"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

18 de diciembre de 2016

MODERAR NUESTRO CARACTER PARA HACER FELICES A LOS DEMAS

Se nos anuncia la inminente llegada del Salvador, "Dios con nosotros" (1ª lect), del linaje de David, Hijo de Dios (2ª lect). José, esposo de María, se siente turbado ante el embarazo de ella pero no queriendo infamarla piensa abandonarla en secreto. Un ángel, en sueños, le comunica el misterio (3ª lect).

Cada uno de nosotros debería emular esta reserva ejemplar de José cuando el misterio de Dios nos desconcierta. José está dominado por una torturante idea que no le deja dormir. Está seguro de la pureza de María porque la inocencia y la rectitud son difíciles de simular, pero sus ojos ratifican lo que todos ven y en lo que él no ha tenido parte. José tiene motivos suficientes para hacerle una escena a María. Sin embargo, calla.

Dios, a través de un ángel, le tranquiliza: "José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María, tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su vientre es del Espíritu Santo". ¡Con qué ojos tan distintos miraría a la Virgen a partir de esa aclaración! ¡Dios en el vientre de mi mujer! ¡Dios en mi casa! ¡Con qué respeto y delicadeza la trataría!

Dios está entre nosotros, en cada uno. Al encarnarse, su contacto con la humanidad no fue puramente circunstancial sino total, hipostático, lo llamaron los padres de nuestra fe. Dios ha hecho suya la causa del hombre y nos ha advertido que cualquier cosa que hacemos a alguno de sus hermanos más pequeños -que eso somos cada uno- a Él se lo hacemos. Cuando yo sonrío, hago un servicio, evito una palabra que puede herir, me intereso por los demás, estoy sonriendo, sirviendo, evitando herir e interesándome por Jesucristo.

Preguntémonos en el umbral de estos días navideños en que la familia se reúne y adornamos la casa, se sacan las mejores bebidas, las comidas más sabrosas: ¿Sacamos lo que de más cálido y mejor hay en nosotros para alegrar la vida de quienes nos rodean? ¿Sabemos reprimir el genio, moderar el carácter, pasar por alto los pequeños roces propios de toda convivencia? ¿Alivio con mi generosidad a quienes no gozan de la abundancia que Dios me ha concedido?

Dios está entre nosotros, en el marido, la mujer, los hijos, los hermanos, los vecinos y compañeros de profesión, los enfermos, los menos favorecidos, los que están en prisión... ¡Qué gran cosa sería que el cambio que se operó en S. José ante la aclaración del ángel, se produjera también en nosotros y tratáramos a los demás con la admiración y el afecto con que él trató a quien llevaba en su seno a Dios, María, su esposa!  

Ahora te propongo que en tu oración mental lleves estos que escribió San Josemaría en el primer capítulo de Camino  sobre carácter:


1
Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.

 Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón.

2                            
Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo.

3                            
Gravedad. —Deja esos meneos y carantoñas de mujerzuela o de chiquillo. —Que tu porte exterior sea reflejo de la paz y el orden de tu espíritu.

4                            
No digas: "Es mi genio así..., son cosas de mi carácter". Son cosas de tu falta de carácter: Sé varón —"esto vir".

5                            
Acostúmbrate a decir que no.

6                            
Vuelve las espaldas al infame cuando susurra en tus oídos: ¿para qué complicarte la vida?

7                            
No tengas espíritu pueblerino. —Agranda tu corazón, hasta que sea universal, "católico".

     No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas.

8                            
Serenidad. —¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato... y te has de desenfadar al fin?

9                            
Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios.

10                          
No reprendas cuando sientes la indignación por la falta cometida. —Espera al día siguiente, o más tiempo aún. —Y después, tranquilo y purificada la intención, no dejes de reprender. —Vas a conseguir más con una palabra afectuosa que con tres horas de pelea. —Modera tu genio.

11                          
Voluntad. —Energía. —Ejemplo. —Lo que hay que hacer, se hace... Sin vacilar... Sin miramientos...

     Sin esto, ni Cisneros hubiera sido Cisneros; ni Teresa de Ahumada, Santa Teresa...; ni Iñigo de Loyola, San Ignacio...

     ¡Dios y audacia! —"Regnare Christum volumus!"

12                          
Crécete ante los obstáculos. —La gracia del Señor no te ha de faltar: "inter medium montium pertransibunt aquæ!" —¡pasarás a través de los montes!

     ¿Qué importa que de momento hayas de recortar tu actividad si luego, como muelle que fue comprimido, llegarás sin comparación más lejos que nunca soñaste?

13                          
Aleja de ti esos pensamientos inútiles que, por lo menos, te hacen perder el tiempo.

14                          
No pierdas tus energías y tu tiempo, que son de Dios, apedreando los perros que te ladren en el camino. Desprécialos.

15                          
No dejes tu trabajo para mañana.

16                          
¿Adocenarte? —¿¡Tú... del montón!? ¡Si has nacido para caudillo! Entre nosotros no caben los tibios. Humíllate y Cristo te volverá a encender con fuegos de Amor.

17                          
No caigas en esa enfermedad del carácter que tiene por síntomas la falta de fijeza para todo, la ligereza en el obrar y en el decir, el atolondramiento...: la frivolidad, en una palabra.

     Y la frivolidad —no lo olvides— que te hace tener esos planes de cada día tan vacíos ("tan llenos de vacío"), si no reaccionas a tiempo —no mañana: ¡ahora!—, hará de tu vida un pelele muerto e inútil.

18                          
Te empeñas en ser mundano, frívolo y atolondrado porque eres cobarde. ¿Qué es, sino cobardía, ese no querer enfrentarte contigo mismo?

19                          
Voluntad. —Es una característica muy importante. No desprecies las cosas pequeñas, porque en el continuo ejercicio de negar y negarte en esas cosas —que nunca son futilidades, ni naderías— fortalecerás, virilizarás, con la gracia de Dios, tu voluntad, para ser muy señor de ti mismo, en primer lugar. Y, después, guía, jefe, ¡caudillo!..., que obligues, que empujes, que arrastres, con tu ejemplo y con tu palabra y con tu ciencia y con tu imperio.

20                          
Chocas con el carácter de aquel o del otro... Necesariamente ha de ser así: no eres moneda de cinco duros que a todos gusta.

     Además, sin esos choques que se producen al tratar al prójimo, ¿cómo irías perdiendo las puntas, aristas y salientes —imperfecciones, defectos— de tu genio para adquirir la forma reglada, bruñida y reciamente suave de la caridad, de la perfección?

     Si tu carácter y los caracteres de quienes contigo conviven fueran dulzones y tiernos como merengues, no te santificarías.

21                          
Pretextos. —Nunca te faltarán para dejar de cumplir tus deberes. ¡Qué abundancia de razonadas sinrazones!

     No te detengas a considerarlas. —Recházalas y haz tu obligación.

22                          
Sé recio. —Sé viril. —Sé hombre. —Y después... sé ángel.