Evangelio según san Mateo 9,18-26
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo:
«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá».
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y, al verla le dijo:
«¡Animo, hija! Tu fe te ha curado».
Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:
«¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se levantó.
La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
COMENTARIO
Cuando escribo este comentario hace apenas unos días que ha fallecido mi madre, por un cáncer que en pocos meses se diagnosticó y se la llevó. Leo y releo estos relatos de curaciones y, siendo honesta, os tengo que compartir que muchas veces, durante estos meses que he tenido la suerte y bendición de poder acompañarla y cuidarla, he luchado entre esa petición de que la curase y la de que se cumpliera su voluntad con la fuerza y serenidad suficientes para vivirla, sobretodo sin sufrimiento ni angustia de mi madre. Os comparto también que vivió este tiempo con una valentía, amor y fe admirables, y que murió serena y en paz, envuelta en esa ternura que siempre la caracterizó. ¡Una bendición de Dios!
Por eso me uno al dolor del jefe de los judíos por la muerte de su hija, y la angustia y desamparo de la mujer condenada al aislamiento durante tantos años por ser considerada impura. ¡Con cuanta fe y esperanza se acercaron a Jesús! Ellos, sin esperanza alguna, dieron el paso arriesgado y confiado de la fe. Todo el ser de Jesús se conmovió, hasta la orla de su manto. “¡Animo, hija...””La niña no está muerta, está dormida…”. Sus palabras son de vida y de esperanza.
¿Dónde está la clave, dónde está la confianza suficiente para acercarte a Jesús y depositar en Él tu esperanza? Pocos días antes de morir, le pregunté a mi madre si sabía cuánto la queríamos. Y ella asintió, con una sonrisa enorme, y dijo ya con la voz muy débil: “¡Infinito!”. Entonces comprendí que ese era el gran milagro que Dios nos hacía en medio de tanto dolor y tanto amor. El jefe judío que sufría por su hija muerta, la mujer marginada que sufre en soledad, se encuentran con el amor infinito de Jesús.
El poder de Jesús puede manifestarse visiblemente con las curaciones, pero esa fuerza de vida viene del inmenso amor que nos tiene. Y a eso es a lo que nos convoca y envía como cristianos. La enfermedad, la muerte, serán parte de la realidad de la vida siempre. Responder con alborotos y parafernalias, o con el ostracismo y la marginación, es más común de lo que quisiéramos admitir.
El dolor de quien sufre requiere un absoluto respeto y delicadeza, y requiere propiciarle lo necesario para curarse y cubrir sus necesidades. Por eso responder desde el amor, sin cálculos ni medida, en el cuidado y el cariño de cada día, dando lo mejor de cada uno, procurando aliviar y dar lo que necesita, en la familia, en la sociedad, en cada pequeña o grande comunidad de vida, es el milagro más necesario y grande de todos.
PARA TU ORACION
Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel...Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel...
Camino, 194
La respuesta definitiva
Ante esas pesadumbres, el cristiano sólo tiene una respuesta auténtica, una respuesta que es definitiva: Cristo en la Cruz, Dios que sufre y que muere, Dios que nos entrega su Corazón, que una lanza abrió por amor a todos. Nuestro Señor abomina de las injusticias, y condena al que las comete. Pero, como respeta la libertad de cada individuo, permite que las haya. Dios Nuestro Señor no causa el dolor de las criaturas, pero lo tolera porque —después del pecado original— forma parte de la condición humana. Sin embargo, su Corazón lleno de Amor por los hombres le hizo cargar sobre sí, con la Cruz, todas esas torturas: nuestro sufrimiento, nuestra tristeza, nuestra angustia, nuestra hambre y sed de justicia.
Es Cristo que pasa, 168
Las aflicciones unen a Cristo
Si —ante la realidad del sufrimiento— sentís alguna vez que vacila vuestra alma, el remedio es mirar a Cristo. La escena del Calvario proclama a todos que las aflicciones han de ser santificadas, si vivimos unidos a la Cruz.
Porque las tribulaciones nuestras, cristianamente vividas, se convierten en reparación, en desagravio, en participación en el destino y en la vida de Jesús, que voluntariamente experimentó por Amor a los hombres toda la gama del dolor, todo tipo de tormentos. Nació, vivió y murió pobre; fue atacado, insultado, difamado, calumniado y condenado injustamente; conoció la traición y el abandono de los discípulos; experimentó la soledad y las amarguras del castigo y de la muerte. Ahora mismo Cristo sigue sufriendo en sus miembros, en la humanidad entera que puebla la tierra, y de la que Él es Cabeza, y Primogénito, y Redentor.
Es Cristo que pasa, 168
Cursar la asignatura del dolor
Todo un programa, para cursar con aprovechamiento la asignatura del dolor, nos da el Apóstol: “spe gaudentes” —por la esperanza, contentos, “in tribulatione patientes” —sufridos, en la tribulación, “orationi instantes” —en la oración, continuos.
Camino, 209
Une el dolor —la Cruz exterior o interior— con la Voluntad de Dios, por medio de un “fiat!” generoso, y te llenarás de gozo y de paz.
Forja, 771
Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!
Camino, 208
Sufrir con alegría
Si unimos nuestras pequeñeces —las insignificantes y las grandes contradicciones— a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima —¡la única Víctima es El!—, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo.
—Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría.
Forja, 785
Ante el dolor ajeno
No pases indiferente ante el dolor ajeno. Esa persona —un pariente, un amigo, un colega..., ése que no conoces— es tu hermano.
—Acuérdate de lo que relata el Evangelio y que tantas veces has leído con pena: ni siquiera los parientes de Jesús se fiaban de El. —Procura que la escena no se repita.
Surco, 251
Con la ayuda de María
Admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor humano —no hay dolor como su dolor—, llena de fortaleza.
—Y pídele de esa reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz.
Camino, 508
No estás solo. —Ni tú ni yo podemos encontrarnos solos. Y menos, si vamos a Jesús por María, pues es una Madre que nunca nos abandonará.
Forja, 249
El trono de María, como el de su hijo, es la Cruz. Y durante el resto de su existencia, hasta que subió en cuerpo y alma a los Cielos, es su callada presencia lo que nos impresiona. San Lucas, que la conocía bien, anota que está junto a los primeros discípulos, en oración. Así termina sus días terrenos, la que habría de ser alabada por las criaturas hasta la eternidad.
¡Cómo contrasta la esperanza de Nuestra Señora con nuestra impaciencia! Con frecuencia reclamamos a Dios que nos pague enseguida el poco bien que hemos efectuado. Apenas aflora la primera dificultad, nos quejamos. Somos, muchas veces, incapaces de sostener el esfuerzo, de mantener la esperanza. Porque nos falta fe: ¡bienaventurada tú, que has creído! Porque se cumplirán las cosas que se te han declarado de parte del Señor (Lc I, 45.). (Amigos de Dios, 286)