— El pintor de la Virgen.
— Leer con piedad el Santo Evangelio.
I. ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria!1.
Hemos de agradecer hoy a San Lucas que sea para nosotros un buen mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, pues fue un fiel instrumento en manos del Espíritu Santo. Nos ha transmitido un precioso Evangelio y la historia de la primitiva Cristiandad en los Hechos de los Apóstoles, movido por la gracia de la inspiración divina, pero a la vez con el esfuerzo humano de un trabajo bien hecho, pues la ayuda de Dios no suplanta lo humano. Él mismo nos indica que redactó su obra después de haberse informado con exactitud de todo desde los comienzos, y que lo hizo de forma ordenada2, no de cualquier manera. Esto le debió suponer buscar cuidadosamente fuentes de primera mano, muy probablemente la Virgen, los Apóstoles, incluso las mismas personas que aún vivían y que fueron protagonistas de los milagros, sucesos y narraciones... Nos señala expresamente que recoge esas noticias conforme nos las transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares3. Incluso su mismo estilo literario, como hace notar San Jerónimo4, indica la seguridad de las fuentes de las que se nutre. Gracias a este esfuerzo y a su correspondencia a las gracias que recibió del Espíritu Santo, hoy podemos leer, maravillados, los relatos de la infancia de Jesús, algunas bellísimas parábolas que solo él recoge, como la del hijo pródigo, la del buen samaritano, la del administrador infiel, la del pobre Lázaro y el mal rico... Propio también de San Lucas es el relato de los dos caminantes de Emaús, lleno de finura y acabado hasta en sus menores detalles.
Ninguno de los Evangelistas nos ha mostrado la misericordia divina para con los más necesitados como lo hace San Lucas. Resalta el amor de Jesús por los pecadores, quien declara que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido5, relata el perdón a la mujer pecadora6, el alojamiento en casa de un pecador como Zaqueo7, la mirada de Jesús que transforma el corazón de Pedro después de las negaciones8, la promesa del Reino al ladrón arrepentido9, la oración por los que le crucifican y le insultan en el Calvario10... Las mujeres y el empeño de Jesús por devolverles su dignidad, poco considerada en aquel tiempo, ocupan un lugar muy importante en su Evangelio: la viuda de Naín11, la pecadora arrepentida12, las mujeres galileas que ponen a disposición de Jesús sus bienes y van también en su seguimiento13, las visitas de Jesús a casa de las dos hermanas de Betania14, la curación de una mujer encorvada15, las mujeres de Jerusalén que dan a Jesús muestras de su compasión en el camino de la cruz16... son todas figuras nombradas y realzadas solo por este Evangelista.
Es mucho lo que hemos de agradecer hoy a San Lucas. «Eres el único escribía el que más tarde había de ser el Papa Juan Pablo I en una carta figurada al Evangelista que nos ofrece un relato del nacimiento e infancia de Cristo, cuya lectura escuchamos siempre con renovada emoción en Navidad. Hay, sobre todo, una frase tuya que me llama la atención: Envuelto en pañales fue reclinado en un pesebre. Esta frase ha dado origen a todos los belenes del mundo y a miles de cuadros preciosos»17. Ha permitido que acompañemos, tantas veces, a la Sagrada Familia en Belén y en su vida cotidiana entre sus paisanos de Nazareth.
También nosotros nos detenemos hoy a considerar la perfección humana con que debemos realizar nuestro trabajo, aunque nos parezca que quizá no tiene mucha trascendencia. Las obras bien hechas permanecen y resulta fácil ofrecerlas a Dios, que las acogerá como un don. El trabajo realizado con poco esfuerzo, sin interés, sin cuidar lo pequeño, no merece ser humano, y no permanecerá ni delante de Dios, ni de los hombres. Examinemos hoy cómo llevamos a cabo lo que tenemos entre manos, lo que debemos ofrecer cada día al Señor.
