— Los cristianos, luz del mundo y sal de la tierra.
— Consecuencias en el mundo del pecado original. La Redención. Reconducir a Cristo todas las realidades terrenas.
— La vida de piedad y el trabajo. La santidad en medio del mundo.
I. Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él1. Vino al mundo para que los hombres tuvieran luz y dejaran de debatirse en las tinieblas2, y, al tener luz, pudieran hacer del mundo un lugar donde todas las cosas sirvieran para dar gloria a Dios y ayudaran al hombre a conseguir su último fin. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron3. Son palabras actuales para una buena parte del mundo, que sigue en la oscuridad más completa, pues fuera de Cristo los hombres no alcanzarán jamás la paz, ni la felicidad, ni la salvación. Fuera de Cristo solo existen las tinieblas y el pecado. Quien rechaza a Cristo se queda sin luz y ya no sabe por dónde va el camino. Queda desorientado en lo más íntimo de su ser.
Durante siglos, muchos hombres separaron su vida (trabajo, estudio, negocios, investigaciones, aficiones...) de la fe; y, como consecuencia de esa separación, las realidades temporales quedaron desvirtuadas, como al margen de la luz de la Revelación. Al faltar esta luz, muchos han llegado a considerar el mundo como fin de sí mismo, sin ninguna referencia a Dios, para lo cual han tergiversado incluso las verdades más elementales y básicas. De modo particular, en los países occidentales es preciso corregir esa separación, «porque son muchas las generaciones que se están perdiendo para Cristo y para la Iglesia en estos años, y porque desgraciadamente desde estos lugares se envía al mundo entero la cizaña de un nuevo paganismo. Este paganismo contemporáneo se caracteriza por la búsqueda del bienestar material a cualquier coste, y por el correspondiente olvido –mejor sería decir miedo, auténtico pavor– de todo lo que pueda causar sufrimiento. Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación, vida eterna..., resultan incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y su contenido. Habéis contemplado esa pasmosa realidad de que muchos quizá comenzaron por poner a Dios entre paréntesis, en algunos detalles de su vida personal, familiar y profesional; pero, como Dios exige, ama, pide, terminan por arrojarle –como a un intruso– de las leyes civiles y de la vida de los pueblos. Con una soberbia ridícula y presuntuosa, quieren alzar en su puesto a la pobre criatura, perdida su dignidad sobrenatural y su dignidad humana, y reducida –no es exageración: está a la vista en todas partes– al vientre, al sexo, al dinero»4.
El mundo se queda en tinieblas si los cristianos, por falta de unidad de vida, no iluminan y dan sentido a las realidades concretas de la vida. Sabemos que la actitud ante el mundo de los verdaderos discípulos de Cristo, y de modo específico de los seglares, no es de separación, sino la de estar metidos en sus entrañas, como la levadura dentro de la masa, para transformarlo. El cristiano coherente con su fe es sal que da sabor y preserva de corrupción. Y para esto cuenta, sobre todo, con su testimonio en medio de las tareas ordinarias, realizadas ejemplarmente. «Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! —Medítalo»5. ¿Vivo la unidad de vida en cada momento de mi existencia: trabajo, descanso...?
II. Todas las criaturas fueron puestas al servicio del hombre, dentro del orden establecido por el Creador. Adán, con su soberbia, introdujo el pecado en el mundo, rompiendo la armonía de todo lo creado y del mismo hombre. En adelante, la inteligencia quedó oscurecida y con posibilidad de caer en el error; la voluntad, debilitada; enferma –no corrompida– la libertad para amar el bien con prontitud. El hombre quedó profundamente herido, con dificultad para saber y conseguir su bien verdadero. «Rompió la Alianza con Dios, sacando como consecuencia de ello por una parte la desintegración interior y, por otra, la incapacidad de construir la comunión con los otros»6. El desorden introducido por el pecado llegó más allá del hombre, afectando también a la naturaleza. El mundo es bueno, pues fue hecho por Dios para contribuir a que el hombre alcanzara su último fin. Pero después del pecado original, las cosas materiales, el talento, la técnica, las leyes..., pueden ser desviadas de su ordenación recta y convertirse en males para el hombre, oscureciéndose su fin último, separándole de Dios en vez de acercarle a Él. Nacen así muchos desequilibrios, injusticias, opresiones, que tienen su origen en el pecado. «El pecado del hombre, es decir, su ruptura con Dios, es la causa radical de las tragedias que marcan la historia de la libertad. Para comprender esto, muchos de nuestros contemporáneos deben descubrir nuevamente el sentido del pecado»7.
