“Dos temas capitales: ellas y los
sacerdotes”: Así se expresaba san Josemaría en 1940. Porque la llamada a la
santidad es universal, desde 1930 y 1943 Dios mostró que el camino del Opus Dei
es para todos. Recogemos los textos de la biografía escrita por Vazquez de
Prada que relatan esos años.
EL 14 DE FEBRERO DE 1930 Evidentemente, el 2 de octubre de
1928 no «vio» ni los sucesos ni los detalles históricos sino el núcleo esencial
del mensaje divino. ¿Es imaginable que en tales circunstancias, con la
repugnancia que sentía a fundar nada nuevo, y sin iluminaciones prácticas para
dar nuevos pasos en la fundación, se empeñase en meter mujeres en la empresa?
Al menos tenía —en opinión personal— una idea propia, clara y tajante: las mujeres
no estaban llamadas a formar parte de esa organización [1] .
No tardó mucho el Señor en
enmendar ese criterio restrictivo.
Pasó poco tiempo —escribirá en
sus Apuntes íntimos — : el 14 de febrero de 1930, celebraba yo la misa en la
capillita de la vieja marquesa de Onteiro, madre de Luz Casanova, a la que yo
atendía espiritualmente, mientras era Capellán del Patronato. Dentro de la
Misa, inmediatamente después de la Comunión, ¡toda la Obra femenina! No puedo
decir que vi , pero sí que intelectualmente , con detalle (después yo añadí
otras cosas, al desarrollar la visión intelectual ), cogí lo que había de ser
la Sección femenina del Opus Dei. Di gracias, y a su tiempo me fui al
confesionario del P. Sánchez. Me oyó y me dijo: esto es tan de Dios como lo
demás [2] .
Ese 14 de febrero aprendió
intelectualmente, y con detalle, lo concerniente a las mujeres: algo que ya
estaba implícito en la visión general del 2 de octubre. Allí terminaron los
titubeos y la indagación sobre instituciones semejantes:
Anoté, en mis Catalinas, el
suceso y la fecha: 14 feb. 1930. Después me olvidé de la fecha, y dejé pasar el
tiempo, sin que nunca más se me ocurriera pensar con mi falsa humildad
(espíritu de comodidad, era: miedo a la lucha) en ser soldadito de filas: era
preciso fundar, sin duda alguna [3] .
Una y otra fundación le cogieron
desprevenido. Sobre todo la de mujeres: con la mente falta de iluminación y con
la voluntad dividida entre el querer y el no saber. Y, al final, una opinión en
firme, excluyendo a las mujeres. ¿No se hacía con ello todavía más patente el
origen divino de la Obra? Así lo reconoció el Fundador:
Siempre creí yo —y creo— que el
Señor, como en otras ocasiones, me trasteó de manera que quedara una prueba
externa objetiva de que la Obra era suya. Yo: ¡no quiero mujeres, en el Opus
Dei! Dios: pues yo las quiero [4] .
Con las paradojas fundacionales
compuso, en su día, un inspirado ramillete, pues no habían acabado todavía las
sorpresas:
La fundación del Opus Dei salió
sin mí; la Sección de mujeres contra mi opinión personal, y la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz, queriendo yo encontrarla y no encontrándola [5] .
EL 14 DE FEBRERO DE 1943 En la primavera de 1940, en que
despertaban por todas partes las ya conocidas incomprensiones, el Fundador
tenía la cabeza llena de proyectos que, a fuerza de darles vueltas y más
vueltas en su meditación, se encontraban ya maduros. Funcionaban por entonces
en Madrid la Residencia de Jenner y el piso de Martínez Campos; el Cubil, en
Valencia; el Rincón, en Valladolid; y estaba a punto de instalarse un piso en
Barcelona. Esta expansión apostólica se había realizado a los doce meses de
salir de una guerra civil, con el escaso plantel de una docena de hombres y sin
otros medios que un santo celo apostólico, porque no disponía de dinero. Todo
ello a costa de una vida ajetreada y agotadora, viajando sin parar por las
diócesis del centro y norte de España para predicar ejercicios espirituales al
clero, a petición de los obispos.
En medio de la actividad, y de
los frutos obtenidos, el Fundador experimentaba una creciente inquietud de
fondo ante el panorama que se abría a su vista. En sus avances había atendido
demasiados frentes. Se había desbordado. De manera que resultaba desaconsejable
continuar avanzando, pues el conjunto de la Obra podía desarticularse. Vio
claramente el peligro, porque en una anotación de mayo de 1940, después de
referirse a las muchas novedades apostólicas recientes, y como para quitarse un
peso de encima, escribe:
Mi gran preocupación es la parte
femenina de la Obra. Después, la “casa de estudios” para los nuestros, y los
futuros Sacerdotes. In te, Domine, speravi! [6] .
De nuevo insiste en una carta de
julio de 1940, dirigida a sus hijos de Madrid. Acabada la carta, a renglón
seguido después de la firma, y como si se le hubiera olvidado algo, escribe sin
dar más explicaciones: Dos temas capitales: ellas, y los Sacerdotes [7] .
