- Iglesia cuerpo de Cristo en la tierra
- Unidad en la diversidad
Frente a la mentalidad exclusivista, de partido único, que lleva a rechazar o a desacreditar formas distintas de actuar en la Iglesia a las que, por formación o inclinación uno sostiene, Jesús nos recuerda hoy la apertura de espíritu, el corazón católico, universal, que no confunde la unidad con la uniformidad.
”¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”, contesta Moisés a Josué . Y Jesús a los suyos, cuando quisieron prohibirle a uno su actuación porque “no es de los nuestros”, les dijo: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mí”.
A veces, esta mentalidad se concreta en desacreditar instituciones de la Iglesia que se dedican sólo a la oración y la penitencia en un monasterio, o al estudio, al cuidado de los ancianos y enfermos, a la enseñanza, a los pobres, a los cautivos..., siguiendo el espíritu que cada familia religiosa o cada persona ha recibido de Dios. El espíritu sopla donde quiere, dice el Señor (cf Jn 3,7). No pretendamos encerrar el viento porque es imposible. Si entendemos bien lo que es la Iglesia y tenemos el espíritu de Cristo, nos alegraremos de que el Señor sea anunciado de formas tan diversas, expresando, así también, la catolicidad de la Iglesia, su entraña universal.
La Iglesia es un gran cuerpo en el que Cristo es la cabeza, nosotros sus miembros y quien lo anima es el Espíritu Santo. “He ahí al Cristo total, cabeza y cuerpo, uno solo formado de muchos... Sea la cabeza la que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla”, afirma S. Agustín. En un cuerpo hay distintos miembros y cada uno tiene su función específica al servicio del organismo entero. Censurar al corazón, pongamos por caso, porque no anda o no ve porque para eso ya están los pies y los ojos, es una simpleza. Por lo demás, también el corazón vuela y ve, hay lugares a los que llega antes que los pies y cosas que percibe incluso mejor que los ojos. En realidad, y por continuar con el ejemplo, quien ve y anda es la persona. Quien actúa en la Iglesia es el Señor, el Cristo Total, valiéndose de la multitud de miembros de su Cuerpo.
La Iglesia es una realidad querida por Dios de una riqueza imposible de encerrar en una imagen. La Sagrada Escritura emplea una gran profusión de ellas “tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la construcción, incluso de la familia y del matrimonio” (LG, 6), que revelan la imposibilidad de abarcar su misteriosa riqueza. La Iglesia es redil cuya única puerta es Cristo (cf Jn 10, 11); es labranza o campo de Dios (cf 1 Co 3, 9); es construcción de Dios (cf 1 Co 3, 9) de la que Cristo es la piedra angular (cf Mt 21, 42) y nosotros piedras vivas (cf 1 Pe 2, 5); es familia (cf Ef 2, 19-22); es templo... Representaría una suerte de daltonismo interior no apreciar los distintos “colores” en los que se irisa esta piedra preciosa.
El Concilio Vaticano II recuerda que “en la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia” (LG, 7). Amar a la Iglesia sin reduccionismos es alegrarse de esta diversidad, de la riqueza exuberante de este árbol plantado por Dios y en el que anidan aves de todos los tamaños y colores.
Algunas ideas de San Josemaría sobre la lealtad a la Iglesia:
Conmueve esta insistencia de Dios,
nuestro Padre, empeñado en recordarnos que debemos acudir a su misericordia
pase lo que pase, siempre. También ahora: en estos momentos, en los que voces
confusas surcan la Iglesia; son tiempos de extravío, porque tantas almas no dan
con buenos pastores, otros Cristos, que los guíen al Amor del Señor; y
encuentran en cambio ladrones y salteadores que vienen para robar, matar y
destruir (Ioh X, 8 y 10).
No temamos. La Iglesia, que es el Cuerpo
de Cristo, habrá de ser indefectiblemente el camino y el ovil del Buen Pastor,
el fundamento robusto y la vía abierta a todos los hombres.
