El papa esta en Latinoamerica y logicamente queremos acompañarle eneste viaje. Hoy en un rato de oración os dejamos con textos de San Josemaría y del actual prelado del Opus Dei con ideas para considerar sobre el papa y la Iglesia.
También tiene al final de este apartado las dos primeras homilias pronunciadas por el papa Francisco en Ecuador
El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una
hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo.
Amar a la Iglesia, 30
Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda
veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para
el Vice–Cristo en la tierra, para el Papa. -Hemos de pensar los católicos que,
después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del
amor y de la autoridad, viene el Santo Padre
Forja, 135
Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi
corazón.
Camino , 573
Católico, Apostólico, ¡Romano! -Me gusta que seas muy
romano. Y que tengas deseos de hacer tu “romería”, videre Petrum, para ver a
Pedro.
Camino, 520
Cada día has de crecer en lealtad a la Iglesia, al Papa, a
la Santa Sede... Con un amor siempre más ¡teológico!
Surco , 353
Acoge la palabra del Papa, con una adhesión religiosa,
humilde, interna y eficaz: ¡hazle eco!
Forja, 133
Que la consideración diaria del duro peso que grava sobre el
Papa y sobre los obispos, te urja a venerarles, a quererles con verdadero
afecto, a ayudarles con tu oración.
Forja, 136
Magisterio
La fidelidad al Romano Pontífice implica una obligación
clara y determinada: la de conocer el pensamiento del Papa, manifestado en
Encíclicas o en otros documentos, haciendo cuanto esté de nuestra parte para
que todos los católicos atiendan al magisterio del Padre Santo, y acomoden a
esas enseñanzas su actuación en la vida.
Forja, 633
Nuestra Santa Madre la Iglesia, en magnífica extensión de
amor, va esparciendo la semilla del Evangelio por todo el mundo. Desde Roma a
la periferia. Al colaborar tú en esa expansión, por el orbe entero, lleva la
periferia al Papa, para que la tierra toda sea un solo rebaño y un solo Pastor:
¡un solo apostolado!
Forja, 638
Ofrece la oración, la expiación y la acción por esta
finalidad: «ut sint unum!» –para que todos los cristianos tengamos una misma
voluntad, un mismo corazón, un mismo espíritu: para que «omnes cum Petro ad
Iesum per Mariam!» –que todos, bien unidos al Papa, vayamos a Jesús, por María.
Forja, 647
María edifica continuamente la Iglesia, la aúna, la mantiene
compacta. Es difícil tener una auténtica devoción a la Virgen, y no sentirse
más vinculados a los demás miembros del Cuerpo Místico, más unidos también a su
cabeza visible, el Papa. Por eso me gusta repetir: omnes cum Petro ad Iesum per
Mariam!, ¡todos, con Pedro, a Jesús por María! Y, al reconocernos parte de la
Iglesia e invitados a sentirnos hermanos en la fe, descubrimos con mayor
hondura la fraternidad que nos une a la humanidad entera: porque la Iglesia ha
sido enviada por Cristo a todas las gentes y a todos los pueblos.
Es Cristo que Pasa, 139
Esta Iglesia Católica es romana. Yo saboreo esta palabra:
¡romana! Me siento romano, porque romano quiere decir universal, católico;
porque me lleva a querer tiernamente al Papa, il dolce Cristo in terra como
gustaba repetir Santa Catalina de Siena, a quien tengo por amiga amadísima.
Contribuimos a hacer más evidente esa apostolicidad, a los
ojos de todos, manifestando con exquisita fidelidad la unión con el Papa, que
es unión con Pedro. El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros un
hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo. Si tratamos al Señor en la
oración, caminaremos con la mirada despejada que nos permita distinguir,
también en los acontecimientos que a veces no entendemos o que nos producen
llanto o dolor, la acción del Espíritu Santo.
