— Los santos amigos de Dios, son nuestros intercesores
— Necesidad de los bienes humanos y materiales.
— Generosidad y desprendimiento en los bienes.
I. Leemos en el Antiguo Testamento cómo, cuando el Señor se disponía a destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra en castigo por sus pecados, intercedió Abrahán ante Él: Si hubiera cincuenta justos en la ciudad, ¿los exterminarías acaso y no perdonarías al lugar por los cincuenta justos?... Y le dijo Yahvé: si hallare en Sodoma cincuenta justos, perdonaría por ellos a todo el lugar. Pero Abrahán insistía lleno de confianza: ¿Y si se hallaren allí cuarenta?..., ¿veinte?... ¿Y si se hallaren allí diez? Y le contestó Yahvé: por los diez no la destruiría1. La respuesta del Señor es siempre misericordiosa.
También Moisés acudía a la misericordia divina, invocando a los que habían sido amigos de Dios: acuérdate de Abrahán, de Isaac y de Jacob, tus siervos2. De Jeremías, ya difunto, se lee: este es el amador de la nación, que ora mucho por el pueblo y por la ciudad santa3. En el Evangelio vemos cómo un centurión envía a unos ancianos, amigos del Señor, para que intercedan por él. Y estos, cuando llegaron junto a Jesús, le rogaban encarecidamente diciendo: Merece que le hagas esto, pues aprecia a nuestro pueblo y él mismo nos ha construido una sinagoga4. Jesús escuchó complacido a los judíos que hablaban en favor de este gentil: merece que le hagas esto... El mismo San Pablo pedía a los cristianos de Roma: os suplico, hermanos, por Nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que me ayudéis con vuestras oraciones, rogando por mí al Señor5. Y comenta San Jerónimo al hablar de los hermanos ya muertos: «si los Apóstoles y los mártires, cuando estaban encerrados en un cuerpo y tenían motivos para ocuparse de sí mismos, oraban por los demás, ¡cuánto más, después de la corona, la victoria y el triunfo!»6.
Desde siempre creyó la Iglesia que los santos que gozan ya de la eterna bienaventuranza, y las benditas almas del Purgatorio, son nuestros grandes aliados e intercesores. Ellos atienden nuestras peticiones y las presentan al Señor, avaladas por los méritos que adquirieron aquí en la tierra con su vida santa.
De San Nicolás, cuya fiesta celebramos hoy, se cuenta que fue muy generoso aquí en la tierra con la fortuna que heredó de unos padres ricos, cuando él era aún joven. Por eso se le considera intercesor en las necesidades materiales y económicas.
El Fundador del Opus Dei le tenía una gran devoción, y contaba que un día, abrumado ante muchos problemas económicos, se acordó de San Nicolás momentos antes de comenzar la celebración de la Santa Misa. Le hizo esta promesa en la sacristía: «si me sacas de esto, te nombro Intercesor». Pero, al subir las gradas del altar, se arrepintió de las condiciones, y le dijo: «y si no me sacas, te nombro igual». Salió adelante en aquellas circunstancias y acudió a la intercesión del Santo otras muchas veces7.
Muchas personas a lo largo de los siglos han acudido a San Nicolás ante situaciones económicas difíciles en la familia, en el trabajo, en las obras apostólicas, que frecuentemente han de tener una base económica. No temamos pedir al Señor estas ayudas materiales que Él mismo nos invita a solicitar cuando recitamos el Padrenuestro: danos hoy nuestro pan de cada día. Y muchas veces lo podemos pedir por mediación de los santos.
II. Mientras estemos en la tierra vamos a necesitar medios materiales y humanos, tanto para el sostenimiento de la propia familia como de aquellas tareas apostólicas que el Señor nos pida que promovamos o que colaboremos de alguna manera en ellas. Los bienes económicos son eso: bienes; se convierten en males cuando no sirven para hacer el bien; cuando hay un apegamiento desordenado que impide ver los sobrenaturales. San León Magno enseña que Dios no solo nos ha dejado los bienes espirituales, sino también los corporales8, para que los orientemos al bien humano y sobrenatural de los demás.
El mismo Jesús enseñó a los Apóstoles la necesidad de emplear medios humanos. En la primera misión apostólica les indicó expresamente: no llevéis bolsa ni alforja... Les deja sin apoyo material alguno para que vean que es Él, Jesús, quien da la eficacia. Comprendieron entonces que las curaciones, las conversiones, los milagros no se debían a sus cualidades humanas, sino al poder de Dios. Sin embargo, cuando está ya próxima la partida, complementa aquella primera enseñanza: ahora, el que tenga bolsa, que la lleve; y del mismo modo alforja9. Aunque los medios sobrenaturales son los principales en todo apostolado, quiere el Señor que utilicemos todos los medios humanos a nuestro alcance como si no existiera ninguno sobrenatural; los económicos, también.