II. En el Evangelio de San Lucas encontramos la doctrina fundamental del Señor sobre la humildad, la sinceridad, la pobreza, la penitencia, la aceptación de la cruz cada día, la necesidad de ser agradecidos... El gran amor que tenemos a Nuestra Señora nos mueve hoy a dar gracias a este Santo Evangelista que supo presentar la grandeza y hermosura de su alma con una exquisita delicadeza. Por eso, se le dio desde muy antiguo el título de pintor de la Virgen18, y de ahí se pasó más tarde a que se le atribuyera la autoría de algunas tallas y pinturas de Nuestra Señora. En cualquier caso, el Evangelio de San Lucas es fundamental para el conocimiento y la devoción a la Virgen, y ha servido de inspiración a una buena parte del arte cristiano. Ningún personaje de la historia evangélica fuera, naturalmente, de Jesús es descrito con tanto amor y admiración como Santa María. Nos enseña, inspirado por el Espíritu Santo, los dones y la fiel correspondencia de la Virgen Santísima: es la llena de gracia, el Señor está con ella; concibió por obra del Espíritu Santo, siendo Madre de Jesús sin dejar de ser Virgen; íntimamente unida al misterio redentor de la Cruz, será bendecida por todas las generaciones, pues el Todopoderoso hizo en Ella grandes cosas. Con razón una mujer del pueblo alabó entusiasmada y de forma muy expresiva a la Madre de Jesús19. De la misma forma nos enseña la fidelísima correspondencia de la Virgen: recibe con humildad el anuncio del Arcángel acerca de su dignidad de Madre de Dios; acepta rendidamente los planes divinos; se apresura a ayudar a los demás... Por dos veces20 nos muestra a Nuestra Señora que ponderaba estas cosas en su corazón...Son conocimientos que solo la Virgen pudo transmitir en momentos en que abrió su intimidad.
En ese camino de las cosas bien hechas, acabadas con perfección, pidámosle a San Lucas dar a conocer a los demás la devoción a la Virgen, la riqueza casi infinita de su alma, como él lo hizo. Especialmente, en este mes de octubre, procuremos propagar esa devoción del Santo Rosario, que tantas gracias nos obtiene del Cielo.
III. Honremos la memoria de San Lucas contemplando la atrayente y alentadora figura del Salvador que nos pone delante. Y pidámosle, al leer y meditar los Hechos de los Apóstoles el Evangelio del Espíritu Santo, como se le ha llamado-, la alegría y el espíritu apostólico de nuestros primeros hermanos en la fe que allí se refleja. Según una antigua costumbre cristiana, cuando alguien se encontraba en un apuro o en una duda abría al azar el Evangelio y leía el primer versículo encontrado. Muchas veces no se encontraba la respuesta adecuada, pero siempre se hallaba paz y serenidad; se había entrado en contacto con Jesús. Salía de Él una virtud que sanaba a todos21, comenta en cierta ocasión el Evangelista. Y esa virtud sigue saliendo de Jesús cada vez que entramos en contacto con Él. La obra de San Lucas, inspirada por Dios, nos enseña a mantener esa relación directa con el Señor, nos anima a acudir frecuentemente a su misericordia, a tratarle como al Amigo fiel que dio su vida por nosotros. A la vez, nos permite meternos de lleno en el misterio de Jesús, especialmente hoy, cuando tantas y tan confusas ideas circulan sobre el tema más trascendental para la Humanidad desde hace veinte siglos: Jesucristo, Hijo de Dios, piedra angular, fundamento de todo hombre. Ninguna lectura tiene la virtud de acercarnos tanto a Dios como la que está escrita bajo la misma inspiración divina. Por eso en el Santo Evangelio debemos aprender la ciencia suprema de Jesucristo22, como decía San Pablo a los Filipenses, «pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo»23.
El Evangelio debe ser el primer libro del cristiano porque nos es imprescindible conocer a Cristo; hemos de mirarlo y contemplarlo hasta conocer de memoria todos sus rasgos. «Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra obras y dichos de Cristo no solo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia.
»-El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.
»Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?...” ¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.
»Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. Así han procedido los santos»24.
San Lucas, que tantas veces meditaría los hechos que relata, nos enseñará a amar, como lo hacían los primeros cristianos, el Santo Evangelio. En él encontraremos «el alimento del alma, la fuente límpida y perenne de la vida espiritual»25.