida sobrenatural. Pero hemos de renovar a lo largo de nuestra existencia —y aun a lo largo de cada jornada— la determinación de amar a Dios sobre todas las cosas. Es cristiano, digo verdadero cristiano, el que se somete al imperio del único Verbo de Dios, sin señalar condiciones a ese acatamiento, dispuesto a resistir la tentación diabólica con la misma actitud de Cristo: adorarás a tu Dios y Señor y a El sólo servirás.
Amigos de Dios, 27

Apóstol es el cristiano que se siente injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el sacerdocio común de los fieles, que confiere una cierta participación en el sacerdocio de Cristo, que —siendo esencialmente distinta de aquella que constituye el sacerdocio ministerial— capacita para tomar parte en el culto de la Iglesia, y para ayudar a los hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la oración y con la expiación.
Niño: ¿no te enciendes en deseos de hacer que todos le amen?
Cada uno de nosotros ha de ser ipse Christus. El es el único mediador entre Dios y los hombres; y nosotros nos unimos a El para ofrecer, con El, todas las cosas al Padre. Nuestra vocación de hijos de Dios, en medio del mundo, nos exige que no busquemos solamente nuestra santidad personal, sino que vayamos por los senderos de la tierra, para convertirlos en trochas que, a través de los obstáculos, lleven las almas al Señor; que tomemos parte como ciudadanos corrientes en todas las actividades temporales, para ser levadura que ha de informar la masa entera.
Es Cristo que pasa, 120.
5. ¿Cómo se celebra?
El rito esencial del sacramento del Bautismo significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración con el misterio pascual de Cristo. El Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.
En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del ministro: "N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella.
La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf. Ritual del Bautismo de niños, 62).
En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal es el sacramento de la Crismación (Confirmación). En la liturgia romana, dicha unción anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción bautismal.
La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el Cirio Pascual, significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).
El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.
Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1240,1241,1242,1243

Contemplar el misterio
El bautismo nos hace “fideles —fieles, palabra que, como aquella otra, “sancti —santos, empleaban los primeros seguidores de Jesús para designarse entre sí, y que aún hoy se usa: se habla de los "fieles" de la Iglesia.
—¡Piénsalo!
Forja, 622.

En el bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo. El Señor, nos dice la Escritura Santa, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo, renovándonos por el Espíritu Santo, que El derramó copiosamente sobre nosotros por Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos.
La experiencia de nuestra debilidad y de nuestros fallos, la desedificación que puede producir el espectáculo doloroso de la pequeñez o incluso de la mezquindad de algunos que se llaman cristianos, el aparente fracaso o la desorientación de algunas empresas apostólicas, todo eso —el comprobar la realidad del pecado y de las limitaciones humanas— puede sin embargo constituir una prueba para nuestra fe, y hacer que se insinúen la tentación y la duda: ¿dónde están la fuerza y el poder de Dios? Es el momento de reaccionar, de practicar de manera más pura y más recia nuestra esperanza y, por tanto, de procurar que sea más firme nuestra fidelidad.
Es Cristo que pasa, 128.

La mayor muestra de agradecimiento a Dios es amar apasionadamente nuestra condición de hijos suyos.
Forja ,333.

Quisiera que considerásemos ahora ese manantial de gracia divina de los Sacramentos, maravillosa manifestación de la misericordia de Dios. Meditemos despacio la definición que recoge el Catecismo de San Pío V: ciertas señales sensibles que causan la gracia, y al mismo tiempo la declaran, como poniéndola delante de los ojos. Dios Nuestro Señor es infinito, su amor es inagotable, su clemencia y su piedad con nosotros no admiten límites. Y, aunque nos concede su gracia de muchos otros modos, ha instituido expresa y libremente —sólo El podía hacerlo— estos siete signos eficaces, para que de una manera estable, sencilla y asequible a todos, los hombres puedan hacerse partícipes de los méritos de la Redención.

Es Cristo que pasa , 78.