Después los lleva camino de Betania, levanta las manos y los bendice. —Y, mientras, se va separando de ellos y se eleva al cielo (Luc., XXIV, 50), hasta que le ocultó una nube. (Act., I, 9.)
Se fue Jesús con el Padre. —Dos Angeles de blancas vestiduras se aproximan a nosotros y nos dicen: Varones de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? (Act., I, 11.)
Pedro y los demás vuelven a Jerusalén —cum gaudio magno— con gran alegría. (Luc., XXIV, 52.) —Es justo que la Santa Humanidad de Cristo reciba el homenaje, la aclamación y adoración de todas las jerarquías de los Angeles y de todas las legiones de los bienaventurados de la Gloria.
Pero, tú y yo sentimos la orfandad: estamos tristes, y vamos a consolarnos con María.
SAN JOSEMARIA Libro Santo rosario
Los
once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al
verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la
tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a
cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el
fin del mundo». Mt 28, 16-20
La
liturgia pone ante nuestros ojos, una vez más, el último de los misterios de la
vida de Jesucristo entre los hombres: Su Ascensión a los cielos.
Es
Cristo que pasa, 117
¿Cómo
no echarlo en falta?
Siempre
me ha parecido lógico y me ha llenado de alegría que la Santísima Humanidad de
Jesucristo suba a la gloria del Padre, pero pienso también que esta tristeza,
peculiar del día de la Ascensión, es una muestra del amor que sentimos por
Jesús, Señor Nuestro. El, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto
hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de
nosotros, para ir al Cielo. ¿Cómo no echarlo en falta?
Es
Cristo que pasa, 117
La
fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo
que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras
palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no
tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura (Heb
XIII, 14) ciudad inmutable.
Es
Cristo que pasa, 126
Pensemos
ahora en aquellos días que siguieron a la Ascensión, en espera de la
Pentecostés. Los discípulos, llenos de fe por el triunfo de Cristo resucitado y
anhelantes ante la promesa del Espíritu Santo, quieren sentirse unidos, y los
encontramos cum María matre Iesu, con María, la madre de Jesús. La oración de
los discípulos acompaña a la oración de María: era la oración de una familia unida.
Es
Cristo que pasa, 141
¡Cristo
vive!
¡Vive
junto a Cristo!: debes ser, en el Evangelio, un personaje más, conviviendo con
Pedro, con Juan, con Andrés..., porque Cristo también vive ahora: “Iesus
Christus, heri et hodie, ipse et in sæcula! —¡Jesucristo vive!, hoy como ayer:
es el mismo, por los siglos de los siglos.
Forja,
8
Jesús
se ha ido a los cielos, decíamos. Pero el cristiano puede, en la oración y en
la Eucaristía, tratarle como le trataron los primeros doce, encenderse en su
celo apostólico, para hacer con El un servicio de corredención, que es sembrar
la paz y la alegría. Servir, pues: el apostolado no es otra cosa. Si contamos
exclusivamente con nuestras propias fuerzas, no lograremos nada en el terreno
sobrenatural; siendo instrumentos de Dios, conseguiremos todo: todo lo puedo en
aquel que me conforta. Dios, por su infinita bondad, ha dispuesto utilizar
estos instrumentos ineptos. Así que el apóstol no tiene otro fin que dejar
obrar al Señor, mostrarse enteramente disponible, para que Dios realice —a
través de sus criaturas, a través del alma elegida— su obra salvadora.
Es
Cristo que pasa, 120
Agiganta
tu fe en la Sagrada Eucaristía. —¡Pásmate ante esa realidad inefable!: tenemos
a Dios con nosotros, podemos recibirle cada día y, si queremos, hablamos
íntimamente con El, como se habla con el amigo, como se habla con el hermano,
como se habla con el padre, como se habla con el Amor.
Forja,
268
¡Oh
Jesús..., fortalece nuestras almas, allana el camino y, sobre todo, embriáganos
de Amor!: haznos así hogueras vivas, que enciendan la tierra con el divino
fuego que Tú trajiste.
Forja,
32
Apostolado
Leamos
otra vez el texto conocido, que es siempre nuevo y actual: a mí se me ha dado
toda potestad en el Cielo y en la tierra; id, pues, e instruid a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos
que yo estaré continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos (Mt
XXVIII, 18-20).
Amar
a la Iglesia, 29
Aún
resuena en el mundo aquel grito divino: "Fuego he venido a traer a la tierra,
¿y qué quiero sino que se encienda?" —Y ya ves: casi todo está apagado...
¿No
te animas a propagar el incendio?
Camino,
801