Dios, en su misericordia infinita, se compadeció de este estado en el que había caído la criatura y nos redimió en Jesucristo: nos ha vuelto a su amistad, y lo que es más, nos ha reconciliado con Él hasta el extremo de podernos llamar hijos de Dios y que lo seamos8; nos ha destinado a la vida eterna, a morar con Él para siempre en el Cielo.
Nos toca a los cristianos, principalmente a través de nuestro trabajo convertido en oración, hacer que todas las realidades terrestres se vuelvan medio de salvación, porque solo así servirán verdaderamente al hombre. «Hemos de impregnar de espíritu cristiano todos los ambientes de la sociedad. No os quedéis solamente en el deseo: cada una, cada uno, allá donde trabaje, ha de dar contenido de Dios a su tarea, y ha de preocuparse –con su oración, con su mortificación, con su trabajo profesional bien acabado– de formarse y de formar a otras almas en la Verdad de Cristo, para que sea proclamado Señor de todos los quehaceres terrenos»9. ¿Estoy haciendo todo lo que puedo para llevar esto a la práctica? ¿Me doy cuenta de que para esto necesito tener cada vez más una hondaunidad de vida?
III. La misión que el Señor nos ha encomendado es la de infundir un sentido cristiano a la sociedad, porque solo entonces las estructuras, las instituciones, las leyes, el descanso, tendrán un espíritu cristiano y estarán verdaderamente al servicio del hombre. «Los discípulos de Jesucristo hemos de ser sembradores de fraternidad en todo momento y en todas las circunstancias de la vida. Cuando un hombre o una mujer viven intensamente el espíritu cristiano, todas sus actividades y relaciones reflejan y comunican la caridad de Dios y los bienes del Reino. Es preciso que los cristianos sepamos poner en nuestras relaciones cotidianas de familia, amistad, vecindad, trabajo y esparcimiento, el sello del amor cristiano, que es sencillez, veracidad, fidelidad, mansedumbre, generosidad, solidaridad y alegría»10.
Las prácticas personales de piedad no han de estar aisladas del resto de nuestros quehaceres, sino que deben ser momentos en los que la referencia continua a Dios se hace más intensa y profunda, de modo que después sea más alto el tono de las actividades diarias. Es claro que buscar la santidad en medio del mundo no consiste simplemente en hacer o en multiplicar las devociones o las prácticas de piedad, sino en la unidad efectiva con el Señor que esos actos promueven y a que están ordenados. Y cuando hay una unión efectiva con el Señor eso influye en toda la actuación de una persona. «Esas prácticas te llevarán, casi sin darte cuenta, a la oración contemplativa. Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla (...)»11.
Procuremos vivir así, con Cristo y en Cristo, todos y cada uno de los instantes de nuestra existencia: en el trabajo, en la familia, en la calle, con los amigos... Eso es launidad de vida. Entonces, la piedad personal se orienta a la acción, dándole impulso y contenido, hasta convertir al quehacer en un acto más de amor a Dios. Y, a su vez, el trabajo y las tareas de cada día facilitan el trato con Dios y son el campo donde se ejercitan todas las virtudes. Si procuramos trabajar bien y poner en nuestros quehaceres la dimensión trascendente que da el amor de Dios, nuestras tareas servirán para la salvación de los hombres, y haremos un mundo más humano, pues no es posible que se respete al hombre –y mucho menos que se le ame– si se niega a Dios o se le combate, pues el hombre solo es hombre cuando es verdaderamente imagen de Dios. Por el contrario, «la presencia de Satanás en la historia de la humanidad aumenta en la misma medida en que el hombre y la sociedad se alejan de Dios»12.
En esta tarea de santificar las realidades terrenas, los cristianos no estamos solos. Restablecer el orden querido por Dios y conducir a su plenitud el mundo entero es principalmente fruto de la acción del Espíritu Santo, verdadero Señor de la historia: «Non est abbreviata manus Domini, no se ha hecho más corta la mano de Dios (Is 59, 1): no es menos poderoso Dios hoy que en otras épocas, ni menos verdadero su amor por los hombres. Nuestra fe nos enseña que la creación entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena»13.
Le pedimos al Espíritu Santo que remueva las almas de muchas personas –hombres y mujeres, mayores y jóvenes, sanos y enfermos...– para que sean sal y luz en las realidades terrenas.