El Papa está teniendo algunas audiencias especiales con motivo del año
de la misericordia. En la del 30 de abril recordaba que "Jubileo de la
Misericordia es para todos un tiempo favorable para descubrir la necesidad de
la ternura y cercanía del Padre y retornar a él con todo el corazón."
Ofrecemos algunos textos de san Josemaría que pueden ser útiles para
rezar sobre este tema.
Texto de la audiencia del 30 de abril de 2016
Queridos hermanos y hermanas:
Uno de los aspectos importantes de la misericordia es la
reconciliación. Dios nunca nos deja de ofrecer su perdón; no son nuestros
pecados los que nos alejan del Señor, sino que nosotros somos, pecando, quienes
nos alejamos. Al pecar «le damos la espalda» y crece así la distancia entre él
y nosotros. Jesús, como Buen Pastor no se alegra hasta que no encuentra a la
oveja perdida. Él reconstruye el puente que nos reconduce al Padre y nos
permite reencontrar la dignidad de hijos.
Este Jubileo de la Misericordia es para todos un tiempo favorable para
descubrir la necesidad de la ternura y cercanía del Padre y retornar a él con
todo el corazón.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular
a los Ordinarios y Delegados Militares, asistentes espirituales y miembros de
las fuerzas armadas y de policía, con sus familias, provenientes de Argentina,
Bolivia, Colombia, Ecuador, España, Guatemala, Perú, México y República
Dominicana.
Invito a todos a que en cada uno de los diversos ambientes en los que
se mueven, sean instrumentos de reconciliación y sembradores de paz; y
continúen por el camino de la fe abriendo el corazón a Dios Padre
misericordioso que no se cansa nunca de perdonar. Ante los retos de cada día,
hagan resplandecer la esperanza cristiana, que es certeza de la victoria de
amor ante el odio y de la paz ante la guerra. Muchas gracias.
Textos de san Josemaría para meditar
Dios nunca nos deja de ofrecer su perdón
Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo.
—Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y
no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que
todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos,
inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres
diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo
día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz,
la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor
de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse
bien!
Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy
Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos.
Camino, 267
¡Mira qué entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! —Porque
en los juicios humanos, se castiga al que confiesa su culpa: y, en el divino,
se perdona.
¡Bendito sea el santo Sacramento de la Penitencia!
Camino, 309
Las circunstancias de aquel siervo de la parábola, deudor de diez mil
talentos, reflejan bien nuestra situación delante de Dios: tampoco nosotros
contamos con qué pagar la deuda inmensa que hemos contraído por tantas bondades
divinas, y que hemos acrecentado al son de nuestros personales pecados. Aunque
luchemos denodadamente, no lograremos devolver con equidad lo mucho que el Señor
nos ha perdonado. Pero, a la impotencia de la justicia humana, suple con creces
la misericordia divina. El sí se puede dar por satisfecho, y remitirnos la
deuda, simplemente porque es bueno e infinita su misericordia.
Amigos de Dios, 168
Él reconstruye el puente que nos reconduce al Padre
Insisto, ten ánimos, porque Cristo, que nos perdonó en la Cruz, sigue
ofreciendo su perdón en el Sacramento de la Penitencia, y siempre tenemos por
abogado ante el Padre a Jesucristo, el Justo. El mismo es la víctima de
propiciación por nuestros pecados: y no tan sólo por los nuestros, sino también
por los de todo el mundo, para que alcancemos la Victoria.
¡Adelante, pase lo que pase! Bien cogido del brazo del Señor, considera
que Dios no pierde batallas. Si te alejas de El por cualquier motivo, reacciona
con la humildad de comenzar y recomenzar; de hacer de hijo pródigo todas las
jornadas, incluso repetidamente en las veinticuatro horas del día; de ajustar
tu corazón contrito en la Confesión, verdadero milagro del Amor de Dios. En
este Sacramento maravilloso, el Señor limpia tu alma y te inunda de alegría y
de fuerza para no desmayar en tu pelea, y para retornar sin cansancio a Dios,
aun cuando todo te parezca oscuro. Además, la Madre de Dios, que es también
Madre nuestra, te protege con su solicitud maternal, y te afianza en tus
pisadas.
