— Presencia continua del Ángel Custodio.
— Devoción. Ayuda en la vida ordinaria y en el apostolado.
— Acudir a su auxilio en la vida interior.
I. Además de la creación del mundo visible y del hombre, Dios quiso también difundir su bondad dando el ser a los ángeles, criaturas exclusivamente espirituales, de una perfección altísima.
Los ángeles, espíritus puros –sin composición de materia o cuerpo–, son las criaturas más perfectas de la creación. Por una parte, su inteligencia procede con una simplicidad y agudeza de las que el hombre es incapaz, y su voluntad es más perfecta que la humana. Por otra parte, al estar ya elevados a la visión beatífica, son criaturas glorificadas que ven a Dios cara a cara. Esta mayor excelencia, por naturaleza y por gracia, constituye a los ángeles en ministros ordinarios de Dios –que quiere servirse corrientemente de causas segundas en el gobierno del mundo–, y les capacita para influir sobre los hombres y los seres inferiores. «El nombre que la Sagrada Escritura les atribuye indica que lo que más cuenta en la Revelación es la verdad sobre las tareas de los ángeles respecto a los hombres: ángel quiere decir, en efecto, mensajero»1.
En muchos lugares del Nuevo y del Antiguo Testamento se nos habla de ellos, y de tal manera es patente su presencia que es inseparable de la acción salvadora de Dios en favor de los hombres2.
Además de intervenir en acontecimientos singulares de la historia humana, los ángeles actúan continuamente en la vida personal de los hombres, pues «la providencia de Dios ha dado a los ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre»3. Son una muestra más de la bondad divina con nosotros, y por eso socorren, animan, confortan, y nos llaman al bien, a la confianza y a la serenidad. Todo un libro del Antiguo Testamento está dedicado a relatar la ayuda de un arcángel, San Rafael, a la familia de Tobías4. Sin dar a conocer su condición angélica, acompaña al joven Tobías en un largo y difícil viaje, y le presta consejos y servicios inestimables; al final de la narración, él mismo se presenta: Yo soy Rafael, uno de los siete santos ángeles que presentamos las oraciones de los justos y tienen entrada ante la majestad del Santo5. El Señor conocía bien la conducta honrada de aquella familia: Cuando orabais (...) yo presentaba ante Dios vuestras oraciones. Cuando enterrabas a los muertos, también yo te asistía. Cuando con diligencia los sepultabas (...) yo estaba contigo6.
Nuestra vida es también un largo camino, y al final de ella, cuando con la ayuda de la gracia estemos en la casa de nuestro Padre Dios, el Ángel Custodio también podrá decirnos: «yo estaba contigo», pues los Ángeles Custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar el fin sobrenatural al que es llamado por Dios. Yo mandaré un Ángel delante de ti -dijo el Señor a Moisés- para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto7.
Agradezcamos al Señor que haya querido encomendarnos a estos príncipes del Cielo tan inteligentes y eficaces en su operación, y manifestemos frecuentemente la estima que les profesamos.
II. Los Hechos de los Apóstoles narran algunos episodios que nos enseñan la solicitud de los ángeles por el hombre: la liberación de los Apóstoles de la prisión, y sobre todo la de Pedro, amenazado de muerte por Herodes; o la intervención de un ángel en la conversión de Cornelio y de su familia, o el que lleva al diácono Felipe hasta el ministro de la reina Candace, en el camino de Jerusalén a Gaza8.
El Papa Juan Pablo II citaba estos hechos a modo de ejemplo en su catequesis sobre los ángeles. Y comenta: «se comprende cómo en la conciencia de la Iglesia se ha podido formar la persuasión sobre el ministerio confiado a los ángeles en favor de los hombres. Por ello, la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios, venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y recomendando el recurso a su protección con una oración frecuente, como en la invocación del “Ángel de Dios”. Esta oración parece atesorar las bellas palabras de San Basilio: “Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida”»9.
