La Cuaresma ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales:
¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad
apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de
profesión?
Es Cristo que pasa, 58
Mantener el alma joven
Hemos entrado en el tiempo de Cuaresma: tiempo de penitencia, de
purificación, de conversión. No es tarea fácil. El cristianismo no es camino
cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida
nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera —ese momento
único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el
Señor nos pide— es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son
las sucesivas conversiones. Y para facilitar la labor de la gracia divina con
estas conversiones sucesivas, hace falta mantener el alma joven, invocar al
Señor, saber oír, haber descubierto lo que va mal, pedir perdón.
Es Cristo que pasa, 57
¿Qué mejor manera de comenzar la Cuaresma? Renovamos la fe, la
esperanza, la caridad. Esta es la fuente del espíritu de penitencia, del deseo
de purificación. La Cuaresma no es sólo una ocasión para intensificar nuestras
prácticas externas de mortificación: si pensásemos que es sólo eso, se nos
escaparía su hondo sentido en la vida cristiana, porque esos actos externos son
—repito— fruto de la fe, de la esperanza y del amor.
Es Cristo que pasa, 57
Te aconsejo que intentes alguna vez volver... al comienzo de tu
"primera conversión", cosa que, si no es hacerse como niños, se le
parece mucho: en la vida espiritual, hay que dejarse llevar con entera
confianza, sin miedos ni dobleces; hay que hablar con absoluta claridad de lo
que se tiene en la cabeza y en el alma.
Surco, 145
A la conversión se sube por la humildad, por caminos de abajarse.
Surco, 278
Jesús pasa a nuestro lado
No podemos considerar esta Cuaresma como una época más, repetición
cíclica del tiempo litúrgico. Este momento es único; es una ayuda divina que
hay que acoger. Jesús pasa a nuestro lado y espera de nosotros —hoy, ahora— una
gran mudanza.
Es Cristo que pasa, 59
Hay que estar persuadidos de que Dios nos oye, de que está pendiente de
nosotros
La llamada del buen Pastor llega hasta nosotros: ego vocavi te nomine
tuo, te he llamado a ti, por tu nombre. Hay que contestar —amor con amor se
paga— diciendo: ecce ego quia vocasti me, me has llamado y aquí estoy. Estoy
decidido a que no pase este tiempo de Cuaresma como pasa el agua sobre las
piedras, sin dejar rastro. Me dejaré empapar, transformar; me convertiré, me
dirigiré de nuevo al Señor, queriéndole como El desea ser querido.
Es Cristo que pasa, 59
La conversión es cosa de un instante; la santificación es tarea para
toda la vida. La semilla divina de la caridad, que Dios ha puesto en nuestras
almas, aspira a crecer, a manifestarse en obras, a dar frutos que respondan en
cada momento a lo que es agradable al Señor. Es indispensable por eso estar
dispuestos a recomenzar, a reencontrar —en las nuevas situaciones de nuestra
vida— la luz, el impulso de la primera conversión. Y ésta es la razón por la
que hemos de prepararnos con un examen hondo, pidiendo ayuda al Señor, para que
podamos conocerle mejor y nos conozcamos mejor a nosotros mismos. No hay otro
camino, si hemos de convertirnos de nuevo.
Es Cristo que pasa, 58
Hay que estar persuadidos de que Dios nos oye, de que está pendiente de
nosotros: así se llenará de paz nuestro corazón. Pero vivir con Dios es
indudablemente correr un riesgo, porque el Señor no se contenta compartiendo:
lo quiere todo. Y acercarse un poco más a El quiere decir estar dispuesto a una
nueva conversión, a una nueva rectificación, a escuchar más atentamente sus
inspiraciones, los santos deseos que hace brotar en nuestra alma, y a ponerlos
por obra.
Es Cristo que pasa, 58,
Hay que decidirse. No es lícito vivir manteniendo encendidas esas dos
velas que, según el dicho popular, todo hombre se procura: una a San Miguel y
otra al diablo. Hay que apagar la vela del diablo. Hemos de consumir nuestra
vida haciendo que arda toda entera al servicio del Señor. Si nuestro afán de
santidad es sincero, si tenemos la docilidad de ponernos en las manos de Dios,
todo irá bien. Porque El está siempre dispuesto a darnos su gracia, y,
especialmente en este tiempo, la gracia para una nueva conversión, para una
mejora de nuestra vida de cristianos.
Es Cristo que pasa, 59
Volver hacia la casa de nuestro Padre, Dios
La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de
nuestro Padre. Volver mediante la contrición, esa conversión del corazón que
supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida, y que
—por tanto— se manifiesta en obras de sacrificio y de entrega. Volver hacia la
casa del Padre, por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar
nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos,
miembros de la familia de Dios.
Es Cristo que pasa, 64
Muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios
han sido precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha fomentado los
deseos de búsqueda, ha activado maternalmente las inquietudes del alma, ha
hecho aspirar a un cambio, a una vida nueva. Y así el haced lo que El os dirá
se ha convertido en realidades de amoroso entregamiento, en vocación cristiana
que ilumina desde entonces toda nuestra vida personal.
Es Cristo que pasa, 149
Nunca te desalientes, porque el Señor está siempre dispuesto a darte la
gracia necesaria para esa nueva conversión que necesitas, para esa ascensión en
el terreno sobrenatural.
Forja, 237
HOMILIA LA CONVERSION DE LOS HIJOS DE
DIOS
En tiempo de Cuaresma
Hemos entrado en el tiempo de Cuaresma:
tiempo de penitencia, de purificación, de conversión. No es tarea fácil. El
cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que
pasen los años.
En la vida nuestra, en la vida de los
cristianos, la conversión primera —ese momento único, que cada uno recuerda, en
el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide— es importante;
pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones. Y
para facilitar la labor de la gracia divina con estas conversiones sucesivas,
hace falta mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír, haber
descubierto lo que va mal, pedir perdón.
El cuidado de Dios con nosotros
Invocabit me et ego exaudiam eum, leemos
en la liturgia de este domingo: si acudís a mí, yo os escucharé, dice el Señor.
Considerad esta maravilla del cuidado de Dios con nosotros, dispuesto siempre a
oírnos, pendiente en cada momento de la palabra del hombre. En todo tiempo
—pero de un modo especial ahora, porque nuestro corazón está bien dispuesto,
decidido a purificarse—, El nos oye, y no desatenderá lo que pide un corazón
contrito y humillado.
Nos oye el Señor, para intervenir, para
meterse en nuestra vida, para librarnos del mal y llenarnos de bien: eripiam
eum et glorificabo eum, lo libraré y lo glorificaré, dice del hombre. Esperanza
de gloria, por tanto: ya tenemos aquí, como otras veces, el comienzo de ese
movimiento íntimo, que es la vida espiritual. La esperanza de esa glorificación
acentúa nuestra fe y estimula nuestra caridad. De este modo, las tres virtudes
teologales, virtudes divinas, que nos asemejan a nuestro Padre Dios, se han
puesto en movimiento.
¿Qué mejor manera de comenzar la
Cuaresma?
Renovamos la fe, la esperanza, la
caridad. Esta es la fuente del espíritu de penitencia, del deseo de
purificación. La Cuaresma no es sólo una ocasión para intensificar nuestras
prácticas externas de mortificación: si pensásemos que es sólo eso, se nos
escaparía su hondo sentido en la vida cristiana, porque esos actos externos son
—repito— fruto de la fe, de la esperanza y del amor.