Nos ha elegido en él, antes de la
creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia,
por el amor. San Pablo, en la Carta a los Efesios, 1,4
Todo por amor
¡Todo por Amor! Este es el camino
de la santidad, de la felicidad.
Afronta con este punto de mira
tus tareas intelectuales, las ocupaciones más altas del espíritu y las cosas
más a ras de tierra, ésas que necesariamente hemos de cumplir todos, y vivirás
alegre y con paz.
Forja , 725
La santidad personal no es una
entelequia, sino una realidad precisa, divina y humana, que se manifiesta
constantemente en hechos diarios de Amor.
Forja , 440
Fíjate bien: hay muchos hombres y
mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro.
Les llama a una vida cristiana, a
una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna.
Forja , 13
Hoy he vuelto a rezar lleno de
confianza, con esta petición: Señor, que no nos inquieten nuestras pasadas
miserias ya perdonadas, ni tampoco la posibilidad de miserias futuras; que nos
abandonemos en tus manos misericordiosas; que te hagamos presentes nuestros
deseos de santidad y apostolado, que laten como rescoldos bajo las cenizas de
una aparente frialdad...
—Señor, sé que nos escuchas.
Díselo tú también.
Forja , 426
Con alegría de vivir
La santidad tiene la flexibilidad
de los músculos sueltos. El que quiere ser santo sabe desenvolverse de tal
manera que, mientras hace una cosa que le mortifica, omite —si no es ofensa a
Dios— otra que también le cuesta y da gracias al Señor por esta comodidad. Si
los cristianos actuáramos de otro modo, correríamos el riesgo de volvernos
tiesos, sin vida, como una muñeca de trapo.
La santidad no tiene la rigidez
del cartón: sabe sonreír, ceder, esperar. Es vida: vida sobrenatural.
Forja, 156
Admira la bondad de nuestro Padre
Dios: ¿no te llena de gozo la certeza de que tu hogar, tu familia, tu país, que
amas con locura, son materia de santidad?
Forja, 689
Santificar el propio trabajo no
es una quimera, sino misión de todo cristiano...: tuya y mía.
—Así lo descubrió aquel
ajustador, que comentaba: “me vuelve loco de contento esa certeza de que yo,
manejando el torno y cantando, cantando mucho —por dentro y por fuera—, puedo
hacerme santo...: ¡qué bondad la de nuestro Dios!”
Surco, 517
¡Hay que moverse, hijos míos, hay
que hacer! Con valor, con energía, y con alegría de vivir, porque el amor echa
lejos de sí el temor (cfr. 1 Jn 4, 18), con audacia, sin timideces (...).
Tenéis que huir tanto de la actitud del intrépido que todo lo ve fácil, porque
cree que le sobran energías, como del encogimiento del tímido, que todo lo ve
con dificultad insuperable, porque cree que no tiene fuerzas.
Pero no olvidéis que, si se
quiere, todo sale: Deus non dénegat grátiam; Dios no niega su ayuda, al que
hace lo que puede. Carta 6-V-1945, n. 44
Más consigue aquél que importuna
más de cerca... Por eso, acércate a Dios: empéñate en ser santo.
Surco, 648
¿Y los defectos, las caídas, los
pecados?
La santidad está en la lucha, en
saber que tenemos defectos y en tratar heroicamente de evitarlos. La santidad
—insisto— está en superar esos defectos..., pero nos moriremos con defectos: si
no, ya te lo he dicho, seríamos unos soberbios.
Forja, 312
“Usted me dijo que se puede
llegar a ser «otro» San Agustín, después de mi pasado. No lo dudo, y hoy más
que ayer quiero tratar de comprobarlo”.
Pero has de cortar valientemente
y de raíz, como el santo obispo de Hipona.
Surco, 838
La santidad consiste precisamente
en esto: en luchar, por ser fieles, durante la vida; y en aceptar gozosamente
la Voluntad de Dios, a la hora de la muerte.
Forja, 990
La santidad se alcanza con el
auxilio del Espíritu Santo —que viene a inhabitar en nuestras almas—, mediante
la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética
constante.
Hijo mío, no nos hagamos
ilusiones: tú y yo —no me cansaré de repetirlo— tendremos que pelear siempre,
siempre, hasta el final de nuestra vida. Así amaremos la paz, y daremos la paz,
y recibiremos el premio eterno.
Forja, 429
En tu vida hay dos piezas que no
encajan: la cabeza y el sentimiento.
La inteligencia —iluminada por la
fe— te muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera
heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y
la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.
El sentimiento, en cambio, se
apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable.
Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y
tan pronto como —por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural— tu
pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu
imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las
asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces
de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes;
ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad
espiritual... Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te
quiere santo y no lo eres.
Permíteme que te hable con
crudeza. Te sobran “motivos” para volver la cara, y te faltan arrestos para
corresponder a la gracia que El te concede, porque te ha llamado a ser otro
Cristo, «ipse Christus!» —el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación
del Señor al Apóstol: “¡te basta mi gracia!”, que es una confirmación de que,
si quieres, puedes.
Surco, 166
Tanto tendrás de santidad, cuanto
tengas de mortificación por Amor.
Forja,1025
Santidad y trabajo
Las tareas profesionales —también
el trabajo del hogar es una profesión de primer orden— son testimonio de la
dignidad de la criatura humana; ocasión de desarrollo de la propia
personalidad; vínculo de unión con los demás; fuente de recursos; medio de
contribuir a la mejora de la sociedad, en la que vivimos, y de fomentar el
progreso de la humanidad entera...
—Para un cristiano, estas
perspectivas se alargan y se amplían aún más, porque el trabajo —asumido por
Cristo como realidad redimida y redentora— se convierte en medio y en camino de
santidad, en concreta tarea santificable y santificadora.
Forja, 702
La santidad no consiste en
grandes ocupaciones. —Consiste en pelear para que tu vida no se apague en el
terreno sobrenatural; en que te dejes quemar hasta la última brizna, sirviendo
a Dios en el último puesto..., o en el primero: donde el Señor te llame.
Forja, 61
Mira, hasta humanamente, conviene
que no te lo den todo resuelto, sin trabas. Algo —¡mucho!— te toca poner a ti.
Si no, ¿cómo vas a “hacerte” santo?
Surco, 113
Al predicar que hay que hacerse
alfombra en donde los demás pisen blando, no pretendo decir una frase bonita:
¡ha de ser una realidad!
—Es difícil, como es difícil la
santidad; pero es fácil, porque —insisto— la santidad es asequible a todos.
Forja,562
