Evangelio (Lc 21, 25-28. 34-36)
«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra angustia de las gentes, consternadas por el estruendo del mar y de las olas: y los hombres perderán el aliento a causa del terror y de la ansiedad que sobrevendrán al mundo. Porque las potestades de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del Hombre que viene sobre una nube con gran poder y gloria.
Cuando comiencen a suceder estas cosas, erguíos y levantad la cabeza porque se aproxima vuestra redención.
Vigilaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y aquel día no sobrevenga de improviso sobre vosotros, porque caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan en la faz de toda la tierra. Vigilad orando en todo tiempo, a fin de que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre».
Comentario
Empieza el Adviento, tiempo litúrgico que nos prepara para la Navidad.
El Evangelio de este primer domingo recoge parte del discurso escatológico de Jesucristo en Jerusalén en los últimos días de su vida.
Nos invita a levantar la mirada y abrir nuestros corazones para recibirle.
El Adviento nos lleva a la Navidad, y desde allí, a la espera del regreso glorioso de Cristo.
Nos llama a un encuentro personal con Él: cada día nos llama; cada día nos quiere sacar de nuestros nubarrones, de nuestras angustias, de nuestros desalientos y desamparos.
Un tiempo para dejarnos despojar de nuestra vida rutinaria y llenarnos de esperanzas, luces en el corazón, anhelos de plenitud.
El Evangelio de este domingo nos enseña dos modos de vivir: con la cabeza elevada o con el corazón ofuscado.
El cristiano está llamado a vivir con la cabeza elevada, como hijos de un Dios Padre, que es Amor. Sabiendo descubrir la grandeza de lo que nos rodea, del amor de Dios que nos rodea en nuestras situaciones concretas y reales, en nuestra familia, en nuestro trabajo y descanso, en nuestros amigos.
Cristo nos da sus luces, su fuerza, su vida para saber descubrirle en cada cosa. Allí está Él, esperándonos, para llenarnos de su gracia, de su modo de vivir y amar.
Pero, muchas veces, vivimos con el corazón ofuscado.
Nuestros problemas y dificultades, nuestras miserias y debilidades, nuestros temores, nuestras decepciones, nuestros egoísmos y soberbias, parecen tener más fuerza. Llenamos nuestros anhelos profundos de felicidad, de abundancia, de generosidad, con un alimento que no sacia, porque vivimos mirándonos a nosotros mismos.
En el Evangelio de hoy, Jesucristo nos da la clave para vivir cada día con la cabeza levantada.
Nos llama a estar despiertos y orar.
Estar despiertos de ese sueño que siempre gira en torno a uno mismo, que nos encierra en nuestra vida con sus problemas, alegrías y dolores.
Un sueño que aletarga nuestra capacidad de amar y ser amados, que nos impide gozar de esta vida, que nos lleva a perdernos lo más bonito que hay en ella: la belleza de la creación, el rostro de nuestros seres queridos, la conversación tranquila, los paseos en compañía.
Nos perdemos lo mejor: la presencia real de Dios y de los demás.
Y acabamos llenándonos de tristeza y aburrimiento, lamentándonos y quejándonos por todo.
Estar despiertos para mirar más allá de nosotros mismos: allí donde Dios está mirando, allí donde Dios quiere llevarnos, sus sueños de amor para nosotros y para este mundo.
Estar despiertos para hacernos preguntas que vayan a lo profundo de nuestro corazón: cómo y para quién quiero gastar mi vida.
En segundo lugar, el Señor nos llama a orar.
Levantados, esperando a Jesucristo para que en cada rato de oración redirija nuestros pensamientos y corazones hacia Él y hacia nuestros anhelos más profundos de felicidad.
Le esperamos levantados, rezando, para que nos abra hacia los demás, para que nos saque de nuestra pequeñez, para que podamos mirar este mundo con un corazón enamorado.
PARA TU ORACION PERSONAL
“El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo. Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos»”
Papa Francisco
1. ¿En qué momento del año se vive?
El Tiempo de Adviento se caracteriza por inaugurar el año litúrgico, “en él la Iglesia marca el curso del tiempo con la celebración de los principales acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de la salvación” (Papa Francisco, Ángelus 29-XI-2020). Tiene una duración de cuatro semanas y comienza con las primeras vísperas del domingo más próximo al 30 de noviembre hasta las primeras vísperas del 25 de diciembre. En este periodo se comprenden los cuatro domingos previos a la Navidad. “Durante estas cuatro semanas, estamos llamados a despojarnos de una forma de vida resignada y rutinaria y a salir alimentando esperanzas, alimentando sueños para un futuro nuevo” (Papa Francisco Ángelus, 2-XII-2018).