Amar a la Iglesia, 28
Palabras de Mons. Javier Echevarría sobre el papa
Francisco en una entrevista de prensa:
Cuando el nuevo Papa Francisco habló por primera vez desde
el balcón de las bendiciones, mencionó a todas las personas de buena voluntad.
Y pensé que, además de los católicos, el Papa lleva el peso, las alegrías y los
dolores de toda la humanidad. Por esto, junto a la alegría, sentí también el
deseo intenso de que todos recemos por el sucesor de Pedro, y experimenté un
afán filial de invitar a la gente a amar al Romano Pontífice.
«Cristo es el centro», dijo a los periodistas en la
audiencia del 16 de marzo. Me recordó a lo que nos repetía san Josemaría: «Es
de Cristo de quien hemos de hablar, y no de nosotros mismos». Esto nos remite
verdaderamente a lo esencial. El Papa Francisco nos habló también de la acción
del Espíritu Santo. Resulta necesario leer en esta clave el último cónclave y
toda la historia de la Iglesia: desde la fe.
En América Latina se toca el buen espíritu de manifestar la
caridad con cariño, con un afecto palpable. Ese calor humano ayuda tantas veces
a evitar los prejuicios hacia los demás, a evitar cierta complejidad
intelectual que enturbia las relaciones de unos con otros, a forjar relaciones
interpersonales verdaderamente humanas. Una manifestación de esta capacidad de amar
se traduce en la piedad popular que se mantiene muy viva en tantos países de
América, con una devoción a la Madre de Dios que es a la vez tierna y recia, y
que entraña una actitud muy enriquecedora para la humanidad entera. Todo esto
es un don para la Iglesia.
Esta austeridad es una nota común de los últimos papas –con
algunas manifestaciones externas diferentes–, y también de una gran mayoría de
sacerdotes, que tienen lo justo para vivir, y muchos ni siquiera esto. Como
usted dice, se trata de un estereotipo. Le contaré de un cardenal que vino una
vez a la Pontificia Universidad de la Santa Cruz; entre una actividad y otra, a
las 5 de la tarde, hubo un «coffee break». Mientras tomaba algo, comentó: «Sabe
usted, es que esta noche no ceno, no tengo a nadie que me ayude a preparar una
cena». No se repite este caso en todos, pero los ejemplos podrían
multiplicarse.
La falta de bienes materiales, como decía san Bernardo, no
supone en sí una virtud, sino que esa virtud consiste en amar la pobreza, que
también se percibe por esos gestos de renuncia. Esta disposición resulta más
hacedora cuando la persona sabe prescindir de bienes superfluos, y está desprendida
de lo que tiene. Ciertamente, como decía san Josemaría, la pobreza trae para el
hombre un tesoro en la tierra y, a este propósito, ponía como modelo a esos
padres de familia numerosa que, en su esfuerzo por sacar adelante a los suyos
con amor, renuncian con gusto a tantas cosas personales. Se nos presenta, por
tanto, como una virtud para amar –así nos lo ha enseñado Jesús–, y está
incluida en la caridad. A la vez, hemos de hacer todo lo posible para aliviar
el sufrimiento causado por las injusticias personales y sociales, y veo muy
natural que en ocasiones nos invada incluso la impaciencia ante tantas
injusticias que desearíamos resolver.
El lema del cardenal Bergoglio ha sido «miserando et
eligendo». Viene de un texto de san Beda el Venerable, que leemos cada año en
la Liturgia de las horas. Se trata de un comentario a la llamada de Mateo.
Jesús tenía piedad, misericordia, y a la vez llamaba a sus discípulos a
seguirle. La vocación contiene una prueba de amor: nace del corazón divino
lleno de misericordia. San Beda comenta que Jesús vio «más con la mirada
interna de su corazón que con sus ojos corporales».
