"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

25 de junio de 2020

AMOR Y CARIDAD EN SAN JOSEMARIA 2

1. La caridad en san Josemaría

2. La caridad en lo ordinario

3. La libertad de amar







1. La caridad en san Josemaría

“Los cristianos estamos enamorados del Amor: el Señor no nos quiere secos, tiesos, como una materia inerte. ¡Nos quiere impregnados de su cariño!”1. San Josemaría traducía muchas veces de manera libre el versículo Dios es Amor por “Dios es cariño”, para destacar la dimensión humana de la caridad cristiana.

La palabra corazón en la Sagrada Escritura alude a la totalidad del ser humano, con sus afectos, pensamientos, deseos, anhelos y decisiones. “El «corazón» hace referencia al «centro» de la persona desde el que brota todo pensamiento y toda acción. Es la sede del amor, mucho más que de los sentimientos, como a veces afirman algunos autores. San Josemaría lo señala con claridad: «Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la persona que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresar- se los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su co- razón, podemos decir con lenguaje nuestro (...). Cuando en la Sagrada Escritura se habla del co- razón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el mismo Jesucristo, se dirige toda ella –alma y cuerpo– a lo que considera su bien: porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6,21)»”2.

San Josemaría “ejemplificó en su vida lo que sig- nifica tener corazón. Dotado de cordialidad, de buen humor, de intuición profunda, de grandes pasiones, sabía manifestar el cariño con con- creción, también material, de atención huma- na (...). Lo que traslucía en su persona remitía a una fundamentación más honda (...): «Amar es tener el corazón grande, sentir las preocupa- ciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas. Si amamos con el corazón de Cristo aprenderemos a servir, y defenderemos la verdad claramente y con amor»”3.


El papa Francisco, en la catequesis sobre el año de la fe, afirmó que “la caridad es la mayor riqueza de la Iglesia. Vivir la comunión en la caridad significa no buscar el propio interés, sino ser capaces de compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos, ser capaces de llevar los unos las cargas de los otros”4.

En el quinto aniversario de la canonización de san Josemaría, don Javier Echevarría publicó un artículo titulado El resplandor de la caridad, en el que mostraba cómo el santo de lo ordinario practicó la caridad todos los días de su vida. Afirmaba don Javier que “La caridad cristiana no consiste jamás en algo instrumental, no busca obtener otros objetivos: el amor es gratuito”5. Para san Josemaría, vivir la caridad en la vida ordinaria reclamaba “corazón grande, sentir las preocupaciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas”6.

Como atestiguaba en Surco, la caridad no tiene que estar adecuada o ajustada a las necesidades de uno mismo, sino a la de los demás7. Así, “Ama y practica la caridad, sin límites y sin discriminaciones, porque es la virtud que nos caracteriza a los discípulos del Maestro. –Sin embargo, esa caridad no puede llevarte –dejaría de ser virtud– a amortiguar la fe, a quitar las aristas que la definen, a dulcificarla hasta convertirla, como algunos pretenden, en algo amorfo que no tiene la fuerza y el poder de Dios”8.

La doctrina de san Josemaría en torno a la caridad se basa en el amor de Cristo, “el amor de Jesús a los hombres es un aspecto insondable del misterio divino, del amor del Hijo al Padre y al Espíritu Santo”9. Como virtud, la caridad está llamada al progreso, al aumento, a crecer; de ahí que san Josemaría sostenga que sería ingenuo pensar que las exigencias de la caridad se cumplen con facilidad: siempre es necesario el empeño personal10.


2. La caridad en lo ordinario

El papa Francisco, en la catequesis sobre el año de la fe, afirmó que “la caridad es la mayor riqueza de la Iglesia. Vivir la comunión en la caridad significa no buscar el propio interés, sino ser capaces de compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos, ser capaces de llevar los unos las cargas de los otros”4.

