Ermita de Sonsoles Avila (España) |
“Viene
ahora a mi memoria una romería que hice en 1935 a una ermita de la Virgen, en
tierra castellana: a Sonsoles.
No
era una romería tal como se entiende habitualmente. No era ruidosa ni masiva:
íbamos tres personas. Respeto y amo esas otras manifestaciones públicas de
piedad, pero personalmente prefiero intentar ofrecer a María el mismo cariño y
el mismo entusiasmo, con visitas personales, o en pequeños grupos, con sabor de
intimidad.
En
aquella romería a Sonsoles conocí el origen de esta advocación de la Virgen. Un
detalle sin mucha importancia, pero que es una manifestación filial de la gente
de aquella tierra. La imagen de Nuestra Señora que se venera en aquel lugar,
estuvo escondida durante algún tiempo, en la época de las luchas entre
cristianos y musulmanes en España. Al cabo de algunos años, la estatua fue
encontrada por unos pastores que —según cuenta la tradición—, al verla
comentaron: ¡Qué ojos tan hermosos! ¡Son soles!” (Es Cristo que pasa, 139).
En
1935, la devoción a la Santísima Virgen tenía un lugar de primer orden en el
plan de vida espiritual que San Josemaría Escrivá bosquejó para los miembros
del Opus Dei. Preveía el rezo diario (...) del Rosario, del Ángelus y otras
prácticas de devoción mariana. Escrivá sintió, además, la necesidad de
manifestar de un modo concreto la devoción a la Virgen durante el mes de mayo,
que la Iglesia tradicionalmente le ha dedicado. Encontró la solución a raíz de
un suceso en la vida del Opus Dei.
Fernández
Vallespín contó a Escrivá que durante el verano de 1933 un ataque de reumatismo
estuvo a punto de impedirle terminar el proyecto de fin de carrera de
Arquitectura. Si no lo entregaba a tiempo, perdería el año académico. Había
rezado a Nuestra Señora y le había prometido que, si lograba completar el
proyecto satisfactoriamente, haría una romería al Santuario de Sonsoles,
situado a las afueras de Ávila. Había conseguido presentarlo antes de pedir la
admisión al Opus Dei, pero todavía no había cumplido su promesa. Escrivá se
ofreció a acompañarle, no en una romería pública, sino en un grupo de tres
formado por ellos dos y Barredo.
El 2
de mayo de 1935 tomaron el tren de Madrid a Avila y a continuación anduvieron
los cuatro kilómetros hasta el santuario. Rezaron cinco misterios del Rosario
durante el camino. El santuario se veía a lo lejos, en lo alto de una pequeña
colina. En un momento dado, sin embargo, lo perdieron de vista unos instantes.
Escrivá convirtió este episodio en una parábola de la vida espiritual: “Así
hace Dios con nosotros muchas veces. Nos muestra claro el fin, y nos lo da a
contemplar, para afirmarnos en el camino de su amabilísima Voluntad. Y, cuando
ya estamos cerca de Él, nos deja en tinieblas, abandonándonos aparentemente. Es
la hora de la tentación: dudas, luchas, oscuridad, cansancio, deseos de
tumbarse a lo largo... Pero, no: adelante. La hora de la tentación es también
la hora de la Fe y del abandono filial en el Padre-Dios. !Fuera dudas,
vacilaciones e indecisiones! He visto el camino, lo emprendí y lo sigo”.
En
el santuario rezaron otros cinco misterios del Rosario, y los cinco últimos en
el trayecto de vuelta a la estación del tren. El camino les llevó por campos de
trigo maduros. Escrivá cogió unas pocas espigas de trigo: “Vino entonces a mi
memoria un texto del Evangelio, unas palabras que el Señor dirigió al grupo de
sus discípulos: ¿No decís vosotros: ea, dentro de cuatro meses estaremos ya en la
siega? Pues ahora yo os digo: alzad vuestros ojos, tended la vista por los
campos y ved ya las mieses blancas y a punto de segarse (lo IV, 35). Pensé una
vez más que el Señor quería meter en nuestros corazones el mismo afán, el mismo
fuego que dominaba el suyo”.
Al
regresar de Sonsoles, Escrivá estableció la costumbre de que todos los años los
fieles del Opus Dei honrarían a la Virgen de esta manera en el mes de mayo: con
una romería sencilla y penitente, hecha en un pequeño grupo, con el fin de
ayudar a todos a tener más devoción a Santa María.
