Evangelio (Mc 9, 2-15)
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo, el amado, escuchadlo”. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Comentario
Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor. El motivo por el cual esta fiesta se fijó el 6 de agosto es porque se puso en relación con la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el día 14 de septiembre: Pasan 40 días entre ambas fiestas. En algunas tradiciones, conforman como una segunda cuaresma. De este modo, la Iglesia bizantina vive este periodo como un tiempo de ayuno y de contemplación de la Cruz. Nos muestra que están muy ligadas la manifestación de la gloria de Dios con Su pasión y muerte en la Cruz.
La fiesta de hoy relaciona la divinidad de Cristo con la Cruz de Cristo. Es de gran importancia por el contenido doctrinal que nos enseña a cada uno de los cristianos. Nos muestra una de las ideas más importantes de nuestra fe: la divinización del hombre por puro don gratuito de Dios.
Está muy relacionado con la Eucaristía, pues como ocurre en la Transfiguración, nos revestimos de Cristo, nos divinizamos cuando recibimos el Cuerpo de Cristo. Jesús nos invita a recibirle en la Eucaristía, como invitó a Pedro, a Santiago y a Juan a la Transfiguración. Y quiere que le digamos lo mismo que Pedro: ¡qué bien se está aquí, Señor! Él nos espera en el sagrario. Él está allí para nosotros.
Jesús quiere mostrarnos el cielo en la tierra. A través de los sacramentos, los cristianos recibimos la gracia que nos impulsa hacia el Cielo. Por pura bondad de Dios, el hombre es capaz de Dios. Un don, un privilegio para el hombre, un premio inmerecido que cada hombre puede alcanzar aquí en la tierra.
Cada uno de nosotros, podemos alabar a Dios cada día a través de nuestra oración personal. San Josemaría escribía “¡Jesús: verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti!”. Hemos de oírlo, y dejar que su vida y enseñanzas divinicen nuestra vida ordinaria.
Este don de Dios, esta gracia recibida sin mérito alguno, es un regalo que Dios nos da para hacernos felices. El motivo por el cual Dios se hace hombre y hace al hombre capaz de Dios, es porque quiere lo mejor para nosotros, quiere nuestra felicidad. “El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrá en medio una cruz o las pruebas, pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña. Nos prometió la felicidad y nos la dará si seguimos su camino”. (Papa Francisco).
Podemos en esta fiesta, impulsar nuestros deseos de unirnos a Dios, como hicieron Pedro, Santiago y Juan, y como hicieron todos los santos. “Vultum tuum, Domine, requiram” (Ps. 26, 8), buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara (I Cor. 13, 12). Sí, mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y veré la faz de Dios? (Ps. 41,3)” (San Josemaría)
Aprovechemos esta fiesta para agradecer a Dios tantos dones recibidos aquí en la tierra. Pidámosle a Jesús, ser dignos de tales méritos. Que nos haga estar prontos a 'perder la propia vida', donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos en la felicidad eterna.
PARA TU RATO DE ORACION
La transfiguración
Y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz (Mt 17,2).
¡Jesús: verte, hablarte! ¡Permanecer así, contemplándote, abismado en la inmensidad de tu hermosura y no cesar nunca, nunca, en esa contemplación! ¡Oh, Cristo, quién te viera! ¡Quién te viera para quedar herido de amor a Ti!
Y una voz desde la nube dijo: Este es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; escuchadle (Mt 17, 5).
Señor nuestro, aquí nos tienes dispuestos a escuchar cuanto quieras decirnos. Háblanos; estamos atentos a tu voz. Que tu conversación, cayendo en nuestra alma, inflame nuestra voluntad para que se lance fervorosamente a obedecerte.
Vultum tuum, Domine, requiram (Sal 26, 8), buscaré, Señor, tu rostro. Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara (I Cor. 13, 12). Sí, mi corazón está sediento de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y veré la faz de Dios? (Sal 41,3)
El cielo: "ni ojo alguno vio, ni oreja oyó, ni pasaron a hombre por pensamiento las cosas que tiene Dios preparadas para aquellos que le aman". -¿No te empujan a luchar esas revelaciones del apóstol? (Camino, 751)