"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

24 de septiembre de 2015

FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LA MERCED

- La libertad  un valor para sus hijos

- Libertad no solo exterior sino interior

- San Josemaría y la Viregen de la Merced

Recordamos hoy a Nuestra Señora de la Merced, patrona de los Mercedarios. Y también patrona de la tierra boliviana de Santa Cruz de la Sierra, de Barcelona y de muchos lugares del mundo.

Los Mercedarios en la época en que Europa estaba en mil batallas con el Islam, estaban dispuestos a perder hasta su vida por la liberación de los esclavos cristianos. Símbolo de ello son las cadenas de esclavo en manos de la Virgen.

Esta fiesta no es sólo un recuerdo histórico, sino que es actual también para nosotros, hombres y mujeres del siglo veintiuno. Porque la Virgen de la Merced tiene también hoy en día la tarea de liberarnos de la esclavitud, sea esta exterior o interior. Porque sigue habiendo mucha esclavitud y falta de libertad, en sus múltiples formas.
De allí que el anhelo de libertad es muy fuerte en nuestro tiempo, en todos los hombres y pueblos. La libertad es el valor más grande para el hombre moderno.

Pero, ¿en qué consiste la auténtica libertad? La mayoría de los hombres se creen libres, cuando pueden hacer lo que quieren, cuando tienen la posibilidad de satisfacer todos sus instintos. Pero esta libertad es la del animal, no la del hombre, y menos aún la del cristiano.

Jesucristo nos trae una forma nueva y suprema de libertad: la libertad de los hijos de Dios. Esta libertad consiste en ser libre de todo lo contra-divino a fin de ser libre para Dios. Ser libre significa, entonces, haber cortado todas las cadenas que impiden amar, para poder atarse con amor a Dios y a los demás. Libertad de los hijos de Dios es liberación del pecado y del egoísmo para poder amar y entregarse al tú divino y humano.

La Sma. Virgen es el ser humano más libre: libre de toda esclavitud interior, para poder ser “la esclava del Señor”. Ella alcanzó la cumbre de la libertad de los hijos de Dios. Porque Ella se entregó totalmente al plan de amor del Padre, que siempre es un plan liberador.

Gracias a su entrega total, María se convirtió en la gran liberadora de la humanidad: permitió el nacimiento del Señor y la liberación universal por medio de Él. Porque era libre del egoísmo, no le importó la vida de dolor, renuncia y persecución que asumió, al aceptar ser la Madre de Dios.

Nosotros, porque somos Marianos, debemos conquistar nuestra propia libertad. Tenemos que luchar contra nosotros mismos, sobre todo contra nuestro egoísmo, nuestros instintos ciegos, nuestras pasiones no purificadas. No seremos libres, mientras estemos todavía atados - con lazos incontrolados - a una sola cosa o a una sola persona.

Pero al mismo tiempo, como hijos de María, tenemos la misión de ser instrumentos de liberación para los demás. Tenemos que luchar para que los hombres lleguen a ser libres, exterior e interiormente, tal como María fue libre.

En esta doble lucha liberadora - para nosotros mismos y para los demás - la persona de la Virgen se eleva como signo de esperanza y victoria, y como viva protesta contra toda forma de esclavitud.

Queridos hermanos, pidámosle, por eso, a la Virgen de la Merced que Ella nos eduque según su propia imagen del ser libre y disponible para Dios y los demás. Pidámosle que nos haga instrumentos eficaces de la liberación en nuestros hogares, grupos, lugares de trabajo y barrios - para que todos lleguen a ser tan libres como lo fue Ella.