En
el libro ‘El Fundador del Opus Dei’, el historiador Andrés Vázquez de Prada
relata el viaje que San Josemaría, acompañado por dos estudiantes, realizó a
Ávila para honrar a la Virgen en su ermita de Nuestra Señora de Sonsoles.
Actualmente, en esa ermita, una placa recuerda la primera romería del fundador
del Opus Dei.
“Cuando
se acercaba el final de curso y contaba en Ferraz con un buen plantel de gente
joven, del que esperaba vocaciones y residentes para el próximo año, don
Josemaría (...) quería agradecer a Nuestra Señora, de una manera especial, los
favores que de ella habían recibido ese curso. Iría acompañado de Ricardo y de
José María G. Barredo a Sonsoles el dos de mayo”.
Así
lo señalaba en sus escritos el Fundador del Opus Dei: Decidida la marcha a
Sonsoles, quise celebrar la Santa Misa en DYA antes de emprender el camino de
Ávila. En la Misa, al hacer el memento, con empeño muy particular —más que mío—
pedí a nuestro Jesús que aumentara en nosotros —en la Obra— el Amor a María, y
que este Amor se tradujese en hechos.
Ya
en el tren, sin querer, anduve pensando en lo mismo: la Señora está contenta,
sin duda, del cariño nuestro, cristalizado en costumbres virilmente marianas:
su imagen, siempre con los nuestros; el saludo filial, al entrar y salir del
cuarto; los pobres de la Virgen; la colecta de los sábados; omnes... ad Jesum
per Mariam; Cristo, María, el Papa... Pero, en el mes de mayo, hacía falta algo
más. Entonces, entreví la "Romería de Mayo", como costumbre que se ha
de implantar —que se ha implantado— en la Obra”.
Sin
entrar en el recinto amurallado [de Ávila], se encaminaron directamente hacia
la ermita. Desde lejos veían el santuario en lo alto de la ladera. Rezaron un
rosario a la subida; otro, dentro, ante la imagen de la Virgen, en medio de
ex-votos y ofrendas; y la tercera parte, de vuelta a la estación de Ávila. De
las incidencias de la romería sacó tema el sacerdote para hacer a los suyos
consideraciones sobre la perseverancia:
Desde
Ávila —cuenta san Josemaría—, veníamos contemplando el Santuario, y —es natural—,
al llegar a la falda del monte desapareció de nuestra vista la Casa de María.
Comentamos: así hace Dios con nosotros muchas veces. Nos muestra claro el fin,
y nos le da a contemplar, para afirmarnos en el camino de su amabilísima
Voluntad. Y, cuando ya estamos cerca de El, nos deja en tinieblas,
abandonándonos aparentemente. Es la hora de la tentación: dudas, luchas,
oscuridad, cansancio, deseos de tumbarse a lo largo... Pero, no: adelante. La
hora de la tentación es también la hora de la Fe y del abandono filial en el
Padre-Dios. ¡Fuera dudas, vacilaciones e indecisiones! He visto el camino, lo
emprendí y lo sigo. Cuesta arriba, ¡hala, hala!, ahogándome por el esfuerzo:
pero sin detenerme a recoger las flores, que, a derecha e izquierda, me brindan
un momento de descanso y el encanto de su aroma y de su color... y de su
posesión: sé muy bien, por experiencias amargas, que es cosa de un instante
tomarlas y agostarse: y no hay, en ellas para mí, ni colores, ni aromas, ni
paz.
En
recuerdo de esa romería, don Josemaría guardaba en una pequeña arqueta un
puñado de espigas como símbolo y esperanza de la fecundidad apostólica en el
mes de mayo.
Del
regreso de la romería a Sonsoles refiere don Josemaría en su relación una
pequeña anécdota, y la cierra con los puntos de meditación de aquella tarde.
[...]
al volver, mientras rezábamos ¡en latín! el Santo Rosario, voló, atravesando el
camino, una abubilla. Me distraje, y —grité— ¡una abubilla! Nada más: seguimos nuestro
rezo; yo, un poco avergonzado. ¡Cuántas veces los pájaros de una ilusión
mundana quieren distraernos de tus apostolados! Con tu gracia, no más, Señor.
Y el
último detalle: los puntos de meditación que consideramos a la vuelta, en el
tren.
1/
Cómo Dios nuestro Padre pudo, con más razón, escoger a cualquiera otros, para
su Obra; y no, a nosotros.
2/
Cómo debemos corresponder al Amor Misericordioso de Jesús, al escogernos para
su Obra. (Más o menos, era esto).
3/
Ver qué hermoso es el apostolado de la Obra, y qué grande la empresa dentro de
pocos años —ahora mismo— si correspondemos.