"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

1 de junio de 2020

MADRE DE LA IGLESIA

- El lunes después de Pentecostés la Iglesia “María, Madre de la Iglesia”
- La Virgen Meditaba cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo.
La Iglesia, nació bajo el manto de Santa María

Ofrecemos algunos textos del Papa francisco y de San josemaría para considerar esa fiesta litúrgica.

Papa Francisco Comentarios Mater Eclesia

Me gustaría mirar a María como imagen y modelo de la Iglesia. Y lo hago recuperando una expresión del Concilio Vaticano II. Dice la constitución Lumen gentium: “Como enseñaba san Ambrosio, la Madre de Dios es una figura de la Iglesia en el orden de la fe, la caridad y de la perfecta unión con Cristo” (n. 63).

Partamos desde el primer aspecto, María como modelo de fe. ¿En qué sentido María es un modelo para la fe de la Iglesia? Pensemos en quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo el corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no lo sabía: en el designio del amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre del Redentor. En la Anunciación, el mensajero de Dios la llama “llena de gracia” y le revela este proyecto. María responde “sí”, y desde ese momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús, el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en quien que se cumplen las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente está reunido todo el camino, la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, la encarnación del amor infinito de Dios.
¿Cómo ha vivido María esta fe? La vivió en la sencillez de las miles de ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en cómo ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar… Esta misma existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y su hijo. El “sí” de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora de la Cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha vivido inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la voluntad de Dios.
Podemos hacernos una pregunta: ¿nos dejamos iluminar por la fe de María, que es Madre nuestra? ¿O la creemos lejana, muy diferente a nosotros? En tiempos de dificultad, de prueba, de oscuridad, la vemos a ella como un modelo de confianza en Dios, que quiere siempre y solamente nuestro bien? Pensemos en ello, ¡tal vez nos hará bien reencontrar a María como modelo y figura de la Iglesia por esta fe que ella tenía!
Llegamos al segundo aspecto: María, modelo de caridad. ¿De qué modo María es para la Iglesia ejemplo viviente del amor? Pensemos en su disponibilidad hacia su prima Isabel. Visitándola, la Virgen María no solo le llevó ayuda material, también eso, pero le llevó a Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús en dicha casa significaba llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y Zacarías estaban contentos por el embarazo que parecía imposible a su edad, pero es la joven María la que les lleva el gozo pleno, aquel que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y que se expresa en la caridad gratuita, en el compartir, en el ayudarse, en el comprenderse.
Nuestra Señora quiere traernos a todos el gran regalo que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia es como María, la Iglesia no es un negocio, no es un organismo humanitario, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia tiene que llevar a todos hacia Cristo y su evangelio; no se ofrece a sí misma –así sea pequeña, grande, fuerte o débil- la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué llevaba María? A Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ¡este el centro de la Iglesia, llevar a Jesús! Si hipotéticamente, alguna vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, ¡esta sería una Iglesia muerta! La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la caridad de Jesús.
Hemos hablado de María, de Jesús. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Con nosotros que somos la Iglesia? ¿Cuál es el amor que llevamos a los demás? Es el amor de Jesús que comparte, que perdona, que acompaña, ¿o es un amor aguado, como se alarga al vino que parece agua? ¿Es un amor fuerte, o débil, al punto que busca las simpatías, que quiere una contrapartida, un amor interesado?
Otra pregunta: ¿a Jesús le gusta el amor interesado? No, no le gusta, porque el amor debe ser gratuito, como el suyo. ¿Cómo son las relaciones en nuestras parroquias, en nuestras comunidades? ¿Nos tratamos unos a otros como hermanos y hermanas? ¿O nos juzgamos, hablamos mal de los demás, cuidamos cada uno nuestro “patio trasero”? O nos cuidamos unos a otros? ¡Estas son preguntas de la caridad!
Y un último punto brevemente: María, modelo de unión con Cristo. La vida de la Virgen fue la vida de una mujer de su pueblo: María rezaba, trabajaba, iba a la sinagoga… Pero cada acción se realizaba siempre en perfecta unión con Jesús. Esta unión alcanza su culmen en el Calvario: aquí María se une al Hijo en el martirio del corazón y en la ofrenda de la vida al Padre para la salvación de la humanidad. Nuestra Madre ha abrazado el dolor del Hijo y ha aceptado con Él la voluntad del Padre, en aquella obediencia que da fruto, que trae la verdadera victoria sobre el mal y sobre la muerte.
Es hermosa esta realidad que María nos enseña: estar siempre unidos a Jesús. Podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de Jesús sólo cuando algo está mal y tenemos una necesidad? ¿O tenemos una relación constante, una profunda amistad, incluso cuando se trata de seguirlo en el camino de la cruz?
Pidamos al Señor que nos dé su gracia, su fuerza, para que en nuestra vida y en la vida de cada comunidad eclesial se refleje el modelo de María, Madre de la Iglesia (Audiencia, 23 octubre 2013).