Seis años empleó —según queda
visto— para resolver el problema fundamental del asentamiento de las mujeres en
la estructura viva de la Obra. De otro modo no hubiese podido salir adelante.
Porque la presencia de las mujeres, al igual que la de los sacerdotes, era esencial
a la vida de la Obra; esto es, a su dinamismo. Recordemos los esfuerzos y
zozobras de don Josemaría en los años treinta para formar a las mujeres de la
Obra; y la posterior disolución del primer grupo. Algo semejante sucedió con el
grupo de sacerdotes de que se rodeó en los años treinta. En ambos casos por la
misma razón: porque no asimilaron el espíritu propio del Opus Dei. Pero lo
maravilloso es que —tanto en lo que concierne a las mujeres, como a los
sacerdotes— la fundación vuelve a su nacimiento, como río que buscara de nuevo
su auténtico y primitivo manantial. Como si Dios, después de haber probado a su
siervo, presentara al Fundador una página en limpio, para su versión
definitiva.
Don Josemaría, pues, volvió sobre
sus pasos con la certeza de que éste era el camino por donde debía recomenzar:
que los sacerdotes incardinados al Opus Dei deberían salir de dentro, de sus
propias filas. No es que, anteriormente, se hubiera equivocado; sino que el
Señor tiene sus sendas, inescrutables a los hombres. Y así como le llegaban
nuevos miembros a la Obra en las fiestas de Apóstol, o en sus vísperas, para
mantener el optimismo de aquel joven fundador, también le llegaron sacerdotes:
En los primeros años de la labor
acepté la colaboración de unos pocos sacerdotes, que mostraron su deseo de
vincularse al Opus Dei de alguna manera. Pronto me hizo ver el Señor con toda
claridad que —siendo buenos, y aun buenísimos— no eran ellos los llamados a
cumplir aquella misión, que antes he señalado. Por eso, en un documento antiguo,
dispuse que por entonces —ya diría hasta cuándo— debían limitarse a la
administración de los sacramentos y a las funciones puramente eclesiásticas [8]
.
En una nota de finales de 1930
—cuando sólo le seguían dos o tres laicos y don Norberto, Capellán Segundo del
Patronato de Enfermos—, considerando don Josemaría el modo de vivir los
sacerdotes de la Obra, hacía una aclaración fundamental y tajante cara al
futuro: los socios sacerdotes —escribe— han de salir de los socios laicos [9] .
Ya no volverá el Fundador a insistir sobre este punto; pero en 1935, ante la
actitud de incomprensión y falta de unidad de algunos del grupo que entonces le
seguía, se fue desligando de ellos (...).
Era mucho, sin duda, lo que
podían ayudarle sus hijos en las labores apostólicas y en la dirección de
almas, porque se trataba de un trabajo laical, pero es evidente también que,
para realizarlo con plenitud, son necesarios los sacerdotes. Sin sacerdotes,
quedaría incompleta la labor iniciada por los socios laicos del Opus Dei, que
forzosamente se han de detener cuando llegan a lo que suelo llamar el muro
sacramental , a la administración de los sacramentos reservada a los
presbíteros [12] .
Si queremos ilustrar la situación
baste recordar lo que decía el Padre, no sin gracia, a saber: que sus hijos se
veían obligados a confesarse con el P. Topete, esto es, con el primero que se
topasen [13] . En el sacramento de la Penitencia se perdonan los pecados y se
imparte asimismo la dirección espiritual; por esta causa, aun gozando de
absoluta libertad para buscar confesor, el Padre recomendaba vivamente a los
miembros de la Obra que acudiesen a los sacerdotes que conocían bien su
espíritu [14] .
La necesidad que padecía la Obra
no era pasajera sino radical. La Obra entera apetecía sacerdotes nacidos en sus
entrañas. Clamaba por ellos en silencio, como la tierra en tiempo de sequía
reclama agua del cielo. El contar con algunos de esos sacerdotes en el Opus Dei
era esencial para su estructura interna y para su desarrollo. Ellos darían más
cohesión a los apostolados de la Obra; y reforzarían la unidad interna del Opus
Dei. Sin ellos no podían los laicos realizar con plenitud el apostolado que
Dios les pedía. Resumiendo algunas de las causas y los motivos por los que la
Obra precisaba de sacerdotes, escribe el Fundador:
Los sacerdotes son también
necesarios para la atención espiritual de los miembros de la Obra: para
administrar los sacramentos, para colaborar con los Directores laicos en la
dirección de las almas, para dar una honda instrucción teológica a los otros
socios del Opus Dei y —punto fundamental en la constitución misma de la Obra—
para ocupar algunos cargos de gobierno [15] .
La primera vez que don Josemaría
deja escapar por su pluma el ardoroso deseo de sacerdotes que, como Fundador,
llevaba dentro del alma, es quizá la anotación del 1 de julio de 1940, escrita
sobre las murallas de Ávila. (Cuando pasaba por la ciudad de Ávila, Mons.
