— Raíces cristianas de Europa.
— Necesidad de una nueva evangelización.
— Tarea de todos. Hacer lo que esté en nuestras manos.
I. Al conmemorar el quince centenario del nacimiento de San Benito, el Papa Juan Pablo II recordaba el «trabajo gigantesco» del santo, que contribuyó en gran manera a configurar lo que más tarde sería Europa1. Era un tiempo en el que «corrían gran peligro no solo la Iglesia, sino también la sociedad civil y la cultura. San Benito atestiguó, con insignes obras y con su santidad, la perenne juventud de la Iglesia». Además, «él y sus seguidores sacaron de la barbarie y llevaron a la vida civilizada y cristiana a pueblos bárbaros, y conduciéndolos a la virtud, al trabajo y al pacífico ejercicio de las letras, los unió en caridad a manera de hermanos»2. San Benito contribuyó en gran medida a forjar el alma y las raíces de Europa, que son esencialmente cristianas, sin las cuales no se entienden ni se explican nuestra cultura ni nuestro modo de ser3. La misma identidad europea «es incomprensible sin el Cristianismo», y «precisamente en él se hallan esas raíces comunes, de las que ha madurado la civilización del continente, su cultura, su dinamismo, su actividad, su capacidad de expansión constructiva a los demás continentes; en una palabra, todo lo que constituye su gloria»4.
Hoy estamos asistiendo, por desgracia, a un empeño decidido y sistemático que trata de eliminar lo más esencial de nuestras costumbres: su hondo sentido cristiano. «Por una parte, la orientación casi exclusiva hacia el consumo de los bienes materiales, quita a la vida humana su sentido más profundo. Por otra parte, el trabajo está volviéndose en muchos casos casi una coacción alienante para el hombre, sometido al colectivismo, y se separa, casi a cualquier precio, de la oración, quitando a la vida humana su dimensión ultraterrena»5. Parece en ocasiones como si pueblos enteros se encaminaran a una nueva barbarie, peor que la de tiempos pasados. El materialismo práctico «impone hoy al hombre su dominio de maneras muy diferentes y con una agresividad que a nadie excluye. Los principios más sagrados, que fueron guía segura de comportamiento de los individuos y de la sociedad, están siendo desplazados por falsos pretextos referentes a la libertad, la sacralidad de la vida, la indisolubilidad del matrimonio, el sentido auténtico de la sexualidad humana, la recta actitud hacia los bienes materiales, que el progreso ha traído»6. No parece exagerado pensar que en muchos lugares, si no llega el remedio oportuno, las ideas que están cristalizando darán lugar a una nueva sociedad pagana. Por influjo del laicismo, que prescinde de toda relación con Dios, en no pocas legislaciones civiles, los derechos y deberes del ciudadano se establecen sin ninguna relación con una ley moral objetiva. Y lo hacen compatible con una apariencia de bondad, que solo engaña a personas de escasa formación y a los que ya han perdido el sentido de la dignidad humana.
Ante esta situación, el Papa Juan Pablo II ha hecho múltiples llamadas a una nueva evangelización de Europa y del mundo, en la que estamos todos comprometidos. Examinemos hoy, en la festividad de San Benito, nuestro sentido cristiano de la vida y el espíritu apostólico que debe animar todos nuestros actos. No olvidemos que «en la proximidad del tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo»7. Y nos quiere a nosotros como protagonistas de este renacer de la fe. Sentiremos la alegría de dar a conocer a Cristo a compañeros de trabajo, amigos, familiares... Y el Señor premiará ese esfuerzo con gracias abundantes que nos llevarán a una mayor intimidad con Él.
II. Muchos cristianos, ante un panorama que parece adverso, han preferido poner entre paréntesis, dejar a un lado, lo que podía chocar con la opinión más generalizada, que muchas veces se ha puesto a sí misma la etiqueta de «moderna» y de «progreso», y «a fuerza de poner entre paréntesis lo que nos molesta en un problema escribe un pensador de nuestros días, para no separarnos de nuestros compañeros, corremos el riesgo de enterrar en nosotros lo que es esencial»8, aquello que explica el sentido de nuestro vivir cotidiano.
Ningún cristiano puede permanecer al margen de las grandes cuestiones humanas que el mundo tiene planteadas. «No podemos cruzarnos de brazos, cuando una sutil persecución condena a la Iglesia a morir de inedia, relegándola fuera de la vida pública y, sobre todo, impidiéndole intervenir en la educación, en la cultura, en la vida familiar.
»No son derechos nuestros: son de Dios, y a nosotros, los católicos, Él los ha confiado... ¡para que los ejercitemos!»9.
