Un
versículo del Libro de los Proverbios
reclama la virtud más sobresaliente del beato Álvaro del Portillo: “El varón fiel será muy alabado” (Pr,
28, 20). Con motivo de su fallecimiento, el Papa Francisco le envió un
telegrama a Mons. Javier Echevarría (último prelado del Opus Dei fallecido)
haciendo mención del “precioso ejemplo de vida” del beato Álvaro y exhortaba “a
imitar la vida humilde, alegra, escondida y silenciosa, aunque determinada en
el dar testimonio de la perenne novedad del Evangelio”.
El
desarrollo de la personalidad de Álvaro del Portillo surge como fruto de una
fidelidad renovada constantemente: él actuó con responsabilidad en llevar
adelante esta familia del Opus Dei, según el espíritu de san Josemaría y de su
mensaje; y también los encargos que la Santa Sede le ha encomendado en los años
en que fue Prelado de la Obra. Esta responsabilidad va unida a la fidelidad
como toma de conciencia del don recibido y el deber de custodiarlo y hacerlo
fructificar.
En
el trabajo de gobernar la Prelatura del Opus Dei, su principio rector fue hacer
aquello que habría hecho san Josemaría si hubiese estado presente y, cuando no
tenía la certeza de conocer la respuesta que habría dado el Fundador,
consultaba a penas fuese posible y actuaba en consecuencia. En la base de esta
responsabilidad se encuentran su vida de oración y de sacrificio, y una actitud
paternal hacia sus hijos acorde con su propio temperamento.
Desde
el momento de su ordenación sacerdotal hasta la muerte de Escrivá de Balaguer,
fue confesor, estrecho colaborador y compañero del Fundador. Esto exigió del
beato Álvaro una profunda vida interior, una inteligencia y humildad para ayudar
a san Josemaría en la acogida de las gracias que recibía de Dios.
Don
Álvaro alcanzó la bienaventuranza celestial porque desde joven, y especialmente
desde que encontró a san Josemaría, se tomó en
serio la llamada a la santidad dirigida por el Señor a todos. Fue la suya
una fidelidad indiscutible, sobre todo, a
Dios en el cumplimiento pronto y generoso de su voluntad; fidelidad a la
Iglesia y al Papa; fidelidad al sacerdocio; fidelidad a la vocación cristiana
en cada momento y en cada circunstancia.
Las
lecturas de la Misa nos hablan del Buen Pastor. En el libro del profeta
Ezequiel, el Señor promete que Él mismo será el pastor de sus ovejas: como cuida un
pastor de su grey dispersa, así cuidaré Yo de mi rebaño y lo libraré, sacándolo
de los lugares por donde se había dispersado un día de oscuros nubarrones.
Así
se comportó el beato Álvaro, como Pastor ejemplar en la Iglesia. Muchos son
testigos de su ardiente amor por todas las almas; y no sólo de aquellas que le
habían sido confiadas como Prelado del Opus Dei, sino de las demás, sin
excepción. Recordemos que él impulsó directamente el inicio de la labor en
nuestro país.
En
la carta con ocasión de la beatificación de don Álvaro, el Papa Francisco
escribió: destacado era su amor a la
Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés
mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo
positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica,
ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido
de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión,
la caridad sincera.
El
Evangelio de hoy nos presenta la figura del Buen Pastor que da su vida por las ovejas; el único que
puede afirmar: conozco a mis ovejas y las
mías me conocen. Jesús ha querido elegir algunos hombres que, en la
Iglesia, lo representen y hagan sus veces. Entre éstos el beato Álvaro, primero
como hijo fidelísimo de san Josemaría, y luego como su sucesor en el Opus Dei,
guió durante casi veinte años a los fieles de la Prelatura —laicos y
sacerdotes— por los senderos abiertos por el Fundador.
Nos
recordó tantas cosas; entre otras, a vivir plenamente unidos a la Voluntad
divina, como había aprendido de san Josemaría. Esa era la raíz de su constante
serenidad, que sabía contagiar a las personas que lo encontraban. Es fácil
tener presente el rostro de don Álvaro que infundía paz, alegría, amistad,
disponibilidad para servir: muchas personas se vieron impulsadas, después de
aquellos encuentros, a pensar con profundidad cómo debía ser la mirada de
Cristo que atraía a sí las multitudes. Por eso, tanta gente le hace la “Novena
de la serenidad” (que está en la web de la Obra) para alcanzar la paz y
serenidad del corazón cuando se necesitan.
Ante
las contrariedades, a veces graves, era para los que le rodeaban y para todos
un firme y simpático apoyo. En una carta decía: ¿Por qué aparecen llenos de paz los santos, aun en medio del dolor, de
la deshonra, de la pobreza, de las persecuciones?, se preguntaba en una de
sus cartas pastorales. La respuesta se
dibuja bien clara, —proseguía—: porque
procuran identificarse con la Voluntad del Padre del Cielo, imitando a Cristo;
porque ante lo agradable y lo desagradable, ante lo que requiere poco esfuerzo
y ante lo que quizás exige mucho sacrificio, deciden ponerse en la presencia de
Dios y afirmar con clara actitud: ¿lo
quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero (Camino, 762). ¡Ahí está la
raíz de la eficacia y la fuente de la alegría!.
Hagamos hoy el propósito, siguiendo
el ejemplo del beato Álvaro, de tomarnos más en serio nuestra llamada a la
santidad, yendo por sendas de lucha serena y alegre, por caminos de amistad y
disponibilidad para servir, haciendo el apostolado de los sacramentos de la
Confesión y de la Eucaristía. “Que esta acción de gracias –como nos pide el
actual Prelado, Mons. Ocáriz- nos lleve a rezar por todos los sacerdotes de la
Iglesia para que, como ha pedido el Papa, «no le tengan miedo a gastar la vida
por su gente» (15-XI-2018).
Confiamos
nuestras súplicas a la Virgen en este mes de mayo dedicado a Ella, y recemos
por la situación actual de nuestra Madre la Iglesia, con el Papa y por el Papa.