Santos Moro le hospedaba en el palacio episcopal, pegado a la muralla; y don
Josemaría tenía a gala el datar su correspondencia con un De Ávila, sobre sus
murallas) [16] .
Por vez primera expresa el
Fundador una oración, que es como un arrebatado suspiro de esperanza, dormido
entre las páginas de su cuaderno de Apuntes :
Ávila de los Santos, sobre sus
murallas, 1 de julio de 1940. Ya estoy otra vez en este palacio episcopal. Hoy
comienzo una tanda de ejercicios para sacerdotes. ¡Ojalá saquemos mucho fruto:
el primero, yo! [...]. ¡Dios mío: enciende el corazón de Álvaro, para que sea
un sacerdote santo! [17] .
Un suspiro semejante encontramos
en otra lejana nota, allá por noviembre de 1930, en que soñando con los fieles
de la Obra, de los que saldrán el día de mañana los sacerdotes, anota: ¡Qué
primor de hombres de Dios, veo que serán! [18] .
De la incertidumbre de los
primeros empeños a la esperanza, tangible y cierta, de los tres hijos suyos que
se preparaban para el sacerdocio, median nada menos que diez años de oración y
mortificación. Y cuatro años más habían de transcurrir hasta su ordenación en
1944 [19] . Años y años de ruegos y trabajos insistentes. (Y éstos sí que
igualaban los trabajos de Hércules, a lo espiritual). ¿No era justo que el
sacerdote reivindicara la paternidad de su oración?:
Recé con confianza e ilusión,
durante tantos años, por los hermanos vuestros que se habrían de ordenar y por
los que más tarde seguirían su camino; y recé tanto, que puedo afirmar que
todos los sacerdotes del Opus Dei son hijos de mi oración [20] .
Semejante tensión de alma hay que
atribuirla, exclusivamente, al celo interior del Fundador y no a que sus hijos
tuviesen que superar ningún tipo de impedimento. Los datos que jalonan la
historia de estas primeras llamadas al sacerdocio destacan por su sencillez. En
efecto, el Fundador insistió con frecuencia en que el sacerdocio no es como la
“coronación” de la vocación a la Obra. Al contrario, por su entera
disponibilidad para las tareas apostólicas y por la formación recibida, se
puede decir que todos los numerarios reúnen las condiciones necesarias exigidas
para el sacerdocio y están dispuestos a recibir la ordenación sacerdotal, si es
que el Señor se lo pide y el Padre les invita a servir de ese modo a la Iglesia
y en la Obra. Al primero que invitó don Josemaría fue a Álvaro del Portillo,
luego de insistirle en su libertad de decisión, estimulando en su alma el deseo
de servicio:
Si estás bien dispuesto —le
decía—, si lo deseas, y no tienes inconveniente, haré que seas ordenado
sacerdote, con plena libertad; y te llamo al sacerdocio no porque tú seas
mejor, sino para servir a los demás [21] . (...)
La mañana del 14 de febrero de
1943, don Josemaría salió temprano para decir misa a sus hijas en el oratorio
de Jorge Manrique. Siguieron éstas la misa con devoción y recogimiento; y el sacerdote,
metido en Dios durante el Santo Sacrificio.
Inmediatamente después de
celebrar la misa sacó su agenda de bolsillo y escribió en la hoja del domingo
14 de Febrero, S. Valentín:
En casa de las chicas, en la Sta.
Misa: “Societas Sacerdotalis Sanctae Crucis ”; y luego hizo un pequeño dibujo
(el diseño de un círculo, dentro del cual va una cruz) [22] .
Después de la acción de gracias
el Padre bajó a la otra planta, pidió una cuartilla y se encerró en un pequeño
recibidor mientras sus hijas le esperaban en el vestíbulo.
«A los pocos minutos —refiere
Encarnita— apareció de nuevo en el vestíbulo visiblemente emocionado. — Mirad
—nos dijo, señalándonos una cuartilla en la que había dibujado una
circunferencia y en el centro una cruz de proporciones especiales—; éste será
el Sello de la Obra. El Sello , no el escudo —nos aclaró—: el Opus Dei no tiene
escudos. Significa —nos dijo a continuación— el mundo y, metida en la entraña
del mundo, la Cruz» [23] .
Al día siguiente el Padre se fue
a El Escorial, no muy lejos de Madrid, donde Álvaro del Portillo, José María
Hernández Garnica y José Luis Múzquiz estaban preparando unos exámenes de
Teología. No sin gran vergüenza por su parte, se vio obligado a comunicar a
Álvaro del Portillo la gracia recibida del Señor el día anterior dentro de la
misa: la solución canónica para los sacerdotes de la Obra, el nombre de la
sociedad a constituir y hasta el sello [24] .
Había que preparar rápidamente
los documentos necesarios y Álvaro del Portillo sería el encargado de ir a Roma
con objeto de obtener la aprobación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz,
que en líneas generales le había mostrado el Señor el 14 de febrero, día de
acción de gracias, por ser el aniversario de otra fecha memorable: el 14 de
febrero de 1930, día en que el Señor le hizo entender que debía extender el
apostolado del Opus Dei a las mujeres.