Amigos de Dios, 214
¡Qué deuda la tuya con tu Padre-Dios! —Te ha dado el ser, la
inteligencia, la voluntad...; te ha dado la gracia: el Espíritu Santo; Jesús,
en la Hostia; la filiación divina; la Santísima Virgen, Madre de Dios y Madre
nuestra; te ha dado la posibilidad de participar en la Santa Misa y te concede
el perdón de tus pecados, ¡tantas veces su perdón!; te ha dado dones sin
cuento, algunos extraordinarios...
—Dime, hijo: ¿cómo has correspondido?, ¿cómo correspondes?
Forja, 11
Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se
acrecentará nuestra confianza, al comprobar que su Amor y su llamada permanecen
actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin El,
no logramos realizar ni el más pequeño deber; y con El, con su gracia,
cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir
a los ataques del enemigo, y mejoraremos. En resumen: la conciencia de que
estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar
nuestra esperanza en Cristo Jesús.
Amigos de Dios, 215
Acudid semanalmente —y siempre que lo necesitéis, sin dar cabida a los
escrúpulos— al santo Sacramento de la Penitencia, al sacramento del divino
perdón. Revestidos de la gracia, cruzaremos a través de los montes, y subiremos
la cuesta del cumplimiento del deber cristiano, sin detenernos. Utilizando
estos recursos, con buena voluntad, y rogando al Señor que nos otorgue una
esperanza cada día más grande, poseeremos la alegría contagiosa de los que se
saben hijos de Dios: si Dios está con nosotros, ¿quién nos podrá derrotar?.
Optimismo, por lo tanto. Movidos por la fuerza de la esperanza, lucharemos para
borrar la mancha viscosa que extienden los sembradores del odio, y
redescubriremos el mundo con una perspectiva gozosa, porque ha salido hermoso y
limpio de las manos de Dios, y así de bello lo restituiremos a El, si
aprendemos a arrepentirnos.
Amigos de Dios, 219
Santa María, Regina apostolorum, reina de todos los que suspiran por
dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de nuestras miserias,
pide perdón por nuestra vida: por lo que en nosotros podría haber sido fuego y
ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar, por la sal que se volvió
insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos, con el perdón, la
fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder llevar a
los demás la fe de Cristo.
Es Cristo que pasa, 175
Los ideales de paz, de reconciliación, de fraternidad, son aceptados y
proclamados, pero —no pocas veces— son desmentidos con los hechos. Algunos
hombres se empeñan inútilmente en aherrojar la voz de Dios, impidiendo su
difusión con la fuerza bruta o con un arma menos ruidosa, pero quizá más cruel,
porque insensibiliza al espíritu: la indiferencia.
Es Cristo que pasa, 150
Sed audaces. Contáis con la ayuda de María, Regina apostolorum. Y
Nuestra Señora, sin dejar de comportarse como Madre, sabe colocar a sus hijos
delante de sus precisas responsabilidades. María, a quienes se acercan a Ella y
contemplan su vida, les hace siempre el inmenso favor de llevarlos a la Cruz,
de ponerlos frente a frente al ejemplo del Hijo de Dios. Y en ese
enfrentamiento, donde se decide la vida cristiana, María intercede para que
nuestra conducta culmine con una reconciliación del hermano menor —tú y yo— con
el Hijo primogénito del Padre.
Muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios
han sido precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha fomentado los
deseos de búsqueda, ha activado maternalmente las inquietudes del alma, ha
hecho aspirar a un cambio, a una vida nueva. Y así el haced lo que El os dirá
se ha convertido en realidades de amoroso entregamiento, en vocación cristiana
que ilumina desde entonces toda nuestra vida personal.
Es Cristo que pasa, 149