Textos de san Josemaría
- Hace falta que meditemos con frecuencia, para que no se vaya de la cabeza, que la Iglesia es un misterio grande, profundo. No puede ser nunca abarcado en esta tierra. Si la razón intentara explicarlo por sí sola, vería únicamente la reunión de gentes que cumplen ciertos preceptos, que piensan de forma parecida. Pero eso no sería la Santa Iglesia.
En la Santa Iglesia los católicos encontramos nuestra fe, nuestras normas de conducta, nuestra oración, el sentido de la fraternidad, la comunión con todos los hermanos que ya desaparecieron y que se purifican en el Purgatorio —Iglesia purgante—, o con los que gozan ya —Iglesia triunfante— de la visión beatífica, amando eternamente al Dios tres veces Santo. Es la Iglesia que permanece aquí y, al mismo tiempo, trasciende la historia. La Iglesia, que nació bajo el manto de Santa María, y continúa —en la tierra y en el cielo— alabándola como Madre (‘El fin sobrenatural de la Iglesia’, en Amar a la Iglesia. 28-V-1972).
Viendo Jesús a María y al discípulo amado, que estaba allí, se dirige a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después habla con el discípulo: ahí tienes a tu Madre. Desde aquel momento la recibió el discípulo por suya. Y nosotros por nuestra. Dios nos la entrega como Madre de todos los regenerados en el Bautismo, y convertidos en miembros de Cristo: Madre de la Iglesia entera. Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros unidos a otros miembros, escribe San Pablo.La que es Madre del Cuerpo es Madre de todos los que se incorporan a Cristo, desde el primer brote de la vida sobrenatural, que se inicia en el Bautismo y se robustece con el crecimiento de los dones del Espíritu Santo (Artículo titulado ‘La Virgen del Pilar’. Publicado en Libro de Aragón, por la CAMP de Zaragoza, Aragón y Rioja, 1976). También se recoge en Por las sendas de la fe (ed. J. A. Loarte) ed Cristiandad.
- Seguramente también vosotros, al ver en estos días a tantos cristianos que expresan de mil formas diversas su cariño a la Virgen Santa María, os sentís más dentro de la Iglesia, más hermanos de todos esos hermanos vuestros. Es como una reunión de familia, cuando los hijos mayores, que la vida ha separado, vuelven a encontrarse junto a su Madre, con ocasión de alguna fiesta. Y, si alguna vez han discutido entre sí y se han tratado mal, aquel día no; aquel día se sienten unidos, se reconocen todos en el afecto común (Es Cristo que pasa, 139, 3).
- Alzo en este momento mi corazón a Dios y pido, por mediación de la Virgen Santísima -que está en la Iglesia, pero sobre la Iglesia: entre Cristo y la Iglesia, para proteger, para reinar, para ser Madre de los hombres, como lo es de Jesús Señor Nuestro-; pido que nos conceda esa prudencia a todos, y especialmente a los que, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, deseamos trabajar por Dios: verdaderamente nos conviene aprender a ser prudentes (Amigos de Dios, 155, 2).
- Me gusta volver con la imaginación a aquellos años en los que Jesús permaneció junto a su Madre, que abarcan casi toda la vida de Nuestro Señor en este mundo. Verle pequeño, cuando María lo cuida y lo besa y lo entretiene. Verle crecer, ante los ojos enamorados de su Madre y de José, su padre en la tierra. Con cuánta ternura y con cuánta delicadeza María y el Santo Patriarca se preocuparían de Jesús durante su infancia y, en silencio, aprenderían mucho y constantemente de Él. Sus almas se irían haciendo al alma de aquel Hijo, Hombre y Dios. Por eso la Madre —y, después de Ella, José— conoce como nadie los sentimientos del Corazón de Cristo, y los dos son el camino mejor, afirmaría que el único, para llegar al Salvador.