Esta oración del «Ángel de Dios», que tantos cristianos han aprendido de labios de sus padres, suele tener en los países de lengua castellana esta versión, con ligeras variantes:Ángel de Dios, bajo cuya custodia me puso el Señor con amorosa piedad, a mí que soy vuestro encomendado, alumbradme hoy, guardadme, regidme y gobernadme. Amén. Es una oración breve que sirve desde que se tienen pocos años de edad, y continúa haciéndonos bien cuando ha pasado ya buena parte de la vida y seguimos teniendo la misma necesidad de protección y amparo. Si hacemos el propósito de tratar más al Ángel de la Guarda durante el día de hoy, no dejaremos de notar su presencia y recibiremos muchas gracias y ayudas por su mediación. Además de su auxilio espiritual, nos prestará su apoyo y colaboración en las pequeñas necesidades de la vida ordinaria: encontrar algo que habíamos perdido, acordarnos de un asunto olvidado que nos es necesario tener presente, ser puntuales... En todo aquello que se ordena a la gloria de Dios –y todo lo humano recto puede ser ordenado y dirigido– podemos contar con la ayuda de nuestro Ángel de la Guarda10.
También podemos relacionarnos con los Ángeles Custodios de nuestros amigos, de modo particular en la tarea de acercarlos al Señor y de evitar que se alejen de Él: sugiriendo un oportuno cambio de conversación, apoyando una iniciativa para que se acerquen al sacramento de la Penitencia o para que asistan a un medio de formación ascética o doctrinal...
La piedad cristiana considera desde antiguo que allí donde se encuentra reservada la Santísima Eucaristía hay ángeles adorando constantemente a Jesús Sacramentado. El arte cristiano, recogiendo la piedad popular, ha representado muchas veces a los ángeles que rodean las custodias con las caras tapadas con sus alas, porque se consideran indignos de estar en su presencia. ¡Tan grande es su majestad! Pidámosles nosotros que nos enseñen a tratar con amor a Jesús, realmente presente en el Sagrario, y a la vez con la mayor reverencia que podamos.
III. A pesar de la perfección de la naturaleza espiritual, los ángeles no tienen un poder y una sabiduría divinas; no pueden leer en el interior de las conciencias, pues no poseen un saber ilimitado. Por eso es necesario que les demos a conocer lo que necesitamos de ellos en cada ocasión. No hacen falta palabras; pero sí es necesario dirigirse a ellos con la mente, pues su inteligencia está capacitada para conocer lo que imaginamos y pensamos explícitamente. De ahí la frecuente recomendación de fomentar una honda amistad con el propio Ángel Custodio.
En el orden sensible, el trato con el Ángel Custodio es menos experimentable que el de un amigo de la tierra, pero su eficacia es mucho mayor. Sus consejos vienen de Dios y penetran más profundamente que la voz humana; su capacidad para oírnos y comprendernos es inmensamente mayor que la del mejor amigo; no solo porque su permanencia a nuestro lado es continua, sino porque penetra mucho más hondamente en lo que necesitamos o expresamos.
Es muy valiosa la asistencia que nos puede prestar en nuestra vida interior, facilitando nuestra piedad, orientándonos en la oración mental y en las oraciones vocales, y particularmente en la presencia de Dios. Nuestro Custodio pondrá a raya la imaginación si se lo pedimos, cuando persista en dificultarnos el trabajo o el trato con Dios. Nos sugerirá de algún modo propósitos de mejora, o una manera sencilla y práctica de concretar algún buen deseo que hasta entonces permanecía inoperante. Siempre tendremos el recurso confiado de rogarle que se dirija por nosotros al Señor, diciéndole lo que, por nuestra torpeza, no sepamos expresar en la oración personal11, o nos sugiera en la dirección espiritual las palabras adecuadas para vivir plenamente la sencillez y la sinceridad, después de hacer junto a él el examen de conciencia. En la debilidad, su trato nos tornará más serenos.
La misión del Ángel Custodio comienza en la tierra, pero tendrá su cumplimiento en el Cielo, porque su amistad está llamada a perpetuarse para siempre. Su contenido es tan íntimo y personal que los vínculos de amistad sobrenatural que nacieron en la tierra permanecerán en el Cielo. En el momento en que demos cuenta a Dios de nuestra vida será el gran aliado. «Él será quien, en tu juicio particular, recordará las delicadezas que hayas tenido con Nuestro Señor, a lo largo de tu vida. Más: cuando te sientas perdido por las terribles acusaciones del enemigo, tu Ángel presentará aquellas corazonadas íntimas –quizá olvidadas por ti mismo–, aquellas muestras de amor que hayas dedicado a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo.
»Por eso, no olvides nunca a tu Custodio, y ese Príncipe del Cielo no te abandonará ahora, ni en el momento decisivo»12. Será nuestro mejor amigo aquí en la tierra y más tarde en la eternidad.