"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

11 de febrero de 2025

VIRGEN DE LOURDES

 



Evangelio (Jn 2, 1-11)


Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltó vino, la madre de Jesús le dijo:


—No tienen vino.


Jesús le respondió:


—Mujer, ¿qué nos importa a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora.


Dijo su madre a los sirvientes:


—Haced lo que él os diga.


Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de unas dos o tres metretas. Jesús les dijo:


—Llenad de agua las tinajas.


Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo:


—Sacadlas ahora y llevadlas al maestresala.


Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía —aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían— llamó al esposo y le dijo:


—Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has reservado el vino bueno hasta ahora.


Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de los signos con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.




Para tu oración  personal

Historia de la aparición de la Virgen en Lourdes

Año 1858. Al sur de Francia, en las estribaciones de los Pirineos centro-occidentales, se encuentra una pequeña localidad, cuya población ronda los cuatro mil habitantes. Se cuenta que Mirat, un jefe sarraceno, ocupó la fortaleza que domina el pueblo en el año 778. Después, acabó convirtiéndose al cristianismo y su nombre de bautismo, Lorus, fue dado a la ciudad, que más tarde se transformaría en Lourdes.

En Lourdes vive Marie-Bernarde Soubirous —a quien llaman Bernadette— la mayor de una familia numerosa y paupérrima; tiene catorce años y ayuda a su madre en las tareas domésticas. 

El jueves 11 de febrero, un velo de bruma envuelve la ciudad y las montañas circundantes. El día es muy frío y húmedo. Bernadette, su hermana Toinette y una amiga, Jeanne, salen a buscar leña a Massabielle. A cierta altura del camino, hay que cruzar un pequeño canal, que confluye en el Gave de Pau. Al otro lado, sobre una gruta, se ve un nicho oval excavado en la roca. En los alrededores, muchas ramas secas.

Ella misma recuerda así lo que sucedió en ese momento: “Cierto día fui a la orilla del río a recoger leña con otras dos niñas. Enseguida, oí como un ruido. Miré a la pradera, pero los árboles no se movían. Alcé entonces la cabeza hacia la gruta y vi a una mujer vestida de blanco, con un cinturón azul celeste y sobre cada uno de sus pies una rosa dorada, del mismo color que las cuentas de su rosario.

Creyendo engañarme, me restregué los ojos. Metí la mano en el bolsillo para buscar mi rosario. Quise hacer la señal de la cruz, pero fui incapaz de llevar la mano a la frente. Cuando la Señora hizo la señal de la cruz, lo intenté yo también y, aunque me temblaba la mano, conseguí hacerla. Comencé a rezar el rosario, mientras la Señora iba desgranando sus cuentas, aunque sin despegar los labios. Al acabar el rosario, la visión se desvaneció”.

La Virgen se le aparece dieciocho veces: 11 en febrero, cinco en marzo, una en abril y la última, el 16 de julio de ese mismo año de 1858. Sólo Bernadette la ve. Conforme se suceden las apariciones, multitud de gente acude a su lado; notan gran alegría en su rostro, pero no consiguen ver ni oír nada. Hasta la tercera aparición, el 18 de febrero, la Señora no habla. Ese día, cuando Bernadette le ofrece papel y pluma para que escriba su nombre, la Señora le dice en el dialecto patois local —el de las provincias del Béarn y Bigorre—: “No es necesario... No te prometo hacerte feliz en este mundo, pero sí en el otro”.

El 24 de ese mes, en la octava aparición, musita: “Penitencia, penitencia, penitencia...” Y añade: “Ruega por la conversión de los pecadores”. Al día siguiente, por mandato expreso de la Señora, Bernadette excava con sus manos la fuente de Lourdes, cuya agua tantos milagros ha obrado y sigue obrando. El 2 de marzo le pide que sea erigida allí una capilla, donde se acuda en procesión. Y por fin, en la decimosexta aparición, el 25 de marzo, la Señora revela su nombre. Bernadette se lo pregunta por tres veces consecutivas. Al principio, Ella sonríe, sin responder. “A mi tercera pregunta, la Señora unió sus manos y las llevó sobre el pecho... miró al Cielo... luego, separando lentamente las manos e inclinándose hacia mí me dijo: Que soy éra Immaculada Councepciou, soy la Inmaculada Concepción”.

Bernadette corre a contárselo al párroco, el señor cura Peyramale, en un principio escéptico y desconfiado ante las apariciones, que queda impresionado al oírla. Conoce la ignorancia religiosa de la niña, que aún no ha hecho la Primera Comunión —la recibiría el 3 de junio de ese año— y que no ha oído hablar del dogma proclamado cuatro años antes por Pío IX: que la Virgen fue concebida sin pecado.

El Obispo de Tarbes nombra una comisión que estudia el asunto y en 1862 acepta como ciertas las apariciones de la Virgen. También llegan las aprobaciones pontificias: en 1876, Pío IX delega en el Arzobispo de París para la consagración del templo; León XIII aprueba en 1891 la festividad de la Aparición de la Inmaculada en Lourdes, el 11 de febrero, que Pío X la hace fiesta universal; y Pío XI beatifica y canoniza a Bernadette.

