"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

26 de febrero de 2017

EL AFÁN DE CADA DÍA


— Filiación divina. Confianza y abandono en Dios.
—  Siempre tendremos las suficientes ayudas para ser fieles.
— Trabajar cara a Dios. .
I. En el Evangelio de la Misa nos da el Señor este consejo: No andéis agobiados por el día de mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. Le basta ya a cada día su propia preocupación1.
El ayer ya pasó; el mañana no sabemos si llegará para cada uno de nosotros2, pues a nadie se le ha entregado su porvenir. De la jornada de ayer solo han quedado motivos –muchos– de acción de gracias por los innumerables beneficios y ayudas de Dios, y también de quienes conviven con nosotros. Algo, aunque sea poco, habremos aumentado nuestro tesoro del Cielo. También del día de ayer han quedado motivos de contrición y de penitencia por los pecados, errores y omisiones. Del día de ayer podemos decir, con palabras de la Antífona de entrada de la Misa: El Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró porque me amaba3.
Mañana «todavía no es», y, si llega, será el día más bello que nunca pudimos soñar, porque lo ha preparado nuestro Padre Dios para que nos santifiquemos: Deus meus es tu, in manibus tuis sortes meae: Tú eres mi Dios y en tus manos están mis días4. No hay razones objetivas para andar angustiados y preocupados por el día de mañana: dispondremos de las gracias necesarias para enfrentarnos a lo que traiga consigo, y salir victoriosos.
Lo que importa es el hoy. Es el que tenemos para amar y para santificarnos, a través de esos mil pequeños acontecimientos que constituyen el entramado de un día. Unos serán humanamente agradables y otros lo serán menos, pero cada uno de ellos puede ser una pequeña joya para Dios y para la eternidad, si lo hemos vivido con plenitud humana y con sentido sobrenatural.
No podemos entretenernos en ojalás; en situaciones pasadas que nuestra imaginación nos presenta quizá embellecidas; o en otras futuras que engañosamente la fantasía idealiza, librándolas del contrapunto del esfuerzo; o, por el contrario, presentándolas a nuestra consideración como extremadamente penosas y arduas. El que anda observando el viento no siembra nunca, y el que se fija en las nubes jamás se pondrá a segar5. Es una invitación a cumplir el deber del momento, sin retrasarlo por pensar que se presentarán oportunidades mejores. Es fácil engañarse, también en el apostolado, con proyectos y aplazamientos, buscando circunstancias aparentemente más favorables. ¿Qué habría sucedido de la predicación de los Apóstoles, si hubieran aguardado unas circunstancias favorables? ¿Qué habría ocurrido con cualquier obra de apostolado si hubiese esperado unas condiciones óptimas? Hic et nunc: aquí y ahora es donde tengo que amar a Dios con todo mi corazón... y con obras.
Quizá una buena parte de la santidad y de la eficacia, en lo humano y en lo sobrenatural, consista en vivir cada día como si fuese el único de nuestra vida. Días para llenarlos de amor de Dios y terminarlos con las manos llenas de obras buenas, sin desaprovechar una sola ocasión de realizar el bien. El día de hoy no se repetirá jamás, y el Señor espera que lo llenemos de Amor y de pequeños servicios a nuestros hermanos. El Ángel Custodio deberá de «sentirse contento» al presentarlo ante nuestro Padre Dios.
II. No andéis angustiados... La preocupación estéril no suprime la desgracia temida, sino que la anticipa. Nos echamos encima una carga sin tener todavía la gracia de Dios para sobrellevarla. La preocupación aumenta las dificultades, y disminuye la capacidad de realizar el deber del momento presente. Sobre todo, faltamos contra la confianza en la Providencia que el Señor ejerce sobre todas las situaciones de la vida. Y en la Primera lectura de la Misa nos repite el Señor, por boca del Profeta Isaías: ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré6. Hoy, en todas las circunstancias, nos tendrá amorosamente presentes nuestro Padre Dios.