Lelatad a la Iglesia, 18
Hechos y dificultades
Pero, ¿qué es la Iglesia? ¿dónde está la
Iglesia? Muchos cristianos, aturdidos y desorientados, no reciben respuesta
segura a estas preguntas, y llegan quizá a pensar que aquellas que el
Magisterio ha formulado por siglos -y que los buenos Catecismos proponían con
esencial precisión y sencillez- han quedado superadas y han de ser substituidas
por otras nuevas. Una serie de hechos y de dificultades parecen haberse dado
cita, para ensombrecer el rostro limpio de la Iglesia. Unos sostienen: la
Iglesia está aquí, en el afán por acomodarse a lo que llaman tiempos modernos
Otros gritan: la Iglesia no es más que el ansia de solidaridad de los hombres;
debemos cambiarla de acuerdo con las circunstancias actuales.
La misma Iglesia que fundó Cristo
Se equivocan. La Iglesia, hoy, es la
misma que fundó Cristo, y no puede ser otra. Los Apóstoles y sus sucesores son vicarios
de Dios para el régimen de la Iglesia, fundamentada en la fe y en los
Sacramentos de la fe. Y así como no les es lícito establecer otra Iglesia,
tampoco pueden transmitir otra Fe ni instituir otros Sacramentos.
Lealtad a la Iglesia, 19
Compuesta por criaturas con miserias
Gens sancta pueblo santo, compuesto por
criaturas con miserias: esta aparente contradicción marca un aspecto del
misterio de la Iglesia. La Iglesia, que es divina, es también humana, porque
está formada por hombres y los hombres tenemos defectos: omnes homines terra et
cinis (Ecclo XVII, 31), todos somos polvo y ceniza.
Nuestro Señor Jesucristo, que funda la
Iglesia Santa, espera que los miembros de este pueblo se empeñen continuamente
en adquirir la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la
Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de
salvación y las miserias de los que lo atraviesan.
Prueba de virtud
El Divino Redentor dispuso que la
comunidad, por Él fundada, fuera una sociedad perfecta en su género y dotada de
todos los elementos jurídicos y sociales, para perpetuar en este mundo la obra
de la Redención... Si en la Iglesia se descubre algo que arguya la debilidad de
nuestra condición humana, no debe atribuirse a su constitución jurídica, sino
más bien a la deplorable inclinación de los individuos al mal; inclinación que
su Divino Fundador permite aun en los más altos miembros del Cuerpo Místico,
para que se pruebe la virtud de las ovejas y de los pastores, y para que en
todos aumenten los méritos de la fe cristiana (PÍO XII, enc. Mystici Corporis
29-VI-1943).
¿Son compatibles la santidad y los
defectos?
Esa es la realidad de la Iglesia ahora,
aquí. Por eso, resulta compatible la santidad de la Esposa de Cristo con la
existencia en su seno de personas con defectos. Cristo no excluyó a los
pecadores de la sociedad por El fundada. Si, por tanto, algunos miembros están
aquejados de enfermedades espirituales, no por eso debe disminuir nuestro amor
a la Iglesia; al contrario, ha de aumentar nuestra compasión hacia sus miembros
(PÍO XII, enc. Mystici Corporis 29-VI-1943).
Lealtad a la Iglesia, 23
Debilidad y fidelidad, los cimientos de
la Iglesia
Nuestro Señor funda su Iglesia sobre la
debilidad -pero también sobre la fidelidad- de unos hombres, los Apóstoles, a
los que promete la asistencia constante del Espíritu Santo. Leamos otra vez el
texto conocido, que es siempre nuevo y actual: a mí se me ha dado toda potestad
en el Cielo y en la tierra; id, pues, e instruid a todas las gentes, bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar
todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos que yo estaré
continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos (Mt XXVIII,
18-20).
Lealtad a la Iglesia, 29