"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

12 de septiembre de 2021

¿Dios escucha y responde?



Evangelio (Mc 8,27-35)

Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. Y en el camino comenzó a preguntar a sus discípulos:

—¿Quién dicen los hombres que soy yo?

Ellos le contestaron:

—Juan el Bautista. Y hay quienes dicen que Elías, y otros que uno de los profetas.

Entonces él les pregunta:

—Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Le responde Pedro:

—Tú eres el Cristo.

Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre esto.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar después de tres días.

Hablaba de esto claramente. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo:

—¡Apártate de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres.

Y llamando a la muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo:

—Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.

Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?


Comentario

Jesús recorría grandes distancias a pie con sus discípulos para llevar el evangelio a todos los lugares. En el pasaje de este domingo, lo encontramos a 60 kms. al norte de Cafarnaúm, en la famosa Cesarea de Filipo, ciudad rica en vegetación y agua, que Herodes fundó en honor de César Augusto y entregó a su hijo Filipo. Fue esta ciudad y sus aldeas circundantes las que provocaron de alguna manera la pregunta de Jesús sobre su propia identidad: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (v. 27).

Frente a las explicaciones inadecuadas de las gentes, Pedro es el único que sabe ofrecer la respuesta más acorde con el misterio de la Persona de Jesús: “Tú eres el Cristo” (v. 29). Sin embargo, Pedro entiende a su manera esta verdad y, en el fondo, es tan humano en sus juicios como los demás, porque cuando Jesús anuncia sus padecimientos, Simón los rechaza con violencia.

Pedro debió ser tan vehemente en su cariño mal enfocado que mereció de Jesús una advertencia rotunda y grave: “¡Apártate de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres” (v. 33).

Para ser buenos cristianos y no contristar al Señor, necesitamos visión sobrenatural, es decir, la capacidad de ver las cosas y las personas como Dios mismo las ve. Y esto no siempre es fácil. Sobre todo, cuando se trata de admitir la cruz y lo que nos hace sufrir como parte de los planes de Dios.

Esta dificultad ya nos lo advierte Dios mismo: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos —oráculo del Señor—. Tan elevados como son los cielos sobre la tierra, así son mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos” (Is 55,8-9).

El peligro de la mentalidad demasiado humana, que acechaba a Pedro y que nos acecha a todos, lo describía el Papa Francisco en su primera homilía después de ser elegido: “Este Evangelio prosigue con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Yo te sigo, pero ni hablar de cruz. Esto queda fuera. Te sigo con otras posibilidades, sin la cruz». Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos a un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos; somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.

Y concluía el Papa: “yo quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor –precisamente el valor– de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: a Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará”[1].

Como explicaba san Josemaría, “la gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. —Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen”[2].

Cuando cuidamos la oración y el diálogo habitual con el Señor, cuando reservamos unos tiempos fijos a tratar a solas con Dios, adquirimos la visión sobrenatural: nuestras pupilas se dilatan y el enfoque de nuestros planteamientos se engrandece; nuestra comprensión de las cosas adquiere nuevas perspectivas y sabemos vislumbrar horizontes insospechados: los horizontes de Dios.

PARA TU RATO DE ORACION

¿Qué es la oración?, ¿cómo se hace?, ¿Dios escucha y responde?
Orar. En el Nuevo Testamento, Jesús nos enseña cómo podemos relacionarnos con nuestro Padre Dios. Esta experiencia de la oración la han tenido miles de personas a lo largo de los siglos, pero en ocasiones no sabemos cómo dirigirnos a Dios o no tenemos certeza de que nos atienda.

1. ¿Puedo hablar con Dios y escucharle?
Sí, En el Antiguo Testamento, Abrahám, Moisés y los profetas hablaban y escuchaban a Dios. En el Nuevo Testamento, Jesús nos enseña cómo podemos relacionarnos con nuestro Padre Dios. Esta experiencia de la oración la han tenido miles de personas a lo largo de los siglos. Los santos son ejemplo de que en cualquier época y circunstancia Dios busca a cada persona y ésta puede responderle manteniendo con Él un verdadero diálogo.