Y Jesús nos ha dicho, ¡ya tantas veces!: Tened confianza, soy Yo, no temáis7. No podemos llevar a la vez las cargas de hoy y las de mañana. Siempre tenemos la suficiente ayuda para ser fieles en el día de hoy y para vivirlo con serenidad y alegría. El mañana nos traerá nuevas gracias, y su carga no será más pesada que la de hoy. Cada día tiene su afán, su cruz y su gozo. Todas las jornadas de nuestra vida están presididas por Dios, que tanto nos quiere. Y no tenemos capacidad sino para vivir el momento presente. Casi siempre los agobios provienen de no vivir con intensidad el momento actual y de falta de fe en la Providencia. Por eso, desaparecerían si repitiéramos con sinceridad: Volo quidquid vis, volo quia vis, volo quomodo vis, volo quamdiu vis: quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras8. Entonces viene el gaudium cum pace9: el gozo y la paz.
A veces podemos sufrir la tentación de querer dominar también el futuro, y olvidamos que la vida está en las manos de Dios. No imitemos al niño impaciente que en su lectura salta las páginas para saber cómo acaba la historia. Dios nos da los días uno a uno, para llenarlos de santidad. Leemos en el Antiguo Testamento cómo los hebreos en el desierto recogían el maná que Dios destinaba para su alimento del día. Y algunos, queriendo hacer acopio para el futuro, por si les faltaba, tomaban más de lo necesario y lo guardaban. Al día siguiente se encontraban con un amasijo incomestible y corrompido. Les faltó confianza en Yahvé, su Dios, que velaba por ellos con amor paternal. Pongamos con prudencia los medios necesarios para velar por el futuro, pero no lo hagamos como aquellos que solo confían en sus fuerzas.
Debemos vivir con alegre esperanza el quehacer del día, poniendo ahí nuestra cabeza, nuestro corazón, todas nuestras energías. Este abandono en Dios –el santo abandono– no disminuye nuestra responsabilidad de hacer y de prever lo que cada caso requiera, ni nos dispensa de vivir la virtud de la prudencia, pero se opone a la desconfianza en Dios y a la inquietud sobre cosas que todavía no han tenido lugar10No os inquietéis, pues, por el mañana, nos repite hoy el Señor... Aprovechemos bien la jornada que estamos viviendo.
III. Dios sabe la necesidad que padecemos; busquemos el reino de Dios y su justicia en primer lugar, y todo lo demás se nos dará por añadidura11. «Tengamos el propósito firme y general de servir a Dios de corazón, toda la vida, y con eso no queramos saber sino que hay un mañana, en el que no hemos de pensar. Preocupémonos por obrar bien hoy: el mañana vendrá también a llamarse hoy, y entonces pensaremos en él. Hay que hacer provisiones de maná para cada día y nada más; no tengamos la menor duda de que Dios hará caer otro maná al día siguiente, y al otro, mientras duren las jornadas de nuestra peregrinación»12El Señor no nos fallará.
Vivir el momento presente supone prestar atención a las cosas y a las personas y, por tanto, mortificar la imaginación y el recuerdo inoportuno. La imaginación nos hace estar «en otro mundo», muy lejos del único que tenemos para santificar; es, con frecuencia, la causa de muchas pérdidas de tiempo, y de no aprovechar grandes ocasiones para hacer el bien. La falta de mortificación interior, de la imaginación y de la curiosidad, es uno de los grandes enemigos de nuestra santificación.
Vivir el momento presente requiere de nosotros rechazar los falsos temores a peligros futuros, que nuestra fantasía agranda y deforma. También perdemos el sentido de la realidad con las falsas cruces que, en ocasiones, nuestra imaginación inventa y padecemos inútilmente, por no aceptar quizá la pequeña cruz que el Señor nos pone delante, la cual nos llenaría de paz y de alegría.
Vivir con plenitud de Amor el momento presente nos situará constantemente ante cosas en apariencia de poco relieve, en las que debemos ser fieles. Hic et nunc: aquí y ahora debemos cumplir con puntualidad el plan de vida que hemos fijado. Aquí y ahora hemos de ser generosos con Dios, huyendo de la tibieza. Aquí y ahora espera el Señor que nos venzamos en aquello que nos cuesta y procuremos avanzar en esos puntos de lucha que constituyen el examen particular.
Pidamos a la Santísima Trinidad que nos conceda la gracia de vivir el momento presente en cada jornada con plenitud de Amor, como si fuera la última ofrenda de nuestra vida en la tierra.