Que en cada uno de vosotros, escribía San Ambrosio, esté el alma de María, para alabar al Señor; que en cada uno esté el espíritu de María, para gozarse en Dios. Y este Padre de la iglesia añade unas consideraciones que a primera vista resultan atrevidas, pero que tienen un sentido espiritual claro para la vida del cristiano. Según la carne, una sola es la Madre de Cristo; según la fe, Cristo es fruto de todos nosotros[1].
Si nos identificamos con María, si imitamos sus virtudes, podremos lograr que Cristo nazca, por la gracia, en el alma de muchos que se identificarán con El por la acción del Espíritu Santo. Si imitamos a María, de alguna manera participaremos en su maternidad espiritual. En silencio, como Nuestra Señora; sin que se note, casi sin palabras, con el testimonio íntegro y coherente de una conducta cristiana, con la generosidad de repetir sin cesar un fiat que se renueva como algo íntimo entre nosotros y Dios.
Su mucho amor a Nuestra Señora y su falta de cultura teológica llevó, a un buen cristiano, a hacerme conocer cierta anécdota que voy a narraros, porque —con toda su ingenuidad— es lógica en persona de pocas letras.
Tómelo —me decía— como un desahogo: comprenda mi tristeza ante algunas cosas que suceden en estos tiempos. Durante la preparación y el desarrollo del actual Concilio, se ha propuesto incluir el tema de la Virgen. Así: el tema. ¿Hablan de ese modo los hijos? ¿Es ésa la fe que han profesado siempre los fieles? ¿Desde cuándo el amor a la Virgen es un tema, sobre el que se admita entablar una disputa a propósito de su conveniencia?
Si algo está reñido con el amor, es la cicatería. No me importa ser muy claro; si no lo fuera —continuaba— me parecería una ofensa a Nuestra Madre Santa. Se ha discutido si era o no oportuno llamar a María Madre de la Iglesia. Me molesta descender a más detalles. Pero la Madre de Dios y, por eso, Madre de todos los cristianos, ¿no será Madre de la Iglesia, que es la reunión de los que han sido bautizados y han renacido en Cristo, hijo de María?
No me explico —seguía— de dónde nace la mezquindad de escatimar ese título en alabanza de Nuestra Señora. ¡Qué diferente es la fe de la Iglesia! El tema de la Virgen. ¿Pretenden los hijos plantear el tema del amor a su madre? La quieren y basta. La querrán mucho, si son buenos hijos. Del tema —o del esquema— hablan los extraños, los que estudian el caso con la frialdad del enunciado de un problema. Hasta aquí el desahogo recto y piadoso, pero injusto, de aquella alma simple y devotísima.
Sigamos nosotros ahora considerando este misterio de la Maternidad divina de María, en una oración callada, afirmando desde el fondo del alma: Virgen, Madre de Dios: Aquel a quien los Cielos no pueden contener, se ha encerrado en tu seno para tomar la carne de hombre[2].
Mirad lo que nos hace recitar hoy la liturgia: bienaventuradas sean las entrañas de la Virgen María, que acogieron al Hijo del Padre eterno[3]. Una exclamación vieja y nueva, humana y divina. Es decir al Señor, como se usa en algunos sitios para ensalzar a una persona: ¡bendita sea la madre que te trajo al mundo! (Amigos de Dios, nn. 281-283).