2. ¿Cómo dialogar con Dios? ¿Qué significa orar?
Todos los hombres están llamados a la comunicación con Dios. Por la creación, Dios llama a todo ser desde la nada a la existencia. Incluso después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el deseo de Aquel que le ha creado y le busca.

Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Dios es el que toma la iniciativa en la oración, poniendo en nosotros el deseo de buscarle, de hablarle, de compartir con Él nuestra vida. La persona que reza, que se dispone a escuchar a Dios y a hablarle, responde a esa iniciativa divina.

Cuando rezamos, es decir, cuando hablamos con Dios, el que ora es todo el hombre. Para designar el lugar de donde brota la oración, las Sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces): Es el corazón el que ora.

El corazón es nuestro centro escondido, sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro con Dios, de la relación entre Dios y cada uno de nosotros personalmente.

La oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario querer orar y aprender a orar. Aprendemos a hablar con Dios a través de la Iglesia: escuchando la palabra de Dios, leyendo los Evangelios y, sobre todo, imitando el ejemplo de Jesús. Catecismo de la Iglesia Católica, nn 2559-2564

Textos de san Josemaría para orar

“Minutos de silencio”. —Dejadlos para los que tienen el corazón seco. Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos. Camino, 115

Que no falten en nuestra jornada unos momentos dedicados especialmente a frecuentar a Dios, elevando hacia El nuestro pensamiento, sin que las palabras tengan necesidad de asomarse a los labios, porque cantan en el corazón. Al lado del Sagrario, acompañando al que se quedó por Amor. Y si no hubiese más remedio, en cualquier parte, porque nuestro Dios está de modo inefable en nuestra alma en gracia. Amigos de Dios, 249


Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: “me falta tiempo” —cuando lo estás perdiendo continuamente—; “esto no es para mí”, “yo tengo el corazón seco”... La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada. Surco, 464
Siempre que sentimos en nuestro corazón deseos de mejorar, de responder más generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte claro para nuestra existencia cristiana, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las palabras del Evangelio: conviene orar perseverantemente y no desfallecer. La oración es el fundamento de toda labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada. Amigos de Dios, 238


3. ¿Cómo rezaba Jesús?
En el Nuevo Testamento el modelo perfecto de oración se encuentra en la oración filial de Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la oración de Jesús entraña una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta la cruz y una absoluta confianza en ser escuchada.

Jesucristo nos da testimonio de que está en continua comunicación con su Padre y nos invita a hacerlo. En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe viva y perseverante, como hijos que hablan con su Padre.

La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe, por eso nuestra Madre es también modelo de oración, de persona atenta a lo que Dios le quiere decir para responderle.

El Evangelio de san Lucas nos ha transmitido tres parábolas en las que Jesús habla de la oración:

- “El amigo importuno” , que invita a una oración insistente. “Llamad y se os abrirá”. Al que ora así, el Padre del cielo “le dará todo lo que necesite”.

- “La viuda importuna”, está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe.

- “El fariseo y el publicano” se refiere a la humildad del corazón que ora: “Oh Dios, ten compasión de mi que soy un pecador”. Catecismo de la Iglesia Católica, 2566-2567; 2613-2622


Son tantas las escenas en las que Jesucristo habla con su Padre, que resulta imposible detenernos en todas. Pero pienso que no podemos dejar de considerar las horas, tan intensas, que preceden a su Pasión y Muerte, cuando se prepara para consumar el Sacrificio que nos devolverá al Amor divino. En la intimidad del Cenáculo su Corazón se desborda: se dirige suplicante al Padre, anuncia la venida del Espíritu Santo, anima a los suyos a un continuo fervor de caridad y de fe. Amigos de Dios, 240