San Josemaría, con el mensaje recibido de Dios, vino a
recordar que todos estamos llamados a la santidad, y solía comentar: «Que yo
vea con tus ojos, Cristo mío, Jesús de mi alma». Pienso que la urgencia de
evangelizar –siempre actual en la Iglesia– se manifiesta en una invitación para
mirar a las gentes, a todos, con visión apostólica, con misericordia y con
cariño, con el deseo de ayudarlos a recibir el gran don del conocimiento de
Cristo y de su amor.
El espíritu del Opus Dei impulsa a los fieles de la
Prelatura –sacerdotes y laicos– a tomar conciencia de que en la vida ordinaria,
en el mundo de las profesiones, en la familia, en las relaciones sociales,
hemos de afanarnos para descubrir que los demás nos necesitan, no porque seamos
mejores, sino porque somos hermanos. Como dijo san Josemaría, precisamente
durante una catequesis en Buenos Aires, «cuando trabajáis y ayudáis a vuestro
amigo, a vuestro colega, a vuestro vecino de modo que no lo note, le estáis
curando; sois Cristo que sana, sois Cristo que convive sin hacer ascos con
quienes necesitan la salud, como nos puede suceder a nosotros un día
cualquiera».
Todo esto significa también llevar y amar la cruz, de la que
habló también el Papa Francisco en su primera homilía. Y, como predicaba el
cardenal Bergoglio en su homilía en la última Misa crismal, hay que tener
«paciencia con la gente» al enseñar, explicar, escuchar, contando siempre con
la gracia del Espíritu Santo.
Bergoglio, ante la
tumba de San Josemaría
¿Conoce Javier Echevarría al actual Papa? «Lo encontré en
distintas ocasiones, aquí en Roma (por ejemplo, en varias asambleas del Sínodo
de obispos) y en Buenos Aires. Es una persona afectuosa, un sacerdote a la vez
austero y sonriente. Cercano a los enfermos y a los necesitados tanto material
como espiritualmente. Posee una fuerte personalidad. Sabe con claridad de hijo
de Dios lo que quiere y lo que no quiere. De todos es conocido que siempre pide
oraciones por sí mismo, y que reza mucho por los demás», asegura el prelado del
Opus Dei, que revela un detalle: «En una ocasión vino a esta casa, hace ya unos
años, para visitar la tumba de san Josemaría, que se encuentra en la iglesia
prelaticia de Santa María de la Paz. El cardenal Bergoglio permaneció de
rodillas unos 45 minutos. Su capacidad de rezar –sin prisa– es un ejemplo para
todos, porque en la oración el cristiano encuentra también la luz y el consuelo
del Señor».
TEXTO DEL PAPA
FRANCISCO AL LLEGAR A LATINO AMERICA EN SU VIAJE A ECUADOR BOLIVIA Y PARAGUAY
Doy gracias a Dios por haberme permitido volver a América Latina y
estar hoy aquí con ustedes, en esta hermosa tierra del Ecuador. Siento alegría
y gratitud al ver la calurosa bienvenida que me brindan: es una muestra más del
carácter acogedor que tan bien define a las gentes de esta noble Nación.
Le agradezco, Señor Presidente, sus palabras, le agradezco sus palabras
en consonancia con mi pensamiento, me ha citado demasiado, gracias; a las que
correspondo con mis mejores deseos para el ejercicio de su misión que pueda
lograr o que quiere para el bien de su pueblo. Saludo cordialmente a las
distinguidas autoridades del Gobierno, a mis hermanos Obispos, a los fieles de
la Iglesia en el país y a todos aquellos que me abren hoy las puertas de su
corazón, de su hogar y de su Patria. A todos ustedes mi afecto y sincero
reconocimiento.
Visité Ecuador en distintas ocasiones por motivos pastorales; así
también hoy, vengo como testigo de la misericordia de Dios y de la fe en
Jesucristo. La misma fe que durante siglos ha modelado la identidad de este
pueblo y dado tan buenos frutos, entre los que se destacan figuras preclaras
como Santa Mariana de Jesús, el Santo hermano Miguel Febres, Santa Narcisa de
Jesús o la Beata Mercedes de Jesús Molina, beatificada en Guayaquil hace
treinta años durante la visita del Papa San Juan Pablo II. Ellos vivieron la fe
con intensidad y entusiasmo, y practicando la misericordia contribuyeron, desde
distintos ámbitos, a mejorar la sociedad ecuatoriana de su tiempo.
