"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

21 de noviembre de 2017

LA REINA DE LA HUMILDAD

— El sentido de la fiesta. La entrega de María.
— Nuestra entrega. Correspondencia a la gracia.
— Imitar a Nuestra Señora. Renovar la entrega.
I. Nada sabemos de la vida de Nuestra Señora hasta el momento en que se le aparece el Arcángel para anunciarle que ha sido elegida para ser Madre de Dios. Llena de gracia desde el primer momento de su Concepción Inmaculada, la existencia de María es completamente singular Dios la miró y la custodió en cada instante con un amor único e irrepetible y a la vez fue una Niña normal, que llenó de gozo a todos cuantos la trataron en la vida corriente de un pueblo no demasiado grande.
San Lucas, tan diligente en examinar todas las fuentes que le pudieran aportar noticias y datos, omite cualquier referencia a María Niña. Muy probablemente, Nuestra Señora nada dijo de sus años primeros porque poco había que contar: todo transcurrió en la intimidad de su alma, y en un diálogo continuo con su Padre Dios, que esperaba, sin prisas, el momento inefable y único de la Encarnación. «¡Madre! ¿Por qué ocultaste los años de tu primera juventud? Luego vendrán los Evangelios apócrifos e inventarán mentiras; mentiras piadosas, sí, pero al fin y al cabo imágenes falsas de tu ser verdadero. Y nos dirán que vivías en el Templo, que los ángeles te traían de comer y hablaban contigo... Y así te alejan de nosotros»1, ¡cuando estás tan cerca de nuestro vivir cotidiano!
La fiesta que hoy celebramos no tiene su origen en el Evangelio, sino en una antigua tradición. La Iglesia no ha querido aceptar las narraciones apócrifas que suponían a Nuestra Madre en el Templo, desde la edad de tres años, consagrada a Dios con un voto de virginidad. Pero sí acepta el núcleo esencial de la fiesta2, la dedicación que la Virgen hizo de sí misma al Señor, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde el primer instante de su concepción. Esta entrega plena de María a Dios conforme va creciendo sí que es real y ejemplar para nosotros, pues nos mueve a no reservarnos nada.
Hoy es la fiesta de la absoluta pertenencia de la Virgen a Dios y de su plena entrega a los planes divinos. Por esta plena pertenencia, que incluye la dedicación virginal, Nuestra Señora podrá decir al Ángel: no conozco varón3. Desvela delicadamente una historia de entrega que había tenido lugar en la intimidad de su alma. María es ya una primicia del Nuevo Testamento, en el que la excelencia de la virginidad sobre el matrimonio cobrará todo su valor, sin menguar la santidad de la unión conyugal, que Cristo mismo elevará a la dignidad de sacramento4.
Hoy le pedimos a Ella que nos ayude a hacer realidad cada día esa entrega del corazón que Dios nos pide, según nuestra peculiar vocación recibida de Dios. «Ponte en coloquio con Santa María, y confíale: ¡oh, Señora!, para vivir el ideal que Dios ha metido en mi corazón, necesito volar... muy alto, ¡muy alto!
»No basta despegarte, con la ayuda divina, de las cosas de este mundo, sabiendo que son tierra. Más incluso: aunque el universo entero lo coloques en un montón bajo tus pies, para estar más cerca del Cielo... ¡no basta!
»Necesitas volar, sin apoyarte en nada de aquí, pendiente de la voz y del soplo del Espíritu. Pero, me dices, ¡mis alas están manchadas!: barro de años, sucio, pegadizo...
»Y te he insistido: acude a la Virgen. Señora repíteselo: ¡que apenas logro remontar el vuelo!, ¡que la tierra me atrae como un imán maldito! Señora; Tú puedes hacer que mi alma se lance al vuelo definitivo y glorioso, que tiene su fin en el Corazón de Dios.
»-Confía, que Ella te escucha»5.
II. La Virgen María ha sido la criatura que ha tenido la intimidad más grande con Dios, la que ha recibido más amor de Él, la llena de gracia6. Nunca negó a Dios nada, y su correspondencia a las gracias y mociones del Espíritu Santo fue siempre plena. De Ella debemos aprender a darnos por entero al Señor, con plenitud de correspondencia generosa, en el estado y en la vocación que Dios nos ha dado, en el quehacer concreto que tenemos encomendado en el mundo. Ella es el ejemplo a imitar. «Tal fue María -enseña a este respecto San Ambrosio, que su vida, por sí misma, es para todos una enseñanza». Y concluía: «Tened, pues, ante los ojos, pintadas como una imagen, la virginidad y la vida de la Bienaventurada Virgen, en la que se refleja como en un espejo el brillo de la pureza y la fuerza misma de la virtud»7.