Yo te aconsejo que, en tu oración, intervengas en los pasajes del Evangelio, como un personaje más. Primero te imaginas la escena o el misterio, que te servirá para recogerte y meditar. Después aplicas el entendimiento, para considerar aquel rasgo de la vida del Maestro: su Corazón enternecido, su humildad, su pureza, su cumplimiento de la Voluntad del Padre. Luego cuéntale lo que a ti en estas cosas te suele suceder, lo que te pasa, lo que te está ocurriendo. Permanece atento, porque quizá El querrá indicarte algo: y surgirán esas mociones interiores, ese caer en la cuenta, esas reconvenciones. Amigos de Dios, 253


Habla Jesús: “Así os digo yo: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Haz oración. ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito? Camino, 96
Cómo enamora la escena de la Anunciación. —María —¡cuántas veces lo hemos meditado!— está recogida en oración..., pone sus cinco sentidos y todas sus potencias al habla con Dios. En la oración conoce la Voluntad divina; y con la oración la hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen! Surco, 481


4. ¿Hay diferentes formas de oración?
El Espíritu Santo nos enseña y recuerda todo lo que Jesús dijo, y nos educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendecir a Dios, pedirle perdón, pedirle lo que necesitamos, darle gracias y alabarle.

El hombre puede descubrir en su corazón todas las bendiciones de las que Dios le ha hecho partícipe. A su vez, el hombre puede responder a Dios, la fuente de esas bendiciones, con una oración de bendición. La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. La oración de petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad verdadera.

La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos. Se funda en la confianza que tenemos en nuestro Padre Dios, que quiere lo mejor para sus hijos y atiende sus necesidades.

Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser motivo de oración de acción de gracias, la cual, participando de la de Cristo, debe llenar la vida entera, como aconsejaba san Pablo a los Tesalonicenses: “En todo dad gracias” (1 Ts 5, 18). La oración de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para Él y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque ÉL ES. Catecismo de la Iglesia Católica, 2644-2649

Textos de san Josemaría para orar

Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” —¿De qué? De El, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!” Camino, 91

“Reza por mí”, le pedí como hago siempre. Y me contestó asombrado: “¿pero es que le pasa algo?” Hube de aclararle que a todos nos sucede o nos ocurre algo en cualquier instante; y le añadí que, cuando falta la oración, “pasan y pesan más cosas”. Surco, 479

Es muy importante —perdonad mi insistencia— observar los pasos del Mesías, porque El ha venido a mostrarnos la senda que lleva al Padre. Descubriremos, con El, cómo se puede dar relieve sobrenatural a las actividades aparentemente más pequeñas; aprenderemos a vivir cada instante con vibración de eternidad, y comprenderemos con mayor hondura que la criatura necesita esos tiempos de conversación íntima con Dios: para tratarle, para invocarle, para alabarle, para romper en acciones de gracias, para escucharle o, sencillamente, para estar con El. Amigos de Dios, 238


Con esta búsqueda del Señor, toda nuestra jornada se convierte en una sola íntima y confiada conversación. Lo he afirmado y lo he escrito tantas veces, pero no me importa repetirlo, porque Nuestro Señor nos hace ver —con su ejemplo— que ése es el comportamiento certero: oración constante, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Cuando todo sale con facilidad: ¡gracias, Dios mío! Cuando llega un momento difícil: ¡Señor, no me abandones! Y ese Dios, manso y humilde de corazón, no olvidará nuestros ruegos, ni permanecerá indiferente, porque El ha afirmado:pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Amigos de Dios, 247
Qué firmeza nos debe producir la Palabra divina! No me he inventado nada, cuando —a lo largo de mi ministerio sacerdotal— he repetido y repito incansablemente ese consejo. Está recogido de la Escritura Santa, de ahí lo he aprendido: ¡Señor, que no sé dirigirme a Ti! ¡Señor, enséñanos a orar! Y viene toda esa asistencia amorosa —luz, fuego, viento impetuoso— del Espíritu Santo, que alumbra la llama y la vuelve capaz de provocar incendios de amor. Amigos de Dios, 244