Queridísimos: ¡que
Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Comienza el mes mariano por excelencia, en el que procuramos
situar la devoción a la Virgen en el centro de nuestras jornadas. Muchos de
nosotros recordaremos las prácticas aprendidas en la infancia: oraciones
dedicadas a nuestra Madre —quizá el rezo del rosario en familia—, ofrecimiento
de pequeños sacrificios, adornos florales junto a las imágenes de Santa
María...; por eso, sugiero a los padres y madres de familia que viváis estos
gestos, llevando con vosotros a vuestros hijos pequeños. Os ayudará leer y
meditar lo que el Santo Padre escribe sobre el trato entre los miembros de la
familia, en su reciente exhortación apostólica[1].
Comportémonos así también, siguiendo las sugerencias y
consejos de nuestro Padre, para que sea responsabilidad de todas y de todos
"hacer hogar" en la Obra, conscientes de que —con esos cuidados de
familia— el Opus Dei es un trasunto del Cielo.
San Josemaría mostró un empeño grande para fomentar en la
Obra la piedad mariana, requisito sin el que no es posible —o se hace muy
difícil— seguir a Jesucristo. La Romería de mayo se nos presenta como devoción
específica, difundida ya por el mundo entero. Además, nos animó a poner más
cariño y delicadeza en ese trato con Nuestra Señora: rezo pausado del rosario,
contemplando los misterios de la vida de su Hijo y de la suya; la oración del
Ángelus al mediodía, etc. Un conjunto de normas de piedad que, bien cultivadas,
ayudan a mantener la presencia de Dios durante la jornada entera.
Rezar a la Virgen entraña amor y es señal de confianza total
en Ella. No se queda en sentimientos, que también pueden abundar en estas
plegarias. Pero no debemos
preocuparnos si, al principio, existe sólo el buen empeño de rezar, casi
maquinalmente, una pequeña plegaria a Nuestra Señora. Cuando esa oración
sincera brota de un corazón que, a pesar de los pesares, no ha olvidado los
desvelos maternos, Santa María alienta esa frágil brasa y lleva el alma al
deseo de formarse en la doctrina de su Hijo. Aquella corta plegaria — el tenue
rescoldo cubierto entre las cenizas— se transforma en fuego que quema las
miserias personales, capaz de atraer a otros a la luz de Cristo[2].
Quizá alguna vez hemos considerado que los Evangelios
recogen pocas palabras de la Virgen; de san José, ninguna. Sin embargo, lo que
nos transmite la Sagrada Escritura basta para comprender cómo la Madre de Jesús acompaña a su Hijo
paso a paso, asociándose a su misión redentora, alegrándose y sufriendo con Él,
amando a los que Jesús ama, ocupándose con solicitud maternal de todos aquellos
que están a su lado[3].
Detengámonos, por ejemplo, en el relato de las bodas de Caná. Narra el evangelista que, dirigiéndose a los
sirvientes, María les dijo: Haced lo que Él os dirá (Jn 2, 5). De eso se trata; de llevar a las
almas a que se sitúen frente a Jesús y le pregunten: Domine, quid me vis
facere?, Señor, ¿qué quieres que yo haga?
(Hch 9, 6)[4].
Apoyada en estas palabras, la Iglesia invoca a la Virgen en
las letanías como Mater Boni Consilii,
Madre del Buen Consejo, porque efectivamente no hay recomendación más
importante que ésta: encaminar a las almas hacia Jesús, Maestro y Redentor
nuestro, para que cada uno lo conozca, lo trate y se enamore de Él. Así se
comportó san Josemaría desde el principio de la Obra. Y los que hemos tenido
oportunidad de acompañarle en sus visitas marianas, hemos contemplado cómo
desgranaba cada avemaría, para tratar a la Trinidad más íntimamente. No
olvidemos, además, que muchas
conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios han sido
precedidas de un encuentro con María[5].
Lo hemos experimentado con frecuencia en nuestra vida personal y en la labor
apostólica.
