El comienzo del mes de mayo,
especialmente dedicado a la Virgen en muchas naciones, nos recuerda que hemos
de llevar a todas partes el ambiente de Nazaret, las virtudes y los modos de
comportarse de la Sagrada Familia, de un modo muy especial a través del ejemplo
de Santa María.
Hoy celebramos la conmemoración
litúrgica de san José artesano: el hombre en el que Dios confió para que
cuidara de Jesús y de la Santísima Virgen, sus dos grandes tesoros en la
tierra. Esta fiesta, verdadero pórtico del mes de María, nos invita a entrar
más profundamente en la casa de Nazaret. Y no olvidemos que ese hogar pervive
ahora en la Iglesia, verdadera familia de Dios; en las moradas de los
cristianos, y en esta pequeña familia
dentro de la Iglesia, que es la Prelatura del Opus Dei.
A lo largo de este año mariano,
rezamos y rezamos perseverantemente y de modo muy especial por la institución
familiar, para que refleje con plenitud el designio de Dios y se acomode al
divino modelo que se nos ha mostrado en Belén, en Nazaret y en cualquier lugar
donde Jesús descansaba de sus fatigosos viajes. ¡Cómo no pensar también en la
casa de Betania, donde Lázaro, Marta y María le ofrecían alojamiento para que
el Maestro reposara, esmerándose por brindarle lo mejor! Por eso nuestro Padre
—lo conocéis bien— llamaba Betania a
los sagrarios y nos impulsaba a tener continuos detalles de atención y de
cariño con Nuestro Señor, adorando a Jesús con María y con José.
Aunque en todo momento tratemos de
reproducir en nuestros hogares el ambiente de la Sagrada Familia, no nos debe
extrañar que, a veces, no sepamos reflejar la serenidad que allí reinó siempre.
Consideremos lo que les sucedió a María y a José, cuando tuvieron que huir
precipitadamente de la persecución de Herodes; sin olvidar que, en la Iglesia
primitiva, junto a las descripciones de la armonía que unía a los primeros
cristianos, no faltan páginas en las que se relata cómo se nublaba en ocasiones
la paz, a causa de las persecuciones, de las incomprensiones del ambiente o,
incluso, del mal comportamiento de algunos. Sin embargo, con la ayuda del
Espíritu Santo, superaron aquellos obstáculos y fueron fieles a Jesucristo con
una serena lealtad.
En el seno de un hogar pueden
surgir diferencias esporádicas y quebrarse, al menos por momentos, el clima de
cariño tan propio de una vida de fe. En estos casos —como siempre— se ha de
recurrir a la oración, para recomponer hasta la más mínima fisura entre los
diversos miembros de la familia, y también para colaborar al bien de la
sociedad, ya que existe un vínculo estrecho entre la esperanza de un pueblo y la armonía
entre las generaciones[1].
Y añadía el Papa en otra ocasión: la unión de fraternidad que se forma en la
familia entre los hijos, se lleva a cabo en un clima de educación a la apertura
a los otros, es la gran escuela de libertad y de paz (...). Quizá no siempre
somos conscientes, ¡pero es precisamente la familia la que introduce la
fraternidad en el mundo![2].
En los últimos años de su vida, san
Josemaría mantuvo reuniones con muchas personas que le exponían sus pequeños y
no tan pequeños problemas, y le pedían consejos. No era infrecuente que los
padres y madres de familia sufrieran porque algunos de sus hijos o de sus hijas
se mostraban rebeldes al llegar a la adolescencia. Nuestro Fundador procuraba
tranquilizarles y les recordaba que, a esa edad, la rebeldía ha existido
siempre, aunque quizá en tiempos recientes ha tomado más relieve. Pero el
remedio, junto con la oración, no ha cambiado: que estés sereno con tus hijos, que no les des un cachete porque sí.
Los chicos se ponen rabiosos, tú te molestas, sufres porque los quieres mucho
y, además, te tienes que desenfadar. Ten un poquito de paciencia, ríñeles
cuando ya se te haya pasado el enfado, y a solas. No los humilles delante de
los otros hermanos. Háblales razonando un poco, para que se den cuenta de que
deben obrar de otra manera, porque así agradan a Dios. De este modo, les vas
educando y, el día de mañana, podrán abrirse camino en la vida y ser buenos
cristianos y buenos padres de familia, si Dios los lleva por ahí.
De modo
que lo primero que hay que hacer es evitar los dos extremos: la demasiada
bondad y el rigor[3].
San Josemaría tomó del Evangelio
este modo de obrar. En sus conversaciones con los padres, es fácil reconocer
las instrucciones del Señor sobre la práctica caritativa de la corrección
fraterna, aunque en estos casos no se le atribuya propiamente ese nombre. En el
Opus Dei, todos hemos de esmerarnos por poner por obra este compromiso
cristiano tan unido a las enseñanzas del mismo Jesucristo. Se entiende así que
nuestro Padre, entre las preguntas que formulaba para tomar el pulso al llegar a un Centro, figuraba ésta: ¿se vive la corrección fraterna?
Hemos aprendido que san José
recibía mensajes del cielo durante el sueño; y, fijándose en este hecho, el
Papa advierte que no es posible una familia sin soñar. Cuando
en una familia se pierde la capacidad de soñar, los chicos no crecen; el amor
no crece, la vida se debilita y se apaga[4].
