Lucas 1,39-56.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me llamarán feliz".
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
en favor de Abraham y de su descendencia para siempre".
María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.
* La fiesta de hoy, establecida por Urbano VI en 1389, está situada entre la Anunciación del Señor y el nacimiento de Juan el Bautista, en armonía con el relato evangélico. Se conmemora la visita de Nuestra Señora a su pariente Isabel, ya entrada en años, para ayudarla en la espera de su maternidad, y al mismo tiempo compartir con ella el júbilo de las maravillas obradas por Dios en ambas. Esta fiesta de la Virgen con la que terminamos el mes a Ella dedicado, nos manifiesta su mediación, su espíritu de servicio y su profunda humildad. Nos enseña a llevar la alegría cristiana allí a donde vamos. Como María, hemos de ser siempre causa de alegría para los demás.