"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

25 de junio de 2022

SAGRADO CORAZON DE MARIA




Evangelio (Lc 2, 41-51)

Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo advirtiesen sus padres. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en su busca. Y al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su madre:

—Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos.

Y él les dijo:

—¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?

Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.




PARA TU RATO DE ORACION  


«REBOSO de gozo en el Señor, y mi alma se alegra en mi Dios, porque me ha vestido con ropaje de salvación» (Is 61,10). La Iglesia proyecta estas palabras de la Escritura sobre la figura de María. Después de haber considerado la anchura y profundidad del corazón de Jesús, dirigimos la mirada hacia el corazón de su Madre. Con el objetivo de preparar «una digna morada del Espíritu Santo»1, el Señor colmó el corazón de santa María con gracias innumerables y lo revistió de pureza.


San Efrén comenta que «María fue hecha cielo en favor nuestro al llevar la divinidad que Cristo, sin dejar la gloria del Padre, encerró en los angostos límites de un seno, para conducir a los hombres a una dignidad mayor»2. Al dejarse inundar por la gracia, María, en cierto modo, se convierte en cielo, en luz y gloria de Dios. Por eso nuestra Madre es alegre y serena, pues el amor divino lo abraza todo. Santa María contiene una grandeza que la hace estallar de gozo: «Proclama mi alma las grandezas del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador (…); desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,46-48).


Nos podemos unir a ese coro de generaciones que se alegran al ver lo que la gracia ha obrado en el corazón de María. Al mismo tiempo, puede surgir en nosotros el deseo de compartir esa felicidad de nuestra Madre. Nos gustaría cantar también nuestro Magníficat al recordar cómo Dios ha obrado en nuestra vida, porque Dios quiere entrar también en nuestro corazón con su gloria. Nos podemos unir a la oración que la Iglesia, en la Oración colecta, dirige al Padre: «Haz que nosotros, por intercesión de la Virgen, lleguemos a ser templos dignos de tu gloria»3.


«BIENAVENTURADOS los limpios de corazón, porque verán a Dios» (Mt 5,8), dirá el hijo de María durante su predicación. La Virgen recibió el don de ver a Dios hecho hombre desde su más tierna infancia. Su mirada limpia era capaz de comprender la mirada de Jesús, incluso para adivinar muchos de sus sentimientos e intenciones. En Caná, por ejemplo, detrás de una respuesta negativa, María sabe percibir la disponibilidad de su hijo para adelantar su manifestación como Mesías; también en la cruz, descubre en la mirada de su Hijo la dulce petición de que no se apartara en aquellos momentos.


La mirada sencilla de santa María le lleva a descubrir la mano de Dios detrás de todos los grandes o pequeños acontecimientos de su existencia; esa era la fuente de su alegría constante. La pureza de corazón nos permite tener una mirada transparente, capaz de penetrar la realidad íntima de las cosas, porque entiende que todo tiene su origen y su fin en Dios. En cambio, cuando falta inocencia en la mirada, cuando no nos abrimos a ese don de Dios, nos podemos quedar atrapados en las apariencias y en lo superficial.


Un corazón puro comprende a las personas, procura no clasificar ni poner etiquetas, tiene facilidad para amarlas con sinceridad. La pureza no aleja a las personas; todo lo contrario: mira a todos como hijas e hijos de Dios que merecen un trato acorde a aquella tan grande dignidad. Nos lleva a amar mucho más y mejor a quienes tenemos a nuestro lado. Un amor como el de la Madre de Jesús descubre maneras de demostrar cariño incluso en las situaciones más precarias: «María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura»4.


«PERO, fijaos: si Dios ha querido ensalzar a su Madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe»5. En el episodio de Jesús niño perdido en el Templo hallamos uno de esos momentos de claroscuro. A la angustia por no saber dónde se encontraba se le unió después el desconcierto ante las palabras de su hijo: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49).


No podemos pretender abarcar todos los designios del corazón de Jesús. En la vida de quienes le seguimos, incluso en la de su propia Madre, hay momentos en los que Dios nos sorprende, como si quisiera recordarnos que siempre tiene algo que es más amplio que nuestros planes. Es consolador pensar que santa María también pasó por ese tipo de experiencias. La Sagrada Escritura no tiene reparos en decir que María y José no entendieron la respuesta de Jesús. Sin embargo, añade: «Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51).


Saber que la mano de Dios está detrás de todo, no implica que comprendamos inmediatamente y en toda su extensión cada uno de sus planes. En la vida de oración también hay momentos de oscuridad en los que el Señor nos pide confianza, aquella fe madura que ilumina los momentos de la prueba. María sabía que el Espíritu Santo habitaba en su corazón: ese era el lugar indicado para amar, junto a Dios y a veces con dolor, también aquellas circunstancias que con el tiempo iría comprendiendo mejor. Y nosotros, a ejemplo y con ayuda de nuestra Madre, podemos hacer lo mismo.


1 Misal Romano, Memoria del Inmaculado Corazón de María, Oración colecta.

2 San Efrén, "Sermo 3 de diversis: Opera omnia, III syr. et lat.Romæ 1743, 607", citado en el Oficio de lecturas de la memoria de la Virgen de Fátima.

3 Misal Romano, Memoria del Inmaculado Corazón de María, Oración colecta.

4 Francisco, Evangelii gaudium, n. 286.

5 San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 172.