El periodo está dividido en dos partes que subrayan una verdad de fe importante cada una. La primera se extiende hasta el 16 de diciembre y se centra en evocar la segunda venida del Mesías. La segunda parte se desarrolla entre el 17 y el 24 de diciembre y se ordena a preparar la Navidad de modo más próximo. De este modo la Iglesia ayuda a sus fieles a recordar y reflexionar en “Quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne, realizó el plan de redención trazado desde antiguo y nos abrió el camino de la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”[1].
Textos de san Josemaría para meditar
Comienza el año litúrgico, y el introito de la Misa nos propone una consideración íntimamente relacionada con el principio de nuestra vida cristiana: la vocación que hemos recibido. Vias tuas, Domine, demonstra mihi, et semitas tuas edoce me; Señor, indícame tus caminos, enséñame tus sendas. Pedimos al Señor que nos guíe, que nos muestre sus pisadas, para que podamos dirigirnos a la plenitud de sus mandamientos, que es la caridad (Es Cristo que pasa, 1).
Llegamos. —Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. —Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! —¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? (Luc., I, 42 y 43.)
El Bautista nonnato se estremece... (Luc., I, 41.) —La humildad de María se vierte en el Magníficat... —Y tú y yo, que somos —que éramos— unos soberbios, prometemos que seremos humildes (Santo Rosario, n. 2).
2. ¿Qué es lo característico de este tiempo litúrgico?
El Tiempo de Adviento se considera un “tiempo fuerte” en el año litúrgico porque nos ayuda a prepararnos para recibir al Señor en la Navidad, nos orienta a acrecentar la esperanza en la segunda venida de Cristo, y nos recuerda su presencia continua en la Eucaristía. “La Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que él crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30)”[2]. Se trata de una invitación a la conversión y la esperanza.
La preparación que nos propone la Iglesia durante el Adviento se concreta en un itinerario de conversión personal. La Liturgia nos hace presente este camino a través de la figura de Juan Bautista. De la mano del Precursor comenzamos un camino de desapego del pecado y la mundanidad, “esta conversión implica el dolor de los pecados cometidos, el deseo de liberarse de ellos, el propósito de excluirlos para siempre de la propia vida” (Papa Francisco, Ángelus 6-XII-2020). Solo así estaremos en condiciones de dirigirnos a la búsqueda de Dios y de su reino, a la amistad y comunión con Dios, que es el verdadero fin de la conversión de cada uno.
A su vez, se trata de un momento de espera confiada en el Mesías. Esta esperanza se funda en que “el Señor siempre viene, siempre está junto a nosotros. A veces no se deja ver, pero siempre viene. Ha venido en un preciso momento histórico y se ha hecho hombre para tomar sobre sí nuestros pecados —la festividad de Navidad conmemora esta primera venida de Jesús en el momento histórico—; vendrá al final de los tiempos como juez universal” (Papa Francisco, Ángelus 29-XI-2020).
Durante estos días, la Iglesia nos recuerda que Dios está presente en la historia humana y sigue actuando para conducirla hacia su plenitud en Jesucristo. Y así se lo pedimos y nos lo recuerda la liturgia, “Te pedimos, Señor, que nos aprovechen los misterios en que hemos participado, mediante los cuales, mientras caminamos en medio de las cosas pasajeras, nos inclinas ya desde ahora a anhelar las realidades celestiales y a poner nuestro corazón en las que han de durar para siempre”[3].
Textos de san Josemaría para meditar
Enamórate de la Santísima Humanidad de Jesucristo.
—¿No te da alegría que haya querido ser como nosotros? ¡Agradece a Jesús este colmo de bondad! (Forja, 547).
La virtud de la esperanza —seguridad de que Dios nos gobierna con su providente omnipotencia, que nos da los medios necesarios— nos habla de esa continua bondad del Señor con los hombres, contigo, conmigo, siempre dispuesto a oírnos, porque jamás se cansa de escuchar. Le interesan tus alegrías, tus éxitos, tu amor, y también tus apuros, tu dolor, tus fracasos. Por eso, no esperes en El sólo cuando tropieces con tu debilidad; dirígete a tu Padre del Cielo en las circunstancias favorables y en las adversas, acogiéndote a su misericordiosa protección. Y la certeza de nuestra nulidad personal —no se requiere una gran humildad para reconocer esta realidad: somos una auténtica multitud de ceros— se trocará en una fortaleza irresistible, porque a la izquierda de nuestro yo estará Cristo, y ¡qué cifra inconmensurable resulta!: el Señor es mi fortaleza y mi refugio, ¿a quién temeré?
