"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

17 de enero de 2021

QUE SEAN UNO Octavario por la unidad de los cristianos.

 

Primera meditación del octavario por la unidad de los cristianos.

La oración de Jesús: "Que sean uno", el origen de la costumbre e importancia de la unidad y reconocer a Cristo en los demás.

COMIENZA hoy el octavario por la unidad de los cristianos. Durante estos días, con toda la Iglesia, meditaremos más profundamente algunas palabras pronunciadas por Jesús en la Última Cena y que animan estos deseos de unión. Cristo, después de haber compartido más de treinta años con los hombres, sabía que había «llegado su hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1). Su corazón, ante la inminencia de la traición y del dolor, se conmueve de amor por sus discípulos: «Los amó hasta el fin». Por eso, pocas horas antes de su prendimiento, nos deja en herencia tres importantes regalos que son mucho más que una catequesis: el lavatorio de los pies, el don de la Eucaristía y las enseñanzas del discurso de la Cena.

 

En el largo discurso de Jesús durante la Última Cena, que recoge san Juan, suplica al Padre por la unidad de quienes, con el pasar de los siglos, llegaríamos también a ser sus discípulos: «Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17,11). La Iglesia nos impulsa, durante esta semana, a unirnos a su oración filial, a dar un paso más en la identificación de nuestros sentimientos con los de Cristo y a hacer propio ese ardiente anhelo.

 

Cuando el Señor pronuncia aquellas palabras –«guarda a aquellos que me has dado»–, sus seguidores no eran muy numerosos. El Evangelio estaba circunscrito a una zona geográfica y social determinada. Sin embargo, en ese momento el corazón de Jesús llega mucho más lejos, abarcando con su mirada a toda la Iglesia a lo largo de los siglos, con sus esperanzas y dificultades. Cristo reza por nuestra unidad porque prevé la importancia que esta tendrá para la transmisión de la fe y para nuestra propia credibilidad: «No ruego solo por estos, sino por los que han de creer en mí por su palabra: que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado» (Jn 17,20-21).

 

El Concilio Vaticano II nos enseña que el deseo «de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humanas. Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia» [1]. La unidad es un don que recibimos de Dios. Por eso, Benedicto XVI nos recuerda que «no podemos “hacer” la unidad sólo con nuestras fuerzas. Podemos obtenerla solamente como don del Espíritu Santo» [2]. Queremos que resuene en nuestro interior, de manera especial durante la semana de oración por la unidad, esta intensa petición de Jesús al Padre. Todas las palabras del Hijo de Dios buscan mover nuestro corazón: tenemos una ocasión más para sorprendernos nuevamente por ellas. También san Josemaría, animado por este afán de unidad, quería que todos los fieles de la Obra pidiésemos en las Preces, diariamente, con las mismas palabras del Señor: «Ut omnes unum sint sicut tu Pater in me et ego in te!».

 

BENEDICTO XVI se refirió al origen de esta devoción cuando se cumplieron los cien años de existencia del octavario. «Desde sus inicios –explicó– se reveló una intuición verdaderamente fecunda. Fue en el año 1908: un anglicano estadounidense, que después entró en la comunión de la Iglesia católica, (…) lanzó la idea profética de un octavario de oraciones por la unidad de los cristianos» [3]. Esta iniciativa se difundió poco a poco hasta que, ocho años después, Benedicto XV quiso extenderla a toda la Iglesia católica [4].

 

Las fechas para vivir el octavario son las mismas desde el principio: del 18 al 25 de enero. Se estableció así por el simbolismo que tenían ambos días en el calendario de aquel momento: «El 18 de enero era la fiesta de la Cátedra de San Pedro, que es fundamento firme y garantía segura de unidad de todo el pueblo de Dios, mientras que el 25 de enero, tanto entonces como hoy, la liturgia celebra la fiesta de la Conversión de San Pablo» [5].

 

Por un lado, recordamos la misión que Cristo confió a Pedro y, a través de él, a sus sucesores: confirmar en la fe a todos sus discípulos. Y, por otro, la conversión de san Pablo nos sugiere que el modelo para alcanzar la unidad es la conversión personal, un movimiento que solo puede darse a partir del encuentro personal con Cristo resucitado. Ambas fiestas –la Cátedra de san Pedro y la Conversión de san Pablo– orientan nuestra mirada a la persona de Jesucristo que es, en definitiva, en quien todos nos uniremos en el futuro.

 

San Juan Pablo II recordaba que el ecumenismo –movimiento que busca la unidad de los cristianos– no es una tarea opcional ni se trata de «un mero “apéndice” que se añade a la actividad tradicional de la Iglesia» [6]; el ecumenismo, por el contrario, pertenece a su íntima naturaleza misionera y brota de una comprensión profunda de la tarea que nos dejó Cristo y por la cual rogó al Padre antes de su Pasión. «La unidad es nuestra misión común; es la condición para que la luz de Cristo se difunda más eficazmente en todo el mundo y los hombres se conviertan y se salven» [7]. Es un camino en el que, como buenos hijos, estamos invitados a participar poniéndonos a la escucha del Espíritu del Señor.

 

EL DISCURSO DE DESPEDIDA durante la Última Cena no es la primera vez que Jesús convoca a sus discípulos a la unidad. Aprovechando circunstancias distintas, les había ya advertido que están llamados a reconocerse como hermanos y a servirse unos a otros porque «solo uno es vuestro Maestro (…), solo uno es vuestro Padre (…), vuestro Doctor es uno solo: Cristo» (Mt 23,8-10). Efectivamente, señala el Papa Francisco, «por obra del Espíritu, nos hemos convertido en uno con Cristo, hijos en el Hijo, verdaderos adoradores del Padre. Este misterio de amor es la razón más profunda de unidad que une a todos los cristianos, y que es mucho más grande que las divisiones que se han producido a lo largo de la historia. Por esta razón, en la medida en que nos acercamos con humildad al Señor Jesucristo, nos acercamos también entre nosotros» [8].

 

El Concilio Vaticano II reconoce que, de entre los bienes con que la Iglesia se edifica y vive, muchos pueden encontrarse también fuera su recinto visible, como «la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y algunos dones interiores del Espíritu Santo» [9]. En todos estos ámbitos es la misma fuerza operante de Cristo la que nos impulsa a todos hacia la unidad. El ecumenismo procura, precisamente, a través de diversos caminos, hacer crecer esta comunión hasta la unidad plena y visible de todos los seguidores de Jesús [10]. Por eso es un acto de justicia y de caridad reconocer las riquezas de Cristo que están presentes en todas las personas que –a veces incluso hasta llegar al derramamiento de la sangre– dan testimonio de él.

 

En esta semana por la unidad de los cristianos pedimos a Nuestro Señor Jesucristo que sepamos hacer propios sus anhelos de unidad para la Iglesia. Promovemos la unidad si nos dejamos convertir personalmente a Cristo resucitado, reproduciendo en nuestra vida su modo de ser y de obrar, su deseo de ser esclavo de todos (Mc 10,44) para emprender un diálogo de caridad con nuestros hermanos. «El ejemplo de Jesucristo nos lleva a dialogar; ese mismo ejemplo nos enseña cómo hemos de hablar con los hombres» [11]. A lo largo de este octavario perseveremos también en la invocación al Espíritu Santo durante la santa Misa, para que nos «congregue en la unidad» [12] y así todos «formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» [13]. Con confianza filial dejamos los frutos espirituales de esta semana de oración en las manos de María, Madre de la Iglesia, Madre de todos los cristianos.