"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

15 de septiembre de 2022

FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DOLOROSA

 


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Evangelio (Jn 19, 25-17)


Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre:


— Mujer, aquí tienes a tu hijo.


Después le dice al discípulo:


— Aquí tienes a tu madre.


Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.


- El martirio interior de María.


- Las lágrimas de la Virgen.


- Un corazón compasivo.


LA IGLESIA nos invita a dirigir la mirada hacia esos últimos momentos de la vida del Señor, en los que quiso contar con la compañía de su Madre. Es una escena que, vista desde una perspectiva simplemente humana, parecería desoladora: un condenado a punto de morir, en la presencia de su misma madre. Sin embargo, la fe ilumina este cuadro, y nos ayuda a ver que, más allá de las sombras, hay puntos de luz. Incluso nos atrevemos a exclamar: «Feliz la Virgen María, que, sin morir, mereció la palma del martirio junto a la cruz del Señor»1.


¿Por qué podemos decir que la Virgen fue bienaventurada al estar junto a la cruz de su hijo? Sin duda, esto no se entiende sino a la luz de la Pascua del Señor. El martirio interior de santa María, todo aquel dolor real, fue superado por una participación especial, inmensa, en la alegría de la resurrección de Jesús. Contemplar los dolores de la Virgen nos recuerda que, en Cristo, el sufrimiento no tiene la última palabra: siempre lo podemos asociar a algo más grande, a la obra de la salvación de todos.


La Misa de hoy concluye diciendo: «Te pedimos, Señor, que, al recordar los dolores de la Virgen María, completemos en nosotros, en favor de la Iglesia, lo que falta a la pasión de Jesucristo»2. Santa María vivió de manera especialísima ese misterio de la unión de sus dolores con la Cruz de Jesús. La Virgen nos muestra que el sufrimiento, las contradicciones grandes o pequeñas, no tienen por qué encerrarnos en nosotros mismos. Sabiendo que se dirigen a la resurrección, pueden ser un camino para estar más cerca de Jesús y de los demás.


SAN JOSEMARÍA, al imaginar el encuentro de Jesús con su Madre camino al Calvario, comenta: «Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor»3. No es poco frecuente que las madres contengan su propio sufrimiento, con el propósito de suavizar el de sus hijos. Lo mismo parece hacer santa María: abre su corazón al dolor, con el propósito de darle a Jesús un poco de alivio.


El arte de todos los siglos ha conservado en nuestra memoria las lágrimas que la Virgen derramó al pie de la Cruz. Pero aquellas lágrimas de María «fueron transformadas por la gracia de Cristo; toda su vida, todo su ser, todo en María se transfigura en perfecta unión con su Hijo, con su misterio de salvación. (…) Por eso, las lágrimas de la Virgen son signo de la compasión de Dios que siempre nos perdona; son signo del dolor de Cristo por nuestros pecados y por el mal que aflige a la humanidad, especialmente a los pequeños e inocentes»4.


En nuestra vida también encontraremos cruces, grandes y pequeñas. La Virgen de los Dolores nos recuerda que nunca estamos solos en el momento de la prueba. Ella cumple el encargo que recibió de los labios de Jesús antes de morir y ejerce su protección materna sobre nosotros. Podemos estar seguros de que siempre hay alguien que no es indiferente a nuestro dolor, sino que se compadece sinceramente de nosotros. En santa María encontramos consuelo y fuerza.


LA FIESTA de hoy nos invita a llenar de compasión también nuestro corazón. Es difícil hacerse cargo del dolor de María y, ante ello, mostrar indiferencia: «¿Cuál hombre no llorara, si a la Madre de Cristo contemplara, en tanto dolor?»5. Estas palabras del Stabat Mater buscan movernos a la conversión. Nos sacude ver el sufrimiento de la madre del hombre injustamente castigado. Ante las consecuencias del mal en la sociedad, los cristianos estamos llamados a no pasar de largo, sino a acogerlas con el mismo corazón de la Virgen.


Cuentan del fundador del Opus Dei que, especialmente en sus últimos años, «rezaba con mucha intensidad mientras veía las noticias de la televisión: encomendaba al Señor los sucesos que se comentaban y pedía por la paz del mundo»6. También nosotros podemos pedir a María que alcancemos esa misma sensibilidad ante el sufrimiento que presenciamos día a día, ya sea en la calle o en los medios de comunicación.


«Hazme contigo llorar –continúa el Stabat Mater– y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, a tu corazón compasivo»7. Una actitud compasiva no es una actitud débil. La Virgen, al pie de la Cruz, nos muestra la fuerza de la misericordia, que es capaz de levantar a los afligidos y de sembrar paz a su alrededor. «Admira la reciedumbre de santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor humano –no hay dolor como su dolor–, llena de fortaleza. –Y pídele de esa reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz»8.