Acostumbraos a ver a Dios detrás de todo, a saber que Él nos aguarda siempre, que nos contempla y reclama justamente que le sigamos con lealtad, sin abandonar el lugar que en este mundo nos corresponde. Hemos de caminar con vigilancia afectuosa, con una preocupación sincera de luchar, para no perder su divina compañía (Amigos de Dios, n. 218).
Jesús Señor Nuestro amó tanto a los hombres, que se encarnó, tomó nuestra naturaleza y vivió en contacto diario con pobres y ricos, con justos y pecadores, con jóvenes y viejos, con gentiles y judíos.
Dialogó constantemente con todos: con los que le querían bien, y con los que sólo buscaban el modo de retorcer sus palabras, para condenarle.
—Procura tú comportarte como el Señor (Forja, 558).
3. ¿Cuál es el papel de Santa María en el Adviento?
Durante el año, la Liturgia nos recuerda la intercesión de Santa María en favor de todos los fieles, y el tiempo de Adviento no es una excepción. La Virgen Santísima “brilla en nuestro camino como signo de consuelo y de firme esperanza”[4] para hacer del Adviento una verdadera preparación para recibir al Niño Jesús.
No es una coincidencia que la conmemoración de la Inmaculada Concepción, que se celebra el 8 de diciembre, sea durante la segunda semana de Adviento. Esta fiesta nos recuerda que la Santísima Virgen es imagen de lo que estamos llamados a ser: “santos e inmaculados” (Ef 1, 4). Al ser concebida sin pecado original, María refleja la belleza de una vida en gracia, de unión con Dios, libre de pecado. Esa belleza es un atractivo que nos mueve a llevar una vida limpia, desprendida del pecado y abierta a la gracia. Como expresó el Papa Francisco, “lo que para María fue al inicio, para nosotros será al final” (Papa Francisco, Ángelus 8-XII-2020). De este modo la Virgen asiste a sus hijos en la Iglesia a recorrer su camino de conversión al que invita el Adviento.
Por otra parte, Nuestra Señora es también ejemplo de esperanza: una perseverante confianza en Dios que se vuelca en el servicio a los demás. Ante el anuncio del Ángel, María responde “fiat!”, “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), aceptando confiadamente la voluntad de Dios: ser la madre del Mesías en favor de la redención de todos los hombres. Acto seguido emprende camino para ayudar a su pariente Isabel con los percances de un embarazo sexto mesino (cf. Lc 1, 39). Después, faltando poco tiempo para dar a luz al Niño, tiene que trasladarse de Nazaret a Belén, y se puede deducir que había preparado lo necesario para tener todo listo cuando llegara el momento (cf. Lc 2, 1-7).
Éstas son solo algunas escenas que delinean la esperanza de Santa María y que el Adviento nos invita a imitar: una esperanza servicial. “Entonces, estamos en ese «sagrado intercambio» entre Dios y el hombre, entre hombre y hombre, en el que todo pertenece a todos en la «comunión de los santos». Este Evangelio nos llama a acceder a la puerta del fiat: ésa es su invitación, ésa es la mano de la gracia que el Señor nos tiende en esta hora de Adviento”[5]. Por lo tanto, la devoción a la Santísima Virgen nos ayuda a mantener una esperanza activa, a decir con ella “fiat!”.
Textos de san Josemaría para meditar
Porque María es Madre, su devoción nos enseña a ser hijos: a querer de verdad, sin medida; a ser sencillos, sin esas complicaciones que nacen del egoísmo de pensar sólo en nosotros; a estar alegres, sabiendo que nada puede destruir nuestra esperanza. El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima. Así lo escribí hace ya muchos años, en el prólogo a unos comentarios al santo rosario, y desde entonces he vuelto a comprobar muchas veces la verdad de esas palabras. No voy a hacer aquí muchos razonamientos, con el fin de glosar esa idea: os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María, abriéndole vuestro corazón, confiándole vuestras alegrías y vuestra penas, pidiéndole que os ayude a conocer y a seguir a Jesús. (Es Cristo que pasa, 143)
De una manera espontánea, natural, surge en nosotros el deseo de tratar a la Madre de Dios, que es también Madre nuestra. De tratarla como se trata a una persona viva: porque sobre Ella no ha triunfado la muerte, sino que está en cuerpo y alma junto a Dios Padre, junto a su Hijo, junto al Espíritu Santo.