Jesús mismo, para realizar su misión divina quiso servirse a menudo de medios terrenos: unos cuantos panes y unos pececillos, un poco de barro, la ayuda material de aquellas piadosas mujeres que le seguían...
Cuando sintamos la necesidad en la familia, en las obras apostólicas en las que colaboramos, etc., no dudemos en acudir al Señor. No olvidemos cómo su primer milagro, por intercesión de Nuestra Señora, se realizó para sacar de apuros a unos recién casados en un asunto que no era de vital importancia. ¿Cómo no nos va a atender a nosotros, si alguna vez le necesitamos? Pero no nos olvidemos tampoco de hacer todo lo que esté de nuestra parte, como aquellos sirvientes de Caná que llenaron de agua las tinajas hasta arriba10: pusieron todo lo que estaba en sus manos.
Alguna vez, en situaciones económicas apuradas, este texto puede dar paz a nuestras almas: «Me encuentro en una situación económica tan apurada como cuando más. No pierdo la paz. Tengo absoluta seguridad de que Dios, mi Padre, resolverá todo este asunto de una vez.
»Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo mío en tus manos generosas. Nuestra Madre ¡tu Madre! a estas horas, como en Caná, ha hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!... Yo creo en Ti, espero en Ti, Te amo, Jesús: para mí, nada; para ellos»11.
III. Se darán en nuestra vida ocasiones en las que el Señor aliente nuestra generosidad, y contribuyamos con nuestros medios económicos muchos o apenas ninguno al sostenimiento de la Iglesia o de instituciones buenas que promueven obras de cultura o de asistencia a gentes más necesitadas. También es posible que, además, debamos recaudar fondos para esas obras. Muchas páginas del Nuevo Testamento nos muestran el empeño de los discípulos de Cristo y de los primeros cristianos por allegar medios para la extensión del Evangelio. Vemos, por ejemplo, a Mateo, de buena posición económica, que desborda gratitud hacia Cristo12. Y aquel grupo de mujeres que sigue al Señor y le asistían con sus bienes13. Y esos otros discípulos gentes hacendadas, como José de Arimatea, que cede su sepulcro al Maestro y costea su sudario14; o Nicodemo, que se ocupa de comprar gran cantidad de mirra y áloes para embalsamar el Cuerpo del Señor15. De igual modo, observamos el heroico comportamiento de los primeros cristianos que vendían sus posesiones y demás bienes16, y todos los que tenían posesiones o casas, vendiéndolas, traían el precio de ellas y lo ponían a los pies de los Apóstoles17.
San Pablo organizará colectas en Antioquía, en Galacia, en Macedonia, en Grecia para socorrer a los fieles de Jerusalén, provocando la emulación de unos y otros18. Cuando el Apóstol escribe a los cristianos de Corinto les agradece su generosidad en la colecta que llevan a cabo, les alienta en su propósito y les dice: porque esto es lo que os conviene19. Y Santo Tomás, comentando estas palabras, resalta el provecho que se saca del desprendimiento de los bienes en favor de otros: «El bien de la piedad es más útil para quien la ejerce que para aquel que la recibe. Porque quien la ejerce saca de allí un provecho espiritual, mientras quien la recibe solo temporal»20. La limosna es uno de los principales remedios para curar las heridas del alma, que son los pecados21, y atrae siempre la misericordia divina.
Junto a nuestra generosidad y desprendimiento de los bienes, hemos de fomentar en nuestros amigos esa buena disposición del alma, que conseguirá del Señor tantas bendiciones para ellos y sus familias. «He aquí una tarea urgente: remover la conciencia de creyentes y no creyentes hacer una leva de hombres de buena voluntad, con el fin de que cooperen y faciliten los instrumentos materiales necesarios para trabajar con las almas»22. Nos puede servir, para terminar, esta frase que anima al esfuerzo, a la generosidad y al desprendimiento: «pensad ¿cuánto os cuesta también económicamente- ser cristianos?»23.
San Nicolás será nuestro aliado en el Cielo para ser generosos con Dios y con nuestros hermanos, y buscar estos medios económicos necesarios en la tierra. Acudamos a él. Cerca de Dios sigue siendo generoso con los que le invocan.