En el quinto aniversario de la canonización de san Josemaría, don Javier Echevarría publicó un artículo titulado El resplandor de la caridad, en el que mostraba cómo el santo de lo ordinario practicó la caridad todos los días de su vida. Afirmaba don Javier que “La caridad cristiana no consiste jamás en algo instrumental, no busca obtener otros objetivos: el amor es gratuito”5. Para san Josemaría, vivir la caridad en la vida ordinaria reclamaba “corazón grande, sentir las preocupaciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas”6.

Como atestiguaba en Surco, la caridad no tiene que estar adecuada o ajustada a las necesidades de uno mismo, sino a la de los demás7. Así, “Ama y practica la caridad, sin límites y sin discriminaciones, porque es la virtud que nos caracteriza a los discípulos del Maestro. –Sin embargo, esa caridad no puede llevarte –dejaría de ser virtud– a amortiguar la fe, a quitar las aristas que la definen, a dulcificarla hasta convertirla, como algunos pretenden, en algo amorfo que no tiene la fuerza y el poder de Dios”8.

La doctrina de san Josemaría en torno a la caridad se basa en el amor de Cristo, “el amor de Jesús a los hombres es un aspecto insondable del misterio divino, del amor del Hijo al Padre y al Espíritu Santo”9. Como virtud, la caridad está llamada al progreso, al aumento, a crecer; de ahí que san Josemaría sostenga que sería ingenuo pensar que las exigencias de la caridad se cumplen con facilidad: siempre es necesario el empeño personal10.


3. La libertad de amar

“No poseemos -señalaba san Josemaría- un corazón para amar a Dios, y otro para querer a las criaturas: este pobre corazón nuestro, de carne, quiere con un cariño humano que, si está unido al amor de Cristo, es también sobrenatural. Esa, y no otra, es la caridad que hemos de cultivar en el alma”11.

En la primera semblanza sobre san Josemaría, aparecida al año siguiente de su fallecimiento, Salvador Bernal escribió: “Como expresaba en septiembre de 1975 don Álvaro del Portillo, uno de los rasgos capitales del espíritu del Fundador del Opus Dei «era precisamente ese maravilloso engarce, en un corazón tan grande, en un alma que voló tan alto, con el amor a lo pequeño: a lo que se advierte solamente por las pupilas que ha dilatado el amor»”12.

“Ese corazón grande y apasionado, que tan fácilmente se identificaba con el sufrimiento ajeno, padeció lo indecible en los años cuarenta, porque las tremendas injusticias que sufrió ofendían a Dios, confundían a muchas personas y empecataban el alma de quienes las cometían. El Fundador del Opus Dei, que sabía querer, calló, perdonó y rezó, quitando importancia a su heroísmo”13.

“El corazón del Fundador del Opus Dei era de veras paterno. Por eso comprendía muy bien los sentimientos de todos los padres. Y por eso tenía siempre en cuenta a las familias de los miembros de la Obra. Cuando las necesidades del trabajo los llevaban lejos, les animaba siempre a que les escribieran con frecuencia, a que les dieran buenas noticias, a que les hicieran partícipes de su alegría: pues la dicha del hijo es lo que más alegra el corazón de unos padres”14.

Esta relación entre la caridad y las demás virtudes fue tratada ampliamente por san Josemaría. “Persuadíos de que un cristiano, si de veras pretende actuar rectamente, cara a Dios y cara a los hombres, necesita de todas las virtudes, por lo menos en potencia. Padre, me preguntaréis: ¿y de mis flaquezas, qué? Os responderé: ¿acaso no cura un médico que esté enfermo, aun cuando el trastorno que le aqueja sea crónico?; ¿le impedirá su enfermedad prescribir a otros enfermos la receta adecuada? Claro que no: para curar, le basta poseer la ciencia oportuna y ponerla en práctica, con el mismo interés con el que combate su propia dolencia”15.