La fe católica ha sabido reconocer en María un signo privilegiado del amor de Dios: Dios nos llama ya ahora sus amigos, su gracia obra en nosotros, nos regenera del pecado, nos da las fuerzas para que, entre las debilidades propias de quien aún es polvo y miseria, podamos reflejar de algún modo el rostro de Cristo. No somos sólo náufragos a los que Dios ha prometido salvar, sino que esa salvación obra ya en nosotros. Nuestro trato con Dios no es el de un ciego que ansía la luz pero que gime entre las angustias de la obscuridad, sino el de un hijo que se sabe amado por su Padre.
De esa cordialidad, de esa confianza, de esa seguridad, nos habla María. Por eso su nombre llega tan derecho al corazón. La relación de cada uno de nosotros con nuestra propia madre, puede servirnos de modelo y de pauta para nuestro trato con la Señora del Dulce Nombre, María. (Es Cristo que pasa, 142)
4. ¿Cómo se refleja el Tiempo de Adviento en la Santa Misa?
Este tiempo de preparación para la venida del Mesías cobra vida en la Liturgia de la Santa Misa, ya que “la liturgia nos lleva a celebrar el nacimiento de Jesús, mientras nos recuerda que Él viene todos los días en nuestras vidas, y que regresará gloriosamente al final de los tiempos” (Papa Francisco Ángelus, 1-XII-2019). Las lecturas del Adviento están orientadas a presenciar los momentos de la historia de la salvación en los cuales el Señor reanima la esperanza de los que creen en su venida y les invita a la vigilancia y a la penitencia. Así, la Liturgia subraya estas ideas a través de los distintos textos de los profetas, de los apóstoles, y de la misma enseñanza de Jesús en los Evangelios. “La meditación atenta de los textos de la liturgia del Adviento nos ayuda a prepararnos, para que su presencia no nos pase desapercibida” (Tiempo de Adviento: Preparar la venida del Señor).
Considerando los pasajes del Evangelio seleccionados para este tiempo[6], en el primer domingo se reflexiona sobre la venida del Señor al final de los tiempos, la segunda venida del Mesías. En la lectura del Evangelio se encuentra el pasaje donde Jesús invita a la vigilancia, a estar despiertos en todo momento, porque no se sabe cuándo vendrá el Señor[7]. El segundo y tercer domingo presentan a Juan Bautista, quien anuncia la llegada del Mesías y la necesidad de la conversión[8] para recibirlo. Así, la Iglesia invita a los fieles a pedir perdón por los pecados y a vivir la esperanza de saberse acompañados por Jesucristo.
Por otra parte, el cuarto domingo se enfoca en una preparación más directa a la primera venida del Señor. Para esto, la Liturgia propone las lecturas del Evangelio sobre los acontecimientos más cercanos a la Navidad. Entre ellos se encuentran el anuncio alegre del nacimiento de Jesús del Ángel a Santa María y a San José[9]. De este modo, la Iglesia impulsa a sus fieles a la alegría del encuentro con el Niño Jesús. “Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza” (Papa Francisco, «El hermoso signo del pesebre»).
Textos de san Josemaría para meditar
Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! —«Ecce veniet!» —¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia (Forja, 548).
Si recorréis las Escrituras Santas, descubriréis constantemente la presencia de la misericordia de Dios: llena la tierra, se extiende a todos sus hijos, super omnem carnem; nos rodea,nos antecede, se multiplica para ayudarnos, y continuamente ha sido confirmada. Dios, al ocuparse de nosotros como Padre amoroso, nos considera en su misericordia: una misericordia suave, hermosa como nube de lluvia.
Jesucristo resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina: bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Y en otra ocasión: sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso (Es Cristo que pasa, 7).
5. ¿Cómo nace este tiempo litúrgico? ¿Cuál es su origen?
La Iglesia empezó a partir del siglo IV a vivir el Adviento como un tiempo distinto al resto del año litúrgico. Se inició en Hispania y las Galias como preparación ascética y penitencial para las fiestas de Navidad.
