"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

6 de septiembre de 2021

DEJAR ACTUAR A DIOS

 



Evangelio (Lc 6,)

Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y había allí un hombre que tenía seca la mano derecha. Los escribas y los fariseos le observaban a ver si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle. Pero él conocía sus pensamientos y le dijo al hombre que tenía la mano seca:

- Levántate y ponte en medio.

Y se levantó y se puso en medio. Entonces Jesús les dijo:

- Yo os pregunto: ¿es lícito en sábado hacer el bien o hacer el mal, salvar la vida de un hombre o perderla?

Entonces, mirando a todos los que estaban a su alrededor, le dijo al que tenía la mano seca:

- Extiende tu mano.

Él lo hizo, y su mano quedó curada. Ellos se llenaron de rabia y comenzaron a discutir entre sí qué harían contra Jesús.


Comentario

Este pasaje del Evangelio nos muestra, una vez más, el contraste entre el corazón de los hombres y el de Jesús. Los escribas y fariseos están allí y “observaban a ver si curaba en sábado, para encontrar de qué acusarle”. Están delante de Dios hecho hombre, a punto de presenciar una manifestación de la divinidad de Jesús y, sin embargo,buscan y observan para poder tener algo con que acusarlo.

En ocasiones la acción de Dios a lo largo de nuestras vidas puede llegar a asemejarse al pasaje que estamos contemplando. Tenemos una idea, un esquema de cómo tiene que ser nuestro encuentro con Dios, de cómo debería discurrir nuestra vida y, en algunas oportunidades, la vida de las personas a las que queremos. Pero el Señor no sólo no se adecúa a nuestros preconceptos, a nuestros planes, sino que tantas veces los rompe, los echa por tierra. Ante estas situaciones puede surgir el desconcierto si perdemos de vista que Dios es un Dios vivo y que supera infinitamente nuestros planes.

Tenemos que pedir al Señor humildad para dejarlo actuar a lo largo de nuestra vida como Él quiera; dejar que rompa nuestras previsiones y esquemas. En esos momentos nos puede servir preguntarnos ¿qué quiere Dios de mí con esto? ¿Qué busca el Señor en mí ante estas circunstancias o sucesos en los que no sé cómo actuar o cómo reconducirlos a Dios?

No debe sorprendernos no comprender a Dios, no entender por qué lleva nuestra vida de un modo determinado, por qué permite que me sucedan ciertas cosas a mí o a las personas que quiero. La Virgen no siempre comprendió el modo de actuar de Jesús, pero meditaba estas cosas en su corazón. Pidámosle a ella que nos enseñe a imitarla en ese deseo de conformarnos con la voluntad de Dios con todo lo que acontezca en nuestra vida.


PARA TU ORACION PERSONAL

Si no es para construir una obra muy grande, muy de Dios –la santidad–, no vale la pena entregarse. Por eso, la Iglesia –al canonizar a los santos– proclama la heroicidad de su vida. (Surco, 611)


Llegarás a ser santo si tienes caridad, si sabes hacer las cosas que agraden a los demás y que no sean ofensa a Dios, aunque a ti te cuesten. (Forja, 556)


Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad (Eph I, 4–5.). Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal, como nos lo repite insistentemente San Pablo: haec est voluntas Dei: sanctificatio vestra (1 Thes IV, 3), ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación. No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar esa cima (...).


La meta que os propongo –mejor, la que nos señala Dios a todos– no es un espejismo o un ideal inalcanzable: podría relataros tantos ejemplos concretos de mujeres y hombres de la calle, como vosotros y como yo, que han encontrado a Jesús que pasa quasi in occulto (Ioh VII, 10) por las encrucijadas aparentemente más vulgares, y se han decidido a seguirle, abrazados con amor a la cruz de cada día (Cfr. Mt XVI, 24). En esta época de desmoronamiento general, de cesiones y desánimos, o de libertinaje y anarquía, me parece todavía más actual aquella sencilla y profunda convicción que, en los comienzos de mi labor sacerdotal, y siempre, me ha consumido en deseos de comunicar a la humanidad entera: estas crisis mundiales son crisis de santos. (Amigos de Dios, 2-4)


“En estos momentos, cuando aún tenemos tan reciente en la memoria el ejemplo de Cristo, obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz (Flp. 2, 8), en acatamiento pleno del designio divino, podemos preguntarnos si nuestra actitud ante las exigencias concretas que Dios nos fija a cada uno de nosotros recibe esa respuesta plena. Nos consta que esa Voluntad se nos manifiesta en el cumplimiento de los deberes familiares, sociales y profesionales propios del estado de cada uno; en la fidelidad constante a los compromisos libremente adquiridos al responder afirmativamente a la vocación; en las circunstancias fortuitas que acompañan nuestro camino en la tierra. ¿Nos empeñamos en reconocer ese divino querer en nuestra existencia cotidiana? ¿Lo abrazamos con alegría, cuando trae consigo una renuncia, grande o pequeña, a nuestros proyectos tal vez demasiado humanos? ¿O no nos queda otro remedio que reconocer -¡y ojalá lo reconociésemos verdaderamente contritos!- que en ocasiones nos limitamos a aceptarlo con resignación, con tristeza, con quejas, como algo ineludible que no está en nuestras manos evitar?

(…) Reaccionemos con energía si alguna vez descubriésemos esta rémora en nuestro corazón. Sería entonces el momento de fomentar con urgencia el sentido de la filiación divina (…) y de arreciar en la oración y en la penitencia, pidiendo a nuestro Dios que no nos niegue sus luces y nos empuje a comprender que omnia in bonum! (Cfr. Rm. 8, 28), que todo concurre al bien de los que le aman. Repitamos despacio, saboreándola, aquella oración filialmente recia que nos enseñó nuestro Padre: “Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas.- Amén. –Amén” (Camino, n. 691). Y os aseguro que, como promete nuestro santo Fundador [san Josemaría], alcanzaremos la paz” (Carta, V-1987, 302) Álvaro del Portillo.