"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

24 de junio de 2020

SAN JOSEMARIA 1. *



A tres días de la celebración de San Josemaría queremos traer a estas páginas las ideas básicas de este Santo de la vida corriente que revolucionó a la Iglesia en pleno siglo XX, con su espiritualidad que ahora sigue miles de personas.

Las tres columnas del espíritu del Opus Dei fundado por San Josemaría son:


  • LA SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO Y LA FAMILIA
  • LA SANTIFICACIÓN DE LA SOCIEDAD Y EL MUNDO
  • SOMOS HIJOS DE DIOS




LA SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO Y LA FAMILIA

San Josemaría enseñó constantemente, con el ejemplo de su vida entera y con su palabra, que el gran camino de santificación para los hombres y mujeres, consiste en realizar su trabajo imitando a Jesucristo.

El espíritu del Opus Dei se apoya, como en un gozne o eje fundamental, en la santificación del trabajo. Solía enseñar el Santo que se debe “santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar con el trabajo”.

Deseaba ardientemente que todos los cristianos imitaran a Jesucristo, que llevó una vida de trabajo: primero en los años de Nazareth, en el taller artesano de José, y luego, en la infatigable labor de anunciar el Evangelio, en su vida pública, y hasta en lo alto de la Cruz, donde entregó su espíritu, después de haber cumplido plenamente lo que el Padre le encargó realizar.

San Josemaría apreciaba y hacía apreciar el trabajo como una gran bendición de Dios, como el mandamiento que, recibido por el hombre ya en el Paraíso, habría de llevarle a su perfección, a su felicidad temporal y eterna.

El trabajo, santificado plenamente por Jesús, sigue siendo, para todos, un gran instrumento de santificación: en él realizamos nuestra propia vocación, cumplimos la voluntad de Dios, y tenemos la oportunidad de practicar todas las virtudes, de desarrollar los diversos talentos, y de servir a los hermanos.

“Lo que he enseñado siempre –desde hace cuarenta años– es que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana (con amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristiana- mente las realidades temporales –a manifestar su condición divina– y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios...”. Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 10

El apostolado y las enseñanzas de San Josemaría, se dirigieron constantemente a mejorar la situación de las familias para que estuvieran vivificadas por el espíritu de Jesucristo y fueran así, como solía decir, “hogares luminosos y alegres”.

Del mismo modo que consideró la santificación del trabajo como un deber primario, igualmente apreció el cumplimiento de los deberes familiares como un medio de máxima importancia para la unión con Dios.

Como, en buena parte, la voluntad de Dios se manifiesta a través de las obligaciones profesionales y familiares, al cumplir los deberes del trabajo y de la familia, estamos cumpliendo nuestra vocación de hombres o mujeres que viven en medio del mundo.

Por lo menos desde 1928, San Josemaría predicaba que el matrimonio constituye una vocación específica para muchos. Y que para ellos, es un camino real de santidad. Estas enseñanzas, que pertenecen al patrimonio doctrinal perenne de la Iglesia, y que fueron recordadas, muchos años después, por el Concilio Ecuménico Vaticano II, sin embargo dieron origen a incomprensiones, acusaciones, e incluso a una dolorosa persecución; pero el Santo sacerdote afirmó siempre, con absoluta convicción, que no es preciso salir del propio sitio para alcanzar la santidad, sino, al contrario, que se debe perseverar en el cumplimiento de los propios deberes, comenzando por los familiares.

Sufría mucho al constatar los ataques a la familia, a la santidad, a la unidad e indisolubilidad del matrimonio, y por las campañas contra la vida y la dignidad del amor humano, e instaba a sus hijos y a muchas otras personas, a desagraviar por esos pecados y a contrarrestar aquellos males, procurando “ahogar el mal en abundancia de bien”.

“Me conmueve que el Apóstol califique al matrimonio cristiano de «sacramentum magnum» –sacramento grande. También de aquí deduzco que la labor de los padres de familia es importantísima.

Participáis del poder creador de Dios y, por eso, el amor humano es santo, noble y bueno: una alegría del corazón, a la que el Señor –en su providencia amorosa– quiere que otros libremente renunciemos.

Cada hijo que os concede Dios es una gran bendición divina: ¡no tengáis miedo a los hijos!”. Forja, n. 691

SANTIFICACIÓN DEL MUNDO.