Nuestra Madre Santa María correspondía y crecía en santidad y gracia. Habiendo estado llena de los dones divinos desde el primer instante, en la medida en que era fidelísima a las mociones que el Espíritu Santo le otorgaba, alcanzaba una nueva plenitud. Solo en Nuestro Señor no existió aumento o progreso de la gracia y de la caridad, porque Él tenía la plenitud absoluta en el momento de la Encarnación8; como enseña el II Concilio de Constantinopla, sería falsa y herética la afirmación: Jesucristo se hizo mejor por el progreso de las buenas obras9. María, por el contrario, fue creciendo en santidad en el curso de su vida terrena. Más aún, existió en su vida un progreso espiritual siempre creciente, que fue aumentando en la medida en que se acercaban los grandes acontecimientos de su vida aquí en la tierra: Encarnación de su Hijo, Corredención en el Calvario... Asunción a los Cielos.
Así ha ocurrido en el alma de los santos: cuanto más cerca van estando de Dios, más fieles son a las gracias recibidas y más rápidos caminan hacia Él. «Es el movimiento uniformemente acelerado, símbolo del progreso espiritual de la caridad en un alma que en nada se retrasa, y que camina cada vez más rápido hacia Dios cuanto más se le acerca, cuanto más es atraída por Él»10. Así ha de ser nuestra vida, pues el Señor nos llama a la santidad allí donde nos encontramos. Y serán precisamente las alegrías y las penas de la vida las que nos sirvan para ir cada vez más de prisa a Dios, correspondiendo a las gracias que recibimos. Las dificultades normales del trabajo, el trato con las personas que vemos todos los días, los pequeños servicios de la convivencia, las noticias que recibimos... han de ser motivos para amar cada día más al Señor. La Virgen nos invita hoy a no dejar nada escondido en el fondo del corazón que no sea de Dios por entero: «Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo»11, que cada día esté un poco más cerca de Ti. Dame esa prisa de los santos por crecer en tu Amor.
III. Nuestra Señora se dedicó por entero a Dios movida por el Espíritu Santo, y quizá lo hizo a esa edad en que los niños comienzan a tener uso de razón, que en Ella, llena de gracia, debió de ser de una particular luminosidad; o quizá desde siempre... sin que mediara ningún acto formal. «Sobrado conocido tenía afirma San Alfonso M.ª de Ligorio, la niña María, que Dios no acepta corazones divididos, sino que los quiere por completo consagrados a su amor en conformidad con el precepto divino: Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (cfr. Dt 6, 5), por lo que, desde el momento en que empezó a vivir, comenzó a amar a Dios con todas sus fuerzas y se le entregó por completo»12. María siempre perteneció a Dios; y esta pertenencia cada vez debió de ser más consciente, con un amor que alcanzaba en toda ocasión y circunstancia una nueva plenitud.
Hoy puede ser una buena oportunidad todos los días lo son para que, meditando en esta fiesta de María, en la que se pone de manifiesto su completa dedicación al Señor, renovemos nosotros nuestra entrega a Dios en medio de los normales quehaceres cotidianos, en el lugar en el que nos ha puesto el Señor. Pero hemos de tener en cuenta que todo paso adelante en nuestra unión con Dios ha de pasar necesariamente por un trato más frecuente con el Espíritu Santo, Huésped de nuestra alma, a quien Nuestra Señora fue tan dócil a lo largo de su vida. Hoy, para pedir esta gracia, nos puede ayudar la oración que compuso para su devoción personal San Josemaría Escrivá: «Ven, ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después... mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
»¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras...»13.
Pidamos también a Nuestra Señora que haya mucha gente que, dócil al Espíritu Santo, se dé por entero al Señor, como Ella, desde su primera juventud.