En el presente, también nosotros podemos encontrar en el Evangelio las
claves que nos permitan afrontar los desafíos actuales, valorando las
diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones, para que
los logros y el progreso y todo este progreso en desarrollo que se están
consiguiendo y se consoliden y garanticen un futuro mejor para todos, poniendo
una especial atención en nuestros hermanos más frágiles y en las minorías más
vulnerables. Para esto, Señor Presidente, podrá contar siempre con el
compromiso y la colaboración de la Iglesia. Para servir a este pueblo
ecuatoriano que se ha puesto de pie con dignidad.
Amigos todos, comienzo con ilusión y esperanza los días que tenemos por
delante.
En Ecuador está el punto más cercano al espacio exterior: es el
Chimborazo, llamado por eso al lugar ‘más cercano al sol’, a la luna y las estrellas.
Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el sol, y a la luna
con la Iglesia y la Luna no tiene luz propia y si la Luna se esconde del Sol se
vuelve oscura. El Sol es Jesucristo y si la Iglesia se aparta o se esconde de
Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio. Que estos días se nos haga más
evidente a todos la cercanía ‘del sol que nace de lo alto’, y que seamos
reflejo de su luz, de su amor.
Desde aquí quiero abrazar al Ecuador entero. Que desde la cima del
Chimborazo, hasta las costas del Pacífico; desde la selva amazónica, hasta las
Islas Galápagos, nunca pierdan la capacidad de dar gracias a Dios por lo que
hizo y hace por ustedes, la capacidad de proteger lo pequeño y lo sencillo, de
cuidar de sus niños y ancianos, que son la memoria de su pueblo, de confiar en
la juventud, y de maravillarse por la nobleza de su gente y la belleza singular
de su País, que según el señor Presidente es el paraíso.
Que el Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, a
quienes Ecuador ha sido Consagrado, derramen sobre ustedes su gracia y
bendición. Muchas gracias.
HOMILIA EN LA SANTA MISA EN GUAYAQUIL
El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar es el primer signo
portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de Juan. La
preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: «No tienen vino» le dijo
y la referencia a «la hora» se comprenderá, después en los relatos de la
Pasión. Está bien que sea así, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por
enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: «No tienen
vino».
Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con
cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre
asentarse en amores duraderos, en amores fecundos y en amores alegres. Demos un
lugar a María, «la madre» como lo dice el evangelista. Hagamos con ella, ahora,
el itinerario de Caná.
María está atenta, atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a
las necesidades de los novios. No se ensimisma, no se enfrasca en su mundo, su
amor la hace «ser hacia» los otros, tampoco busca a las amigas para comentar lo
que está pasando y criticar, la mala preparación de las bodas y como está
atenta con su discreción se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de
alegría, de amor, de abundancia. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes
perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer
sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se
escurrió de su vida.
Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias,
arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de
sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el efecto de la falta
de trabajo, de las enfermedades, de situaciones problemáticas que nuestras
familias en todo el mundo atraviesan. María no es una madre «reclamadora»,
tampoco es una suegra que vigila para solazarse de nuestras impericias, de
nuestros errores o desatenciones. ¡María simplemente es madre!: Ahí está,
atenta y solícita.
Es lindo escuchar esto, María es Madre, ¿se animan a decirlo todos
juntos conmigo? ¡Vamos!: María es Madre. Otra vez: María es Madre, otra vez:
María es Madre. Pero María, en ese momento que se percata que falta el vino
acude con confianza a Jesús, esto significa que María reza. Va a Jesús, reza.
