Evangelio (Lc 12,54-59)
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente:
— Cuando veis que sale una nube por el poniente, enseguida decís: «Va a llover», y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: «Viene bochorno», y también sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? ¿Por qué no sabéis descubrir por vosotros mismos lo que es justo?
»Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo.
Comentario
Ya en los tiempos antiguos los hombres eran capaces de predecir el tiempo climático, porque Dios los hizo partícipes, desde la creación del mundo, de su sabiduría para “interpretar el aspecto del cielo y de la tierra”. Pero los signos y prodigios que aquellos hombres veían, las enseñanzas que escuchaban eran más que suficientes para reconocer en ellos la venida del Mesías salvador. ¿De qué les podía servir a aquellas gentes conocer las cosas terrenas si no aceptaban a su Creador, venido al mundo para “reconciliar todos los seres consigo”? (Colosenses 1,20).
Con Jesús, el tiempo ha llegado a su plenitud (cf. Gálatas 4,4); la salvación y la conversión del corazón están al alcance de todos. Todo hombre, en el sagrario de su conciencia, puede discernir entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto. Mientras somos caminantes, Dios nunca deja de dar a sus hijos los medios para reconocerle y convertirse a él, incluso hasta el último instante de la vida terrena, como hizo con el buen ladrón, que reconoció en Jesús al Dios que le podía salvar de la muerte eterna (cf. Lucas 23,42).
Jesús nos dice que incluso el temor por una justa condena puede llegar a ser un válido motivo para cambiar de vida y reconciliarse con Dios y con el prójimo. Para ello es necesaria la humildad, abandonar la actitud hipócrita del que presume de saber mucho de la ciencia humana, pero no reconoce en el fondo de su corazón la presencia de un Dios que “no quiere la muerte del impío, sino que se convierta de su camino y viva” (Ezequiel 33,11). A propósito de la relación entre la ciencia humana y la humildad, san Josemaría escribió: “Tú, sabio, renombrado, elocuente, poderoso: si no eres humilde, nada vales. –Corta, arranca ese "yo", que tienes en grado superlativo –Dios te ayudará–, y entonces podrás comenzar a trabajar por Cristo, en el último lugar de su ejército de apóstoles”[