San Josemaría y la Virgen de la Merced

La devoción a la Virgen María es una referencia constante a lo largo de la vida de San Josemaría Escrivá. Todas las advocaciones que conoció encontraron un lugar en su corazón, y algunas cobraron especial relevancia en momentos concretos de su vida: la Virgen de la Merced, patrona de Barcelona, fue una de ellas.
Sus escritos y su piedad llevan una fuerte impronta mariana, como también la lleva el Opus Dei, el camino de santificación en la vida ordinaria que la providencia divina abrió el 2 de octubre de 1928. El fundador del Opus Dei procuraba poner a María en todo, y recurrir a Ella para cualquier necesidad.
Es posible que Josemaría Escrivá de Balaguer –siendo natural de Barbastro- conociera ya desde pequeño la Virgen de la Merced, al ser ésta muy venerada en las tierras de la antigua Corona de Aragón. Una tía suya a quien quería especialmente se llamaba, de hecho, Mercedes. A pesar de todo, no se tiene constancia de que durante la niñez o los años de estudiante visitara a la Virgen en la Basílica de Barcelona. Quizá la primera vez fue en 1924, antes de recibir el diaconado, aprovechando una breve visita que hizo a Barcelona, donde llegó en un tren que paraba en la estación de Francia.

Un viaje en plena guerra

El siguiente viaje a Barcelona del que hay noticia fue en 1937, en circunstancias bien distintas. En plena guerra civil San Josemaría y algunos de los primeros fieles del Opus Dei se disponían a pasar, por los Pirineos, hacia el otro lado del frente, con el objetivo de poder continuar la tarea apostólica que Dios le pedía. Durante esta breve estancia en la capital catalana, del 10 octubre hasta el 19 de noviembre, recorrió la ciudad de un extremo a otro, siguiendo un programa de entrenamiento en previsión de las largas caminatas que les esperaban si querían atravesar los Pirineos. Tenemos constancia de cómo san Josemaría recomendaba a sus acompañantes que al pasar por delante de un templo rezaran haciendo interiormente actos de desagravio y comuniones espirituales. La Basílica de la Merced bien pudo ser objeto de estas íntimas plegarias, que él mismo procuraba hacer con frecuencia.
Acabado el conflicto bélico, los últimos días de diciembre de 1939, Josemaría Escrivá vuelve a Barcelona con quien sería su primer sucesor, Álvaro del Portillo. El objeto de este viaje es ayudar en el inicio estable de la tarea apostólica de modo estable en la capital catalana. En 1940 realizó tres viajes a Barcelona, y visitó la Basílica de la Merced al menos en una ocasión, el 2 de abril. Como siempre hizo, es posible que aprovechara la ocasión para poner a los pies de la Virgen María las intenciones que llevaba en el corazón: la Iglesia, la Obra y el mundo.

