"Hago todos los días mi "ratito" de oración: ¡si no fuera por eso!" (Camino, 106)

19 de julio de 2021

La oración de Jesús


Evangelio (Mt 12, 38-42)


Entonces algunos escribas y fariseos se dirigieron a él: -Maestro, queremos ver de ti una señal. Él les respondió: -Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la del profeta Jonás. Igual que 'estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches', así estará el Hijo del Hombre en las entrañas de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación en el Juicio y la condenarán: porque se convirtieron ante la predicación de Jonás, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Jonás. La reina del Sur se levantará contra esta generación en el Juicio y la condenará: porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y daos cuenta de que aquí hay algo más que Salomón


Comentario


Nuestro Señor sabe que la petición de los escribas y fariseos es insincera y carente de buena fe. Con su petición formal quieren poner a prueba a Jesús, y probablemente están dispuestos a atribuir a Beelzebul (como lo habían hecho poco antes, cf. Mt 12,24) cualquier milagro que pueda realizar. Así que Él rechaza firmemente su petición.


A continuación, se refiere a una “señal de Jonás”. Esta señal opera en varios niveles. En concreto, como dice el Evangelio, los tres días y las tres noches de Jonás en el vientre de la ballena, son un signo del intervalo entre la muerte y la resurrección de Nuestro Señor. Esta interpretación se apoya también en el signo paralelo del templo reconstruido en tres días. Cuando el mismo grupo de personas le había preguntado: “¿Qué signo nos das para hacer esto?” Jesús respondió: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré” (Jn 2,17-22).


Pero hay otros puntos claros de comparación con Jonás, y probablemente Jesús se refería a ellos también. Más ampliamente, toda la misión de Jonás es un signo: el sacrificio voluntario de su vida para salvar a sus compañeros, su huida milagrosa de la muerte y el éxito maravilloso de su predicación en Nínive. Todo ello tiene su paralelo en la muerte redentora de Nuestro Señor, su resurrección y el posterior éxito del Evangelio.


Los escribas y fariseos, educados en las Escrituras, también podían entender la advertencia de las palabras de Nuestro Señor: “Daos cuenta que aquí hay algo más que Jonás”. Se obstinaban en rechazar el mensaje de Jesús. Sin embargo, los ninivitas se habían arrepentido cuando fueron confrontados con el mensaje de Jonás, “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida”. Así pues, si los escribas y fariseos seguían despreciando el mensaje de Nuestro Señor, también se enfrentarían al desastre, y –parece añadir– que le ocurrirá a esta generación.


En cuanto a nosotros, todo el pasaje es una exhortación a volvernos a Nuestro Señor y aceptar sus enseñanzas, pues son el verdadero y único importante


TEXTO PARA TU RATO DE ORACIÓN


La oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia.


Los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Estos sucesos culminantes de su vida constituyen el núcleo central de la predicación cristiana: esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esta narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el evento de la muerte y resurrección —como un rayo— arroja luz sobre todo el resto de la historia de Jesús.


Él no fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y de las enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solamente bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación episódica –la que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo– sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.


En los días de su última Pascua, encontramos por tanto a Jesús, plenamente inmerso en la oración.


Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní —lo hemos escuchado—, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta palabra aramea —que era la lengua de Jesús— expresa intimidad, expresa confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.


Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los otros, reza por todos, también por aquellos que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado. Todos estaban contra Él o indiferentes, solamente ese malhechor reconoce el poder. «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (v. 2): Él sentía el abandono y rezaba. En la cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor, es decir se cumple nuestra salvación. Y también, una vez, lo llama “Dios mío”, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”: es decir, todo, todo es oración, en las tres horas de la Cruz.


Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y con la resurrección el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de nuestra oración. Jesús ha rezado por todos, ha rezado también por mí, por cada uno de vosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Jesús, en la cruz, ha rezado por mí”. Ha rezado. Jesús puede decir a cada uno de nosotros: “He rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”. Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de Jesús está con nosotros. “Y ahora, padre, aquí, nosotros que estamos escuchando esto, ¿Jesús reza por nosotros?”. Sí, sigue rezando para que Su palabra nos ayude a ir adelante. Pero rezar y recordar que Él reza por nosotros.


Y esto me parece lo más bonito para recordar. Esta es la última catequesis de este ciclo sobre la oración: recordar la gracia de que nosotros no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo. Jesús reza por mí: cada uno de nosotros puede poner esto en el corazón, no hay que olvidarlo. También en los peores momentos. Somos ya acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre en la comunión del Espíritu Santo. Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros. Y entonces, con la oración y con la vida, no nos queda más que tener valentía, esperanza y con esta valentía y esperanza sentir fuerte la oración de Jesús e ir adelante: que nuestra vida sea un dar gloria a Dios conscientes de que Él reza por mí al Padre, que Jesús reza por mí




papa Francisco