Y ofrece a los padres y madres la siguiente invitación, para que la consideren
cada día antes de retirarse a descansar: ¿Hoy soñé con el futuro de mis hijos? ¿Hoy
soñé con el amor de mi esposo, de mi esposa? ¿Hoy soñé con mis padres, con mis
abuelos que llevaron la historia hasta mí?[5].
Son cuestiones que, de un modo u
otro, cabe que todos nos planteemos. Consideremos a diario si rezamos por
nuestros hermanos y nuestras hermanas en la Obra, por nuestras familias y por
las personas que frecuentan la labor apostólica; si pedimos a Dios para ellos
lo mejor, lo que más necesiten; si pensamos en la oración cómo ayudarles..., si
sabemos prestarles servicios sin esperar nada a cambio: ¡ya nos quieren!
Con gran
poder
—así se relata en el libro de los Hechos— los
Apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús; y en todos ellos
había abundancia de gracia[6].
A impulsos del Espíritu Santo, superaban con optimismo los obstáculos que se
oponían a su labor; e incluso se llenaban de gozo si debían padecer injurias,
cárcel, azotes, por el nombre de Jesús[7].
Esta fortaleza de ánimo, este crecerse antes las contradicciones, se reforzaba
con los cuidados que la Madre de Jesús —Madre también de cada uno de ellos— les
dispensaba. Desde que el Paráclito descendió en Pentecostés, la trataban con
más confianza filial. La oración de
los discípulos —escribe nuestro Padre a este propósito— acompaña a la oración de María: era la
oración de una familia unida[8].
Así hemos de proceder nosotros, especialmente durante la tradicional Romería de
mayo, que este año guarda un contenido único: dejar confiadamente en las manos
de nuestra Madre la oración de la Iglesia por los frutos del Sínodo sobre la
familia, que se celebrará en octubre.
Además, mañana se cumplen ochenta
años de la fecha en que nació en la Obra esta Costumbre de la Romería de mayo,
que ya han hecho muy suya millones de personas en todo el mundo. Recordando
aquel 2 de mayo de 1935, al cabo de muchos lustros, en una de sus últimas
visitas marianas al santuario de Nuestra Señora de Sonsoles, san Josemaría se
expresaba así: rezad mucho a la
Santísima Virgen en el mes que va a comenzar. Las romerías de mayo son algo
maravilloso. Yo estuve ayer en Sonsoles y consideraba que si todos los que
durante el mes de mayo van de romería, en todo el mundo —en Europa, en Asia, en
África, en América y en Oceanía—, fueran a Sonsoles unos detrás de otros,
estaría yendo y viniendo gente a esa ermita de la Virgen, sin interrupción,
desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre[9].
Con la piedad y el empeño de todos,
bien unidos al Papa, a los obispos y a los demás cristianos, alcemos una
intensa súplica por la Iglesia, por el mundo, por las familias, por la sociedad
civil. Así las actividades personales y corporativas en servicio de las almas
se desarrollarán más y se colmarán de eficacia. Nuestro Padre afirmaba que todas las tareas apostólicas y los
instrumentos para ponerlas en marcha son onus et honor, carga y honor (...) de los Numerarios, de los Agregados, de los
Supernumerarios; y también de los Cooperadores. Se engañaría y tendría mal
espíritu y poca generosidad quien pensase que esas empresas son solamente cosa
de los Numerarios, porque de nosotros es necesario que se pueda decir siempre,
al hablar de nuestros afanes apostólicos, aquello que se lee en los Hechos: multitúdinis
autem credéntium erat cor unum et ánima una
(Hch 4, 32), toda la multitud de los
fieles tenía un mismo corazón y una misma alma[10].
En la penúltima semana de abril,
estuve en Valencia, donde —invitado por el Cardenal Arzobispo— celebré en la
catedral una Misa de acción de gracias por la beatificación de don Álvaro y
pronuncié una conferencia sobre su trabajo en el Concilio Vaticano II. Además,
me reuní con muchas hijas y muchos hijos míos, y con personas de todas las edades
que participan en la labor de la Obra. Ayudadme a agradecer a Dios los frutos
espirituales que Él haya querido suscitar. Acompañadme también en la acción de
gracias por la ordenación presbiteral de un buen grupo de hermanos vuestros,
Numerarios, el próximo día 9, en la Basílica de San Eugenio. Deo omnis glória!
Termino, hijas e hijos míos, con el
recuerdo de la novena de san Josemaría a la Virgen de Guadalupe, en mayo de
1970. Acudió allí para rezar por la Iglesia, por el Santo Padre, por el Opus
Dei. ¡Y cuántos frutos produjo! Seguirán abundando, por la bondad de Dios y la
intercesión de la Virgen Santísima, si nos afanamos en seguir cotidianamente
los pasos de nuestro Padre, como de modo tan leal hizo don Álvaro. Acudamos a
su intercesión. especialmente el próximo día 12, fecha en la que celebraremos
por primera vez su memoria litúrgica.
Con todo cariño, os bendice y os
vuelve a pedir oraciones
vuestro
Padre
+
Javier
Roma, 1 de mayo de 2015.
[1] Papa Francisco, Discurso en la audiencia general, 11-II-2015.
[2] Papa Francisco, Discurso en la audiencia general, 18-II-2015.
[3] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 24-XI-1972.
[4] Papa Francisco, Encuentro con las familias en Filipinas,
16-I-2015.
[5] Ibid.
[6] Hch 4, 33.
[7] Cfr. Hch 5, 41.
[8] San Josemaría, Es Cristo
que pasa, n. 141.
[9] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 29-IV-1969.
[10] San Josemaría, Carta
31-V-1954, n. 34.