A la Merced a dar gracias

El 1941, cuando el Opus Dei recibió su primera aprobación, la reacción de San Josemaría fue dar gracias a la Virgen María, y quiso enviar un telegrama a sus hijos de Barcelona donde les pedía que fueran a la Merced a dar las gracias a la Virgen por los continuos cuidados maternos que procuraba a la Obra. San Josemaría vuelve a la Ciudad Condal y a la Merced en 1942 y en 1943. Para la Obra, aun contando con la aprobación de los obispos de los lugares donde trabajaba, eran años de fuertes incomprensiones, fundamentalmente por la novedad del mensaje de la santificación del trabajo que el Opus Dei proponía. Dios permitió que estas contradicciones resultaran especialmente duras en Barcelona. Para confortarles, Josemaría Escrivá decía, a los primeros hijos catalanes del Opus Dei, que estaba seguro de que el Señor, con la mediación de la Virgen de la Merced, bendeciría la tarea apostólica de la Obra en la capital catalana con muchos frutos.
El 16 de mayo del 1945, tras dejar el Santísimo reservado en uno de los primeros centros del Opus Dei en la ciudad, tiene ocasión de rezar ante la imagen de la Virgen María antes de marchar al Monasterio de Montserrat, probablemente para ver al Abad y rogar a la patrona de Cataluña.
Mientras se extiende la tarea evangelizadora, las dificultades y las incomprensiones no amainan sino que continúan con más énfasis. Por otra parte, se hacía necesario un reconocimiento jurídico por parte del Santo Padre, que permitiera trabajar también en otros países. Con este propósito, Álvaro del Portillo viaja a Roma, el 25 de febrero de 1946. Él mismo recordará, años más tarde, la primera respuesta que obtuvo: "Me dijeron, entre otras muchas cosas, que no era posible aún obtener la aprobación del Opus Dei: habíamos nacido –esta fue la expresión literal- con un siglo de anticipación. Las dificultades eran tan grandes, aparentemente insuperables, que decidí escribir al Padre para manifestarle la necesidad de su presencia en Roma". Así lo hizo. San Josemaría padecía en aquél tiempo una diabetes muy grave, hasta el punto de que el médico que le atendía había declinado toda responsabilidad sobre su vida si emprendía ese viaje. Sin embargo decidió hacerlo, vía mar, embarcando en el puerto de Barcelona rumbo Génova.
Dejó Madrid en el mes de junio y, de camino a Barcelona, hizo parada en el Pilar de Zaragoza y en Montserrat. Llegó a la capital catalana el 21, y en seguida quiso reunirse con sus hijos en el centro del Opus Dei que había en la calle Muntaner. Todos los presentes recordarán, pasados los años, la plegaria que san Josemaría hizo en voz alta en el oratorio de Muntaner: "¿Señor, tú has podido permitir que yo de buena fe engañe a tantas almas? ¡Si todo lo he hecho para Tu gloria y a sabiendas de que es Tu Voluntad!". Y hacía suyas las palabras que san Pedro dirige al Señor: "He aquí que lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué será de nosotros? (Mateo, 19, 27)". San Josemaría acudió a la intercesión de María varias veces a lo largo de su oración, y, al acabar, se dirigió a la Merced para ponerse, él mismo y todas sus intenciones, bajo la protección maternal de la Virgen. "Vine a Roma con el alma puesta en mi Madre la Virgen Santísima, y con una fe encendida en Dios nuestro Señor, a quien confiadamente invocaba, diciéndole: ‘ecce nos reliquimus omnia te secuti sumus te: quid ergo erit nobis’?. ¿Qué será de nosotros, Padre mío?", recordaría más tarde.
Una vez en la ciudad eterna, después de un viaje muy convulso en el barco J. J. Sister, la aprobación jurídica se fue resolviendo dando diversos pasos. La Santa Sede concedió el Breve "Cum societatis", expreso asentimiento a la tarea pastoral, y la carta "Brevis sano", de alabanza de los fines del Opus Dei, previa al "Decretum laudis", que fue concedido el 24 de febrero de 1947. San Josemaría entendió que había sido la Virgen de la Merced quien había facilitado esta aprobación, y encargó, en recuerdo del viaje, que en el oratorio de Muntaner se pusiera un retablo con la imagen de la Merced, donde se grabaran aquellas palabras de san Pedro: "He aquí...". Más adelante haría poner también una imagen en un oratorio de la sede central del Opus Dei en Roma.

San Josemaría quiso volver

El 21 de octubre de 1946 quiso volver a Barcelona para agradecer personalmente a la Virgen de la Merced su solícita intercesión en el camino jurídico de la Obra. Esta advocación de la Virgen permaneció definitivamente en el recuerdo de san Josemaría, ocupando así un lugar de especial en su corazón, junto con la Virgen del Pilar de Zaragoza, ciudad donde fue ordenado sacerdote, Torreciudad, Sonsoles, Loreto y Guadalupe, entre otras.

A partir de aquel momento, las visitas a La Merced serían habituales, y han sido continuadas después por sus sucesores y por muchos miembros del Opus Dei. Como un hijo necesitado que pide ayuda a su Madre, volvió a la Merced a finales de los años 60, cuando el fundador del Opus Dei visitó numerosos santuarios marianos para rogar por la situación de la Iglesia. Volvió en otras ocasiones, como un enamorado que no pierde ocasión para tener un detalle con quien ama. Casi hasta el final de su vida, como por ejemplo el 28 de noviembre de 1972, acudía a un santuario para agradecer las mercedes que recibía de sus manos, y de forma especialísima la ayuda en su primer viaje a Roma. Con esta disposición afirmaba, en el discurso pronunciado con ocasión de su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad, el 7 de octubre de 1966: "Cuando, pasado el tiempo, se escriba la historia del Opus Dei, habrá en sus páginas –¡cuántos acontecimientos llegan ahora a mi memoria!- hechos que vieron la luz en esta ciudad condal, entre vosotros y bajo la mirada de la Virgen de la Merced".