Nuestro Señor Jesucristo dijo que sus seguidores debían ser “luz del mundo” y “sal de la tierra”, expresando con estas comparaciones la actitud dinámica, activa, propia de sus discípulos. A nosotros nos corresponde, en efecto, llevar la verdad del Evangelio a todas las gentes e informar con ella las realidades temporales.

Los primeros cristianos cumplieron admirablemente aquella misión encomendada por el Señor, y lograron vivificar con la fe un mundo pagano, iluminando la cultura, las estructuras sociales, políticas, económicas, artísticas, profesionales, etc.

Esta tarea de reordenar el mundo, desde dentro, siendo fermento de la masa, sal que da sabor a la cultura, luz que ilumina las más diversas situaciones de los hombres, nos corresponde ahora a nosotros; y San Josemaría empeñó toda su vida en inculcarnos este sentido de elevada responsabilidad. Los cristianos tenemos que continuar la obra salvadora de Jesucristo, transformando el mundo en que vivimos, a partir de la auténtica conversión de nuestros corazones.

Si cada hombre actúa como hijo de Dios, como imitador de Jesucristo, podrá influir eficazmente para cambiar los ambientes más paganizados en ambientes plenamente humanos y cristianos, en los que reinen la justicia, la caridad, la paz y, en definitiva, la felicidad que Dios quiere para sus hijos. Actuando cada uno con plena libertad y responsabilidad, guiados todos por los grandes ideales y principios cristianos, seremos los constructores del Reino de los cielos en este mundo, contando siempre con nuestro Padre Dios, que da la eficacia a las obras de los hombres. Comportándonos así, con plena responsabilidad y libertad personales, no comprometeremos a la Iglesia; y, en cambio, nos comprometeremos cada uno y nos santificaremos con la gracia de Dios, sin salirnos de nuestro sitio en el mundo, como sal y como luz.

“Sueño –y el sueño se ha hecho realidad– con muchedumbres de hijos de Dios, santificándose en su vida de ciudadanos corrientes, compartiendo afanes, ilusiones y esfuerzos con las demás criaturas. Necesito gritarles esta verdad divina: si permanecéis en medio del mundo, no es porque Dios se haya olvidado de vosotros, no es porque el Señor no os haya llamado. Os ha invitado a que continuéis en las actividades y en las ansiedades de la tierra, porque os ha hecho saber que vuestra vocación humana, vuestra profesión, vuestras cualidades, no sólo no son ajenas a los designios divinos, sino que Él las ha santificado como ofrenda gratísima al Padre”. Es Cristo que pasa, n. 20

SOMOS HIJOS DE DIOS

La consideración de que somos hijos adoptivos de Dios, fue –para San Josemaría–, el fundamento de su vida interior y de cuanto enseñó a quienes se le acercaron.
Efectivamente, la Providencia le inculcó una convicción profunda de que Dios es nuestro Padre. Tuvo, más de una vez, la experiencia espiritual de esta verdad como la más real e influyente en su modo de sentir, de pensar y actuar. Por otra parte, correspondió a esas gracias excepcionales con el empeño constante, a lo largo de toda la vida, de cultivar este sentido de la filiación divina.

Supo valerse de pequeñas “industrias humanas” o recordatorios para volver una y otra vez a la contemplación de la sublime y fascinante verdad: ¡Soy hijo de Dios! Igualmente, insistía a aquéllos cuyas almas dirigía en que es preciso procurar permanecer en continuo diálogo con el Señor, con la confianza de un hijo que actúa constante- mente bajo la mirada amorosa de su Padre-Dios.

De la consideración de su filiación adoptiva en Cristo, derivaba una serena alegría incluso en medio de sus pruebas y sufrimientos, una determinación firmísima para cumplir la voluntad de nuestro Padre Dios, un amor tierno y fuerte que le llevaba a imitar a Jesucristo sin medida, y un celo incomparable por la gloria del Padre.

Textos de san Josemaría “Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. –Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.


Y está como un Padre amoroso –a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos–, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.

Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! -Quizá el mismo día volvimos a caer de nuevo... –Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!

Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos”. Camino, n. 267


* BIOGRAFIA CORTA SAN JOSEMARÍA

Una familia cristiana (1902 – 1914)

Josemaría Escrivá de Balaguer nació en Barbastro (Huesca, España) el 9 de enero de 1902. Sus padres se llamaban José y Dolores. Tuvo cinco hermanos: Carmen (1899-1957), Santiago (1919-1994) y otras tres hermanas menores que él, que murieron cuando eran niñas. El matrimonio Escrivá dio a sus hijos una profunda educación cristiana. [+información]
Vocación de San Josemaría (1914 – 1918)
En 1915 quebró el negocio del padre, comerciante de tejidos, y la familia hubo de trasladarse a Logroño, donde el padre encontró otro trabajo. En esa ciudad, Josemaría, después de ver unas huellas en la nieve de los pies descalzos de un religioso, intuye que Dios desea algo de él, aunque no sabe exactamente qué es. Piensa que podrá descubrirlo más fácilmente si se hace sacerdote, y comienza a prepararse primero en Logroño y más tarde en el seminario de Zaragoza. [+información]
Ordenación sacerdotal (1918 - 1925)
Siguiendo un consejo de su padre, en la Universidad de Zaragoza estudia también la carrera civil de Derecho como alumno libre. D. José Escrivá muere en 1924, y Josemaría queda como cabeza de familia. Recibe la ordenación sacerdotal el 28 de marzo de 1925 y comienza a ejercer el ministerio primero en una parroquia rural y luego en Zaragoza. [+información]
Fundación del Opus Dei y dedicación a los pobres y enfermos (1928 - 1936)
En 1927 se traslada a Madrid, con permiso de su obispo, para obtener el doctorado en Derecho. En Madrid, el 2 de octubre de 1928, Dios le hace ver lo que espera de él, y funda el Opus Dei. Desde ese día trabaja con todas sus fuerzas en el desarrollo de la fundación que Dios le pide, al tiempo que continúa con el ministerio pastoral que tiene encomendado en aquellos años, que le pone diariamente en contacto con la enfermedad y la pobreza en hospitales y barriadas populares de Madrid. [+información]
Guerra Civil Española y Paso de los Pirineos (1936 - 1939)
Al estallar la guerra civil, en 1936, Josemaría Escrivá se encuentra en Madrid. La persecución religiosa le obliga a refugiarse en diferentes lugares. Ejerce su ministerio sacerdotal clandestinamente, hasta que logra salir de Madrid. Después de una travesía por los Pirineos hasta el sur de Francia, se traslada a Burgos. [+información]
Intenso trabajo pastoral (1939 - 1945)
Cuando acaba la guerra, en 1939, regresa a Madrid. En los años siguientes dirige numerosos ejercicios espirituales para laicos, para sacerdotes y para religiosos. En el mismo año 1939 termina sus estudios de doctorado en Derecho. [+información]
Roma y el Concilio Vaticano II (1946 - 1965)
En 1946 fija su residencia en Roma. Obtiene el doctorado en Teología por la Universidad Lateranense. Es nombrado consultor de dos Congregaciones vaticanas, miembro honorario de la Pontificia Academia de Teología y prelado de honor de Su Santidad. Sigue con atención los preparativos y las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-1965), y mantiene un trato intenso con muchos de los padres conciliares. [+información]
Expansión del Opus Dei y viajes de catequesis (1970 - 1975)
Desde Roma viaja en numerosas ocasiones a distintos países de Europa, para impulsar el establecimiento y la consolidación del trabajo apostólico del Opus Dei. Con el mismo objeto, entre 1970 y 1975 hace largos viajes por México, la Península Ibérica, América del Sur y Guatemala, donde además tiene reuniones de catequesis con grupos numerosos de hombres y mujeres. [+información]
Fallecimiento y fama de santidad
Fallece en Roma el 26 de junio de 1975. Varios miles de personas, entre ellas numerosos obispos de distintos países —en conjunto, un tercio del episcopado mundial—, solicitan a la Santa Sede la apertura de su causa de canonización. [+información]
Canonización
El 17 de mayo de 1992, Juan Pablo II beatifica a Josemaría Escrivá de Balaguer. Lo proclama santo diez años después, el 6 de octubre de 2002, en la plaza de San Pedro, en Roma, ante una gran multitud. «Siguiendo sus huellas —dijo en esa ocasión el Papa en su homilía—, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad». [+información]
Si quiere rezar ante los restos de san Josemaría, puede acudir a Santa María de la Paz (Roma)O bien descargue el folleto informativo en formato pdf.