Evangelio (Mt 3,13-17)
Entonces vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan. Pero éste se resistía diciendo:
— Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?
Jesús le respondió:
— Déjame ahora, así es como debemos cumplir nosotros toda justicia.
Entonces Juan se lo permitió. Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz desde los cielos dijo:
— Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido.
PARA TU ORACION
Bautista dispuso las dos primeras vocaciones de apóstoles. Después, Andrés y Juan traerían a otros.
Es fácil que nos vengan a la mente unas palabras de san Josemaría sobre el apostolado de los cristianos en medio del mundo: «No se os conoce, pero en todos los rincones de la tierra hay compañeros de trabajo y amigos que están descubriendo en vuestros hermanos, en vosotros, a Cristo; y ellos luego llevan también a Cristo a otros corazones, a otras inteligencias. Sois Cristo que pasa en medio de la calle; pero debéis pisar donde Él pisó»[4].
ACUDÍAN muchos al Jordán a escuchar y recibir el bautismo de Juan. Para todos había, en labios del profeta, palabras de luz, y a todos preparaba para recibir al Señor. Pero tenía además un grupo reducido de discípulos, a los que formaba al calor de la conversación directa. Y es precisamente de ese grupo de donde surgieron los primeros seguidores del Señor.
Cada uno de nosotros conoce a numerosas personas y quizá, en ocasiones, puede difundir el mensaje de Cristo entre un auditorio muy amplio a través de diversos medios. Pero particularmente adecuado para la difusión del mensaje cristiano es el apostolado que san Josemaría llamaba de amistad y confidencia. Lo describía así: «Habéis de acercar las almas a Dios con la palabra conveniente, que despierta horizontes de apostolado, con el consejo discreto, que ayuda a enfocar cristianamente un problema; con la conversación amable, que enseña a vivir la caridad (…). Pero habéis de atraer sobre todo con el ejemplo de la integridad de vuestras vidas, con la afirmación –humilde y audaz a un tiempo– de vivir cristianamente entre vuestros iguales, con una manera ordinaria, pero coherente, manifestando, en nuestras obras, nuestra fe: ésa será, con la ayuda de Dios, la razón de nuestra eficacia»[5].
El apostolado cristiano es servicio, difusión del bien, amistad; preocupación sincera por los demás, informada por la caridad, que nos lleva a transmitir lo que llena de alegría nuestra vida. Los laicos, de manera particular, están llamados a «la acción libre y responsable en el seno de las estructuras temporales, llevando allí el fermento del mensaje cristiano»[6]. El panorama es inmenso.
Podemos poner bajo la protección maternal de la Virgen a esas personas que tenemos más cerca; a ella le pedimos que nos alcance la gracia necesaria para avivar nuestras ansias de sembrar la palabra divina a través de nuestra amistad. «Sembrad, pues –decía san Josemaría–: yo os aseguro, en nombre del Amo de la mies, que habrá cosecha»[7].