"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

13 de julio de 2014

"No te inquietes cuando te cueste lo que Dios te pide" LA VOLUNTAD DE DIOS SE VE EN LA ORACION

“Hija mía, hijo mío, ojalá pueda decirse que la característica que define tu vida es “amar la Voluntad de Dios” (Forja, n. 48). No se trata de tener ganas o de encontrar gusto en el cumplimiento de la Voluntad divina; no podemos ser como niños fluctuantes (Ef. 4, 14) y vivir al compás de los sentimientos: hoy me apetece, mañana no. Nos pide el Señor un amor recio y fuerte a su Voluntad. 
San Josemaría nos comentaba que, en determinados momentos, recibió una colección de gracias, una detrás de otra, que no sabía cómo calificar y que llamaba operativas, porque de tal manera dominaban mi voluntad que casi no tenía que hacer esfuerzo (de nuestro Padre, Meditación Los pasos de Dios, 14-II-1964). Pero esto no fue lo ordinario en su vida, y quizá no lo será tampoco en la tuya. Lo más frecuente es que tuviera que ir a contrapelo, con esfuerzo, con lucha. Aprende de su ejemplo, y no te inquietes cuando te cueste lo que Dios te pide, y notes dentro de ti la resistencia del hombre viejo de que habla San Pablo. Recuerda que también lo han experimentado los santos y anímate a responder con generosidad. 
Mira lo que escribió san Josemaría en momentos de prueba y de intensa contradicción: se presentan tentaciones de rebeldía: y digo serviam! -De disconformidad con la Voluntad divina: y repito varias veces el “hágase, cúmplase”… -De cosas bajas y viles: y pienso, como en un remedio, en la cariñosa enfermedad fuerte que sé que me enviará, a su tiempo, el Señor (de nuestro Padre, 9-IX-1931, en Apuntes íntimos, n. 274). 
A ti, que ya te vas conociendo y sabes lo que es luchar por Amor, ¿no te consuelan estas palabras de nuestro Padre? Hija mía, hijo mío: sé fiel y vence, con la gracia de Dios, la rebeldía de la soberbia y de la carne, que quizá se agigantan en momentos de prueba más largos.” (Carta, 1-VI-1991, III, n. 144)
Escrito por Don Alvaro del Portillo
LA ORACION
Siempre he entendido la oración del cristiano como una conversación amorosa con Jesús, que no debe interrumpirse ni aun en los momentos en los que físicamente estamos alejados del Sagrario, porque toda nuestra vida está hecha de coplas de amor humano a lo divino..., y amar podemos siempre. (Forja, 435)

Que no falten en nuestra jornada unos momentos dedicados especialmente a frecuentar a Dios, elevando hacia El nuestro pensamiento, sin que las palabras tengan necesidad de asomarse a los labios, porque cantan en el corazón. Dediquemos a esta norma de piedad un tiempo suficiente; a hora fija, si es posible. Al lado del Sagrario, acompañando al que se quedó por Amor. Y si no hubiese más remedio, en cualquier parte, porque nuestro Dios está de modo inefable en nuestra alma en gracia. Te aconsejo, sin embargo, que vayas al oratorio siempre que puedas (...)
Cada uno de vosotros, si quiere, puede encontrar el propio cauce, para este coloquio con Dios. No me gusta hablar de métodos ni de fórmulas, porque nunca he sido amigo de encorsetar a nadie: he procurado animar a todos a acercarse al Señor, respetando a cada alma tal como es, con sus propias características. Pedidle que meta sus designios en nuestra vida: no sólo en la cabeza, sino en la entraña del corazón y en toda nuestra actividad externa. Os aseguro que de este modo os ahorraréis gran parte de los disgustos y de las penas del egoísmo, y os sentiréis con fuerza para extender el bien a vuestro alrededor. ¡Cuántas contrariedades desaparecen, cuando interiormente nos colocamos bien próximos a ese Dios nuestro, que nunca abandona! Se renueva, con distintos matices, ese amor de Jesús por los suyos, por los enfermos, por los tullidos, que pregunta: ¿qué te pasa? Me pasa... Y, enseguida, luz o, al menos, aceptación y paz.

Al invitarte a esas confidencias con el Maestro me refiero especialmente a tus dificultades personales, porque la mayoría de los obstáculos para nuestra felicidad nacen de una soberbia más o menos oculta. Nos juzgamos de un valor excepcional, con cualidades extraordinarias; y, cuando los demás no lo estiman así, nos sentimos humillados. Es una buena ocasión para acudir a la oración y para rectificar, con la certeza de que nunca es tarde para cambiar la ruta. (Amigos de Dios, 249)