Evangelio (Lc 11, 29-32)
Habiéndose reunido una gran muchedumbre, comenzó a decir: —Esta generación es una generación perversa; busca una señal y no se le dará otra señal que la de Jonás. Porque, así como Jonás fue señal para los habitantes de Nínive, del mismo modo lo será también el Hijo del Hombre para esta generación.
La reina del Sur se levantará en el Juicio contra los hombres de esta generación y los condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Salomón. Los hombres de Nínive se levantarán en el Juicio contra esta generación y la condenarán: porque ellos se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Jonás.
“¿Santo, sin oración?”
Si no tratas a Cristo en la oración y en el Pan, ¿cómo le vas a dar a conocer? (Camino, 105)
Me has escrito, y te entiendo: "Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)
¿Santo, sin oración?... -No creo en esa santidad. (Camino, 107)
Te diré, plagiando la frase de un autor extranjero, que tu vida de apóstol vale lo que vale tu oración.(Camino, 108)
Deseo que tu comportamiento sea como el de Pedro y el de Juan: que lleves a tu oración, para hablar con Jesús, las necesidades de tus amigos, de tus colegas..., y que luego, con tu ejemplo, puedas decirles: «respice in nos!» –¡miradme! (Forja, 36)
Cuenta el Evangelista San Lucas que Jesús estaba orando...: ¡cómo sería la oración de Jesús!
Contempla despacio esta realidad: los discípulos tratan a Jesucristo y, en esas conversaciones, el Señor les enseña –también con las obras– cómo han de orar, y el gran portento de la misericordia divina: que somos hijos de Dios, y que podemos dirigirnos a Él, como un hijo habla a su Padre. (Forja, 71)
La verdadera oración
Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí[14]. Así se lamenta el Señor en la Escritura, porque sabe que cada alma tiene que poner en Él su corazón para alcanzar la felicidad. Por esto, en la oración, la disposición de la voluntad para encontrar, amar y poner por obra el querer de Dios, tiene una cierta preeminencia sobre las otras capacidades del alma: «El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho»[15].
Muchas veces rezar amando impondrá esfuerzos, a menudo vividos sin consuelos ni frutos aparentes. La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada[16]. Tenemos la confianza filial de que Dios otorga a cada uno los dones que más necesita, cuando más los necesita. La oración —recuérdalo— no consiste en hacer discursos bonitos, frases grandilocuentes o que consuelen... Oración es a veces una mirada a una imagen del Señor o de su Madre; otras, una petición, con palabras; otras, el ofrecimiento de las buenas obras, de los resultados de la fidelidad... Como el soldado que está de guardia, así hemos de estar nosotros a la puerta de Dios Nuestro Señor: y eso es oración. O como se echa el perrillo, a los pies de su amo. —No te importe decírselo: Señor, aquí me tienes como un perro fiel; o mejor, como un borriquillo, que no dará coces a quien le quiere[17].
Esta experiencia se da también en la amistad humana. Cuando nos encontramos con otras personas puede ocurrir que no sepamos qué decir, porque la cabeza no responde a pesar de los intentos por entablar conversación. Buscamos entonces otros medios para que no se cree un ambiente de frialdad: una mirada amable, un gesto de cortesía, una actitud de escucha atenta, un pequeño detalle de preocupación por sus cosas. Toda experiencia verdaderamente humana abre posibilidades de trato con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre.
Como fidelidad y perseverancia son otros nombres del amor, sabremos ir adelante, también cuando la inteligencia, la imaginación o la sensibilidad escapen a nuestro control. En esos momentos, el amor puede encontrar otras vías para expandirse. Tu inteligencia está torpe, inactiva: haces esfuerzos inútiles para coordinar las ideas en la presencia del Señor: ¡un verdadero atontamiento! No te esfuerces, ni te preocupes. –Óyeme bien: es la hora del corazón[18].
Oración y obras
Me atrevo a asegurar, sin temor a equivocarme, que hay muchas, infinitas maneras de orar, podría decir. Pero yo quisiera para todos nosotros la auténtica oración de los hijos de Dios, no la palabrería de los hipócritas, que han de escuchar de Jesús: no todo el que repite: ¡Señor!, ¡Señor!, entrará en el reino de los cielos (...). Que nuestro clamar ¡Señor! vaya unido al deseo eficaz de convertir en realidad esas mociones interiores, que el Espíritu Santo despierta en nuestra alma[19].
Y para convertir en realidad esas mociones recibidas en la oración, conviene formular a menudo propósitos. El fin de la reflexión sobre las prescripciones del Cielo es la acción, para poner por obra las prescripciones divinas[20]. No se trata solamente de que nuestra inteligencia bucee en ideas piadosas, sino de escuchar la voz del Señor, y de cumplir su voluntad. Tu oración no puede quedarse en meras palabras: ha de tener realidades y consecuencias prácticas[21].
La oración de los hijos de Dios ha de tener consecuencias apostólicas. El apostolado nos revela otra faceta del amor en la plegaria. Queremos volver a aprender a rezar, también para poder ayudar a los demás. Allí encontraremos la fuerza para llevar a muchas personas por caminos de diálogo con Dios.
No rezamos solos porque no vivimos ni queremos vivir solos. Cuando ponemos nuestra vida delante de Dios, necesariamente hemos de hablar de lo que más nos importa: de nuestros hermanos en la fe, de nuestros familiares, amigos y conocidos; de quienes nos ayudan o de aquellos otros que no nos entienden o nos hacen sufrir. Si la voluntad está bien dispuesta, sin miedo a complicarse la vida, podremos escuchar en la oración sugerencias divinas: nuevos horizontes apostólicos y modos creativos de ayudar a los demás.
El Señor, desde dentro del alma, nos ayudará a comprender a los demás, a saber cómo exigirles, cómo llevarles hacia Él; dará luces a nuestra inteligencia para leer en las almas; acrisolará los afectos; nos ayudará a querer con un amor más fuerte y más limpio. Nuestra vida de apóstoles vale lo que vale nuestra oración.
Al emprender cada jornada para trabajar junto a Cristo, y atender a tantas almas que le buscan, convéncete de que no hay más que un camino: acudir al Señor.
–¡Solamente en la oración, y con la oración, aprendemos a servir a los demás! (Forja, 72)