"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

14 de mayo de 2022

SAN MATIAS. Vos tenés un plan para tu vocación

 


Evangelio (Jn 15,9-17)


Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa. Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. 


Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer.


No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando: que os améis los unos a los otros.




- Toda vocación es un don gratuito.

- San Matías conocía la vida de Jesús.

- Dios cuenta con todos en su plan de salvación.



CUENTAN LOS Hechos de los Apóstoles que, en los días posteriores a la resurrección del Señor, san Pedro se juntó con los discípulos para elegir al sustituto de Judas (cfr. Hch 1,15-26). Se reunieron unas ciento veinte personas. Quizá era el núcleo de los que habían permanecido con el Señor después del sermón del Pan de vida, incluyendo a aquellos setenta y dos que había mandado a predicar tiempo atrás. Lo que más sorprende es el modo de llamar a Matías para que fuese uno de los Doce. Tras una oración para rogar a Dios que se haga su voluntad, echan a suertes entre dos candidatos… y nace un nuevo apóstol.


Seguir de cerca al Señor como lo hicieron los apóstoles posee un cierto aire de fortuna. La pregunta que nos podemos hacer es: ¿por qué he sido el elegido si hay muchas más personas que podían encargarse de esta tarea? Sin embargo, nuestra actitud frente a los dones divinos es la de maravillarnos y sentirnos afortunados. El Señor obra de manera inusual para nuestros parámetros. Matías está bien dispuesto, conoce al Señor desde hace tiempo, pero quién sabe si hasta ese instante se había planteado algo similar. Ante la necesidad de disponer de nuevos apóstoles, gracias a la oración y a la suerte divina, descubre que Jesucristo tiene una misión concreta para él. En el fondo de su corazón Matías escucharía de algún modo la voz de Dios.



«Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta –decía san Josemaría–, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación. La vocación nos lleva –sin darnos cuenta– a tomar una posición en la vida, que mantendremos con ilusión y alegría, llenos de esperanza hasta en el trance mismo de la muerte. Es un fenómeno que comunica al trabajo un sentido de misión, que ennoblece y da valor a nuestra existencia. Jesús se mete con un acto de autoridad en el alma, en la tuya, en la mía: esa es la llamada»[1] y eso es lo que muy posiblemente experimentó Matías aquel día.


«NOSOTROS hemos recibido este don como destino: la amistad del Señor. Esta es nuestra vocación: vivir siendo amigos del Señor, al igual que los apóstoles. Todos los cristianos hemos recibido este don: la apertura, el acceso al corazón de Jesús, a la amistad de Jesús. Hemos recibido en suerte el don de tu amistad. Nuestro destino es ser amigos tuyos. Es un don que el Señor conserva siempre»[2]. Y para ser amigos de Jesús necesitamos conocerlo. En el momento de la elección del nuevo apóstol, el único requisito que debía cumplir era el de conocer de cerca la vida de Cristo, «desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión» (Hch 1,22).


«No puedo dejar de confiaros algo –decía san Josemaría–, que constituye para mí motivo de pena y de estímulo para la acción: pensar en los hombres que aún no conocen a Cristo, que no barruntan todavía la profundidad de la dicha que nos espera en los cielos, y que van por la tierra como ciegos persiguiendo una alegría de la que ignoran su verdadero nombre, o perdiéndose por caminos que les alejan de la auténtica felicidad»[3]. Toda felicidad aquí en la tierra es un chispazo divino que apunta hacia Cristo. Solo en él descansa nuestra búsqueda. Solo en nuestra amistad con Jesús, hecha de palabras y de momentos compartidos, encontramos la paz que no nos deja. Por eso deseamos conocerlo cada vez mejor, en los evangelios, en la Eucaristía, en la oración personal y en las personas que nos rodean.


A nosotros, que no hemos vivido aquellos años en los que Jesús pisó nuestra tierra, puede servirnos el ejemplo de san Pablo, que tampoco conoció a Cristo bajo ese aspecto. «San Pablo no pensaba en Jesús en calidad de historiador, como una persona del pasado. Ciertamente, conoce la gran tradición sobre la vida, las palabras, la muerte y la resurrección de Jesús, pero no trata todo ello como algo del pasado; lo propone como realidad del Jesús vivo. Para san Pablo, las palabras y las acciones de Jesús no pertenecen al tiempo histórico, al pasado. Jesús vive ahora y habla ahora con nosotros y vive para nosotros. Esta es la verdadera forma de conocer a Jesús»[4]. En nuestro empeño por conocer con la mayor profundidad posible a Cristo, podemos pedir la intercesión del apóstol Matías. Él podrá ayudarnos a que las acciones y palabras del Señor que él conoció, desde que fue bautizado por Juan hasta su resurrección, sean una realidad viva también para nosotros.


EN LA ESCENA de la vocación de Matías hay otro aspecto que también llama la atención y que se prolongará a lo largo de la historia. Es el hecho de que «la primera vocación tuvo lugar cuando la Iglesia estaba unida y rezaba. Cuando la Iglesia permanece unida y reza, no necesita preocuparse mucho por la propaganda, ya que puede estar segura de la respuesta del Señor»[5]. Esto nos da paz. La Iglesia la ha instituido el Señor y es él quien la saca adelante; nada ni nadie podrá contra ella. Seguirá llamando a nuevos apóstoles incluso en medio de cualquier circunstancia, entre jóvenes y ancianos, entre hombres y mujeres. Permanecer unidos en la oración y en el cariño fraterno es, en definitiva, seguir pendientes de Dios y confiar plenamente en su misericordia. No faltarán personas dispuestas a seguir a Cristo y a permanecer con él para ser testigos de la paz y de la alegría que surgen de la Resurrección.


El alborozo por ese nuevo apóstol fue enorme: en toda la asamblea y en el corazón del mismo Matías. Sin embargo, José, llamado Bernabé, el otro discípulo que intervino en el sorteo, quedó a las puertas de esa predilección, así como al resto de aquellos ciento veinte que se habían reunido (cfr. Hch 1,23-26). José era un fiel discípulo y el hecho de no ser llamado a formar parte de los Doce no significa que valiese menos o que no fuese buen cristiano. Dios llama a quien quiere, cada uno tiene su camino de felicidad trazado por Dios, y lo propio del hombre es ponerse en sus manos. Tanto Matías como José son afortunados porque fundan su vida en la seguridad de que el Señor está siempre a su lado. Y responder que sí a las inspiraciones de Dios, aceptarlas con gratitud, es fuente de paz. Lo que cuenta es la santidad de cada uno en sus circunstancias y con su modo de ser, allí donde está.


Matías, como antes lo habían hecho los otros apóstoles, se puso inmediatamente manos a la obra. «¿Por qué inmediatamente? Porque se sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos porque habían recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor. Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús, sino que es necesario escuchar su llamada todos los días. Solo él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir al mar de la vida»[6]. El mar inmenso de este mundo cuenta con que los cristianos, en compañía de la Santísima Virgen, Stella Maris, estrella del mar, surcaremos sus aguas para llevar a todos la alegría de Cristo.