Cristo vive. Esta es la gran verdad
que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la Cruz, ha resucitado,
ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la
angustia. No temáis, con esta invocación saludó un ángel a las mujeres que iban
al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue
crucificado: ya resucitó, no está aquí. Hæc est dies quam fecit Dominus,
exsultemus et lætemur in ea; éste es el día que hizo el Señor, regocijémonos. Podes
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Al atardecer de aquel día, el
siguiente al sábado, estando cerradas las puertas del lugar donde se habían
reunido los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio
de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Y dicho esto les mostró las manos
y el costado. Al ver al Señor se alegraron los discípulos.
Les dijo de nuevo: La paz sea con
vosotros. Como el Padre me envió así os envío yo. Dicho esto sopló sobre ellos
y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos (Jn 20,19-23).
Cristo vive. Esta es la gran
verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha
resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y
de la angustia. No temáis, con esta invocación saludó un ángel a las mujeres
que iban al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que
fue crucificado: ya resucitó, no está aquí (Mc 16,6). Haec est dies quam fecit
Dominus, exsultemus et laetemur in ea; éste es el día que hizo el Señor,
regocijémonos(Sal 117,24).
El tiempo pascual es tiempo de
alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino
que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive:
Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue,
dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos.
No: Cristo vive. Jesús es el
Emmanuel: Dios con nosotros. Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a
los suyos. ¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse
del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidare, yo no me olvidaré de ti
(Is 49,14-15), había prometido. Y ha cumplido su promesa. Dios sigue teniendo
sus delicias entre los hijos de los hombres (Cfr. Prov 8,31).
Cristo vive en su Iglesia.
"Os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si yo no me voy, el
Consolador no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16,7). Esos
eran los designios de Dios: Jesús, muriendo en la Cruz, nos daba el Espíritu de
Verdad y de Vida. Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su
liturgia, en su predicación, en toda su actividad.
De modo especial Cristo sigue
presente entre nosotros, en esa entrega diaria de la Sagrada Eucaristía. Por
eso la Misa es centro y raíz de la vida cristiana. En toda Misa está siempre el
Cristo Total, Cabeza y Cuerpo. Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso. Porque Cristo
es el Camino, el Mediador: en El, lo encontramos todo; fuera de El, nuestra
vida queda vacía. En Jesucristo, e instruidos por El, nos atrevemos a decir
–audemus dicere– Pater noster, Padre nuestro. Nos atrevemos a llamar Padre al
Señor de los cielos y de la tierra.
La presencia de Jesús vivo en la
Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el
mundo.
Cristo vive en el cristiano. La
fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, estáendiosado. Somos hombres y
mujeres, no ángeles. Seres de carne y hueso, con corazón y con pasiones, con
tristezas y con alegrías. Pero la divinización redunda en todo el hombre como
un anticipo de la resurrección gloriosa. Cristo ha resucitado de entre los
muertos y ha venido a ser como las primicias de los difuntos: porque así como
por un hombre vino la muerte, por un hombre debe venir la resurrección de los
muertos. Que así como en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán
vivificados (1 Co 15,20-22).
La vida de Cristo es vida nuestra,
según lo que prometiera a sus Apóstoles, el día de la Ultima Cena: Cualquiera
que me ama, observará mis mandamientos, y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos mansión dentro de él (Jn 14,23). El cristiano debe –por tanto– vivir
según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo, de manera
que pueda exclamar con San Pablo, non vivo ego, vivit vero in me Christus (Ga
2,20), no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí. / Es Cristo que pasa, 102-103