La presencia de la Señora en Massabielle se manifiesta asimismo por los milagros, espirituales y materiales, que allí ocurren.

En momentos difíciles de la historia del Opus Dei

Nuestra Señora de Lourdes está especialmente unida a una página entrañable de la historia del Opus Dei: el final del paso de los Pirineos que san Josemaría realizó en 1937, con varios hijos suyos y otras personas, durante la guerra de España.

El 10 de diciembre era el día señalado para salir del Principado de Andorra y pasar a Francia, desde donde entrarían nuevamente en España por la frontera de Hendaya. Para san Josemaría, quedaban atrás unas jornadas inolvidables, intensas, marcadas por un fuerte agotamiento físico y, en sus primeras etapas, por un hondo desasosiego interior, ante la incertidumbre de si la decisión tomada había sido la oportuna; más tarde, una caricia de Santa María en los bosques de Rialp le había confirmado el acierto del viaje emprendido.

En Andorra consiguieron un permiso de tránsito por tierra francesa, de veinticuatro horas de duración. Apremiaba el tiempo, los caminos eran inseguros, la nieve abundante, el frío intenso, y evidente el agotamiento físico de todos.

“Sin embargo no fuimos directamente a Hendaya –escribe Pedro Casciaro, uno de los que acompañaban a san Josemaría–: el Padre deseaba hacer una escala en Lourdes para dar gracias a Nuestra Señora. El viento era cortante y estábamos todos mojados hasta los tuétanos, muertos de frío y tiritando. Salimos hacia Lourdes muy temprano. El Padre iba en silencio, muy recogido, preparando la Santa Misa. Hicimos un rato de oración y rezamos el Rosario. Al llegar, tras superar alguna dificultad en la sacristía del Santuario -el Padre no había podido conseguir una sotana y no le querían dejar celebrar Misa-, pudo celebrar, convenientemente revestido con una casulla blanca de corte francés, en el segundo altar lateral de la derecha de la nave, bastante cerca de la puerta de entrada de la cripta. Yo le ayudé. En Lourdes no estuvimos más de dos horas. ...” (Pedro Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos, p. 129).

A las nueve y media aproximadamente, el Fundador del Opus Dei celebró la Santa Misa a pocos metros de la gruta de Massabielle. Es fácil imaginar la intensidad de aquellos momentos, la fuerza con que san Josemaría rezaría por sus hijos, la paz en España y en el mundo, la expansión del Opus Dei.


San Josemaría Escrivá, que fue en numerosas ocasiones. Casi siempre, para darle gracias; en algunas ocasiones, a solicitarle algún favor –como la salud de su hermana Carmen o el buen marchar de la Obra-; y siempre para manifestarle su amor de hijo.


El santo escribió en Forja: "Busca a Dios en el fondo de tu corazón limpio, puro; en el fondo de tu alma cuando le eres fiel, ¡y no pierdas nunca esa intimidad!


San Josemaría besa la gruta donde se apareció la Virgen a santa Bernardette.

—Y, si alguna vez no sabes cómo hablarle, ni qué decir, o no te atreves a buscar a Jesús dentro de ti, acude a María, «tota pulchra» —toda pura, maravillosa—, para confiarle: Señora, Madre nuestra, el Señor ha querido que fueras tú, con tus manos, quien cuidara a Dios: ¡enséñame —enséñanos a todos— a tratar a tu Hijo!".


En una tertulia en Brafa en 1972 en Barcelona, San Josemaría tuvo un breve dialogo con una niña enferma : "Cuando voy a Lourdes —que voy mucho—, yo bebo el agua de Lourdes con una devoción muy grande. Y no pido nada. Me da mucha alegría que la Señora haga sus milagros con aquella agua.

Padres de la niña: Tenemos la pequeña, que es un valor extraordinario. No ve, ni anda, pero quiere hablarle, quiere saludarle."

Niña: Yo también fui en Lourdes, y he vuelto muy contenta. Rezo mucho por usted.

San Josemaría: Oye, guapa. Yo mañana, en la Santa Misa, te voy a coger... —idealmente, porque no estarás a mi lado— ...y te pondré con la forma, con la Hostia, en el momento del ofertorio, y le diré al Señor que te haga muy feliz en la tierra, y después, te dé el Cielo. ¿Te parece bien?

Niña: Sí, Padre.

San Josemaría: ¿Qué más? ¿Veis? ¿Veis que somos una familia, que compartimos las alegrías y lo que, para otros, son tristezas y desesperación?

¡Con qué alegría, con qué...! Dios os bendiga, hijos míos. ¡Así se llevan las cosas, así se llevan! No os inventéis penas.

¡Esto es una bendición de Dios!, que en algún momento no habréis entendido; pero ahora, lo estáis entendiendo.

¡Una gran bendición de Dios, esa criatura!