Ante esta situación, cuyas consecuencias vemos todos los días, hemos de sentir la urgencia de recristianizar el mundo, ese mundo quizá pequeño en el que se desarrolla nuestra vida: «cada uno de nosotros ha de plantearse de verdad esta pregunta: ¿qué puedo hacer yo en mi ciudad, en mi lugar de trabajo, en mi escuela o en mi universidad, en esa agrupación social o deportiva de la que formo parte, etc. para que Jesucristo reine efectivamente en las almas y en las actividades? Pensadlo delante de Dios, pedid consejo, rezad... y lanzaos con santa agresividad, con valentía espiritual a conquistar para Dios ese ambiente»10.
La tarea de la recristianización de Europa y del mundo no se puede plantear como si solo fuera abordable por aquellos que tienen una influencia política o pública considerable. Por el contrario, es tarea de todos. Volvemos de nuevo a evangelizar este mundo nuestro cuando vivimos como quiere Dios: cuando los padres y madres de familia comenzando por su conducta, por ejemplo en la generosidad en el número de hijos, en el modo de tratar a quienes les ayudan en las tareas domésticas, a los vecinos... educan a sus hijos en el desprendimiento de sus cosas personales, en el sentido del deber, en la austeridad de vida, en el espíritu de sacrificio para el cuidado de los mayores y de los más necesitados... Cooperan en la recristianización de la sociedad los predicadores y catequistas que recuerdan, sin cansancio y sin reduccionismos oportunistas, todo el mensaje de Cristo; los colegios que, teniendo en cuenta los objetivos para los que fueron fundados, forman realmente en el espíritu cristiano; los profesionales que, aunque esto les acarree un cierto perjuicio económico, se niegan a prácticas inmorales: comisiones injustas, aprovechamiento desleal de informaciones reservadas, de influencias, intervenciones médicas que pugnan con la Ley de Dios, o inserciones publicitarias que ayudan a sostener emisoras o publicaciones claramente anticristianas... Y siempre el apostolado personal basado en la amistad, que es eficaz en toda circunstancia.
III. Existe un antiguo proverbio que dice: «más vale encender una cerilla que maldecir la oscuridad». Aparte de que no es propio de los hijos de Dios la queja sistemática sobre el mal, el clima pesimista y negativo, si los cristianos nos decidiéramos a llevar a cabo lo que está en nuestras manos, cambiaríamos el mundo de nuevo, como hicieron los primeros cristianos, pocos en número, pero con una fe viva y operativa. Es un gran error no hacer nada, por pensar quizá que se puede hacer poco. Una carta a un periódico alabando o agradeciendo un buen artículo, puede alentar al director de la publicación o al periodista a publicar otros en la misma línea; recomendar un buen libro puede ser el instrumento que utilice el Espíritu Santo para transformar un alma; expresar nuestra opinión con serenidad puede reafirmar a otro en su sentido cristiano... Todas nuestras acciones, con la gracia Dios, tienen repercusiones insospechadas.
Y hemos de contar con que hacer el bien es siempre más atractivo que el mal; y también con la ayuda de la Virgen y de los santos Ángeles Custodios para sacar adelante lo que nos proponemos, y con la fortaleza que otorga la ayuda de la Comunión de los Santos, que alcanza incluso a los que están más lejos. Son muchas las razones para ser optimistas, «con un optimismo sobrenatural que hunde sus raíces en la fe, que se alimenta de la esperanza y a quien pone alas el amor. Hemos de impregnar de espíritu cristiano todos los ambientes de la sociedad. No os quedéis solamente en el deseo: cada una, cada uno, allá donde trabaje, ha de dar contenido de Dios a su tarea, y ha de preocuparse –con su oración, con su mortificación, con su trabajo profesional bien acabado– de formarse y de formar a otras almas en la Verdad de Cristo, para que sea proclamado Señor de todos los quehaceres terrenos»11. Para esto aprovecharemos todas las situaciones, incluso los viajes por motivos de descanso o de trabajo, como hicieron los primeros cristianos, que «viajando o estableciéndose en regiones donde Cristo no había sido anunciado, testimoniaban con valentía su fe y fundaban allí las primeras comunidades»12.
A San Benito, le encomendamos hoy esta tarea de todos de recristianizar la sociedad, y le pedimos que sepamos proclamar con nuestra vida y nuestra palabra «la perenne juventud de la Iglesia». Sobre todo le pedimos esa santidad personal que está en la base de todo apostolado. «Veo amanecer señala el Papa Juan Pablo II- una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo»13.
Santa María, Reina de Europa y del mundo, ruega por todos aquellos que se hallan en camino hacia Cristo... ruega por nosotros.