La sorprendente historia del mosaico "Mater Ecclesiae" de la Plaza de San Pedro.
Si se observa la fachada de la Basílica se ve a la derecha, en un espacio saliente del Palacio Apostólico, el icono mariano más famoso del siglo XX: el Mater Ecclesiae.
¿Sabíais que antes del atentado a San Juan Pablo II no había una imagen de la Virgen en la plaza?
Jesucristo, San Juan Bautista y los apóstoles coronan la fachada; ciento cuarenta santos acogen a los peregrinos desde la columnata; las estatuas de San Pedro y San Pablo resaltan a la entrada de la iglesia; escudos papales se alternan con los rostros de la rosa de los vientos en acto de soplar hacia la fachada... Parece mentira, pero entre los centenares de imágenes que decoran el imponente complejo barroco de Plaza de San Pedro, no estaba la Virgen.
Corría el año 1940 en una Polonia ocupada por los nazis, el joven Wojtyla trabajaba en una fábrica y sentía dentro nacer la vocación. La lectura de un texto acerca de la devoción a la Virgen de San Luis María de Griñón de Monfort le impresionó profundamente porque animaba a darse completamente a María, de este extrajo la frase “Totus tuus” (“Te pertenezco”) que se convirtió en su lema de vida y en su escudo desde 1958, cuando fue nombrado obispo.
En la Semana Santa del año 1980 el papa recibió en audiencia a los universitarios del Opus Dei y el estudiante Julio Nieto le hizo notar con cierto estupor, la falta de aquella imagen. El Santo padre respondió con el entusiasmo que lo caracterizaba: ¡“Pues habrá que terminar la plaza”!
Para concretar aquella sugerencia, Monseñor Álvaro del Portillo y el arquitecto Javier Cotelo encontraron un punto fuera del perfecto complejo barroco: una ventana del Palacio Apostólico que, tapiándola, podría convertirse en el marco de la efigie. El papa recibió el proyecto y le gustó, pero no se realizó inmediatamente.
El atentado de Juan Pablo II y la Virgen María
El 13 de mayo de 1981, el día de Nuestra Señora de Fátima, un poco después de las cinco de la tarde, el papa se encontraba en el papa móvil durante una audiencia general, cuando dos proyectiles disparados desde una distancia cercana lo alcanzaron, perforándole el colon y el intestino. Según algunos las balas fueron tres, pero el terrorista turco Ali Ağca nunca reveló el nombre de los organizadores del atentado, aunque la teoría más verosímil es que los soviéticos estuviesen detrás.
El papa fue transportado en ambulancia al Hospital Policlínico Gemelli, donde le practicaron una operación que duró más de cinco horas y en la que recibió también la extremaunción, por el desesperante cuadro que presentaba.
Wojtyla ha dicho siempre que se salvó por un milagro de la Virgen, que desvió la bala asesina. Esta le fue luego ofrecida en el santuario de Fátima y hoy está engarzada en la corona de Nuestra Señora.
Durante la Navidad de 1983 el papa encontró al terrorista en prisión y lo perdonó.
Para recordar aquel evento extraordinario, se retomó la idea de colocar en la plaza la imagen de la Virgen y la propuesta del Opus Dei. El papa quiso la iconografía de la Madre de la Iglesia para proteger a los fieles en tiempos cada vez más difíciles.
El mosaico
El Taller del Mosaico Vaticano lo llevó a cabo y se colocó el 7 de diciembre de 1981, bendiciéndose el día después en coincidencia con la Inmaculada Concepción.
Mide más de dos metros y medio de altura para que fuese visible desde la plaza. Bajo la figura de la Virgen se ve el escudo papal y el lema Totus tuus, bajo el marco aparece escrito, con letras de bronce, Mater Ecclesiae.
Se inspira en la "Madonna de la columna", un fresco del siglo XX que decoraba la antigua basílica de Costantino que se decía milagroso, por lo que se salvó y fue colocado en la nueva iglesia.
El fresco fue restaurado en 1964 con Pablo VI y llamado “Madre de la Iglesia” (Mater Ecclesiae).
En 2006 Benedetto XVI hizo colocar un signo visible en el lugar donde el papa Juan Pablo II fue agredido con la fecha en números romanos.