El consejo de nuestra Madre a los sirvientes de Caná se
dirige hoy a cada uno, a cada una, porque todos estamos llamados a acercar a
los demás a Jesucristo. Precisamente una de las obras de misericordia
espiritual, que en este año jubilar se recomienda especialmente, consiste en dar consejo al que lo necesita. El
Maestro desea servirse de nosotros como se sirvió de los primeros discípulos, a
quienes envió por todas las ciudades a las que iba a ir, para que le prepararan
el camino. Porque Él «no nos habla
sólo en la intimidad del corazón: nos habla, sí —explica el Papa
Francisco—, pero no sólo allí, sino
que nos habla también a través de la voz y del testimonio de los hermanos. Es
verdaderamente un don grande poder encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre
todo en los momentos más complicados e importantes de nuestra vida, nos ayuden
a iluminar nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor»[6].
San Josemaría quería que nos supiésemos instrumentos de
Cristo en esta labor de iluminar el corazón y la inteligencia de las gentes. No puedes ser un elemento pasivo tan sólo, escribió. Tienes que convertirte en verdadero amigo de tus amigos:
"ayudarles". Primero, con el ejemplo de tu conducta. Y luego, con tu
consejo y con el ascendiente que da la intimidad[7].
Una intimidad que da paso al consejo y que configura el apostolado personal de
amistad y confidencia, que nuestro Padre enseñó desde el principio. Esas palabras, deslizadas tan a tiempo en el
oído del amigo que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste
provocar oportunamente; y el consejo profesional, que mejora su labor
universitaria; y la discreta indiscreción, que te hace sugerirle insospechados
horizontes de celo... Todo eso es "apostolado de la confidencia"[8].
Para ayudar con eficacia a los demás, por medio del consejo
más adecuado a sus necesidades, resulta indispensable hablar de esos temas,
primero, con el Señor en la meditación. Precisamente ahí, en filial
conversación con Dios, recibiremos luces para comunicarlas a nuestros amigos y
compañeros. Es ahí donde «el Espíritu
nos hace crecer interiormente (...) y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo
y del propio modo de ver las cosas (...). La condición esencial para conservar
este don es la oración»[9].
La oración se nos presenta como el arma más importante a nuestro alcance. Con oración ha salido
adelante la Iglesia a lo largo de los siglos, y con oración continuará
caminando, a pesar de los obstáculos que encuentre en su senda. Así ha sucedido
también en el Opus Dei, partecica de
la Iglesia, y por eso san Josemaría afirmaba con repetida insistencia que la
oración es un remedio eficacísimo para todas las necesidades. Preparemos, pues,
nuestras conversaciones apostólicas en los ratos de diálogo con el Señor, y
acudamos a la intercesión de la Virgen.
El próximo 12 de mayo celebraremos con mucha alegría la
memoria litúrgica del beato Álvaro. Recuerdo algunas visitas suyas a la Madre
del Buen Consejo, cerca de Roma; ante Ella rezó en la vigilia del cónclave que
eligió a san Juan Pablo II como sucesor de san Pedro. Y, con ocasión de uno de
los años marianos que convocó en el Opus Dei, don Álvaro se refirió a esta
advocación: «Si deseamos que nuestra acción de gracias se concrete en una
realidad de más entrega a Dios, que no se quede en un gesto superficial o en
buenas palabras, habremos de acudir cada jornada con más intensidad a la
Santísima Virgen, Mater boni consilii»[10].
Prolongando estas palabras de mi queridísimo predecesor, os
ruego que en la Romería de mayo y en otras visitas marianas que a cada uno le
inspire su piedad personal, roguemos a nuestra Madre Santa María por el bien de
las familias, por la paz del mundo, por el Papa y sus intenciones, por las
necesidades de la Iglesia, de la Obra, por las vocaciones, por la eficacia de
las labores apostólicas. Dejemos estas súplicas en sus manos, para que las
presente al Espíritu Santo en la próxima solemnidad de Pentecostés. «Que Ella
nos lleve hasta Jesús, hasta Dios uno y trino, en homenaje de acción de gracias
y en petición de perdón»[11].
No me detengo en otras efemérides de este mes, y quiero
pensar que, para todas y para todos, cada jornada constituirá un encuentro con
el Señor, de la mano de la Virgen.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre
+ Javier
Roma, 1 de mayo de 2016.
P.S. Cuando estaba a punto de enviar esta
carta a la imprenta, me ha llegado la noticia de que el Papa ha declarado la
heroicidad de las virtudes de Montse Grases. Se lo agradecemos al Señor y a la
Virgen bajo la advocación de Montserrat, en cuya memoria litúrgica hemos
recibido esta grata noticia. Acudamos a la intercesión de esta joven mujer en
nuestras necesidades.