Desde el concilio de Zaragoza del año 380 se estableció que los fieles debían asistir diariamente a las celebraciones eclesiales desde el 17 de diciembre hasta el 6 de enero. La tónica común de este tiempo era la ascesis, la oración y las reuniones frecuentes. Estas prácticas fueron variando según las distintas iglesias de las Galias, Milán, Hispania e Inglaterra hasta que en el siglo VI se introdujo en la liturgia romana un periodo de Adviento que duraba seis semanas, que luego el Papa san Gregorio Magno redujo a cuatro semanas.
El Adviento romano fue adquiriendo mayor significado con el tiempo de modo que, además de preparación para el nacimiento del Señor, es también tiempo de esperanza gozosa de su retorno al final de los tiempos[10].
Textos de san Josemaría para meditar
Hemos de echar fuera todas las preocupaciones que nos aparten de El; y así Cristo en tu inteligencia, Cristo en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras. Toda la vida —el corazón y las obras, la inteligencia y las palabras— llena de Dios.
Abrid los ojos y levantad la cabeza, porque vuestra redención se acerca hemos leído en el Evangelio. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. Todo el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria (Es Cristo que pasa, 11).
6. Diferentes costumbres durante el Adviento
La piedad popular se ha manifestado de diversos modos en cada cultura. Con el inicio del Adviento los fieles ponen en práctica diversas costumbres que los ayudan a prepararse para meditar los misterios de este tiempo litúrgico.
Una costumbre que está muy difundida es la corona de Adviento. Se trata de unas ramas de pino en forma de corona con cuatro velas, tres moradas y una rosada, que se encienden cada domingo de Adviento. Las moradas representan el espíritu de penitencia, conversión y vigilancia que se promueve en este tiempo litúrgico como preparación para la venida de Cristo. Por otra parte, se reserva la rosada para el tercer domingo de Adviento y representa la alegría ante la cercanía del nacimiento del Señor. En las iglesias se enciende la corona durante la celebración de la Santa Misa. En los hogares se encienden en torno a un momento en familia con oraciones o cantos referentes al Adviento.
Otro modo de preparar el nacimiento del Señor es poner un belén. Las familias cristianas conservan la tradición de representar en sus hogares del misterio de la Natividad de Jesús a través de figuras. “El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre” (Papa Francisco, «El hermoso signo del pesebre»). Ante estas escenas las familias se reúnen a rezar y cantar villancicos y se convierte en el escenario para otros actos de piedad.
Otras tradiciones preparan los últimos días del Adviento con diversas novenas, como las Posadas en México, las Misas de aguinaldo en Puerto Rico y Filipinas, la Novena al Divino Niño en Ecuador y Colombia, y tantas otras prácticas en distintas culturas. Lo que no falta en el pensamiento de los fieles es el deseo de recibir al Niño Jesús con las mejores disposiciones posibles.
Textos de san Josemaría para meditar
¡Qué seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor! Clamará a mí y yo le oiré, porque soy misericordioso. Es una invitación, una promesa que no dejará de cumplir. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para que alcancemos la misericordia y el auxilio de la gracia en el tiempo oportuno. Los enemigos de nuestra santificación nada podrán, porque esa misericordia de Dios nos previene; y si —por nuestra culpa y nuestra debilidad— caemos, el Señor nos socorre y nos levanta. Habías aprendido a evitar la negligencia, a alejar de ti la arrogancia, a adquirir la piedad, a no ser prisionero de las cuestiones mundanas, a no preferir lo caduco a lo eterno. Pero, como la debilidad humana no puede mantener un paso decidido en un mundo resbaladizo, el buen médico te ha indicado también remedios contra la desorientación, y el juez misericordioso no te ha negado la esperanza del perdón. (Es Cristo que pasa, 7)
Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Luc., II, 7.)
Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!...
Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Unico, mi Todo!... ¡Qué hermoso es el Niño... y qué corta la decena! (Santo Rosario, n. 3).
En definitiva, el Adviento es un tiempo de preparación e impulso para el encuentro con Cristo. “Nuestro caminar hacia Belén tiene que ser un buscar a Jesús en todas las dimensiones de nuestra vida ordinaria. Pero para eso hay que “enderezar sus sendas”. ¿Qué significa “enderezar sus sendas”? Significa, para nosotros, quitar obstáculos a la venida del Señor a nosotros, a nuestras almas, a nuestra vida” (Mons. Ocáriz 07/12/2020).