Muchas más manifestaciones de la caridad entendida y practicada por san Josemaría se recogen en la reciente biografía Que solo Jesús se luzca16. Ilustrada con más de 300 fotos, mapas, infografías y textos autógrafos, facilita sintonizar con su vida a través de muchas imágenes vivas.


“No existe corazón (…) que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de nobleza. Y cuando he golpeado en esos corazones, a solas y con la palabra de Cristo, han respondido siempre”17. Una de las enseñanzas de san Josemaría es que las virtudes humanas componen el fundamento de las sobrenaturales, porque fomentan las disposiciones necesarias para los actos propios de éstas, especialmente los que se refieren a la caridad.

La cita anterior se incluye en una homilía de 1941 que se publicó precisamente con el título de “Virtudes humanas”. Allí considera entre otras: la fortaleza, serenidad, paciencia, magnanimidad, laboriosidad, diligencia, veracidad, sencillez, naturalidad, etc. Cuando habla de la prudencia, la denomina “sabiduría de corazón que orienta y rige otras muchas virtudes”. Al practicarlas, “el cristiano es uno más en la sociedad; pero de su corazón desbordará el gozo del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la Voluntad del Padre. Y no se siente víctima, ni capitidisminuido, ni coartado. Camina con la cabeza alta, porque es hombre y es hijo de Dios. Nuestra fe confiere todo su relieve a estas virtudes (…). Por eso el que sigue a Cristo es capaz –no por mérito propio, sino por gracia del Señor– de comunicar a los que le rodean lo que a veces barruntan, pero no logran entender: que la verdadera felicidad, el auténtico servicio al prójimo pasa sólo por el Corazón de Nuestro Redentor, perfectus Deus, perfectus homo ”18.

“Me produce una honda alegría considerar que Cristo ha querido ser plenamente hombre, con carne como la nuestra. Me emociona contemplar la maravilla de un Dios que ama con corazón de hombre”19.

Lo que podemos considerar una jaculatoria dirigida a Jesús: “Danos un corazón a la medida del Tuyo” son las palabras finales del n. 813 de Surco, que se refiere a la humanidad del Señor: “¡Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos... –¡Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!”20.

“No existe corazón (…) que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de nobleza. Y cuando he golpeado en esos corazones, a solas y con la palabra de Cristo, han respondido siempre”17. Una de las enseñanzas de san Josemaría es que las virtudes humanas componen el fundamento de las sobrenaturales, porque fomentan las disposiciones necesarias para los actos propios de éstas, especialmente los que se refieren a la caridad.
La cita anterior se incluye en una homilía de 1941 que se publicó precisamente con el título de “Virtudes humanas”. Allí considera entre otras: la fortaleza, serenidad, paciencia, magnanimidad, laboriosidad, diligencia, veracidad, sencillez, naturalidad, etc. Cuando habla de la prudencia, la denomina “sabiduría de corazón que orienta y rige otras muchas virtudes”. Al practicarlas, “el cristiano es uno más en la sociedad; pero de su corazón desbordará el gozo del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la Voluntad del Padre. Y no se siente víctima, ni capitidisminuido, ni coartado. Camina con la cabeza alta, porque es hombre y es hijo de Dios. Nuestra fe confiere todo su relieve a estas virtudes (…). Por eso el que sigue a Cristo es capaz –no por mérito propio, sino por gracia del Señor– de comunicar a los que le rodean lo que a veces barruntan, pero no logran entender: que la verdadera felicidad, el auténtico servicio al prójimo pasa sólo por el Corazón de Nuestro Redentor, perfectus Deus, perfectus homo ”18.
“Me produce una honda alegría considerar que Cristo ha querido ser plenamente hombre, con carne como la nuestra. Me emociona contemplar la maravilla de un Dios que ama con corazón de hombre”19.
Lo que podemos considerar una jaculatoria dirigida a Jesús: “Danos un corazón a la medida del Tuyo” son las palabras finales del n. 813 de Surco, que se refiere a la humanidad del Señor: “¡Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos... –¡Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!”20.