No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su
Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: «¿Qué podemos hacer tú y
yo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Pero, entre tanto, ya ha dejado el
problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás
apresura la «hora» de Jesús. Y María es parte de esa hora, desde el pesebre a
la cruz.
Ella que supo «transformar una cueva de animales en la casa de Jesús,
con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (Evangelii gaudium, 286) y
nos recibió como hijos cuando una espada le atravesaba el corazón, a su Hijo,
Ella nos enseña a dejar nuestras
familias en manos de Dios; nos enseña a rezar, encendiendo la esperanza que nos
indica que nuestras preocupaciones también son preocupaciones de Dios.
Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace
trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros
mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus
zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que
hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo
techo y que comparte la vida y está necesitado.
Y finalmente, María actúa. Las palabras «Hagan lo que Él les diga» (v.
5), dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a
ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El
servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al
servicio de los demás Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos
hacemos, por amor, servidores unos de otros.
En el seno de la familia, nadie es descartado, todos valen lo mismo, me
acuerdo que una vez a mi mamá le preguntaron: ¿A cuál de sus cinco hijos
(nosotros somos cinco hermanos), a cuál de sus cinco hijos quería más? Y ella
dijo: “como los dedos, si me pinchan este, me duele lo mismo que si me pinchan
este una madre quiere a sus hijos como son y en una familia los hermanos se
quieren como son nadie es descartado, allí en la familia «se aprende a pedir
permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida
valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad,
y allí se aprende también a pedir perdón cuando hacemos algún daño y nos
peleamos, porque en toda familia hay peleas el problema es después pedir
perdón.
Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una
cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea» (Laudato si’,
213).
La familia es el hospital más cercano, cuando uno está enfermo lo
cuidan ahí mientras se puede, la familia es la primera escuela de los niños, es
el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para
los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras
instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no
perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a sus
ciudadanos.
En efecto, estos servicios que la sociedad presta a los ciudadanos,
estos no son una forma de limosna, sino una verdadera «deuda social» respecto a
la institución familiar, que es la base y la que tanto aporta al bien común de
todos. La familia también forma una
pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida,
encauza la ternura y la misericordia divina.
En la familia la fe se mezcla con la leche materna: experimentando el
amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios. Y en la familia y de esto todos somos
testigos los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno
tiene a mano y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que
«debería ser». Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar: el vino nuevo ese
vino tan nuevo que dice el Mayordomo en las bodas de Caná nace de las tinajas
de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado, nacen
de lo peorcito porque «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20).
y en la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que
formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Poco antes de comenzar el Año
Jubilar de la Misericordia, la Iglesia celebrará el Sínodo Ordinario dedicado a
las familias, para madurar un verdadero discernimiento espiritual y encontrar
soluciones y ayudas concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos
que la familia hoy debe afrontar. Les invito a intensificar su oración por esta
intención, para que aun aquello que nos parezca impuro, el agua de las tinajas,
nos escandalice o espante, Dios –haciéndolo pasar por su «hora»– lo pueda
transformar en milagro.
La familia hoy necesita de este milagro. Y toda esta historia comenzó
porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer –la Virgen–
estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con
sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el
mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser
tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por
venir.
Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde
nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están
presentes en el gozo de cada día. El mejor de los vinos está en la esperanza,
está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay
que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos
está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario; el
mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo.
Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir. Murmúrenselo
cada uno en su corazón: El mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los
desesperados o a los desamorados. Tené Paciencia, tené esperanza, Hacé como
María, rezá actuá, abrí tu corazón, porque el mejor vino va a venir.
Dios siempre se acerca a las periferias de los que se han quedado sin
vino, los que sólo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por
derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, ya
sienten que se les han roto todas las tinajas. Como María nos invita, hagamos
«lo que el Señor nos diga», lo que Él nos diga y agradezcamos que en este
nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el
gozo de ser familia, el gozo de vivir en familia. Que así sea.